Tres caminos de desindustrialización. Un análisis estilizado de los casos del Reino Unido, los Estados Unidos y la Argentina

 

Three Paths of Deindustrialization. A Stylized Analysis of the Cases of the United Kingdom, the United States and Argentina

 

 

Germán Herrera Bartisi

gherrerabartis@gmail.com

 

 

Resumen: Este trabajo realiza un análisis estilizado de las trayectorias de desindustrialización de los Estados Unidos, el Reino Unido y la Argentina. Asimismo, se utiliza una taxonomía propuesta por el economista Robert Rowthorn para caracterizar cada una de estas tres trayectorias en función de su articulación con la evolución de otras variables clave, tales como la actividad agregada, la productividad y el surgimiento de nuevos sectores dinámicos. El análisis sugiere que los Estados Unidos y el Reino Unido representan ejemplos de lo que la literatura ha de­nominado desindustrialización positiva, en el primer caso, producto de la propia ma­durez del pro­ceso de desarrollo económico y, en el segundo, como resultado de una re-especialización sectorial hacia servi­cios transables de alta productividad. En cambio, el recorrido de la Argentina ilustra un caso arquetípico de desindustrialización negativa, donde la involución del sector manufacturero fue paralela al deterioro integral de las principales variables económicas y sociales.

 

Palabras clave: Desindustrialización; Rowthorn; Argentina

 

 

Abstract: This article develops a stylized analysis of the deindustrialization paths of the United States, the United Kingdom, and Argentina. A categorization developed by the economist Robert Rowthorn is used to characte­rize each of these three paths based on the evolution of other key variables, such as the aggregate economic activity, productivity and the development of new dynamic economic sectors. The analysis suggests that the United States and the United Kingdom represent cases of what literature has called positive deindustrialization, in the US as a result of the very maturity of the economic development process and in the UK on the score of an economic re-specialization towards high-productivity tradable services. Argentina's path, on the other hand, illustrates an archetypal example of negative deindustrialization, where the downfall of manufacturing went along with a comprehensive worsening of key economic and social variables.

 

Keywords: Deindustrialization; Rowthorn; Argentina

 

 

Recibido: 6 de mayo de 2020

Aprobado: 28 de octubre de 2020


Introducción

 

Este trabajo realiza un análisis estilizado de los senderos de desindustrialización atravesados por las economías los Estados Unidos, el Reino Unido y la Argentina a partir de comienzos de la década de 1970 y hasta el año 2010. Dicho análisis no intenta reconstruir las diversas dimen­siones económicas y sociales de cada uno de los procesos sino que se limita a reali­zar una evaluación comparada de las trayectorias observadas por estos tres países en lo que a desin­dustrialización se refiere. Asimismo, apoyándonos en una taxonomía propuesta hace tres dé­cadas por el economista Robert Rowthorn (Rowthorn, 1986; Rowthorn y Wells, 1987) en su examen del caso británico, procuraremos caracterizar dichas trayectorias de desindus­trializa­ción en función de su articulación con otros aspectos distintivos de la trans­formación general de la economía, tales como la evolución del pbi, la productividad y el surgimiento de nuevos sectores dinámicos en materia de empleo, producción y exportacio­nes.

En principio, la elección de los tres países estudiados puede resultar extraña. Al inicio de la etapa considerada, el Reino Unido y los Estados Unidos integraban, medidos por su ingreso per cápita, el grupo de las quince economías más ricas del mundo, mientras que el ingreso medio de la Argentina era –en moneda homogénea– la mitad del norteame­ricano y un tercio más bajo que el británico. Si atendemos a los indicadores que dan cuenta del desarrollo productivo, las ca­pacidades tecnológicas o la participación en el comercio internacional, las distancias se acre­cientan aún más. Al fin y al cabo, el Reino Unido y los Estados Unidos fueron los intérpre­tes respectivos de la Primera y la Segunda Revolución Industrial y han constituido desde en­tonces dos potencias económicas de proyección e influencia global.

Sin embargo, pese a las evidentes disparidades, interpretamos que el ejercicio com­parativo que aquí se propone resulta acorde a la forma en que se desarrolló el debate sobre la desindustrialización durante los últimos cincuenta años (para una revisión de ese debate véase Tregenna, 2015; y Herrera Bartis, 2018). Mientras que la literatura pio­nera sobre el tema tuvo su origen en (y estaba dirigida a) las economías desarrolladas, sur­gieron recien­temente una serie de trabajos que revisaron el tópico de la desindustrializa­ción a fin de resaltar las hetero­geneidades entre los países que experimentaron el fenómeno en las últi­mas déca­das. Nuestro análisis, entonces, puede ser inscripto dentro de este conjunto nove­doso de es­tudios que se proponen contrastar las características y las consecuencias específi­cas de la desindustrialización en las economías atrasadas.

El artículo se organiza en cinco secciones, siendo esta introducción la primera de ellas. En la se­gunda se desarrolla una síntesis acerca del debate sobre la desindustrialización y se esquematizan tres modelos alternativos sobre sus posibles causas. La tercera sección pre­senta las trayectorias estilizadas de desindustrializa­ción observadas por los Estados Uni­dos, el Reino Unido y la Argentina y analiza el desem­peño económico agregado de cada una de estas economías. La sección cuarta estudia una serie de transformaciones adicionales en mate­ria sectorial que contribuyen a acentuar las diferencias en el tipo de desindustrializa­ción expe­rimentada por los tres países. La sección quinta resume las conclusiones acerca de los recorridos de desindustrialización analiza­dos.

 

 

 

Marco conceptual: ¿qué es la desindustrialización y por qué ocurre?

 

Origen del debate

El origen último del término desindustrialización es incierto. Uno de los primeros usos regis­trados de la expresión se remonta a la segunda posguerra mundial cuando Henry Morgenthau, comisionado por Roosvelt para diseñar las directrices del tratamiento econó­mico que debía dársele a Alemania tras el conflicto, se pronuncia por la necesidad de “desindustrializar la economía germana” y relocalizar sus fábricas en otras partes de Europa a fin de desarticular las capacidades alemanas en la industria pesada y, con ellas, las poten­ciales derivaciones hacia la industria bélica (Morgenthau, 1945: 16). Pero es recién a partir de los años 1970 cuando el uso de la expresión se extiende en el marco del debate sobre los cambios exhibidos por la industria de los Estados Unidos y Gran Bre­taña.

Los análisis precursores de la desindustrialización identifican de forma temprana la trayectoria declinante de la participación del empleo industrial en los Estados Unidos a favor del aumento de la ocupación en el sector de los servicios (Baumol, 1967; Fuchs, 1968). Es así como la desindustrialización –en lo que podríamos llamar un uso estrecho del término– fue primeramente definida como la reducción de la proporción que alcanza el empleo indus­trial en el empleo total de una economía. Sin embargo, rápidamente el uso del término ganó en generalidad y también comenzó a ser utilizado para hacer referen­cia a la con­tracción (relativa o absoluta) de la producción manufacturera o del número de em­presas in­dustriales, al ocaso de distintas ciudades afectadas por el cierre de sus principales fábricas, al incremento de la desocupación de la antigua mano de obra industrial, o a los des­balances co­merciales de las economías avanzadas frente a nuevos países exportadores de bienes in­dustriales y bajos niveles salariales. La aparición de algunos trabajos de divulgación de am­plia repercusión al ser publicados, como el de Bacon y Eltis (1978) en el Reino Unido y el de Bluestone y Harrison (1982) en los Estados Unidos, fue determinante a este res­pecto. De esta manera, resultó claro que el uso del término desindustrialización estaba atrave­sado por ciertas ambigüedades y problemas de interpretación (Cairncross, 1979: 5; Thirlwall, 1982: 22; Alford, 1997: 5). Por otra parte, además de los problemas propiamente definicio­nales de la expresión derivados de su uso indistinto en sentido estrecho o amplio, también fue claro que la desindustrialización constituía para algunos un fenómeno nocivo (Singh 1977; 1979; Cornwall, 1980; Thirlwall, 1982; Bazen y Thirlwall, “Why Manufacturing”, 1989; Bazen y Thirlwall, “Deindustrialization”. 1989; Kitson y Michie, 1996; 1997) mientras que para otras lecturas era un subpro­ducto normal derivado de la madurez económica (Lawrence 1983; Krugman, “Pop Internationalism”, 1996; Krugman, “Domestic distortion”, 1996; Krugman y Lawrence, 1994; Rowthorn y Ramaswamy, 1997; 1999).[1]

