Debate: Las ideas sobre la industria y el desarrollo nacional [i]

 

Hernán Camarero (uba - conicet)

 

Para los que no conocen, estamos en el Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas, como un centro de divulgación, de reflexión sobre la historia del trabajo, la clase obrera, de las izquierdas. Venimos trabajando desde hace casi dos años, desde el 2016, en base a una experiencia previa que es la revista Archivos. Este tipo de actividades que hacemos junto a reuniones del grupo de investigación, talleres, cursos, traer amigos. Y bueno, la de hoy nos satisface mucho es la presentación de un libro de Marcelo Rougier y Juan Odisio. El libro se titula “Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos” Las ideas sobre el desarrollo nacional (1914-1980). Para nosotros, para el espacio del cehti, es un libro sumamente relevante que conecta con muchas de las presentaciones que realizamos, que hacen a una historia del trabajo, de los trabajadores, y también de las izquierdas. Como ustedes saben, es un libro que reflexiona sobre la cuestión de la industria y sobre la industrialización desde la perspectiva del choque de ideas; es decir el modo como se pensó la industria y sus problemas, no solo por parte de los empresarios industriales, sino también por funcionarios e intelectuales. Y en ese proceso de reflexión acerca de la industria en ese “corto siglo xx fabril”, como señalan los autores, que toma el período 1914-1980, nuestra problemática está presente, en tanto mundo del trabajo que conecta con el mundo empresarial, es parte del mundo de la industria. Y también conecta por el lado de la izquierda, que también tuvo un tópico de reflexión sobre la industria muy importante. Recordemos que al menos tres de los grandes pensadores sobre la industria como fueron Adolfo Dorfman, Milcíades Peña o Jorge Schvarzer provinieron del campo de la izquierda.

 

Andrés Regalsky (conicet/itdt - unlu - untref)

 

Ante todo, muchas gracias por la invitación a presentar el libro de Marcelo y de Juan, que han logrado una fructífera asociación: Marcelo que ha desarrollado una madurez intelectual, y Juan que se ha formado bajo la dirección de Marcelo pero que ya ha alcanzado logros muy importantes.

Últimamente me vengo quejando sobre todo por este complejo de inferioridad que le da a uno ver la abrumadora producción de Marcelo y quejándome: “No me des para comentar otro libro, que yo nunca llego a escribir uno propio con tanto trabajo que me das”. También hay que destacar en el caso de Marcelo el carácter promotor que ha desempeñado en la historia industrial con la creación del Área de Estudios sobre la Industria Argentina y Latinoamericana (aesial), las Jornadas de Historia de la Industria y los Servicios, que surgieron en parte como desprendimiento de las Jornadas de Historia Económica; y también de la revista H-Industri@. Y en este caso, siguiendo ciertos derroteros de un viejo historiador platense que decía, que en general se empieza siempre con la historia económica, luego cuando la gente madura hace historia política, y terminan haciendo historia de las ideas. El camino de la madurez parece ya menos agotador que la búsqueda de datos de la historia económica. No es el caso de Marcelo que está en plena juventud produciendo de esta manera, ni tampoco es el caso de este libro que sin la introducción ni las conclusiones tiene 429 páginas de una cerrada tipografía, que yo creo que en otros caracteres hubiera ocupado tranquilamente dos generosos volúmenes. Realmente acá hay un laborioso y erudito trabajo que descarta esa hipótesis de la comodidad de los años de madurez.

Yo un poco planteé en el primer intercambio que tuvimos acerca de la manera en que íbamos a presentar el libro, algún tipo de división de tarea, la que fue calificada por Hernán como una especie de “sovietismo” (espero que no sea estalinismo), en realidad la planificación lejos de estar en el criterio que me anima, es un ideal nunca realizado porque no logro planificar nada en mi vida, desde ese punto de vista me acerco más al anarquismo. Yo más bien, tenía la impresión de que esa división del trabajo tenía una reminiscencia “smithiana”, sindicado como también alguien que coadyuvó a generar un clima favorable hacia la industria, por más que haya sido enarbolado por un pensamiento liberal que muchas veces se ha mostrado reticente a las propuestas industriales más avanzadas.

Me he dedicado fundamentalmente a analizar la primera parte de la obra, que arranca en 1914, lo cual parece bastante significativo, y culmina en 1980. Se cerraría con ese viraje que implicó el fin de esta etapa en la cual, la industria dejó de ser el eje vertebrador de las ilusiones y de las apuestas, de aquellos hacedores de la economía, para pasar a ser un enfermo en crisis. Dentro de ese plan de obra, he elegido los capítulos más cortos, que abordan el período 1914-1930 y 1930-1940, que de alguna manera reflejan mi avanzada edad y mi ansiedad por llegar a ese escalón en el cual la comodidad pasa a ser el eje ordenador de las principales actividades. Más allá de todo, yo siempre he dicho cuando voy a las Jornadas de la Industria y los Servicios, en alguna ocasión me presenté como un “hombre de los servicios”, cosa que acá no es muy conveniente.

Y en este caso, primero diré que no soy un especialista en historia industrial, y si bien hemos compartido la división de un libro con Marcelo sobre el Estado empresario, lo hice tomando a mi cargo una primera parte de la coordinación que era el sector de los servicios antes de 1940, quedando Marcelo sobre todo a cargo del período posterior. Así que este es el período en el que me puedo sentir más cómodo para comentar, aunque sin duda también Fernando es un comentarista muy apropiado para esos años. Creo que fue un período de análisis que está planteado de manera interesante. En cierto modo, uno cuando mira el derrotero de las investigaciones de Marcelo dentro de lo que es la historia de la industria y de historia empresarial, y de historia de empresas, en realidad, buena parte de su interés tiene que ver con las políticas públicas y las políticas industriales como eje vertebrador de los análisis y de sus inquietudes incluso con su primer libro sobre el Banco Nacional de Desarrollo (banade), analizado como instrumento de esas políticas públicas. Acá lo que aparece como principal novedad es la pregunta de si esas políticas públicas responden a un clima de ideas o un clima intelectual, por qué no ver entonces ese clima de ideas que está detrás de esas políticas públicas y contribuyen a explicarlas. En ese punto es lo más interesante y desafiante que veo en la propuesta. Sin embargo, creo que allí hay una cierta ambigüedad. En estos capítulos iniciales al menos, donde el tema de las ideas de la industria está surgiendo de una nebulosa donde el industrialismo como tal, no adquiere todavía una fisonomía propia y se entremezcla muchas veces con las nociones de política económica. Cuando se discute acerca de planes o propuestas en relación al futuro o porvenir de la industria, se discute en parte desde concepciones, y en parte también desde medidas posibles a partir de las cuales, se puede mejorar la industria o hacer frente a una coyuntura. De manera que este campo de clima intelectual y de las ideas nunca está de todo deslindado de lo que sería el estudio de las medidas económicas como tales. Cosa que no está del todo mal, porque finalmente una cosa se nutre de la otra, pero es una tensión que hay en el texto.

Otro aspecto que recorre los intereses de Marcelo y que en parte justifica la presentación en un centro como este, es la relación entre las distintas vertientes ideológicas. Uno pensaría que las políticas industriales y las ideas sobre la industrialización tienen que ver con un debate de las élites dirigentes, élites empresariales, económicas y políticas que están vinculadas prioritariamente a un modelo agro-exportador y que empiezan a advertir en la industria posibilidades significativas. Pero en el análisis de Marcelo y Juan no está ajena la percepción de otras vertientes políticas ideológicas, y particularmente del campo de la izquierda. Aparece incluso tempranamente porque en el campo del debate parlamentario las bancadas socialistas pesan fuerte después de la Reforma de 1912, y propiamente en el diseño de la política económica cuando uno piensa en la pata socialista independiente de la Concordancia, algo que después continúa. Yo me atreví a leer algunas páginas posteriores y se advierte como en la década de 1940 y de 1960 aparecen nuestros viejos conocidos como Nahuel Moreno y Milcíades Peña, como exponentes de una visión de la izquierda mucho más contestataria del orden establecido. Es más fácil encontrar esta noción de concepciones y de ideas en estos sectores que cuando uno discute a otros personajes que en muchos casos se entremezclan entre los funcionarios, técnicos y empresarios que están hablando principalmente desde las prácticas posibles. Entonces aparece nuevamente la tensión entre las ideas y las políticas.

Una figura señera en esta primera parte es la de Alejandro Bunge, pero una cosa curiosa que me llevó a no poder dejar de leer en detalle es la figura extraña de un tal Mario Pugliese que aparece al final de la década de 1930 de una manera extensa para lo que uno hubiera creído, pero al mismo tiempo marca el descubrimiento de los autores de un personaje que expone algunas ideas que aparecen reflejadas en otros documentos y trabajos posteriormente.

