Osterhammel, Jürgen y Niels Petersson, Breve historia de la globalización: del 1500 a nuestros días. Buenos Aires: Siglo xxi, 2018

 

 

La versión original de Breve historia de la globalización: del 1500 a nuestros días se editó en el año 2003; sin embargo, quince años después, los autores consideraron que el contexto histórico en el cual se gestó la edición original difería significativamente. Luego de la crisis financiera de 2008 se intensificaron las dudas respecto de los beneficios a largo plazo de la globalización económica desregulada. En esta ocasión fueron los países desarrollados los que se enfrentaron a las consecuencias recesivas de mayor magnitud, reflejadas en el aumento del desempleo, en gran parte a causa de la deslocalización de la actividad industrial, y la desigualdad económica y social. Los problemas en la integración europea, la disputa comercial entre China y ee.uu., la intensificación de los problemas sociales, políticos y económicos en la periferia, el rol de los conglomerados masivos de comunicación y los preocupantes problemas ambientales -sin nombrar la actual pandemia- son algunos de los obstáculos que ponen en jaque a la “edad global” que se intentó instaurar a finales del siglo xx.

Este libro no sólo es sobre historia de la globalización sino que también presenta un esbozo analítico de las conexiones entre naciones y continentes a lo largo de la historia que permite evaluar la importancia de ellas, a la vez que propone un enfoque y una metodología que pueden ser de utilidad para interesados en la historia de la globalización desde distintos campos de investigación.

El primero de los capítulos se encarga del análisis del concepto de globalización y sus controversias, mientras que el segundo establece el marco teórico de la investigación, la cual comprende casi dos mil años de embestidas globalizadoras y desglobalizadoras, desarrollo divido en cuatro capítulos. El primero de ellos abarca la consolidación de los grandes imperios y sus redes comerciales hasta la segunda mitad xviii. El siguiente se centra en los procesos de integración mundial ocurridos entre 1750-1880, período en el cual, a partir de la seguidilla de revoluciones a ambos lados del Atlántico, se configuró el marco de relaciones internacionales de la modernidad y se intensificaron -de modo nunca antes ocurrido- las redes comerciales y financieras. En tercer lugar, desde la primera gran crisis económica en 1873, las redes globales se vieron desgastadas a causa de nuevas políticas comerciales, guerras y crisis económicas que, por primera vez, tuvieron escala planetaria, otorgándole un alcance político a la economía y por lo tanto, a la globalización. El último capítulo trata sobre el escenario global que surgió a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial y los cambios ocurridos hacia fines de la década de 1960 que, según la interpretación de los autores, cambiaron el rumbo de la globalización. El libro cierra con una conclusión de cara al cambio de siglo mientras que la edición de 2018 agrega un posfacio con una perspectiva actualizada.

Los autores comparan la globalización, entendida como un macroproceso del mundo moderno, con la modernización o industrialización, ya que estos procesos, con sus respectivos patrones temporales, se desarrollaron en el largo plazo y con formas e intensidades diferentes a nivel mundial. A partir de la década de 1990, el mundo se volvió más pequeño pero a la vez más grande debido a la mayor frontera de posibilidades en los mercados internacionales y a las innovaciones tecnológicas en el procesamiento de datos y las comunicaciones, dando como resultado una aceleración de las relaciones a escala mundial, sumándose al fin de la Guerra Fría. De aquí que el término “globalización” se difundiera ampliamente para darle nombre a una época, más allá de que los investigadores económicos -pioneros en la historia de la globalización según los autores- datan el fenómeno desde siglos anteriores. En efecto, el concepto globalización generó profundos parteaguas, reclutando filas de fieles seguidores y adversarios, como también sus escépticos.

Para desarrollar su investigación, los autores toman el enfoque elaborado por Castells (2005), en conjunto con el marco del sistema-mundial desarrollado por Wallerstein (2011). La sociedad red describe a la globalización como el surgimiento de una sociedad en donde la tecnología informática hace posible la organización de relaciones sociales con independencia del territorio. Esta visión - sostiene Castells- propone una era de la información establecida mediante una red horizontal que no diferencia entre centro y periferia, sino que la gran brecha de este mundo transcurre entre quienes están en red y quienes no lo están, es decir, se instala en el sentido de pertenencia. A partir de estos enfoques, Osterhammel y Petersson deciden explorar el proceso de globalización desde interacciones observables entre grupos e individuos. Al definir globalización como la construcción, concentración y creciente relevancia de la constitución de redes a escala mundial, el concepto ya no ofrece una descripción del mundo actual, es decir, ya no busca  llenar un vacío o darle simplemente nombre a una época, y por lo tanto se libera del sesgo estático y totalizador que frenó el desarrollo de una historia global.[1] La historia de la globalización, afirman Osterhammel y Petersson, no es más que la historia de la construcción de espacios a partir de interacciones orientadas en forma recíproca o unidireccionada.