 

Causas alternativas de la desindustrialización: las tres tesis de Rowthorn

El economista de origen galés Robert Rowthorn, uno de los autores más prolíficos en el estudio del caso británico, aportó tempra­namente una clasificación relevante de las inter­pretaciones principales sobre la desindustriali­zación (Rowthorn, 1986; Rowthorn y Wells, 1987). Inicialmente, Rowthorn exploró distintas hipótesis alternativas sobre las causas po­sibles de la desindustrialización del Reino Unido (ibíd.). En sus trabajos posteriores, donde extiende su mirada a otras economías avanzadas, prevalece la interpretación del fenómeno como un resultado natural –no patológico– del proceso de desarrollo (Rowthorn y Ramaswamy, 1997; 1999; Rowthorn y Coutts, 2004). Pese a que en la interpretación de la desindustrialización que realiza en estos últimos trabajos se conjugan elementos multicau­sales, la fuerza más potente que identifica Rowthorn es la tendencia sostenida de la pro­ductividad del trabajo industrial a crecer por encima de la productividad en los servicios. A medida que transcurre el tiempo, y si la de­manda entre bienes industriales y servicios se expande en proporciones seme­jantes, el crecimiento dispar de la productividad del trabajo determinará un incremento de la proporción de trabajadores en las activida­des de servicios a expensas de los ocupados en la industria.[2] Sin embargo, lo que más nos in­teresa aquí del aporte de Rowthorn es su temprana taxono­mía sobre la desindustrialización a fin de utili­zarla en el análisis de las trayecto­rias estilizadas de los Estados Unidos, el Reino Unido y la Argentina durante los últimos cua­renta años.

Una primera diferenciación –simple pero muy relevante– permite distinguir entre un posible camino de desindustrialización positiva y otro de desindustrialización negativa (Rowthorn y Wells, 1987: 5 y 24; Bazen y Thirlwall, “Why Manufacturing”, 1989: 9). La primera vía implica un cambio es­tructural propio de la madurez de una economía: como consecuencia endógena de la mayor productividad laboral relativa de la industria, el empleo manufacturero verá reducida su parti­cipación en el total mientras que lo opuesto ocurrirá con el empleo en los servicios, sin que este cambio impida necesariamente el crecimiento agregado de la econo­mía ni genere mayor desempleo. La segunda vía, en cambio, implica un desequilibrio para la eco­nomía, expresado en un freno o caída de la actividad agregada y un aumento de la de­socupa­ción. Nótese que esta distinción básica propuesta por Rowthorn y Wells (1987), y en particular el concepto de desindustrialización negativa que introducen, anticipa los trabajos sobre la desindustrialización prematura que surgen en la literatura económica heterodoxa unas dos décadas después (Stein y Nissanke, 1999; unctad, 2003; 2016; unido, 2004; Palma, 2005; 2014; Dasgupta y Singh, 2006; Tregenna, 2009; 2011; 2013; 2015; Rodrik, 2015; Castillo y Martins Neto, 2016; Greenstein y Anderson, 2017).[3]

Rowthorn profundiza en esta categorización dicotómica y propone dos nuevas vías alternativas por las cuales una economía puede recorrer una trayectoria de desindustriali­zación positiva. La primera de ellas corresponde al caso de validez general referido previa­mente para una economía madura. La segunda alternativa, no excluyente con las fuerzas ac­tuantes en el caso anterior, implica un avance hacia una nueva especializa­ción sectorial, reconfiguración que no solo será visible en materia de empleo sino también a partir de otras variables económicas de desempeño. Así, se conforman tres posibles explica­ciones para dar cuenta de un mismo fenómeno observable (i.e. la caída relativa del empleo manu­facturero): la desindustrialización por madurez; la desin­dustrialización por re-especializa­ción sectorial; y la desindustrialización fallida o negativa (Rowthorn, 1986: 8 y ss.; Rowthorn y Wells, 1987: 212 y ss.).[4] A continuación, se desarrollan brevemente las caracte­rísticas de cada una de estas alternativas.

La desindustrialización por madurez asume que la estructura del empleo de un país que transita un camino de desarrollo sufre una serie de transformaciones secuenciales, pre­visibles y por completo normales. Si el punto de partida de una sociedad es lo suficiente­mente bajo como para presentar un ingreso medio próximo al nivel de subsistencia, el grueso del empleo se localizará en la agricultura. Así, el cambio más visible a medida que dicha economía se desarrolla será la reducción de la parti­cipación del empleo en el sector primario a favor del aumento del empleo en la industria y en los servicios. En un estadio intermedio de desarrollo, para cuya determinación cuantitativa no existe a priori una regla mecánica, el empleo relativo en la industria se estabiliza y la ocupación en el sector de los servicios solo puede continuar creciendo a expensas de una mayor reduc­ción de la ocupa­ción agrícola. Si el proceso de desarrollo prosigue su curso, el em­pleo relativo en la agri­cultura alcanza un mínimo y, a partir de allí, todo aumento en la fracción del empleo en los servicios deberá darse a expensas del empleo industrial. Bajo una mirada de largo plazo, entonces, la trayectoria del empleo industrial relativo (aunque no necesariamente en térmi­nos absolutos) seguirá la forma de una “U invertida”, sin que ello implique necesariamente una contracción o estancamiento del valor agregado industrial y, fundamentalmente, sin que el proceso derive en ninguna insuficiencia de la economía a nivel agregado.[5]

Una segunda explicación para dar cuenta de un proceso de desindustrialización posi­tiva se vincula con un cambio en la especialización sectorial que resulte ventajoso para la economía en cuestión. Este cambio puede responder al hallazgo de un recurso productivo hasta entonces inexistente (por caso, el descubri­miento de grandes reservas de hidrocarbu­ros, tal como sucedió en el Mar del Norte a fines de los años 1960), o ser el resultado exi­toso de políticas de promoción sectorial, u obedecer a alguna otra causa. En cualquier caso, la alteración en la especialización productiva requiere, para ser distinguida del caso general de desindustrialización por madurez, que una actividad específica (no industrial) muestre un conjunto de atributos competitivos virtuosos, como el aumento de su productividad, su valor agregado, o sus niveles de inversión. Una transformación exitosa en materia de espe­cializa­ción sectorial requiere también que las exportaciones netas de la actividad en cuestión sean suficientemente superavitarias como para contribuir a financiar las importaciones que el país necesite.[6] En sus escritos iniciales, Rowthorn entendía que, en cierta me­dida, este era el proceso seguido por la economía británica, lo cual implicaba una relec­tura –ya no trau­mática– de la desaparición de los superávits comerciales del sector indus­trial a partir de la década de 1970:

 

The deficit on non-manufacturing trade has disappeared and with it has gone the need for a huge surplus on manufacturing trade. Hence the deterioration in the man­ufacturing bal­ance. Britain is no longer a massive net exporter of manufactures be­cause she no longer needs to be, and industrial per­formance has only a marginal bearing on the matter. The marked decline in Britain's manufacturing surplus over the past thirty years is not a symp­tom of industrial failure, but is mainly a response to au­tonomous developments elsewhere in the economy. Autonomous developments in non-manufacturing trade have led to a new pattern of specialisation, a new role for Britain in the world economy (1986: 18).