Por ahí como comentarios está el tema de las industrias “naturales” y “artificiales” como una alusión que campea todo este período, y que de alguna manera está dando vueltas aunque no del todo resuelta. Está el tema del Estado y la intervención estatal, el proteccionismo y el antiimperialismo; y en todos estos temas uno encuentra la figura de Alejandro Bunge, que es una figura paradojal, porque en cierto modo es tomado como el germen del nacionalismo económico, pero él confrontó fuertemente con las figuras plebeyas del radicalismo de la década de 1920 que atacaban a los trusts ferroviarios y a las tarifas de las compañías extranjeras. Abogaba por la presencia del capital norteamericano pero no para contrarrestar al capital inglés, al cual había que seguir defendiendo ante todos los ataques que podían provenir de aquellos otros sectores. Y finalmente, con el tema de las industrias naturales y artificiales, si bien es verdad que de alguna manera él puede estar ligado a un primer proteccionismo “a la Pellegrini” y otros que se vinculan a la revalorización del interior, dándole algún lugar en la constelación del modelo agroexportador que no lo puede tener sin la ayuda de un cierto proteccionismo, de una valorización de la industria productora de bienes primarios que no tienen salida al exterior, y sí la pueden tener en el mercado interno. Es también importante señalar, que en la década de 1920 es finalmente el autor del famoso mensaje de Alvear del año 1923 que él cita profusamente en la Revista de Economía Argentina para señalar que el gobierno ha hecho cosas positivas, aunque está teniendo un viraje preocupante en algunas políticas; en el cual se plantea la protección indudable a las industrias que procesan materias primas, pero también a aquellas otras que abastecen al mercado interno y aportan al trabajo nacional aun cuando procesen insumos importados, y ahí viene el tema de la industria textil y metalúrgica, que apareció sin pedir permiso y ya está buscando un lugar, de manera que ahí hay una tensión, porque es cierto que Alejandro Bunge en ese corrimiento hacia la oposición al yrigoyenismo en la década de 1920, se alinea mucho más con esa coalición del interior donde las industrias del norte y la revalorización de las industrias que procesen materias primas que valoricen a las provincias postergadas ocupa un lugar, pero también es cierto este aspecto de plantear las nuevas realidades de este otro tipo de industrias que no tienen que ver con el sector anterior. Y al mismo tiempo, Bunge es un confrontador, si bien el papel del Estado es importante como rector, confrontador del orden y la intervención estatal, del Estado providencial, del Estado empresario en particular, y en ese punto es donde hay choques con incluso los socialistas, y ahí vienen las reacciones. Hay una camada de socialistas que se citan en el libro, como Rómulo Bogliolo y otros, donde la intervención estatal es aceptada y concebida como algo constructivo, al mismo tiempo que hay una cierta resistencia con la protección, sin dejar por otro lado de darle un lugar más importante a la industria. Y nuevamente aparece como el punto de llegada de este período el gran fundador de los estudios de la industria que fue Adolfo Dorfman. Dorfman como exponente de esta vertiente comunista, socialista, se plantea a la industria como portadora de un estadio del capitalismo más avanzado, al cual la Argentina tiene que llegar en su desarrollo, pero al mismo tiempo alerta contra esta falsa dicotomía entre el agro y la industria, sobre todo de evitar el tema que para los socialistas y luego los comunistas es el gran tema pendiente que es la reforma agraria. Es decir, el tema de la tierra y la distribución de la tierra que como tema pendiente, no por tomar la agenda de la industria debe esquivarse, por el contrario debe mantenerse en el centro de la agenda. Y ahí sí hay una confrontación con Bunge muy clara en la medida en que para Bunge ahí no hay ningún problema para plantear, sino más bien una intensificación del trabajo agrario a través de la tecnificación.

Creo que en Adolfo Dorfman se instala ya el momento en que la industria pasa a estar en el eje de las discusiones y de los proyectos que van a devenir luego, y es importante destacar la riqueza que posteriormente en el análisis van a tener en la década de 1960, donde el conjunto de vertientes que han ido madurando durante 1940 y 1950 convergen en un debate teórico mucho más rico, y mucho más variado y polisémico. Pero quería detenerme solamente en estos puntos para dejar lugar a mis colegas.


 

Silvia Simonassi (unr-cesor)

 

Lo primero que tengo que decir es que estoy muy contenta por la invitación a presentar el libro de Marcelo y Juan. Quiero decir para comenzar, que el libro constituye un muy importante y logrado esfuerzo de selección y de sistematización de las ideas sobre el desarrollo argentino expresadas en numerosos soportes: libros, revistas, actas de congresos y foros de debate, tesis, documentos partidarios, de organizaciones empresarias, memorias y escritos producidos por las agencias involucradas en la cuestión industrial en Argentina. Esto es abordado en un período de tiempo prolongado, entre el inicio de la guerra y la última dictadura militar, que los autores denominan el “corto siglo xx fabril”, caracterizado por el momento en que surgió y se desarrolló un pensamiento económico propio sobre las perspectivas y las limitaciones de la industrialización.

Creo que el libro repara en autores conocidos, muy citados y en un sentido referentes del tema de la industria y el desarrollo en Argentina: Federico Pinedo, Raúl Prebisch, Adolfo Dorfman, un conjunto de “grandes nombres”. Pero lo que me parece interesante del libro es que recupera tantos otros autores mucho menos citados, mucho menos recordados por sus intervenciones en los debates sobre la industria a lo largo de la historia argentina. Y ahí considero que el libro se bifurca en múltiples senderos. Hay algo que tiene la lectura del libro que es que toma tantos atajos, va tomando tantos caminos, que la verdad por un lado, lo convierte en un libro muy rico, y por otro lado lo convierte en un libro que va a recibir críticas de muy distintos lugares. El libro se va bifurcando y va llevando por senderos que uno no necesariamente espera. Que tiene que ver con los caminos que ellos mismos siguieron, buscando publicaciones, centros de estudios, intelectuales, que en todo caso sirven para abonar los argumentos que están queriendo sostener en los distintos capítulos. Pero que justamente al no haber quedado adscriptos a esas figuras centrales del pensamiento sobre el desarrollismo de la industria, me parece que enriquece y complejiza, y a mí, como esto es una mesa de debate y vamos a comenzar a debatir, lo que Andrés piensa como tensión yo lo pienso como un aporte. Uno a veces le reclama a la historia de las ideas anclaje en los contextos históricos, las ideas no navegan en un universo separado, desgajado de su contexto de producción.

Entonces para mí el libro tiene estas dos cuestiones. Es un libro sobre las ideas y su aplicación, sobre ideas y políticas en contexto. Esto puede estar mejor logrado en algunos pasajes, a lo mejor hay más de políticas en algunos sitios, pero lo rescato porque lo rescato en general en la producción sobre historia de las ideas o historia intelectual. Justamente, el esfuerzo que ellos hacen es leer las ideas a la luz de las políticas aplicadas en Argentina para el sector industrial, y jugando con esta mirada de ideas que representan la base de las políticas, pero también políticas que van a tener una formulación teórica posterior. Yo recordaba el viejo planteo de Carlos Vilas cuando trabaja el populismo, y habla de práctica sin conciencia y conciencia sin práctica.[2] Este juego de momentos en el cual, los autores plantean que en algún punto las ideas preceden, y en otras las formulaciones pareciera que vienen después. Y esto tiene la historia argentina que se ve reflejado en el libro de Marcelo y Juan. Obviamente la posibilidad de los autores de hacer pie al mismo tiempo en ideas y políticas tiene que ver con un recorrido previo de investigación de ambos, al que se refería Andrés. Porque el libro en sí mismo trabajando ideas en un siglo, “corto siglo” pero que es largo, es toda una empresa que tiene que ver justamente con todo este bagaje de investigaciones previas.

La última cuestión general que quiero plantear está relacionada con las maneras en que el libro se preocupa por mostrar las fluidas circulaciones y pasajes entre el mundo intelectual, el mundo empresario, y el de los funcionarios: intelectuales, expertos, empresarios, líderes políticos, cruzando sus propias veredas. En la lectura completa del texto aparecen autores en diferentes capítulos (que uno puede seguir muy fácilmente desde el índice alfabético), que invitan a una lectura transversal, a transitar los recorridos intelectuales a lo largo del tiempo, esto me parece muy interesante. Permite ver a los distintos intelectuales interviniendo en los debates en contextos modificados que a su vez condicionan las agendas, los temas, los enfoques. En otros términos, es posible ver cómo algunos de ellos van releyendo los procesos a la luz de los enfoques predominantes que son también posibilidades de explicar mejor, para quienes además proponen políticas, agregan temas, aportan énfasis. Es el caso de Ferrer por ejemplo, que a principios de la década de 1970 está tomando ideas más dependentistas. Celso Furtado hace un camino muy parecido en Brasil. Colaborador de la cepal y uno de sus referentes, en los textos de mediados de la década de 1960 ya claramente está más identificado con las teorías de la dependencia, desde su inicial matriz en el estructuralismo. A mí esto me parece interesante para ver cómo los autores van tomando temas que tiene que ver con los debates sobre la industria en diferentes coyunturas. Por ejemplo, la cuestión científica y tecnológica para citar a Aldo Ferrer. Ferrer dice cosas interesantes, como por ejemplo algo así como que ampliar la autonomía científica y tecnológica puede permitir torcer el brazo a la dependencia. Dice no considerar en una estrategia de desarrollo la cuestión científica y tecnológica “es como pretender representar Hamlet sin el Príncipe de Dinamarca”. Ahí hay un énfasis que no estaba presente en el período previo, y lo interesante es como ellos hacen dialogar a Aldo Ferrer en este nuevo contexto con otra cantidad de intelectuales que también están preocupados por esta cuestión.

A mí me parece que el libro ancla en la forma de pensar la historia intelectual hoy. Los autores prefieren hablar de historia social de las ideas, pero pareciera ser una historia intelectual que dialoga con la historia económica, con la economía, y que tiene que ver justamente con estas cuestiones: ideas en contexto, grandes y pequeñas obras intelectuales, problemas de circulación, de recepción de ideas. En algunos lugares hay, más claramente una preocupación por pensar las ideas económicas en relación con las políticas, siempre considerando lo que significan en diferentes contextos. Bien propio de una historia intelectual que no piensa las ideas como algo separado y lejano de la estructura y de las prácticas. Hasta aquí las ideas más generales sobre el libro.