En la Antigüedad y la Edad Media las principales fuerzas integradoras eran los imperios, las relaciones comerciales a distancia y las ecúmenes religiosas. Sin embargo, los autores reconocen que bajo el enfoque tomado un imperio no puede ser considerado una red dada su característica de federación forzosa centralizada. Aun así, destacan la expansión del islam por la costa de África del norte y al imperio mongol del siglo xiii como grandes impulsos globalizadores. En este período, la evidencia máxima de conexión continental se dio a partir de la propagación de la peste bubónica que, partiendo de su foco inicial en Asia Central, alcanzó en torno a las 1330 primeras grandes ciudades de China y en el transcurso de las siguientes dos décadas avanzó hasta Portugal, Marruecos y Yemen.[2]

Mientras que regiones del este asiático como la actual India, China y Japón permanecieron como culturas cerradas, el predominio otomano en torno al Mediterráneo incitó a Europa a dirigirse a ultramar. Los llamados imperios de la pólvora y sus espacios marítimos delimitaron las conexiones a escala internacional entre los siglos xvi y xviii. Entre las diversas fuerzas propulsoras e intereses hacia la integración, la más importante de todas fue el capitalismo comercial europeo occidental que hacía posible vínculos de pueblos de Angola con plantaciones de azúcar en Brasil y de éstas con salones de té europeos. Los autores reconocen que la primera red comercial -y si se quiere financiera- que llegó a abarcar el planeta entero fue la que se generó a partir de la plata obtenida en Hispanoamérica a la vez que también la migración transatlántica de esclavos fue un fenómeno que conformó redes de dimensiones e intensidades totalmente nuevas.

La industrialización del transporte y de las comunicaciones abrió un nuevo abanico de posibilidades que sólo un Estado nacional homogéneo, organizado de modo racional y en condiciones de defenderse estaba a la altura de poder aprovechar. Por su parte, los proyectos políticos de mediados de siglo xix -liberalismo y marxismo- fueron utopías globalizadoras, en las cuales los Estados asumían un rol secundario.[3] El imperialismo de libre comercio implementado por Inglaterra, afirman los autores, surgió como la primera tendencia hacia una unipolaridad cultural del mundo moderno e intentó imponer formas de trato internacionales “civilizadas” en todas sus colonias y zonas de influencia.

Esta etapa de libre comercio mostró el signo más infalible del estrechamiento de las relaciones económicas y financieras internacionales al ocurrir, por primera vez, un movimiento de coyuntura que se percibió a escala mundial como lo fue el crack bancario de Viena de 1873. Los primeros esbozos de un Estado intervencionista moderno que intentó darle un sentido nacional a la globalización por medio de políticas aduaneras y sociales significó la fusión entre economía y política y, posteriormente, la “politización de la globalidad” que se intensificó luego de la Primera Guerra Mundial.[4]

Durante el período de entreguerras, la recuperación del comercio internacional y la Sociedad de las Naciones, primera institución supranacional, fueron los impulsos globalizadores de la época, aunque estos se vieron fuertemente retraídos con la escalada de la crisis de 1929 y la Sociedad no pudo en la práctica cumplir sus objetivos, pues cualquier restricción a la soberanía nacional seguía siendo impensada. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial nuevamente fue posible la institucionalización de espacios de interacción supraestatales (Organización de las Naciones Unidas, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, gatt, entre otras), así como la homogeneización de las formas de producción y organización política en Occidente bajo el paradigma keynesiano y las bases del tratado de Bretton Woods. Como contracara, el surgimiento de la “cortina de hierro” en Europa, la revolución China, la guerra en Corea y el desmoronamiento de los imperios coloniales a partir de los movimientos independentistas en India, Paquistán, Argelia, Egipto y Vietnam determinaron los impulsos desglobalizadores resultantes de la guerra dando lugar a un nuevo escenario mundial.

En la inmediata posguerra, el gran boom económico fue también un boom globalizador en términos económicos y culturales al intensificarse los movimientos intercontinentales de capital, bienes y personas. En este escenario, la industria estadounidense pudo dar un nuevo impulso e imponer el “american way”. Entre las organizaciones que trascendieron las fronteras nacionales, las empresas privadas se consolidaron como las de mayor éxito y estabilidad. Hacia fines de los años sesenta el gobierno estadounidense apostó por una política de distensión en el marco de la Guerra Fría y, apuntando a un sistema multipolar similar al del siglo xix, se esforzó por encontrar en China un contrapeso a la urss, que en la década de 1970 comenzó una ofensiva estratégica expansionista.[5]

Las tendencias globalizadoras socioculturales avanzaron con gran velocidad en los años sesenta. Esta nueva modernidad global no se vio exenta de oposición y los reclamos por una mayor emancipación se hicieron escuchar a partir de llamados “movimientos del 68” como la denominada Primavera de Praga, el Mayo Francés o las protestas sociales en México durante los Juego Olímpicos de 1968. Durante la época del milagro económico del capitalismo, un medio como la televisión, bajo el control del poder consolidado, tuvo también efectos subversivos. Cambios culturales radicales también se presentaban en la música:

 

La música de entretenimiento se convierte en la expresión simbólica de la protesta contra la política del establishment estadounidense a escala mundial […]. En los años sesenta la canción pop se convirtió en una forma de expresión consagrada de manera global, en un bien de consumo comercializado también a escala global y en un medio de protesta contra la sociedad de mercado (pág. 123)

 

Al decretarse la inconvertibilidad del patrón dólar-oro en 1971, la globalización financiera tomó un nuevo impulso. En esta misma década la revolución informática y de las comunicaciones facilitó la integración de los sistemas y mercados financieros. Paulatinamente, la sustitución del paradigma keynesiano dio lugar a un estilo de globalización neoliberal centrada en la desregulación indiscriminada. La última década del siglo xx contó con grandes sucesos globalizadores, de integración económica y de intensificación de las redes financieras, abandonando definitivamente la visión de mundo bipolar. La desintegración de la urss dio lugar a una nueva gran potencia; la integración europea bajo un mercado único tomó forma con el Tratado de Maastricht en 1991 y el ascenso económico de China se cristalizó en 2001 cuando ingresó a la Organización Mundial de Comercio. Sin embargo, la crisis económica mundial de 2008 puso en jaque al paradigma de la globalización neoliberal provocando una crisis de legitimación política-económica, un aumento de las barreras proteccionistas y de los sentimientos nacionalistas, principalmente en los países donde los daños derivados de una integración subordinada a la economía mundial se hacían evidentes, perdurando incluso hasta la actualidad.

Por último, en el posfacio de la última edición, los autores afirman que mediante su investigación ofrecen una herramienta útil para comprender los efectos de la globalización antes que las causas, ya que a pesar de la tendencia actual de los países a aislarse, los problemas a escala global continúan surgiendo y sólo serán resueltos mediante la cooperación, fruto de la solidaridad o el pragmatismo, en un escenario donde los problemas y desafíos globales (o soluciones globales, resaltan los autores) llegaron para quedarse.

 

 

Federico Ghibaudo

Centro de Estudios de Historia Económica Argentina y Latinoamericana (ceheal),

Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (fce-uba)

feghibaudo@gmail.com

 

 

Bibliografía

 

Castells, Manuel. La era de la información: economía, sociedad y cultura, vol. 1. México: Siglo xxi, 2005.

Wallerstein, Immanuel. El moderno Sistema mundial iii. La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista, 1730-1850. México: Siglo xxi, 2011.


 



[1] Osterhammel y Petersson señalan que es necesario también tener en cuenta las desventajas del enfoque de red, ya que éste puede inducir a aplanar procesos sociales en cuanto a su profundidad e intensidad, causando la imagen banal de que todo tiene que ver con todo (pág. 25).

[2] Los autores concluyen de esta forma que la primera calamidad a escala euroasiática se produjo debido a microbios y guerreros a caballo. A partir de aquí, las pandemias seguirán marcando los efectos negativos de la globalización, tal como ocurrió con las epidemias de viruela en América o, siglos después, en el marco de la Primera Guerra Mundial, la “gripe española” del año 1918, que causó más víctimas que toda la guerra.

[3] Los defensores del libre comercio tenían una visión de interacción planetaria libre de conflictos, que sería posible sólo si los Estados y los gobiernos se abstenían de intervenir en los acuerdos voluntarios entre individuos. Karl Marx también consideraba que el Estado y la política eran fenómenos secundarios, ya que creía que las únicas fuerzas que movían la historia eran aquellas propias del capitalismo, cada vez más global y con sus contradicciones internas, y la unión de los proletarios de todos los países en aras de la revolución mundial (pág. 65).

[4] El fin de la guerra trajo consigo también innovaciones que desembocaron en una ideologización de la política casi a escala a mundial. Una vez más, señalan Osterhammel y Petersson, los golpes al sistema capitalista provinieron desde su periferia. El leninismo -que bajo Stalin pasó de exportar la revolución a consolidar un socialismo nacional- y el fascismo diagramaron el nuevo sistema de relaciones internacionales en Europa. Por otro lado, durante la guerra, los gobiernos de los países beligerantes habían tomado el control sobre la producción, los precios y la moneda reconociendo un nuevo rol del Estado que, a partir de ahora, se consideraba responsable directo del bienestar, el crecimiento y el equilibrio de los intereses.

[5] Por otro parte, las décadas de 1960 y 1970 representaron un momento de auge para los países del Tercer Mundo y sus economías. Los movimientos revolucionarios en América Latina y las tensiones políticas en Asia ocuparon el centro de la escena internacional a la vez que los procesos de industrialización en Latinoamérica se fortalecían buscando un sendero de desarrollo económico independiente y de interés nacional.