 

Finalmente, se presenta la alternativa de una desindustrialización fallida o negativa. En un proceso de este tipo la economía no ofrece indicios de que la desin­dustrialización esté asociada a un cuadro de madurez eco­nómica ni a un cambio ventajoso en materia de especialización productiva y exportadora. Por el contrario, la caída en la ocupación del sector manufacturero (que puede ser no sola­mente relativa sino absoluta) responde a la incapacidad del sector industrial para desempeñarse adecuadamente bajo las condiciones vigentes (por caso, por insuficiencia de demanda). En un escena­rio tal, la contrac­ción de la industria no solo se ve reflejada en la caída de la participación de la ocupación sino también en el declive de la producción, el valor agre­gado, o el número de establecimientos indus­triales. Asimismo, la desindustrialización fallida afecta el desen­volvimiento de toda la eco­nomía. La fuerza de trabajo que expulsa la industria no logra incor­porarse a otras ramas de actividad, por lo que se observa un aumento del desempleo o del empleo precario. Al mismo tiempo, el es­perable deterioro en el intercambio comercial de bienes industriales (una de las facetas inevi­tables de la desindustrialización fallida) no logra ser compensado por la aparición de nuevos sectores dinámicos en materia exportadora, lo cual genera una presión sistemática sobre las cuentas externas y condiciona el proceso de crecimiento.

¿Cuál podría ser el origen de un fenómeno semejante? La desindustrialización nega­tiva puede obedecer a causas endó­genas o exógenas a la propia industria. Las primeras fue­ron invocadas en muchos análisis del caso británico que acentuaron la insuficiencia de in­versión e innovación tecnológica por parte de las empresas industriales (Singh, 1977; 1979; Freeman, 1979; Stout, 1979; Cornwall, 1980; Thirlwall, 1982; Bazen y Thirlwall, “Why Manufacturing”, 1989; Kitson y Michie, 1996, 1997). La desindustrialización negativa por causas exógenas –fun­damentalmente a partir de políticas de liberalización comercial y financiera en forma de shock– ha sido consi­derada por muchos autores el origen central del fenómeno de la desin­dustrialización prema­tura que afectó en los últimos años a diversas economías emergentes de África y América La­tina (Shafaeddin, 1995; 2005; Stein y Nissanke, 1999; Palma, 2005 y 2014; Dasgupta y Singh, 2006; Tregenna, 2013).[7]

 

Esquematización de las hipótesis de Rowthorn

Como es evidente, las tres hipótesis de desindustrialización presentadas conforman tipos ideales. Pue­de esperarse que, en los hechos, se presenten de forma parcial y combinada, dado que no resultan por completo excluyentes entre sí.[8] Sin embargo, entendemos que las hipótesis de Rowthorn componen modelos relevantes en términos conceptuales y que son ilustrativos de trayectorias efectivas de desindustria­lización. A continuación, esbozamos una representación esquemática de estas tres hipótesis a partir de la delineación estilizada de tres variables críticas: el empleo industrial como propor­ción del empleo total, el pbi per cápita del sector industrial y el pbi per cápita agregado (Gráfico 1).

 

Gráfico 1: Representación estilizada de tres tipos alternativos

de desindustrializa­ción

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a taxonomía de Rowthorn (1986) y Rowthorn y Wells (1987).

 

En las tres alternativas representadas, el empleo industrial en relación al empleo to­tal sigue el trazo de una “U invertida”, es decir, se advierte un proceso de desindustrializa­ción (en el sentido estrecho del término) a partir de un cierto punto en el tiempo, identifi­cado en el Gráfico 1 como t0. Sin embargo, las otras dos variables consideradas se comportan de forma desigual en cada uno de los casos.

En la primera alternativa, asociada a una desindustrialización por madurez, ni la evolución de la capacidad productiva de la industria (representada en la gráfica por el pbi industrial per cápita) ni la evolución de la actividad agregada (pbi per cápita) sufren un quiebre a partir del comienzo del proceso de desindustrialización. Puede detectarse una desaceleración de ambas variables en relación a la trayectoria previa, lo cual no representa una sorpresa –y tampoco necesariamente un problema– en una economía que ha superado un cierto umbral de desarrollo económico. Esperablemente, pese a que estas variables no están representadas, la tasa de desocupación o el em­pleo precario no sufren modificaciones sustanciales, como tampoco lo hace el resultado es­tructural de la balanza comercial externa.

La segunda alternativa representa la hipótesis de una re-especialización sectorial lo suficientemente pronunciada como para incidir en la trayectoria de la actividad industrial, variable que ingresa en una fase de fuerte desaceleración o estancamiento a partir de t0.[9] Sin embargo, por los mecanismos causales discutidos, la economía como un todo no evidencia dificultades de consideración. El pbi per cápita continúa creciendo –acaso, por lo mencio­nado para el caso anterior, a una tasa algo menos dinámica que en el sendero previo– y, presumiblemente, las variables clave del mercado de trabajo no muestran un deterioro es­tructural. Es esperable, asimismo, que la balanza comercial exhiba modificaciones de im­portancia en cuanto a su composición sectorial, pero sin que las mismas ocasionen un des­equilibrio agregado en el sector ex­terno de la economía.

Por su parte, la desindustrialización fallida es esquematizada a partir de un deterioro en la capacidad productiva de la industria que se hace extensivo al total de la economía. Como se dijo antes, vale tam­bién considerar una causalidad invertida: un shock económico agregado de gran magnitud impacta en el sector industrial y deteriora su desempeño. En cual­quier caso, como se ilustra en el Gráfico 1, a partir de un cierto punto identificable en el tiempo, tanto el pbi industrial como el pbi agregado entran en una fase tendencial de fuerte desaceleración, estan­camiento o, incluso, contracción. Previsiblemente, el freno de la activi­dad redundará en mayor desempleo y/o incremento del trabajo precario. Al mismo tiempo, dado que el declive de la producción industrial no ha sido compensado con el desarrollo exi­toso de otros sectores con suficiente capacidad exportadora, es esperable un escenario de deterioro en las cuentas ex­ternas.

En la sección siguiente utilizaremos las tres hipótesis de desindustrialización pre­sentadas con el objetivo de compararlas con las trayectorias estilizadas de los Estados Uni­dos, Gran Bretaña y la Argentina.

 

Senderos de desindustrialización comparados

 

Trayectoria de la industria y desempeño económico agregado

Las trayectorias de desindustrialización por empleo relativo en las tres economías que aquí se analizan comienzan a hacerse visibles entre principios o mediados de los años sesenta en la Ar­gentina y los Estados Unidos y los primeros años de la década de 1970 en el Reino Unido. Como se ob­serva en el Gráfico 2, el nivel de máxima participación del empleo industrial resultaba se­me­jante en los dos primeros casos –en un orden cercano al 25%– mientras que en la eco­nomía británica llegó a ubicarse en el 32% en el quinquenio 1960-64. Así, resulta claro que en los años en cuestión la industria manufacturera constituía un espacio relevante para la localización del empleo asalariado en los tres casos estudiados.

Sin embargo, si se atiende al nivel de ingreso medio alcanzado al momento de pro­ducirse el punto de giro de la industriali­zación por empleo relativo, las diferencias resultan ostensibles: cuando la caída del empleo industrial empieza a manifestarse en la Argentina, su pbi per cápita era un 40% y un 63% más bajo que el del Reino Unido y el de los Estados Unidos en sus respec­tivos puntos de inflexión (Gráfico 2). Tal divergencia no solamente da cuenta de los distin­tos niveles de madurez económica en términos agregados, sino que también resulta un buen indicador de las dispari­dades existentes en el propio sector indus­trial de los países en cuestión. En efecto, en 1970 el nivel de la productividad media por ocupado en la industria y el producto industrial per cápita en los tres países exhibían diver­gencias notables (Cuadro 1).

 

Cuadro 1: Indicadores seleccionados de desempeño y de nivel en la industria

manu­fac­turera de los Estados Unidos, el Reino Unido y la Argentina, 1950-1970

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database y un National Accounts Database.

 

Gráfico 2: Empleo industrial y pbi per cápita en Estados Unidos, Reino Unido y

Ar­gentina, 1950-2010

 

Fuente: Elaboración propia en base a Maddison Project Database y ggdc 10-Sector Database.