Voy a plantear ahora un par de cuestiones específicas: la primera, en todo el libro aparece la articulación entre economía y política; pensamiento o ideas y política; no políticas, sino que voy a hablar ahora en singular, que tiene que ver con cómo en contextos políticos determinados los autores son leídos y percibidos. Y pensaba en el caso de Raúl Presbich, pero posiblemente se pueda pensar en otra cantidad de autores, o cómo queda el radicalismo en el momento del Plan Pinedo, como un conjunto de momentos en los cuales, Marcelo y Juan plantean el atravesamiento de los debates políticos condicionando el universo de las ideas. Y el modo en que estos individuos van a quedar situados ante determinados bandos políticos más allá de sus interpretaciones en el terreno de las ideas. Para aclarar: a mí siempre me pareció paradigmático el caso de Presbich porque uno lee sus intervenciones para la Alianza para el Progreso, sus escritos de la cepal en relación a la industrialización, con esa verdadera obsesión por la industrialización en países que estaban muy por detrás en América Latina, la articulación con la reforma agraria, y mira a Presbich actuando en la Libertadora, y el debate sobre el Informe Preliminar de fines de 1955, la polémica que genera lo dejan vinculado a las políticas de estabilización y ajuste, al incremento de la productividad, al achicamiento del Estado, digo cómo su antiperonismo lleva a que el debate quede vinculado a la cuestión de si la crisis era estructural o no. Y ahí está Arturo Jauretche diciendo: “No puede ser estructural”. Y en definitiva lo que hay ahí es una lectura sobre el Peronismo y una crítica a su política económica. En Argentina pareciera que Presbich ha quedado más vinculado a esas políticas, que a lo que representa a nivel latinoamericano. En síntesis, un Prebisch abanderado del industrialismo como salida al atraso latinoamericano, en Argentina queda asociado al ajuste y la estabilización. Leía en otro lugar, que lo convocan a una mesa redonda después de la reunión de la Alianza para el Progreso donde se da a conocer la Carta de Punta del Este, donde él dice: Todo lo que ahora acá se plantea como una novedad, los latinoamericanos lo venimos planteando desde hace tiempo, ahora el peligro es que lo quieran hacer parecer, dice él, un aporte de los Estados Unidos. Porque eso puede generar protestas que nosotros no queremos que se generen. Hay algo que tiene que ver con el “pensamiento propiamente latinoamericano”, Presbich está diciendo ahí “no hace falta que venga la Alianza para el Progreso y de cuenta de la necesidad de modernizar las estructuras, acá hubo un proceso previo de maduración de estos problemas.[3] Esto es algo que se puede ver acá pero también se puede reconocer en otros momentos a lo largo del libro, donde Marcelo y Juan plantean cómo la política “se cuela” en esas ideas económicas.

La otra cuestión es que estamos en la casa de los trabajadores y de la izquierda y voy a decir algo sobre las posturas de la izquierda. Le decía a Marcelo que no hace mucho, leía algunos autores que recordaban, frente a la aparición de un conjunto de liderazgos en América Latina que abrazan el neo-extractivismo como solución para el problema de la distribución del ingreso, que la izquierda latinoamericana históricamente había sido industrialista, la izquierda argentina en este caso. Entonces, leyendo el libro esta afirmación cobra fuerza. Los autores los colocan “en los márgenes”, donde incluyen a los liberales y a la izquierda. Los liberales pueden estar en los márgenes pero la izquierda me parece que no. La izquierda ha podido participar de ese debate, ha estado preocupada por el tema, ha aportado a ese debate (tanto la izquierda comunista, maoísta, trotskista, etc.) la mirada sobre los actores, sobre todo la preocupación por pensar, caracterizar el rol de las fracciones burguesas, más que incluso de los trabajadores. Eso atraviesa todo el libro, especialmente en los años 1960 y 1970 cómo van siguiendo la manera en que determinados autores miran a la burguesía nacional, a las fracciones medias, a las fracciones del capital monopolista. Esto es interesante también porque hay tantas figuras -bifurcaciones-, está Silvio Fondizi, está Marcos Kaplan, está Milcíades Peña, está Puiggrós, está Jaime Fuchs, están también Oscar Braun, Mónica Peralta Ramos, un rosarino: Samuel Gorbán que se doctoró en 1950 no en Buenos Aires, sino en Rosario. Además un economista que tuvo mucho que ver con el interior, con Rosario, con Bahía Blanca, que le comentaba a Marcelo que está muy bueno que se recupere y se cite, aunque indudablemente el análisis está desbalanceado en relación a otros intelectuales, que es Horacio Ciafardini, que es un economista vinculado al maoísmo, que lo detienen mientras está trabajando en el Consejo Federal de Inversiones, lo meten preso durante toda la dictadura, sale y se muere. La cárcel lo mata. Entonces Ciafardini, o “Ciafa” como lo nombrábamos nosotros cuando éramos jóvenes y lo leíamos siendo estudiantes en la Universidad, estaba muy presente porque él conformaba un equipo y había trabajado con Alejandro Rofman y otros, en un equipo que produjo estudios regionales. Los pocos análisis que hay sobre la estructura económica industrial rosarina, están encarados por este grupo, que además es muy interesante porque pertenecen al mundo intelectual de la izquierda, pero trabajan o están vinculados con organismos públicos del gobierno militar ente 1969 y 1971, a nivel del Municipio. Ellos son los que idean todo un tema de planificación industrial en el “Área Metropolitana Gran Rosario” y la organización a la que están vinculados se llama Prefectura Gran Rosario, un nombre feo, pero la Prefectura del Gran Rosario lo que hacía era estudiar, diagnosticar e intervenir con políticas. Y hay cuadernos de trabajo, papers, que la verdad, habría que digitalizar y subir en algún momento porque no son de fácil acceso. Y bueno, en el libro encontramos a Ciafardini, como seguramente todos ustedes, que van a leer el libro, se van a encontrar con referentes que, lejos de encontrarse en los márgenes en el sentido que lo planteaba antes, aportaron. Tiene que ver con usinas de ideas, que no solo se van a construir en Rosario, sino en otras ciudades del país y del interior.

Dos cosas más. Una: como esto es una mesa de debate, tengo una pregunta, un comentario. Uno termina el capítulo de los “Años dorados”, que es uno de los capítulos más importantes, medulares del texto, y el otro que sigue se llama: “La suerte está echada. Hacia el fin del consenso industrialista: 1970-1980” ¿Ustedes dónde pondrían a los dependentistas? Yo los pondría en los años dorados, y ellos los pusieron en el capítulo siguiente, y yo pregunto, digo, ¿No habría que pensar que los aportes de los dependentistas formaron parte de los años dorados? Depende de cómo uno piense los años dorados, pero acá, claro, hay una periodización que está en la base de la caracterización. Los años dorados cortan en 1969. El dependentismo estaría más bien vinculado en la Argentina por lo menos a principios de los setenta. Bueno, y ahí me parece que sería importante incorporar los debates que plantean los dependentistas con el estructuralismo cepalino, con el desarrollismo, que tiene que ver con la Revolución Cubana, que tiene que ver con el desengaño ante la evidencia de que el desarrollo no trae esas soluciones que había prometido. Me parece que los dependentistas están repensando desde otra perspectiva el industrialismo, no están promoviendo otra cosa. Digamos que advierten sobre la posibilidad de superar las limitaciones, incluso plantean que esto no es posible en el marco del sistema capitalista, en algunos casos, en sectores más radicalizados de la teoría de la dependencia, pero como dice Fernanda Beigel, hay “teorías de la dependencia” y múltiples planteos al respecto.[4] Digo, esto es algo que me gustaría conversar. Yo hubiera esperado el dependentismo en los años dorados.

Y lo último que quiero plantear, de nuevo ya que estamos en el Centro de los trabajadores y la izquierda, que la otra cuestión que a mí me gustó ver y encontrar fue a la cgt promoviendo conferencias sobre la economía argentina, puntualmente en 1963, invitando, convocando a intelectuales de distintos marcos políticos, muy variados, a debatir cuestiones justamente de la industria y el desarrollo, y de los cambios estructurales. La cepal y la dependencia hablaban de cambios estructurales. No necesariamente significaban lo mismo, pero la cgt también lo mencionaba. En el Congreso Normalizador de 1963 planteaban la necesidad de realizar cambios estructurales y decían desde reforma agraria, anulación de los contratos petroleros, transformaciones democráticas, reforma económica y social, un conjunto de reivindicaciones que son las que van a representar la base del plan de lucha del período 1963-1965. Lo que es interesante es que ese ciclo de conferencias sabemos por Gabriela Scodeller que forman parte de un momento en que la cgt está muy preocupada por la formación sindical y forma los líderes sindicales en sociología, economía, en desarrollo económico, etc.[5] Me parece muy interesante esta punta que aparece acá, después vuelve a aparecer la cgt interesada en 1973 con José Ber Gelbard, pero ese es otro momento. Insisto, es importante porque la cgt está formando cuadros en el mismo momento en que el plan de lucha incluye hasta ocupaciones fabriles.

Yo dejaría acá, busqué realizar un planteo general y señalar algunas cuestiones puntuales y dejarlas planteadas para el debate. Muchas gracias.

 

Fernando Rocchi (utdt)

 

Ahora me toca a mí. Este libro me encantó, aprendí mucho y voy a tratar de explicarles por qué. Pero en primer lugar quiero agradecerle a Marcelo que me dio la oportunidad de presentar este libro excelente, en este lugar tan lindo. Lo conozco hace mucho tiempo y me da mucha alegría, lo leo todo lo que puedo, pero es difícil seguirlo a Marcelo. Escribe mucho, y al escribir mucho se necesita perseverancia, paciencia, pero para escribir buenas cosas se necesita algo más. Se necesita talento, y cuando se combinan esas dos cosas, bueno, tiene estos resultados.