 

Al mismo tiempo, el Gráfico 2 permite observar el fuerte desequilibrio macroeco­nómico que acompaña a la trayectoria de desindustrialización de la Argentina tras el quin­quenio 1970-1974, donde la economía atraviesa tres décadas con un creci­miento virtualmente nulo en términos per cápita. Por su parte, el Reino Unido no exhibe una contracción se­mejante pero sí sufre una desaceleración del crecimiento del ingreso por habi­tante entre 1960-1964 (punto de inflexión de su trayectoria de desindustrialización por em­pleo) y 1980-1984. A partir de allí la economía británica retoma un camino de expansión. Finalmente, los Estados Unidos no exhiben una alteración visible de su tasa media de creci­miento econó­mico a partir del comienzo de su camino de desindustrialización por em­pleo en el quinque­nio de 1965-1969.

Los Gráficos 3, 4 y 5 permiten analizar con mayor detalle lo sucedido entre 1950 y 2010 en materia de desempeño industrial (no ya solo bajo la dimensión del empleo sectorial rela­tivo) y también en lo que atañe al desempeño económico agregado en cada uno de los países analizados. Se presentan allí las trayectorias efectivas de las tres variables estiliza­das en el Gráfico 1 de la sección anterior, es decir, el empleo industrial como proporción del total, el pbi indus­trial per cápita y el pbi agregado per cápita. Como se observa, las trayecto­rias se­guidas por los Estados Unidos, el Reino Unido y la Argentina en cada una de estas variables guardan un notable parecido con las tres hipótesis alternativas esquematizadas antes, esto es, la desindustrialización por madurez, por re-especializa­ción sectorial y la desindustrialización fallida.

 

Gráfico 3: Empleo industrial, pbi industrial per cápita y pbi per cápita en Esta­dos Unidos, 1950-2010

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database y us Bureau of Labor Statistics.

 

 

 

 

Gráfico 4: Empleo industrial, pbi industrial per cápita y pbi per cápita en Reino Unido, 1950-2010

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database y us Bureau of Labor Statistics.

 

Gráfico 5: Empleo industrial, pbi industrial per cápita y pbi per cápita en Argen­tina, 1950-2010

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database, moxlad e indec.

 

Como revela el Gráfico 3, tras permanecer relativamente estable entre fines de los años cincuenta y fines de los años sesenta en un nivel próximo al 23%, la participación del empleo in­dustrial en los Estados Unidos inicia una trayectoria descendente hasta alcanzar un mínimo inferior al 9% hacia el final de la serie analizada. Sin embargo, el pbi industrial per cápita –si bien exhibe vai­venes de corto plazo– sigue una trayectoria creciente, tendencia que no se interrumpe a lo largo de todo el período contemplado. La correlación entre el pbi per cá­pita industrial y el pbi per cápita total es sorprendentemente marcada a lo largo de los años sesenta años considerados e, incluso, si se dividen esas seis décadas en dos grandes etapas (esco­giendo, a fines comparativos, 1970 como punto de inflexión), la correlación entre ambas varia­bles tiende a acrecentarse en el segundo período (Cuadro 2). Asimismo, la trayectoria de expan­sión económica estadounidense es bastante estable. Como se ve en el Cuadro 3, si des­agregamos en quinquenios las seis décadas estudiadas, no se observa un cambio marcado en el crecimiento económico per cápita ni un aumento sistemático de la vola­tilidad de dicho crecimiento (especialmente si se realiza el ejercicio comparativo hasta 2007, dado que en los últimos tres años de la serie la actividad se vio muy afectada por la gran crisis finan­ciera de 2008). 

 

Cuadro 2: Coeficiente de correlación de Pearson entre la evolución del pbi industrial per cápita y el pbi per cápita en Estados Unidos, Reino Unido y Argentina, 1950-2010

 

 

Nota: El coeficiente de Pearson estima el grado de correlación lineal entre variables continuas. Su valor absoluto oscila entre 0 (correlación nula) y 1 (correlación perfecta).

Fuente: Elaboración propia en base a us Bureau of Labor Statistics, ggdc 10-Sector Database y moxlad.

 

El caso británico es diferente al estadounidense. Como revela el Gráfico 4, la caída del empleo industrial relativo comienza nítidamente a principios de la década del1970, se acentúa du­rante la década del ochenta y luego nuevamente se acelera a partir de inicios de la década del 2000. A diferencia del caso anterior, aquí sí se observa que la trayectoria del pbi industrial per cápita sufre una nítida par­tición a inicios de los años sesenta. Entre 1950 y 1973, la variable recorre un sendero expansivo estable y considerablemente dinámico, creciendo a una tasa media anual del 2,6%. A partir de allí, y hasta principios de los años ochenta, el producto industrial medio se contrae, para luego expandirse débilmente hasta mediados de la década de 1990, estancarse durante algo más de diez años y, finalmente, caer pronunciadamente tras la crisis global de 2008. En resumen, el valor alcan­zado por el pbi industrial per cápita británico se ubicaba en 2010 en un nivel prácticamente idéntico al observado cuarenta años antes.

El Cuadro 2, a partir del cálculo de coeficientes de correla­ción de Pearson, confirma lo observado en el Gráfico 4: la muy estrecha –casi perfecta– corre­lación entre el sendero de crecimiento del pbi industrial y el del pbi agregado que mostró el Reino Unido en 1950-1970 desaparece en las cuatro décadas siguientes. Sin embargo, y este es un punto determi­nante, la debacle de la actividad industrial no se ex­tendió al resto de la economía, tal como se desprende del Gráfico 4 y de los datos presenta­dos en el Cuadro 3, los cuales reflejan que la tasa de crecimiento medio anual del pbi por habitante para el pe­ríodo 1950-1970 es ape­nas unas décimas mayor que la de la etapa 1971-2010 (e idéntica a la exhi­bida hasta 2007, antes de la última gran cri­sis). Sin embargo, lo que sí se observa en esta se­gunda etapa es una agudización de la volatilidad de la actividad económica, lo cual puede ayudar a entender la mayor incidencia del desem­pleo a partir de principios de los años setenta, tal como se verá más adelante.

 

Cuadro 3: Crecimiento y volatilidad del pbi per cápita en Estados Unidos, Reino Unido y Argentina, 1950-2010

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nota: tcma es la tasa de crecimiento medio anual. La volatilidad máxima del pbi per cápita se calculó como la diferencia entre la mayor y la menor variación interanual registrada por esta variable dentro el pe­ríodo conside­rado (el resultado está expresado en puntos porcentuales).

Fuente: Elaboración propia en base a us Bureau of Labor Statistics, ggdc 10-Sector Database, moxlad e indec.

 

En resumen, de acuerdo a los datos presentados, es posible afirmar que la desin­dustrialización por empleo de Gran Bretaña se vio acompañada de un quiebre estructural en la capacidad productiva del sector industrial pero no así de la trayectoria agregada de crecimiento econó­mico. Por una obvia razón de consistencia contable, la combinación de ambos factores re­quiere que otras actividades sectoriales hayan crecido a un ritmo superior al de su trayectoria previa y al del promedio exhibido por la economía. En otras palabras, la evidencia empírica analizada hasta aquí deja entrever que la economía británica recorrió en las últimas cuatro décadas un sendero de desindustrialización por re-especialización secto­rial, en términos cercanos a los que este concepto fuera definido previamente. Volveremos sobre este punto en la sección siguiente.

El caso argentino, finalmente, presenta grandes discrepancias con los dos anterio­res. Como se dijo, el empleo industrial relativo presenta ciertas oscilaciones entre el co­mienzo de la serie y mediados de los años sesenta; a partir de allí comienza una contracción continua. Sin embargo, gracias a que la productividad media del trabajo industrial –que había permanecido más o menos invariable entre 1950 y 1963– ingresa en una fase inédita de acele­ración, el pbi industrial per cápita entre 1963 y 1974 crece de forma ininterrumpida (su­perando la recurrencia de los característicos ciclos stop-go) y tam­bién muy intensa, alcan­zando en términos per cápita un registro anual medio del 6,1%, muy por encima del exhi­bido por el pbi per cápita total. Sin embargo, a partir de allí la historia se mo­difica, en tanto la última dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1982 determinó un cambio de régimen económico en forma de shock y clausuró las tentativas de industrialización que, no sin dificultades e inconsistencias, habían es­tado presentes en la agenda de la política eco­nómica argentina durante décadas.