El libro de Marcelo y de Juan, es como ellos dicen una historia social de las ideas. Voy a decir con una anécdota lo que no es. Una anécdota en que un profesor, tomando un café, me dijo: “¿Viste esto que le llaman historia intelectual ahora, y que en mi época se llamaba historia de las ideas?, bueno, van a una librería de viejos, se compran las obras completas de un autor, y entonces no van al archivo y encima el editor les hizo la selección”. Bueno, este libro es exactamente lo opuesto. Es un trabajo de lectura muy impresionante de consulta. Es impresionante la cantidad de fuentes primarias con que trabaja este libro, esta historia social de las ideas. Es una conjunción entre tres aspectos: una teoría económica, y no solo de los grandes pensadores, sí aparecen los grandes de afuera: John Keynes; sí los grandes de acá: Raúl Prebisch o Alejandro Bunge, pero también aparecen los chicos: este hombre rumano que fue tan importante. Teorías económicas: grandes y pequeñas teorías; política económica: cómo se instrumenta y contexto histórico. Esto se maneja en tres dimensiones, en tres perspectivas excelentes, donde se muestra en el libro cómo los que piensan en Argentina, los que actúan esas políticas públicas en Argentina adoptan y adaptan estas teorías. Las adaptan. De hecho esto es importantísimo en el libro. Yo tengo citas para leer, así uno ve cómo se van produciendo nuevas teorías sobre la marcha, y acá dice en la página xvii: “el pensamiento económico nacional no se construye en el espejo de las sociedades desarrolladas, sino en el tamiz de la dinámica social política y cultural interna de cada país”. En este sentido, el libro permite distinguir las particularidades que adoptó el pensamiento económico de Argentina, en un contexto en que las preocupaciones por el desarrollo y la industria eran compartidas en otros ámbitos nacionales, y particularmente en el espacio latinoamericano. Está muy bien, acá aparece un pensamiento económico muy poco lineal, confuso, muy contradictorio. Se toman políticas públicas con increíble escasez de información. Y no solamente escasez sino con información deficiente. Me hace acordar mucho a Herbert Simon en la teoría de administración y economía en la idea de racionalidad limitada.

Y entonces se va desarrollando un industrialismo de manera lenta, con transiciones: hay gente que piensa así, otra que no, y bueno, es todo un conjunto como es la historia. Sabemos los que hacemos historia que el industrialismo se va conformando de manera lenta, con idas y venidas, y que cuando llega a su pináculo se desmorona. Eso es lo más interesante, es decir, la mentalidad industrial se construye de a saltos. Y acá hay una cita de la página 4 de este libro, que habla de la década de 1940, donde dice: “en este tránsito hacia la consolidación hegemónica, el industrialismo se concentraría más en los instrumentos destinados a promover el desarrollo de manufacturas que en legitimar un proceso que cobraba cada vez más certezas.” ¿Entonces para convencer a más gente en un proyecto, hay que poner políticas públicas, o mejor no hagamos tanto discurso hegemónico porque cuando uno hace un discurso hay que lograrlo y cuesta mucho? Entonces para convencer a más gente por qué no hacemos una cosa más vaga, tipo la ideología radical o la ideología peronista, que han sido muy exitosas en nuestro país. Y se va desarrollando esto como en un abanico, que va de la derecha al centro, a la izquierda. Aparece un industrialismo que se nota que es un pequeño grupo con un industrialismo muy poco definido al principio, se van uniendo grupos, sectores, partes, se van uniendo fracciones de partidos como pasa aún con el discurso industrialista. Es un gran proceso, es un gran libro de historia en ese sentido. Y me pareció muy buena la estructura.

Leyendo a este último Premio Nobel de economía, que hace economía del comportamiento, dice que generalmente cuando uno lee un buen artículo o un buen libro las introducciones están muy bien pensadas y las conclusiones son chiquitas, cortas, inclusive hay gente que se las quiere sacar de encima, así que ponen: “a modo de conclusión”. En este libro, ¡Las conclusiones están muy bien! Tienen peso, el entusiasmo de la conclusión me llama la atención. Las conclusiones en el 99% de los casos tienen una falta de entusiasmo impresionante, son débiles. No es el caso de este libro, donde las conclusiones son muy buenas, muy fuertes. De hecho, les acabo de leer una frase de la conclusión.

Entonces acá, lo que quiero decir, es que no hicimos una división de trabajo al estilo Adam Smith pero me parece que algo tenemos. Y hemos logrado una especie de síntesis, porque para muchos economistas en los siglos xix y xx había una unión muy fuerte entre Adam Smith y Marx por el tema de las medidas de trabajo.

En el primer capítulo; Post bellum, aparece un incipiente industrialismo que la verdad que la palabra industria es para lo que ahora está tan de moda como es la historia de los conceptos, porque industria, si se fijan en el diccionario de la Real Academia, es “toda actividad humana donde se adiciona valor”, también se usa en la industria cinematográfica, artística, cultural, hasta la industria pornográfica es una industria. Y en esta época la industria es tan confusa, no está claro ni siquiera qué es industria. Y esto lo presentan muy bien Marcelo y Juan. Esta gente tiene las ideas confusas porque el concepto es confuso. En latín industria significa hacer cosas. Pero lo que aparece en este capítulo es que la idea del industrialismo pega un salto en alguna gente, más allá del debate del proteccionismo del libre cambio. Este debate era viejísimo, de la época de Rosas, de José Chiaramonte de 1870, pero acá hay algo más, empieza a aparecer la idea de que la industria puede emplear gente, puede aparecer lo que va a ser la tragedia de la economía argentina, o una de las tragedias que es el mercado limitado, y que para la industria va a ser muy grave porque el agro tiene un mercado limitado y el ejemplo fue el comercio del trigo.

El segundo capítulo se llama “Post crisis”: me parece que es muy interesante como se va generando un consenso medio a martillazos, son gente que se enfrenta a situaciones y está todo el tiempo reconsiderando algo que apareció como una teoría. Creo que en este capítulo, después de la crisis de 1930, aparece muy bien lo que decía al principio: adaptar y adoptar, por ejemplo John Keynes. Está muy bien Raúl Prebisch, le encanta Keynes, cuando lo lee en The Times cuando se va allá, sobre todo en el tema de que hay que gastar, hay que hacer rutas, hay que hacer obras públicas. Pero después cuando lee la Teoría General no le gusta, porque lo que está teorizando Keynes es que el déficit presupuestario es teóricamente una de las razones del crecimiento, y que como bien señalan Marcelo y Juan, Prebisch detestaba esta idea de déficit y de inflación.

Tercer capítulo: In bello et post-bellum: Acá quiero decir una cosa muy interesante que tiene que ver con la periodización del libro. Es una periodización muy original, así como el tema es original, la historia de las ideas, yo no leí otro libro de América Latina de historia de las ideas, de la industria como parte de la economía. Y es que siempre que se lee un libro de historia tiene que haber un paréntesis. Si leo un libro que dice Revolución Francesa 1789-1793, no incluye a Napoleón, pero si el libro dice 1789-1815 sí lo incluye. Si dice 1750-1815, está diciendo que en el Antiguo Régimen ya había cosas de la Revolución Francesa. Entonces, hay que fijarse porque ahí ya nos está indicando parte de la hipótesis del autor.

En el peronismo aparece un industrialismo más acabado. El Plan Pinedo es uno de los casos donde más claramente se muestra ese abanico tan grande, aparecen los industriales, los importadores, los comerciantes, los partidos políticos. Aparecen los actores. Hay una cita de Hortensio Quijano que era un radical y después fue vicepresidente de Perón; la cita de Quijano dice, junto con otros dos radicales: “Podrán caerse las chimeneas, pero mientras el campo produzca y exporte, el país seguirá comprando lo que necesite seguramente a precio inferior que el determinado por la aduana para favorecer intereses creados”. Los autores dicen que el radicalismo está muy dividido en torno al tema industrial. Esta es una idea clara de defender al agro. Se puede caer una chimenea, pero no importa mientras podamos exportar.

Aparece muy bien la izquierda, y dado que estamos en este lugar tan lindo, aparece el Partido Socialista con una muy compleja relación con la política económica, porque ellos privilegiaron por lo menos hasta fines de la década de 1930 ser un partido del consumidor, lo que los llevó a que no tuvieran éxito fuera de la General Paz. Porque quién iba a votar un partido antiproteccionista en Tucumán, Salta, Mendoza, Jujuy, San Juan.

Y el cambio que aparece con esa figura de Franklin Roosvelt, es que empieza a aparecer la idea del empleo. Si bien, Manuel Ugarte ya decía algo antes, el Partido Socialista empieza a ver ya en el Plan Pinedo, que quizás el empleo es más importante que el costo de vida. Y es muy importante como lo tratan Marcelo y Juan. Aparece el Partido Comunista y es librecambista, y ¿cómo no va a ser librecambista si lo que quiere es que baje el costo de vida? Es uno de los tantos ejemplos, hay muchos. Después nos presentan este Peronismo con unos primeros años en términos industriales muy moderados, de hecho habla de avances moderados hasta el año 1949. No hay tanto desarrollo industrial como se cree. Más bien es en la industria liviana, hasta que aparecen nuevos peligros.

El capítulo IV, “El capital extranjero como respuesta a la restricción externa”, abarca el período 1950-1962: segunda parte del peronismo, la “Revolución Libertadora” y el gobierno de Arturo Frondizi. Está muy bien cómo encuentran las raíces del desarrollismo en el peronismo. Como todos sabemos hasta 1949 todo era una fiesta, pero después hay una crisis en el sector externo, y una respuesta es: bueno, ¿qué hacemos? En el libro se presenta muy bien, cómo una primera respuesta es el Estado amparando las inversiones extranjeras. Hay una idea en el segundo Plan Quinquenal y la productividad. Perón cae en 1955, pero la idea sigue girando, el desarrollismo está, está ahí.