Como muestran el Gráfico 5 y el Cuadro 3, durante las tres décadas y media que transcurren entre el referido quiebre de mediados de los años sesenta y 2010 se distinguen tres etapas en lo que a la evolución de la actividad económica se refiere. La primera de ellas se extiende hasta 1990 y está caracterizada por una prolongada contracción del pbi per cápita (que cayó a un ritmo medio del 1,6% por año entre 1975 y 1990) en el marco de una gran volatilidad macro­económica. El pbi industrial per cápita se contrajo aún más pronunciada­mente: 3,5% en pro­medio por año en el mismo período. El segundo ciclo corresponde al auge y la caída del Plan de Convertibilidad (1991-2002), que dispuso una paridad cambiaria fija entre el peso argentino y el dólar estadounidense y –a expensas de acumular otros des­equilibrios– logró reducir fuer­temente la elevada inflación existente. En los años de la Con­vertibili­dad, la actividad económica agregada y el producto del sector industrial exhiben una trayecto­ria de “U invertida”, al final de la cual el ingreso medio de la Argentina era un 15% más bajo que el registro alcanzado en 1974 y el valor agregado per cápita de la industria se había con­traído prácticamente a la mitad respecto a dicho año. Finalmente, la tercera etapa identificable comienza a partir de 2003, momento en el que la participación del empleo in­dustrial deja de caer (se estabiliza en un valor próximo al 12%) y los pbi per cápita agregado y del sector manufacturero se expanden dinámicamente. En resumen, como muestra el Cuadro 3, a diferencia de lo sucedido en los casos estadounidense y británico, el desempeño de la Argen­tina en materia de crecimiento económico durante las últimas cuatro décadas se deterioró nítidamente y alcanzó, medido en términos per cápita, un registro menor a la mitad del logrado en 1950-1970. Es por ello que consideramos que –en ausencia de una re-especialización virtuosa que haya logrado compensar los efectos de la retracción indus­trial– el ciclo de desindustrialización argentino puede ser considerado un proceso fallido o negativo.

 

Tendencias del desempleo y el trabajo informal

En los tres países estudiados la desindustrialización estuvo acompañada por ciertas tensio­nes en el mercado de trabajo, las cuales se vieron reflejadas en una incidencia creciente del des­empleo a partir de los años setenta. Sin embargo, la magnitud de los desequilibrios en cada uno de los casos ha sido muy distinta (Cuadro 4 y Gráficos 6, 7 y 8).

En los Estados Unidos, luego de presentar ciertas oscilaciones en los veinte años precedentes, el desempleo inicia un camino ascendente desde 1970 que se prolonga algo más de una década. En el análisis por quinquenios se observa que el período 1980-1984 representó el punto máximo de la serie con un nivel de desempleo que superó el 8%. A partir de en­tonces la desocupación se retrotrae hasta alcanzar un registro del 4,7% en 2007. En los últimos tres años analizados, el desempleo en Estados Unidos sufre un salto de unos cinco puntos porcentuales en el marco de la gran crisis financiera iniciada en 2008. Un punto de relevancia es que desde 1970 en adelante –con la excepción de lo ocurrido en 2009 y 2010– el desempleo de larga duración (definido como la bús­queda infruc­tuosa de trabajo por un período mayor a los seis meses) nunca representó en los Estados Uni­dos más de una cuarta parte del desempleo total.

El Reino Unido presentó durante el período 1950-1970 un cuadro de virtual pleno empleo, con un registro promedio de desocupación menor al 2%. Desde entonces, el esce­nario cambia radicalmente y en los siguientes 15 años el desempleo crece en nueve puntos por­centuales, alcanzando un máximo cercano al 12% en 1984. Téngase en cuenta que el Reino Unido no solo vio caer la proporción de su empleo industrial desde principios de la década de 1970 (como se reflejaba en el Gráfico 4) sino que, a diferencia de lo sucedido en Estados Unidos, los puestos de trabajo en la industria británica comenzaron desde ese enton­ces a reducirse en términos absolutos, pasando de unos 8,3 millones en 1970 a unos 5,4 millo­nes en 1984. Desde mediados de la década de 1980, el desempleo en el Reino Unido re­corrió –con oscilaciones– una tendencia descendente que lo llevó a estabilizarse en un nivel apenas superior al 5% entre 2000 y 2007.[10] Los últimos tres años de la serie mues­tran, al igual que en los Estados Unidos, el impacto de la crisis económica global en el mercado de tra­bajo británico. A diferencia de lo ocurrido con los Estados Unidos, durante los años de mayor déficit de empleo en la economía británica (la etapa 1980-1994) el desempleo de larga duración representó no menos de dos terceras partes del desempleo total, tendencia que se fue moderando desde la segunda mitad de la década 1990 a medida que la desocupación total se redujo.

 

Cuadro 4: Tasa de desempleo por quinquenios en Estados Unidos, Reino Unido y Ar­gentina, 1950-2010

 

 

1desocupación en aglomerados urbanos, 2 dato del año 1974.

Fuente: Elaboración propia en base a us Bureau of Labor Statistics e indec.

 

Gráfico 6: Tasa de desempleo en Estados Unidos, Reino Unido y Argentina, 1950-2010

 

 

Nota: los años señalados con “X” indican un cambio metodológico (y empalme) de las series utilizadas.

Fuente: Elaboración propia en base a us Bureau of Labor Statistics e indec.

 

 

Gráfico 7: Desempleo según su duración media en Estados Unidos, 1970-2010

 

Nota: Desempleo de corta (larga) duración implica una búsqueda de trabajo menor (mayor) a 6 meses.

Fuente: elaboración propia en base a oecd Stats.

 

Gráfico 8: Desempleo según su duración media en Reino Unido, 1970-2009

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nota: Desempleo de corta (o larga) duración implica una búsqueda de trabajo menor (o mayor) a 6 me­ses.

Fuente: Elaboración propia en base a oecd Stats.

 

Argentina no cuenta con una serie de datos continua para la totalidad del período analizado. La principal fuente de información al respecto es la Encuesta Permanente de Hogares (eph) del indec que comienza a relevarse en 1974. Como muestra el Gráfico 6, en ese año la desocupación en los principales aglomerados urbanos se ubicaba apenas por encima del 4% y, tras algunos vaivenes, alcanzó un nivel aún más bajo en la se­gunda mitad de la década de 1970. A partir de allí la desocupación exhibe una trayectoria cre­ciente que se agudiza en los primeros años de la década de 1990 hasta llevar el desempleo a un nivel próximo al 18% en 1995. Desde allí y durante tres años, en un contexto de fuerte creci­miento económico, la desocupa­ción se modera pero rápidamente retoma su ciclo alcista du­rante la última etapa del Plan de Convertibilidad y alcanza un máximo próximo al 20% durante la gran crisis de 2002. Desde entonces y hasta 2010 el desempleo en la Argentina se redujo en unos doce puntos porcentuales.