Sigue después con la Libertadora, el Informe de Prebisch es una muestra de esto. Como decía Silvia, este es el Prebisch latinoamericano, a pesar de que lo hace para un gobierno dictatorial (nunca había tenido Prebisch demasiado problema para eso). Claramente Frondizi profundiza el desarrollo, pero es un proceso que se da con el peronismo. Se rescatan figuras como el brigadier San Martín que fue gobernador de Córdoba. No es de las figuras más conocidas de la economía, pero es clave, fíjense que el tipo logra que Córdoba se transforme de una provincia agraria, muy atrasada, en un centro industrial. Y de nuevo ahí: abanico de diferentes posiciones frente al desarrollismo. Va desde Walt Rostow, un tipo que fue de una importancia enorme entre los que hacían política económica en Argentina. Rostow tiene un libro que se llama Un manifiesto no comunista, porque la idea del desarrollismo es: nos podemos desarrollar inclusive pareciéndonos a los países más adelantados terminando con el colonialismo interno a través del capitalismo. El desarrollismo no es una ruptura del capitalismo, es una profundización del mismo. Y entonces aparece esta visión trotskista, que es complicada porque el marxismo tiene esa fascinación por la modernidad de los empresarios a la vez que son los explotadores. Hay una fascinación por los empresarios porque estamos más cerca de la Revolución. Son los modernizadores, el capital extranjero no es malo, hay imperialismo pero son los tipos que traen nuevas técnicas, la modernización.

“Los años dorados”, de 1963 a 1969. Yo creo que ahí es muy interesante, coincidiendo con Silvia, es que los muestra claramente como años de desilusiones. En los años dorados existe la desilusión del desarrollismo, que presenta un problema: cuellos de botella constantes en la cuenta corriente. Se producen autos acá, dejamos de importarlos, pero hay que importar cualquier cantidad de acero para hacer los autos. Se produce acero, pero hay que importar máquinas para producir el acero. Es imposible. Hay problemas de cuentas corrientes que no se resuelven, y esto es visto como algo grave, una desilusión. ¿Dónde está la solución?, dicen los autores: en la exportación industrial. Es interesantísimo el debate que se hace en el Instituto Torcuato Di Tella en 1966. Hay que exportar, ¿Qué exportar? ¿Industria liviana? ¿Mano de obra intensiva? ¿Qué pasa con los salarios? Tenemos salarios reales altos. ¿Livianas o pesadas? Y esto me hace acordar a la discusión de caramelos o acero en la época de José Martínez de Hoz. Acá aparece claramente este eterno problema que les decía de un mercado interno chico que no puede absorber a la producción industrial. Y se presenta un tema clave que es la cuestión tecnológica, con la cual termina el capítulo. Ustedes saben, la productividad del agro en la década de 1960 hasta ahora crece muchísimo y la industrial va para abajo, es terrible. Tenemos una mano de obra, que a pesar de que no lo crean, es cara pero muy poco productiva. Los industriales pueden tener la salida represora de bajar los sueldos o tecnificarse más, por alguna razón no se tecnifica este país. Fíjense la diferencia que hay entre el inta y el inti. El inta tiene un desarrollo impresionante: nuevas cepas, el azúcar ahora es competitivo, y el inti… La industria argentina es mala, cara, diseño soviético, no sale de eso. Y aparece una cuestión que es la crítica desde los márgenes. Desde la derecha, el liberalismo que se presenta como una bomba potencial, todavía no importa pero está latente el peligro. Ellos piensan en otra cosa: el problema grande es la inflación. Si llega a haber inflación, esta gente va a tener éxito.

Y llegamos así al último capítulo: “La suerte está echada. El fin del consenso industrialista”. Esto me hace acordar a cuando Edward Gibbon dice “el Imperio Romano no murió de muerte natural sino que lo mataron”, ¿se acuerdan? Parece el que desarrollismo no murió de muerte natural, lo mataron. Y ahí me parece muy interesante cómo Marcelo y Juan cortan. Hay un período de un verano económico y también de crecimiento económico de 1965 a 1975, que es un momento muy similar al de los países más avanzados que se corta, ¿Por qué? Creo que hay cuestiones políticas, pero eso ya es otro debate. ¿Por qué la Argentina pasa del verano al invierno? Porque todo el mundo después de la crisis de 1973 estuvo peor, ¿Pero por qué no pasamos al otoño y terminamos en el invierno? El único país que tuvo un crecimiento tan bajo o de decrecimiento desde 1975 hasta el año 2000 en adelante fueron Argentina y el Líbano. Pero el Líbano tuvo una guerra civil. Hay un desequilibrio económico argentino que se agrava enormemente. Hasta 1975 no estábamos tan mal. Con respecto a lo que decía Silvia, a mí me parece muy bien que Marcelo y Juan ubiquen en este capítulo al dependentismo, porque me parece que en esta muerte del desarrollismo el asesino más conocido es el liberalismo de derecha. Y lo marcan bien los autores, ahora la inflación ha sido un problema, la Argentina tenía memoria inflacionaria, pero en 1974-1975, la gente estaba aterrada, la inflación ha sido muy grave en términos del tejido social. Esto es un poco más conocido, lo otro no. Yo creo que el otro asesino fue la izquierda. El desarrollismo decía: salimos del subdesarrollo a través del capitalismo; el dependentismo dice: no salimos. No salimos hasta que venga la Revolución, entonces el desarrollismo no sirve para nada. Hay dos personajes, Eduardo Jorge (Gerardo Duejo) que es fundamental, sostiene que no se sale del subdesarrollo a través del capitalismo, entonces el desarrollismo deja de ser interesante para la derecha, deja de ser interesante para la izquierda… deja de ser interesante. Después tenemos la tragedia, el programa económico de la dictadura que genera esta visión de tirar al desarrollismo por la borda. No es lo que hace Brasil, no es lo que hace México. Cambia la idea del desarrollismo pero mantienen algunos aspectos. Algunos son nostálgicos del desarrollismo y la verdad es que hay razones para serlo.

El último capítulo es esta buena conclusión, que se llama “El corto siglo xx”. Esta idea de corto siglo xx que está muy bien también. Ustedes saben que el concepto del corto siglo xx es de un historiador económico, un húngaro, Iván Berend que en el año 1989 estaba por subirse a un avión para dar una conferencia en Yakarta y tiene que cambiar… ha caído el muro de Berlín, el tipo es marxista. Y en la conferencia de Yakarta dice: el siglo xx ha sido un siglo corto. Ha comenzado con la Primera Guerra Mundial y ha terminado con la caída del Muro de Berlín. Esto lo toma Eric Hobsbawm y lo desarrolla mucho mejor. En suma, está muy bien el libro y felicito a los autores.

Marcelo Rougier (uba-conicet)

 

En principio quiero agradecer mucho a Hernán Camarero por haberme invitado a acercarme a este espacio, porque me parece que hay muchas cosas en común para discutir, para pensar… Con Silvia hablábamos de los estudios de las empresas, de la industria y lo poco que miramos al movimiento obrero los que trabajamos al sector industrial. Y también en el plano de las ideas, efectivamente.

Bueno, en primer lugar, recupero lo que decía Andrés. En la introducción nosotros planteamos como surgió la idea a partir de nuestra propia práctica de investigación, en la introducción utilizamos una expresión de Michel Vovelle de ir “del sótano al granero”, pero no en una visión escindida de las ideas respecto a la estructura o respecto a las posibilidades de aplicación de políticas económicas. Eso que Andrés plantea como tensión (aunque Silvia ya le respondió) entre ideas y políticas quizás es más claro en el contexto de los primeros capítulos que en los capítulos posteriores. Y ello es así porque como decía Joseph Love, la industrialización fue primero un hecho, después una política y finalmente una teoría. Y aquí lo que sucede en el transcurso de estas décadas es que esas ideas se van transformando cada vez más claramente en políticas. Y a nosotros nos interesaba ello en particular, y esto también tiene que ver con nuestra propia práctica o antecedentes de nuestra investigación, vincular las ideas con las políticas; y ese es el eje finalmente de la propuesta metodológica que es muy sui generis. Creo (y me da un poco de pudor plantearlo yo) que es muy original en ese sentido, porque no hay trabajos que puedan servir como modelo para pensar el problema desde esta lógica. Están los estudios sobre pensamiento económico, o sobre ideas que no se vinculan con la estructura y las políticas, y me parece que aquí hay un esfuerzo importante, que después lo tratamos de teorizar en la introducción, de relacionar esas ideas con los contextos, con las políticas económicas, y con las ideas que venían del exterior, con su adaptación. Y vemos el surgimiento de un pensamiento propio, algo que marcó Fernando, un pensamiento original, más allá de las adaptaciones y modificaciones. Y que se va construyendo sobre la marcha.

Por eso en la justificación metodológica de lo que hicimos en realidad está la cuestión cronológica. La base cronológica para nosotros es fundamental. No podemos pensar de igual manera las ideas de, por ejemplo, Aldo Ferrer en los cincuenta o en los sesenta. O de Adolfo Dorfman en los treinta o en los sesentas, o en el 2001 cuando escribió su último trabajo sobre la industria. Tratamos de poner a los autores discutiendo con el contexto, con otros autores, con las políticas económicas que se aplicaban en ese momento. No resultó fácil el modo de ensamblarlo muchas veces pero tratamos de respetar esa secuencia cronológica dentro de un marco de periodización que ha sido ya señalado por los comentaristas. Y dónde diría que hay dos grandes momentos de fuerte discusión sobre la cohesión industrial: uno es a fines de la década de 1930 en el contexto de la Guerra, cuando los contemporáneos dan por sentado que la industria ya es un hecho, y hay que discutir claramente políticas, y donde se transforman precisamente esas ideas en políticas industriales. Es una discusión que está sesgada en parte hacia los ingenieros, hacia los militares, y menos a los economistas, ya que todavía no hay un campo de profesionalización de los economistas, que viene mucho tiempo después, y es una discusión previa al peronismo. En realidad lo sorprendente es que durante el peronismo parecen discutirse poco las ideas sobre la industria. Hay aplicación de políticas industriales en todo caso, generadas en el contexto previo, y yo diría que, como Fernando lo señalaba, la crisis del sector externo es la que obliga a repensar y a definir políticas industriales a partir de 1949, que dicho sea de paso, además supone el espacio temporal más largo adentro del peronismo, entre 1949 y 1955 pero que ya está dominada por la problemática de la restricción del sector externo.