Indudablemente, pese a la importancia de la variable en cuestión, la trayectoria del desempleo no alcanza a reflejar la profundidad del deterioro de las relacio­nes laborales en la Argentina entre principios de los años 1980 y el final del período del Plan de Convertibilidad. La contem­pla­ción de dos variables complementarias nos permite precisar un poco más el cuadro de situa­ción existente. La pri­mera de ellas da cuenta del aumento en el nivel de subempleo, definido como la fracción de la población económicamente activa que trabaja involunta­riamente menos de 35 horas semanales. Entre 1974 y 1980, la proporción de personas subempleadas fue –en promedio– algo menor al 5%. A mediados de los años noventa la va­riable había trepado hasta el 12% y durante 2002 alcanzó un pico del 19%. Estas cifras nos indi­can que, en promedio, durante la Convertibilidad, uno de cada cuatro miembros de la po­blación activa sufrió un déficit parcial o total de empleo, proporción que trepó al 40% en el contexto de la crisis de 2002. La segunda variable relevante se refiere al crecimiento explo­sivo de la informalidad laboral. Si bien no existe una única forma de medir la informalidad (y, además, la información al respecto es limitada), to­mamos aquí la propuesta de Jiménez (2013) quien, a partir de la eph, reconstruyó una serie larga con la proporción de los asala­riados no re­gistrados en el Gran Buenos Aires.[11] El Gráfico 9 presen­ta los datos de esta variable junto al incre­mento de la proporción de la ocupación en los servicios, contracara directa de la desindustria­lización por empleo relativo. Como se ve, la informalidad de los asalariados entre 1975 y 1983 osciló entre el 15% y el 18%. A partir de allí y durante las dos décadas si­guientes la variable crece de forma prácticamente continua, con aceleraciones visibles en las crisis de los años 1988, 1995 y 2002. En 2004 la informa­lidad alcanzaba al 45% de los asalariados del Gran Buenos Aires, unos 27 puntos porcentuales por encima del nivel existente al comienzo de la serie. Obsérvese la notable correlación entre el aumento de la informalidad de los asalaria­dos y el crecimiento relativo del empleo en los servicios, propor­ción que pasa de un nivel pró­ximo al 55% en la segunda mitad de la década de 1970 al 75% en 2002. Tras el final de la Con­vertibi­lidad, cesa el aumento de la participación del empleo en los servicios (de hecho, se re­trae le­vemente) y la informalidad de los asalariados retrocede hasta el 32% en 2010.

 

Gráfico 9: Informalidad del empleo asalariado y participación del empleo en los servicios en Argentina, 1975-2010

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database y Jiménez (2013).


Otras transformaciones en materia sectorial

 

En la sección previa se contrastaron los tres casos nacionales analizados con los modelos ideales de desindus­trialización propuestos por Rowthorn. A partir del recorrido del empleo manufac­turero relativo, el valor añadido de la industria y el pbi en las economías analizadas (junto a referencias adicionales del mercado de trabajo) hemos sugerido que Estados Uni­dos experimentó un proceso de desin­dustrialización por madurez, el Reino Unido exhibió un pa­trón de desindustrialización por re-­especialización sectorial y, finalmente, la Argentina se vio afectada por un proceso de desin­dustrialización fallida. El objetivo de esta sección es presentar evidencia adicional que permita robustecer nuestras conclusiones preliminares.

 

Cambios intersectoriales al interior de la industria

En la tercera sección se expuso la diferencia en las trayectorias de la actividad industrial en los países estudiados durante 1970-2010. Como se observó, el valor agregado industrial per cápita en los Estados Unidos durante esa etapa creció a una tasa si­milar a la exhi­bida entre 1950 y 1970. En el Reino Unido y la Argentina, en cambio, el escenario fue muy distinto. Ambas economías mostraron un primer ciclo expansivo en materia de creci­miento de la actividad industrial y una fase posterior de estancamiento o declinación.

Junto a las desigualdades que muestra la evolución agregada de la actividad manu­facturera en las últimas décadas en los tres países bajo análisis, también se observan im­portantes dispari­dades en materia de cambio sectorial al interior de la propia industria (Cuadro 5). Hacia media­dos de la década de 1970, la especialización intra-industrial de los Esta­dos Unidos y el Reino Unido estaba claramente volcada hacia los sectores de actividad más complejos en materia productiva y tecnológica. En el primer caso, las actividades intensivas en ingeniería –agru­pamiento que comprende diversos bienes de capital, consumo durable, productos electró­nicos, el complejo automotriz, los astilleros navales, la industria aeroespa­cial, entre otros sec­tores que elaboran bienes diferenciados– representaban en 1975 el 42% del empleo indus­trial total; en el caso del Reino Unido explicaban el 44%. Si incluimos también al sector químico, el empleo en las actividades industriales “complejas” alcanzaba en dicho año una participación del 47% y 50%, respectivamente. ¿Se vio alterado este cua­dro de espe­cialización tras 35 años de desindustrialización por empleo relativo? Si obser­vamos la com­posición sectorial de la industria estadounidense encontramos que, hacia 2008, los secto­res complejos habían ganado presencia, en particular, por el aumento en 5 pun­tos porcentua­les de la participación de las ramas intensivas en ingeniería. En el caso británico las actividades complejas pierden participación pero de manera muy moderada, dado que en 2007 explicaban en conjunto 48% del empleo industrial total.

En la Argentina encontramos, nuevamente, diferencias sustanciales. Durante la prolongada etapa de industrialización sustitutiva la industria argentina no sólo se había ex­pandido en términos agregados (ganando presencia en el pbi) sino que también había visto alterada su composición. Los sectores más complejos habían crecido por encima del pro­medio y, por tanto, habían aumentado su participación al interior de la indus­tria, tanto en valor agre­gado como en empleo. Por caso, de acuerdo a los registros históricos del Banco Central analizados por Díaz Alejandro (1970: 443), entre 1935 y 1965, el nivel ge­neral de la industria en la Argentina expandió su producción unas tres veces y media; en ese mismo período, la fabricación de equipos eléctricos creció diecinueve veces; el agrupamiento de maquinaria (excluida la eléctrica) y del sector automotriz se expandió nueve veces; y los quími­cos unas seis veces. Como resultado, hacia mediados de la dé­cada de 1970, la Argen­tina era el país sudamericano que mostraba la mayor especialización relativa por empleo en secto­res industriales intensivos en ingeniería (Herrera Bartis, 2018b: 22). El Cuadro 5 revela que, hacia 1975, la participación del empleo industrial en las actividades complejas superaba la alcanzada por los sectores intensivos en recursos naturales (incluido el procesamiento de alimentos). Sin embargo, 35 años más tarde el panorama se había modificado sustancial­mente. Los sectores intensivos en ingeniería perdieron 8 puntos porcen­tuales de participa­ción; todos los subsectores que componen este agrupamiento –productos metálicos, ma­quinaria eléctrica y no eléctrica, ins­trumental de precisión y el complejo automotriz junto a otro equipo de transporte– vieron menguada su presencia rela­tiva en el agregado. En con­traposición, la elabora­ción industrial de alimentos –sector protagonizado por commodities tales como harinas y aceites– ganó 9 puntos porcentuales de participación, lo que llevó a que las ramas in­tensivas en recursos naturales explicaran en 2010 cerca de la mitad de la ocupación industrial total. Di­cho en otros términos, entre 1975 y 2010 la Argentina sufrió una marcada “primariza­ción” de su entra­mado sectorial industrial a partir de una caída en la participación de las acti­vidades que elabo­ran bienes diferenciados y un incremento de las actividades in­tensivas en recursos naturales domésticos.

 

Cuadro 5: Empleo industrial sectorial como proporción del empleo industrial total en Estados Unidos, Reino Unido y Argentina, ca. 1975-2010

 

 

Nota: La integración de cada uno de los bloques se detalla en Herrera Bartis (2018b: 18, Cuadro 1).

Fuente: Elaboración propia en base a unido Database (2 dígitos).

 

Tendencias de la productividad laboral sectorial

La productividad del trabajo es otra variable cuya evolución exhibe comportamientos dis­pares en los tres países estudiados. En Estados Unidos la productividad laboral media del total de la economía se desacelera durante la etapa 1975-2010 frente al gran dinamismo alcanzado en los veinticinco años previos (la variable pasa de crecer, en promedio, 1,8% por año a un 1,1%). En el Reino Unido, la productividad laboral en el período 1975-2010 se mantuvo relativamente constante en relación a la etapa 1950-1975 (las tasas de creci­miento medio de la variable fue­ron 1,7% y 1,8%, respecti­vamente). En Argentina, en cam­bio, se ob­serva un derrumbe en ma­teria de productividad la­boral entre los dos períodos analizados (1,6% y 0,3%).