Y el otro gran momento que deja una marca, el espacio que le dedica a un proceso del capítulo se divide en dos partes, que cada uno es el de la década de 1960, el de los años dorados donde se discute fuertemente la estrategia hasta ese momento desarrollada, la isi, que algún autor va a decir que tiene ya un hálito rancio, o que ya está agotada, que están discutiendo cosas del pasado... Y esto es muy interesante para las discusiones o debates posteriores que instalaron la leyenda negra sobre la industrialización, ¿no? Esta idea que la industria estaba agotada y en realidad bueno, se murió por su propio peso. Me parece que también Fernando rescataba esta idea que también los contemporáneos lo señalan de las políticas brutales anti-industrialistas y de algún modo la vuelta a la discusión en términos de las ventajas comparativas. De reposicionar ventajas comparativas en Argentina que es lo que está en discusión desde 1914 hasta 1980, y eso de algún modo justifica ese espacio temporal, ese “corto siglo xx fabril”. Pero decía, el contexto de los años sesenta es el otro gran debate. Esta industrialización está agotada, está fallida, tiene problemas de productividad, problemas de escala, etc. y se genera ese consenso en torno a la exportación industrial. Y este consenso se va construyendo en el contexto de los años sesenta a la par que se va transformando la estructura industrial y las exportaciones manufactureras son cada vez más, una realidad, van cobrando significación, van en paralelo y se transforman en políticas. Todos estos intelectuales que discuten, como Aldo Ferrer, Marcelo Diamand, Carlos Moyano Llerena, Guido Di Tella, con la “honrosa excepción” como dice alguna publicación de la época, de Rogelio Frigerio, todos apoyan el plan de Adalbert Kriger Vasena del año 1967 que supone una búsqueda de mayor eficiencia del sector industrial y de las exportaciones manufactureras. Y esas son de algún modo las posiciones hegemónicas o que adquieren hegemonía en el período, hay otras pero están en los márgenes. Las ideas liberales, de la derecha, y las ideas de la izquierda están en los márgenes. Las posiciones de la derecha están más latentes y son utilizadas, en todo caso, por referentes como Julio Alsogaray o José Martínez de Hoz en los momentos de ajuste macroeconómico; esas ideas que están latentes van a cobrar fuerza cuando se produzca de algún modo este cambio de paradigma o cambio estructural a partir de 1976.

Ahora retomo lo que plantea Fernando, ese debate de los años sesenta es un gran debate, de una sofisticación, de una riqueza que no existe en otro país de América Latina, al menos de lo que pudimos rastrear con Juan, con un pensamiento otra vez, muy propio, muy local, con distintas alternativas para seguir avanzando en la profundización de la industrialización. Ninguno de estos exponentes dice: “desechemos la industria”; todos proponen que hay que seguir profundizando y mejorando la industrialización. Es más, todavía a principios de la década de 1970 varios autores plantean “bueno, la industria ya está”, “esto ya no se discute más”. No hay que discutir la industria sí o no, la industria ya está, lo que tenemos que buscar es la forma de mejorarla. Y ahí está ese famoso texto de Richard Mallon y Juan Sourrouille que plantea: “salvo que venga una dictadura militar, muy represiva y muy liberal” la industria está destinada a quedarse… pero el problema es que lo escribieron y alguien lo leyó...

Hay un consenso de que la industria está instalada y lo que hay que hacer es mejorarla. Ahora ese consenso está vinculado a la mejor forma de resolver los problemas de la economía argentina en su conjunto y de la industria en particular a través de la exportación industrial, y con los matices, las alternativas, etc. Para responder el comentario de Silvia, de ese consenso no participan los dependentistas, sí participan en la discusión del sector externo pero sobre todo de la crítica, que también tiene esa discusión de los sesenta del capital extranjero, y del alto grado de extranjerización de la economía argentina y en el problema tecnológico. Entonces, por qué está anudado al capítulo siguiente. Primero porque si no, se hubiera hecho un capítulo enorme. Pero porque ese discurso que aparece en los márgenes dependentistas y que le asigna un rol significativo e importante al Estado para apoyar al capital nacional, para enfrentarse al capital extranjero, pensando otra vez en los actores, es el que va a tomar el peronismo de 1973.

El peronismo de 1973 en el Plan Trienal recoge en parte la isi: más isi porque si distribuimos vamos a seguir mejorando el ingreso y vamos a seguir desarrollando algunas actividades vinculadas al mercado interno, pero también suma la exportación industrial. En el Plan Trienal, claramente se plantea la necesidad de impulsar las exportaciones industriales, y a la vez otorgar al Estado un papel fundamental en su apoyo al capital local para enfrentar al capital extranjero. La izquierda dinamita este proyecto porque esto no conduce al socialismo, va a la genuflexión más temprano que tarde frente al capital extranjero. Y entonces es por eso que de algún modo se anuda el dependentismo que tiene expresión a fines de los años sesenta, es muy tardía en el caso de la Argentina, y que se mantiene en la década de 1970 en los textos de Oscar Braun, Mónica Peralta Ramos, o Víctor Testa, que escribió un texto en el año 1975 pero que había escrito otro antes bajo el nombre verdadero de Jorge Schvarzer. Pero además titulamos el capítulo “hacia el fin del consenso”, tampoco pusimos: el fin del consenso, igual es una construcción, o parte de un proceso que va a terminar en 1980. ¿Por qué? Porque ahí está claramente donde va cobrando más fuerza las posiciones de la derecha, las posiciones liberales ya muy remozadas respecto a las posiciones liberales tradicionales, y aparecen nuevos centros de pensamiento que son mucho más anti-intervencionistas que anti-industrialistas Al menos en el discurso. O de las trabas o las demoras que la intervención del Estado genera y que finalmente va a llevar a la aplicación de políticas vinculadas al Rodrigazo, aunque es otro grupo y a políticas de la dictadura militar.

Lo que me parece es que en definitiva la discusión, otra vez voy a justificar el corte temporal pero ahora desde otro plano, la discusión que viene después no es un debate estratégico, ya no se discuten estrategias de desarrollo como en las décadas previas, en realidad desde 1914 hasta 1980, de una economía mucho más cerrada, con un contexto internacional también diferente, sino que lo que se va a discutir es básicamente la coyuntura, resolver los problemas de corto plazo vinculados a los problemas de la deuda externa, el déficit fiscal y la inflación. Entonces, los economistas pasan a discutir en gran medida estos problemas y se abandonan así, aquellos otros que parecían centrales. No voy a decir que hay una relación de causalidad entre la escasez del debate intelectual y el declive del sector industrial. Pero hay una relación ahora negativa, entre la ausencia y debilidad del debate sobre la industria como motor del desarrollo económico y la dinámica del sector industrial que pierde peso dentro de la estructura productiva. Pero además, aparecen cambios en el campo intelectual, por ejemplo Guido Di Tella, un ferviente industrialista en el debate de los años 1960, en la década de 1990 afirma que la mejor política industrial es no tener ninguna. Hay una transformación de muchos intelectuales. Otros enmudecen impávidos frente a los cambios que se van haciendo estructurales y son permeables a las explicaciones simplistas. Es increíble como desaparece ese debate tan rico de la década de 1960 y aparecen en su reemplazo explicaciones esquemáticas, simplistas, muchas basadas en el Consenso de Washington, a la vez que se instala la leyenda negra sobre la isi. Y esa degradación del debate se ve también en los espacios de pensamiento, en las universidades, donde la política de la dictadura evidentemente no fue inocua. Y los centros de pensamiento, sólo quedaron vinculados a las estructuras de poder corporativo.

 

Martín Schorr (idaes/conicet)

 

El último libro de Marcelo Rougier y Juan Odisio es el resultado de un trabajo de investigación de largo alcance sumamente metódico y riguroso. En esta oportunidad, los autores, dos referentes ineludibles para todos aquellos interesados en la historia económica e industrial de la Argentina, sistematizan y analizan una cantidad abrumadora de fuentes con el objetivo de reconstruir el derrotero de las ideas sobre el desarrollo nacional, en particular las asociadas con el sector manufacturero.

De una obra tan grande, no sólo por la cantidad de páginas que contiene, resulta imposible hacer una reseña que la englobe en su totalidad. De allí que hayamos optado por focalizarnos en algunas lecciones que el repaso por el “siglo corto fabril” (1914-1980) arroja para pensar la situación actual, las perspectivas y sobre todo los desafíos de cara a la necesaria reindustrialización del país.

Se trata de una cuestión por demás relevante, toda vez que desde hace unos años el centro de la escena ha sido hegemonizado nuevamente por los sectores que postulan que la mejor especialización productiva posible pasa por el aprovechamiento de las ventajas comparativas existentes, con el consiguiente lugar relegado que se les confiere a las producciones industriales. En rigor, a casi la totalidad, salvo las abocadas al procesamiento de materias primas agropecuarias y otros commodities, así como a algunos nichos específicos ligados a una inserción pasiva y subordinada dentro de las llamadas “cadenas globales de valor”.[6]

 

Primera lección: los intelectuales como hombres de acción y la necesidad de contar con esquemas analíticos ad hoc

 

A lo largo del libro el lector encontrará ampliamente documentadas las reflexiones y los aportes de destacados pensadores de la temática económica e industrial. Un aspecto distintivo de las trayectorias biográficas analizadas es que se trata de intelectuales que realizaron contribuciones importantes al pensamiento socio-económico. Pero también, y de manera decisiva, que en general fueron verdaderos hombres de acción plenamente comprometidos con su tiempo histórico y las discusiones estratégicas asociadas. Desde diferentes lugares del espectro político-ideológico, y a título ilustrativo, se pueden traer a colación los casos de Manuel Ugarte, Alejandro Bunge, Federico Pinedo, Raúl Prebisch, Adolfo Dorfman, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Enrique Mosconi, Manuel Savio, Aldo Ferrer, Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio, Carlos Moyano Llerena, Guido Di Tella, Marcelo Diamand, Jorge Sábato, Milcíades Peña, Oscar Braun y Horacio Ciafardini.[7]

Además del involucramiento activo de estos intelectuales en distintos tramos del “siglo corto fabril”, otra cuestión a resaltar es que, con sus más y sus menos, la gran mayoría de los autores recuperados por Rougier y Odisio buscó pensar y problematizar la industrialización desde y para la Argentina. En efecto, sea por convicción genuina o por simple pragmatismo, muchos de ellos revisaron críticamente los corpus teóricos existentes y, en no pocas ocasiones, elaboraron marcos conceptuales y referencias analíticas propias. Ello, incluso, dejando de lado esquemas teóricos muy en boga en los claustros académicos y de definición de políticas públicas, y siempre en procura de dar cuenta del complejo, dinámico y conflictivo mundo real de la economía y la industria nacional en los cambiantes escenarios internacionales.

Al respecto, cabe citar una de las tantas reflexiones de Diamand que se vuelcan en el libro. Allí, el ingeniero advertía muchos años antes de que lo hicieran autores que hoy son recuperados por diversos sectores heterodoxos lo siguiente: “el desarrollo industrial de países como la Argentina significa un abandono deliberado de las ventajas comparativas, la creación de un desequilibrio dentro de la estructura productiva y la promoción del crecimiento industrial, o sea la promoción del crecimiento del sector de una productividad relativa menor… el proceso de industrialización implicaba, en sus comienzos, un apartamiento del esquema clásico de las ventajas comparativas. Ese era el camino que habían seguido las naciones industrializadas, aunque una vez que habían entrado al club de los poderosos se volvieron acérrimos defensores del librecambio”.

Y también las de un pensador como Di Tella, quien provenía de un espacio ideológico distinto, pero que también argumentaba a favor de la necesidad de descartar, al menos en parte, la teoría tradicional de la división internacional del trabajo: “creemos que la forma en la cual se la ha aplicado, ha sido incorrecta. Para determinar la ventaja comparativa de un país, debemos considerar la proporción en la que se pueden combinar las adiciones de tierra, trabajo y capital; debemos tener en cuenta el argumento de la industria infantil; debemos incorporar la inestabilidad de las economías especializadas…; debemos prestarle atención a los costos de reasignar recursos, una vez que han sido efectuadas las inversiones; debemos pensar el rol de la industria para generar empleo; debemos tener en cuenta el deterioro en los términos del intercambio; y debemos tener en cuenta la existencia de economías y deseconomías externas”.

 

Segunda lección: la estrecha relación existente entre el desarrollo industrial y la distribución (progresiva) del ingreso

 

No casualmente, muchos de los intelectuales cuyo pensamiento se recupera en el libro fueron muy enfáticos a la hora de destacar la importancia que asume la redistribución progresiva del ingreso en el afianzamiento del proceso de industrialización de un país con las características económicas, sociales, políticas y demográficas de la Argentina.

¿Por qué? Porque en su mirada la existencia de estándares de vida relativamente elevados y una matriz distributiva equitativa viabilizan la existencia de un mercado interno con una importante masa de consumidores e incrementos de productividad, además de economías de escala y elevados niveles de calidad, lo que contribuye a la competitividad de las industrias locales, tanto las ligadas al mercado interno como las de exportación.

Así, la cuestión de la redistribución progresiva del ingreso debería ocupar un lugar protagónico en cualquier estrategia económica e industrial. En última instancia, ello no haría más que reflejar la estrecha relación existente entre la distribución del ingreso y el desarrollo socio-económico, donde las desigualdades crecientes (como es el caso de la Argentina) constituyen uno de sus principales obstáculos. Como lo muestra la experiencia histórica de muchas naciones, existe escasa relación positiva entre una regresiva pauta distributiva, la generación de ahorro, la inversión en los sectores productores de bienes y el desarrollo de las fuerzas productivas. Por el contrario, en los países en los que se manifiestan las mayores desigualdades, la propensión a ahorrar e invertir tiende a ser mucho más baja que la que se da en aquéllos con un reparto más equitativo del ingreso.

Ciertamente, tanto la tasa como el nivel del ahorro y la inversión no son independientes de las perspectivas y las potencialidades de los distintos mercados. Por su parte, estas últimas dependen del perfil de la demanda global y su nivel y grado de diversificación, aspectos íntimamente vinculados con la distribución del ingreso. Así, la marginación de una fracción importante de la población de una serie de consumos atenta contra las posibilidades de ampliar y diversificar la capacidad productiva local.

Dada la elevada elasticidad-ingreso de la demanda de buena parte de los bienes industriales, la redistribución progresiva de los recursos asume una gravitación especial en todo proceso de industrialización. Mucho se ha insistido sobre las restricciones que impone al desarrollo fabril el limitado tamaño de los mercados domésticos, en especial para aquellas actividades productivas con exigencias de escala. El que se adjudique al reducido tamaño del mercado interno la principal restricción a la incorporación de economías de escala y de tecnologías de avanzada, sólo puede ser interpretado como consecuencia directa de la existencia de profundas desigualdades de ingreso que no sólo limitan las potencialidades globales de la demanda interna sino también las que podrían surgir de su ampliación y diversificación. Bajo dicho marco, la incorporación de nuevos estratos de la población al consumo de manufacturas a raíz de la redistribución progresiva del ingreso constituye un fuerte impulso a todo proceso de industrialización y desarrollo en su sentido más abarcativo. La misma posibilitaría el acceso a superiores escalas de producción en muchos rubros fabriles y también tendería a dinamizar al conjunto de las industrias tradicionales, generando a la vez una expansión de la demanda de productos intermedios y de bienes de capital, cuya producción pasaría a resultar factible y rentable ante la ampliación de los mercados.

De modo que la reducción de consumos suntuarios y la generalizada difusión de otros requerimientos de consumo, o sea la conformación de una nueva estructura de la demanda interna, junto con diversos mecanismos que compatibilicen la redistribución del ingreso con el crecimiento económico, coadyuvarían a impulsar modificaciones en el perfil y la capacidad productiva de la industria argentina; alteraciones que naturalmente deberían ser complementadas y reforzadas mediante un conjunto consistente de políticas industriales activas, selectivas, coordinadas y sostenidas en el tiempo.

Sobre estas cuestiones, vale traer a colación un señalamiento de Dorfman que se vuelca en el libro: “aun en las etapas iniciales del desarrollo económico y social de un país, existen mercados ya constituidos para los artículos más esenciales de alimentación, vestido y habitación de las poblaciones. Por supuesto que, mientras prevalezcan los bajos niveles de consumo, no podrá pasarse a etapas superiores y más diversificadas de la demanda. Para ello se necesita no sólo el aumento absoluto en el nivel medio del ingreso por habitante, sino también, y muy fundamentalmente, una distribución progresiva del mismo, de modo tal que permita la aparición y consolidación de un abanico de demandas diversificadas. Como factor de estímulo para que nuevas implantaciones industriales puedan responder con mejores perspectivas a la estructura cambiante de la demanda efectiva interna, es fundamental que la redistribución progresiva del ingreso tenga cierta estabilidad, que no se vea afectada desfavorablemente en forma oscilante por la inflación o por medidas deliberadas que tiendan a deprimir nuevamente ese nivel, comprimiendo para abajo las nacientes diferenciaciones en las escalas del ingreso”.

En una línea argumentativa similar se destacan los argumentos de Ferrer en relación con los principales obstáculos para el logro del desarrollo económico en los países periféricos: “las dificultades existentes para crear un mercado de masas derivadas de las fuertes desigualdades de la estructura distributiva del ingreso, que mantienen sumamente estrecho el mercado de los bienes de consumo popular y en consecuencia, impide recoger los beneficios de la producción en gran escala en esas actividades y desalienta la inversión en las mismas. La expansión del mercado interno solo podrá lograrse mediante un aumento de la productividad y una equitativa distribución de los mayores ingresos creados y no solo a través de la redistribución del ingreso”.

Finalmente, por su relación con los planteamientos de Dorfman y Ferrer y con algunas discusiones del presente, cabe resaltar las advertencias que realizaba Braun a comienzos de los años 1970: “En una economía volcada al mercado interno una estrategia que implique la superexplotación encuentra su límite específicamente económico en la estrechez de la demanda interna generada por el permanente deterioro del salario real. En una economía cuyo objetivo sea la producción para el mercado externo el límite no será la estrechez del mercado, sino que este vendrá dado por un enfrentamiento explosivo de clases que el estancamiento del salario real y los demás efectos del proceso racionalizador inevitablemente generan”.