Pero más allá de los cambios agregados resulta significativo analizar la evolución sectorial de la productividad du­rante la segunda de estas etapas que, tal como se vio en la sección previa, estuvo definida por una importante caída relativa del em­pleo industrial en los tres casos. Así, el interrogante que surge es: ¿lograron estas economías concentrar una mayor pro­porción de su empleo en sectores dinámicos en mate­ria de produc­tivi­dad?

Los Gráficos 10, 11 y 12 esbozan una respuesta frente al interrogante previo. Como se vio en la sección anterior, las tres economías exhiben –si bien con distinta intensidad– una importante caída del empleo industrial relativo entre 1975 y 2010 (y en el caso de la Argentina también se observa una disminución de casi 10 puntos porcentuales en la parti­cipación del empleo agrícola). Como contrapartida, se produce en los tres casos un incre­mento de la pro­porción del empleo en cuatro espacios del macrosector de los servicios: actividades de gobierno y educación (en ade­lante y por simplicidad, gobierno); servicios financieros, seguros e inmobiliarios (en adelante, servicios financieros); el trabajo en co­mercios, restaurantes y hotelería; y los servi­cios personales y co­munitarios.[12] Hasta aquí los patrones de relocalización sectorial del empleo son semejantes. Sin embargo, si analizamos al mismo tiempo la trayectoria de la productividad laboral en cada uno de estos sectores surgen diferencias considerables.

 

Gráfico 10: Evolución del empleo y de la productividad del trabajo por sector de acti­vidad. Estados Unidos, 1975-2010

 

Nota: con: Construcción; fsi: Servicios financieros, de seguros e inmobiliarios; crh: Comercio, restau­rantes y hotelería; ind: Industria; tco: Transporte y comunicaciones; min: Minería; ega: Electricidad, gas y agua; gob: Go­bierno y educación; spe: Servicios personales y comunitarios; agr: Agricultura y pesca; tot: Total de la eco­nomía. Ver nota a pie número 10 para una descripción de las secciones de la ciiu in­cluidas en cada sector.

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database.

 

Gráfico 11: Evolución del empleo y de la productividad del trabajo por sector de actividad en Reino Unido, 1975-2010

 

 

Nota: Se utilizan los mismos acrónimos que en Gráfico 10, aclarados en su nota.

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database.

 

Gráfico 12: Evolución del empleo y de la productividad del trabajo por sector de actividad en Argentina, 1975-2010

 

 

Nota: ídem Gráfico 10.

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database.

 

En Estados Unidos ninguno de los dos sectores con mayor crecimiento en la parti­cipación del empleo entre 1975 y 2010 (servicios financieros y gobierno, que en conjunto incrementan su proporción en el total en más de 12 puntos porcentuales) registran un au­mento significativo de la pro­ductivi­dad laboral; de hecho, en el primer caso el incremento es virtualmente nulo (0,3% promedio por año) y en el segundo levemente negativo (-0,2% promedio por año).[13] La productividad del trabajo sí crece de forma dinámica (a una tasa media anual del 2% en los 35 años en cuestión) en los servicios de comercio, restaurantes y hotelería, pero estas actividades solo incrementan su participación en el empleo total en 1,8 puntos porcen­tuales en esas tres décadas y media. No parece posible, entonces, identificar en este caso la conformación de un giro del empleo hacia nuevas actividades dinámicas en materia de producti­vidad, al menos al nivel de agregación aquí considerado.

En el caso británico, en cambio, hay dos sectores que registraron simultáneamente aumentos significativos en la productividad laboral y en la participación del empleo, lo que constituye en buena me­dida una evidencia concreta de la conformación de un cambio exi­toso en la especia­lización económica sectorial. Uno de esos sectores son los servicios de comercio, restaurantes y hotelería. Entre 1975 y 2010 esta actividad aumentó su participa­ción en la ocupación total en algo más de 4 pun­tos porcen­tuales, llegando a em­plear en 2010 a uno de cada cinco trabajadores británicos. Pese a este incremento en la ocu­pación, la productividad media del trabajo en estas activida­des creció más del 75% en los 35 años considerados (o, lo que es lo mismo, creció a una tasa anual promedio del 1,7%, tal como muestra el Gráfico 11). El segundo sector corresponde a los servi­cios fi­nancieros, una de las actividades que alcanzó un mayor aumento de la participación del empleo en la etapa considerada, pa­sando de explicar un 4% del empleo total del Reino Unido en 1975 a casi un 12% tres décadas y media más tarde. Al mismo tiempo, la productivi­dad laboral en esta actividad más que se du­plicó en el período, al crecer a un ritmo medio de 2,2% por año, registro significativamente mayor que el 1,8% anual promedio alcanzado por la produc­tividad laboral de toda la economía británica.

Si bien la actividad financiera venía ganando participación en la economía británica desde los años 1970, resulta claro que desde principios de la década de 1990 se acelera la tendencia. Como se ve en el Gráfico 13, el sector finan­ciero representaba alrededor del 5% del valor agregado total entre 1950 y 1970; en 1990 explicaba ya el 9% y en 2009, último año de la serie, había trepado hasta dar cuenta de casi el 21% del pbi británico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Gráfico 13: Empleo, valor agregado y productividad laboral en el sector de servicios financieros en Reino Unido, 1950-2009

 

 

Nota: Incluye servicios financieros, de seguros e inmobiliarios (secciones J y K de la ciiu, Naciones Unidas, 2002).

Fuente: Elaboración propia en base a ggdc 10-Sector Database.

 

El acelerado protagonismo del sector financiero británico guarda un vínculo directo con un conjunto de reformas de liberalización de la actividad que dispuso el gobierno de Thatcher a mediados de la década de 1980 y que no fueron revertidas bajo los posteriores gobiernos la­boristas (para una descripción favo­rable de dichas reformas véase cps, 2006; para una interpretación más equilibrada y contextualizada en términos históri­cos, véase Martin, 2016). Si bien no es un punto que podamos desarrollar aquí por razones de espacio, digamos que el impulso mostrado por el sector financiero y el paralelo declive de la indus­tria a partir de los años 1980 representan, para algunas interpretaciones, la definición de una disputa de larga data entre dos facciones del capital británico:

 

It is the dominant influence of the City of London and financial capital which explains the indiffe­rence of the Treasury to the needs of British industry. Since the late nineteenth cen­tury the interests of finance and industrial capital have periodically conflicted, and since the Second World War they have rarely been harmonious. For various reasons the inter­ests of industrial capital and the CBI [Confederation of British Industry] have never been able to prevail over those of the City and its spokeman, the Bank of England. […] In this perspective the deindustrialisation of Britain is the price paid for the prosperity of the City of London (Gough, 1990: 8).

 

[T]he relative decline of [uk] manufacturing has indeed reflected deep-rooted structural problems. In particular there has been a chronic failure to invest in manufacturing, with the uk economy and investment being instead skewed towards short-term returns and the interests of the ‘City’. […] New Labour [Party] avoided any active industrial policy, ge­nerally claiming instead that governments could not or should not ‘pick winners’ –and for that orthodox view they always had mainstream academic backers. But arguably that is precisely what the Government did in seeing (or picking) the banking sector as represen­ting the key to the uk economy’s future prosperity (Kitson y Michie, 2014: 1 y 18).[14]

 

Tan grande fue el impacto de los cambios regulatorios sobre el sector finan­ciero que las re­formas en cuestión pasaron a ser conocidas como el Big-Bang que posibilitó el re­surgimiento de la City de Londres, no solo como un centro financiero global de máxima relevancia –junto a Wall Street en Nueva York– sino también como proveedor de activida­des conexas, como la asesoría económica, los servicios legales y los seguros:

 

It was the “Big Bang” reforms of the 1980s that turned the City of London into the leading global financial center it is today. […] The Big Bang reforms proved prescient. London be­came the natural focal point of financial activity in Europe when the euro was introduced in 1999 as the currency of 11 EU member states. […] Auxiliary service providers such as le­gal advisory firms developed rapidly […]. Thanks to the euro project and the internal mar­ket enhancements, the 15 largest legal practices in Europe are all headquartered in London (Djankov, 2017: 4).