 

Tercera lección: la economía política del desarrollo industrial

 

A juicio de quien escribe esta reseña, uno de los pasajes más apasionantes de “Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos” es cuando sus autores se adentran en los acalorados debates sobre las alternativas existentes para afianzar el proceso de industrialización, sobre todo los que tuvieron lugar en el transcurso de las décadas de 1950 y 1960 y a principios del decenio de 1970.

A pesar de las múltiples diferencias existentes, que son debidamente identificadas, la mayoría de los intelectuales reconocía que hasta allí se había logrado avanzar bastante en términos de densidad industrial, pero que era necesario “pisar el acelerador” para darle mayor sostenibilidad al proceso y sortear ciertas limitaciones estructurales. En ese marco, las discusiones se focalizaron centralmente en dos aspectos relacionados: la necesidad de fortalecer la sustitución de importaciones (dados los numerosos “casilleros vacíos” de la matriz productiva), así como la de sentar las bases para la paulatina redefinición del perfil de especialización exportadora del sector.

En la mirada de muchos de los pensadores estudiados, se trataba de una cuestión harto relevante. Ello, por cuanto la profundización de la industrialización en la línea señalada involucraba aspectos “técnicos” (qué políticas de fomento privilegiar, en qué ramas de actividad focalizar la asistencia, a qué actores beneficiar, de dónde extraer los recursos para financiar la estrategia, etc.). Pero además porque se trataba de un desafío “político”: erosionar la centralidad estructural y el considerable poder de veto que detentaban y solían ejercer los grandes exportadores tradicionales en el marco de la estructura productiva desequilibrada y la dinámica cíclica que caracterizaban a la economía argentina.

En el contexto de la reestructuración regresiva industrial que se inicia con la última dictadura militar y dura hasta nuestros días, sumados los rasgos distintivos del capitalismo a escala global, esos viejos debates y desafíos revisten una actualidad manifiesta. En lo esencial, porque la estructura productiva está mucho más desequilibrada que en las postrimerías del “siglo corto fabril” (en lo cuantitativo y lo cualitativo), al tiempo que la dependencia externa se agudizó sobremanera, lo mismo que la centralidad estructural y la capacidad de veto de los principales proveedores de divisas, ante la irrupción de una serie de factores estructurales nuevos, entre los que sobresalen el endeudamiento externo, la fuga de capitales locales al exterior, la remisión de recursos por diferentes carriles que motoriza el capital extranjero predominante y los variados desequilibrios que se manifiestan en distintos sectores económicos (industria, energía, etc.). Así, en la medida en que se han “diversificado” los problemas externos de la Argentina, lo que impacta de modo recurrente sobre el ciclo económico (por lo general con un saldo regresivo sobre los ingresos y las condiciones de vida de los trabajadores), la reindustrialización sigue siendo un desafío de economía política de primer orden (tanto por la vía sustitutiva como por la de la modificación de un perfil exportador fuertemente anclado en el procesamiento de materias primas).

 

Cuarta lección: la pregunta por el sujeto histórico de la industrialización

 

Un último elemento que nos gustaría remarcar del libro remite al hecho de que, en el marco de las distintas caracterizaciones y las miradas sobre los “estilos de industrialización” a jerarquizar, la mayoría de los autores problematizó una cuestión para nada menor a la hora de discutir el desarrollo económico en general y el manufacturero en particular: la naturaleza de los actores que tendrían por función encabezar semejante tarea.

En este sentido, Rougier y Odisio identifican varias perspectivas, entre las que se destacan aquellas que postulaban que la profundización de la industrialización tenía que ser conducida por el capital extranjero (es el caso de las propuestas de Frigerio y Krieger Vasena: el primero con el “norte” puesto en la búsqueda de la autarquía con base en el mercado interno, el segundo más orientado a una redefinición de la canasta exportadora), las que señalaban que los actores dinámicos debían ser las grandes empresas y los grupos económicos nacionales (Di Tella) y las que esgrimían que el liderazgo del proceso tenía que recaer sobre el Estado y el capital nacional (Ferrer). Pero las fuentes sistematizadas por los autores arrojan luz sobre otro tipo de posturas, como las de Peña, Braun o Ciafardini, quienes, simplificando en extremo el argumento, remarcaban que en definitiva todos los caminos llevaban a reforzar la dependencia y que, en consecuencia, antes que debatir las opciones para la industrialización urgía poner en tensión las propias relaciones sociales de producción (no casualmente todos combinarían sus quehaceres académicos con una militancia muy activa en distintas vertientes de la izquierda revolucionaria).

Ahora bien, más allá de la variedad de enfoques y propuestas, al leer el libro queda claro que a inicios de la década de 1970 había entre los intelectuales bastante consenso sobre los límites de la industrialización realmente existente; sin embargo, en la mayoría de los casos primaba también una suerte de optimismo en cuanto a que esas restricciones podían ser superadas mediante un “salto” en el proceso de industrialización y no a instancias de retroceder varios pasos, como finalmente ocurriría con la reestructuración regresiva sectorial que sobrevendría a partir de 1976. En todo caso, las principales líneas de disenso involucraban varias de las cuestiones a las que se hizo referencia (orientación de la política económica e industrial, actores y sectores a promover, fuentes de financiamiento a priorizar, etcétera).

Al decir de los autores, con independencia “de las variaciones importantes que pudieran existir, no se planteaba abandonar el desarrollo industrial sino que se buscaba la manera de profundizarlo, convencidos que ello permitiría mantener y mejorar el crecimiento económico y la integración social… El notable grado de sofisticación y riqueza que alcanzaron esas propuestas revela la maduración y las potencialidades del propio sector industrial, de los innegables avances dentro de la estrategia más general de la isi, pero también de su transformación en un modelo diferente que contemplaba con fuerza la salida exportadora… La industrialización no había agotado su dinamismo”.

Se trata, sin duda, de una de las grandes contribuciones del libro que estamos reseñando, en la medida que ofrece evidencias y argumentos de peso para discutir con aquellos sectores (no sólo de la ortodoxia) que plantean que para mediados de los años 1970 la industrialización en la Argentina estaba agotada. Y que lo que en definitiva hicieron los militares y sus bases civiles de sustento fue avanzar en el cambio de un modelo económico agotado por otro alineado con las tendencias predominantes en el escenario global, soslayando u ocultando el sesgo clasista y profundamente regresivo del cambio estructural acaecido en la dinámica estructural del capitalismo local.

Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos” puede ser leído como un libro de historia económica en el que se aborda con lujo de detalle la evolución de las ideas sobre la problemática industrial en la Argentina al cabo del “siglo corto fabril”. Ello, merced a la sistematización y el análisis de un copioso acervo de fuentes primarias, del que se desprenden sólidos elementos de juicio que permiten llenar varios casilleros vacíos en la historiografía referida al tema. Pero adicionalmente, y a nuestro criterio de modo fundamental, puede y deber ser leído como una obra de la que surgen numerosas claves para pensar la manera de encarar los enormes, complejos y necesariamente conflictivos desafíos que tenemos por delante en lo que se refiere a la reindustrialización nacional. En tiempos en los que, una vez más, se están haciendo evidentes los límites económicos y sociales del modelo de las ventajas comparativas, la revisión del pasado que nos proponen Marcelo Rougier y Juan Odisio brinda muchas y muy sugerentes coordenadas para pensar la construcción de alternativas a corto y largo plazo.


 



[i] Nota del Editor: el viernes 6 de abril de 2018 se realizó en el Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (cehti) de la ciudad de Buenos Aires, una mesa-debate sobre el libro de Marcelo Rougier y Juan Odisio, “Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos”. Las ideas sobre el desarrollo nacional (1914-1980). La reunión fue coordinada por Hernán Camarero, director del cehti, y en orden de presentación, disertaron Andrés Regalsky, Silvia Simonassi y Fernando Rocchi. El evento finalizó con la participación de Marcelo Rougier.

Por otra parte, consideramos de interés la incorporación también de la exposición que Martín Schorr hizo del mismo libro al ser presentado en Resistencia, en la Escuela de Gobierno de Chaco, ya que su lectura más económica y sociológica planteó una perspectiva complementaria a la discusión suscitada por los historiadores en el cehti.

[2] Vilas, Carlos (1988), “El populismo latinoamericano: un enfoque estructural”, Desarrollo Económico, vol. 28, nro. 111, pp. 323-352.

[3] Prebisch, Raúl (1962), “Aspectos económicos de la Alianza”, en La Alianza para el Progreso. Problemas y perspectivas, México, Novaro.

[4] Beigel, Fernanda (2006), “Vida, muerte y resurrección de las “teorías de la dependencia”, en Crítica y teoría en el pensamiento social latinoamericano, Buenos Aires, clacso.

[5] Scodeller, Gabriela (2013), “El Instituto de Capacitación y Formación Social Sindical: una experiencia de formación político-sindical en un contexto de intensa conflictividad social (Argentina, 1963-1965)”, Mundos do Trabalho, vol. 5, nro. 9, pp. 239-258.

[6] Una expresión elocuente de este tipo de planteos se puede encontrar en un documento oficial reciente: Argentina 2030, Presidencia de la Nación, Jefatura de Gabinete de Ministros, Buenos Aires, 2017.

[7] Es interesante que un número considerable de los intelectuales que pensaron la cuestión industrial en la Argentina no tenía el título de grado de economista. Este aspecto no debería ser pasado por alto, sobre todo cuando existe a nivel académico y social una suerte de culto a los economistas que genera que las restantes ciencias sociales queden en los hechos bastante relegadas en los debates sobre un tema que por definición es de carácter interdisciplinario, como es el desarrollo económico e industrial. Sobre el particular, sugerimos consultar Heredia, Mariana (2015), Cuando los economistas alcanzaron el poder (o cómo se gestó la confianza de los expertos), Buenos Aires, Siglo xxi.