 

Finalmente, si observamos lo sucedido en la Argentina en materia de evolución de la producti­vidad y relocalización sectorial del empleo entre 1975 y 2010 encontramos un pa­norama su­mamente adverso que ayuda a entender por qué la actividad económica agregada exhibió un desempeño tan negativo durante la etapa. Como se dijo, al igual que en los casos esta­dounidense y británico, las actividades del gobierno, los servicios financieros, el co­mer­cio y los servicios personales incrementan su participación en términos de empleo. En conjunto, estos cuatro agrupamientos ganaron 20 puntos porcentuales de participación en la ocupa­ción total y llegaron a concentrar dos terceras partes del empleo total en la Argen­tina durante 2010. Sin embargo, como revela el Gráfico 12, las cuatro acti­vidades en cues­tión exhibieron no ya un incremento modesto sino una caída absoluta de la productividad laboral en 1975-2010.

Como es evidente, este resultado decepcionante en materia de productividad sectorial debe ser contemplado a la luz de lo visto antes en cuanto al aumento vertiginoso de la in­formalidad laboral en el mercado de trabajo argentino. De hecho, resulta difícil no conside­rar como des­empleo oculto a una parte sustancial del nuevo empleo (informal y de baja productividad) que se localizó en algunas de las actividades mencionadas si se tiene en cuenta que, para las estadísticas oficiales, alcanza con haber trabajado tan solo una hora semanal de forma remunerada para ser definido como ocupado (indec, 1997: 14). En sín­tesis, resulta indudable que, en el marco de una retracción profunda de la participación del empleo industrial, la oferta de trabajo en la Argentina no transitó du­rante las últimas déca­das un sendero de relocalización sectorial exitosa.

 

Capacidades desiguales en los servicios transables

Por último, se analizarán brevemente las diferencias en materia de exportación de servicios. En las últimas décadas el comercio exterior de las actividades intangibles se incrementó dinámicamente a nivel global. De acuerdo con los datos de la unctad, en 1975 la suma de todas las exportaciones e importaciones de actividades in­tangibles repre­sentó el equivalente al 6% del pbi mundial, mientras que en 2015 esa cifra ha­bía escalado hasta el 13%. En este contexto expansivo, las tres economías analizadas mues­tran patrones muy dife­rentes en cuanto a la evolución de su capacidad para exporta­r servicios.

La información existente –si bien más limitada y fragmentaria que la referida al co­mercio in­ternacional de bienes– revela que en las últimas cinco décadas Estados Unidos ha sido de forma ininterrumpida el principal exportador de servicios del mundo. El Reino Unido también se ha destacado como un jugador internacional muy relevante en esa mate­ria, osci­lando entre la segunda y la tercera posición entre las economías exportadoras de servicios a lo largo de ese período. Sin embargo, para obtener una imagen más precisa de los cambios en la especialización sectorial que se pudieron haber conformado de forma paralela al proceso de desindustrialización, resulta más provechoso analizar el saldo expor­tador neto (es decir, el resultado de la balanza comercial de servicios) y, al mismo tiempo, evaluar su magni­tud en función del tamaño de la economía. El Gráfico 14 ilustra dicho ejercicio.

 

Gráfico 14: Saldo de la balanza comercial de servicios en Estados Unidos, Reino Unido y Argentina, 1970-2015

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a World Bank Data.

 

Como se ve, las tendencias mostradas por las tres economías bajo estudio son muy dispares. Estados Unidos muestra un resultado próximo al equilibrio en su balanza exterior de servicios durante los primeros 15 años analizados. A partir de allí la serie exhibe –con oscilaciones– una tendencia creciente que permitió que el resultado del intercambio de in­tangibles alcanzara, en el promedio anual de la etapa 1995-2015, un superávit equivalente al 1% del pbi.

El Reino Unido presenta a lo largo de toda la serie un superávit estructural en el intercambio de servicios. Este superávit osciló entre 1970 y 1990 entre un mínimo del 0,7% y un máximo del 2,2% en relación al tamaño de la economía británica. A partir de enton­ces, las exportacio­nes netas de servicios aumentan acelerada­mente hasta superar el 4,5% del pbi en los últimos cinco años de la serie. El análisis del perfil sectorial de tan notable tra­yecto­ria exportadora nos conduce, una vez más, a resaltar el rol jugado por el sector finan­ciero. Es, fundamentalmente, el comportamiento expansivo de este sector el que explica el aumento de las ventas netas de servicios al exterior por parte del Reino Unido (Gráfico 15). El Reino Unido también incrementó sus exportaciones netas en la catego­ría definida como “otros servi­cios profesionales”, la cual incluye una serie de actividades de alto valor agregado tales como los servicios de i+d, asesoría legal y contable, consultoría, publici­dad, entre otros servicios comer­ciales, profesionales y técnicos (Naciones Unidas, 2003: 49). Los demás com­ponentes de la balanza de servicios británica se mantuvieron rela­tivamente equilibrados en las últimas décadas, con la excepción del sector turístico que pre­sentó un déficit sistemático, aunque de distinta magnitud.

 

Gráfico 15: Saldo de la balanza comercial de servicios por componente en Reino Unido, 1987-2013

 

 

Fuente: Elaboración propia en base a unctad Stat y World Bank Data

 

Cuadro 6: Saldo de la balanza comercial de bienes, bienes industriales y servicios en

Reino Unido, 1970-2015

 

 

1: incluye secciones 5, 6 (excepto grupo 667 y división 68), 7 y 8 de la cuci, Rev. 4.

Fuente: Elaboración propia en base a unctad Stat y World Bank Data.

 

Con el incremento de sus exportaciones netas de servicios durante las últimas dos décadas, la economía británica compensó parcialmente la simultánea agudización del déficit en su balanza comercial de bienes. Como revela el Cuadro 6, dicho déficit en bienes estuvo en su mayor parte explicado por la profundización del resultado negativo en el intercambio de productos industriales, el segmento que tradicionalmente había brindado al Reino Unido sus resultados comerciales más abultados en el siglo xix y buena parte del xx.

Finalmente, si observamos lo sucedido en la Argentina encontraremos que en los casi 40 años reflejados en el Gráfico 14 (la informa­ción comienza en 1976) el país exhibe un déficit sistemático en el intercambio agregado de servi­cios, moderado cir­cunstan­cial­mente por una contracción de la de­manda de importaciones tras algunas grandes devalua­ciones cambiarias en el marco de escenarios fuertemente recesivos, como sucedió tras las crisis de 1981-1982 y de 2001-2002.

Lo anterior no quita que en ciertos subsectores puntuales de servicios intensivos en conoci­miento la Argentina haya mostrado a partir de los años 2000 una elevada dinámica exporta­dora (López, 2017: 67). Incluso, de acuerdo a las estadísticas de la Organización Mundial de Comercio (omc, que cuenta con series más cortas que las de unctad pero de mayor desagregación sectorial), en dos de esos seg­mentos Argentina registró desde 2005 resultados sistemáticamente positivos en su balanza comercial. Uno de ellos es el caso de software y servicios informáti­cos; el otro co­rresponde a los servicios de consultoría y gestión profesional, que incluyen la aseso­ría legal, los servicios de contabilidad, las actividades vinculadas a la publicidad, los estu­dios de mer­cado y las encuestas de opinión pública, entre otros.

Sin embargo, a los fines aquí analizados, vale sostener que durante los últimos cua­renta años la Argentina no logró encontrar en los servicios –considerados en términos agregados– una alternativa exportadora exitosa que pu­diera contrarrestar los efectos de su proceso de desindustrialización prematura. En las últimas décadas, el país enfrentó un défi­cit comercial sistemático –y creciente cuando la economía ingresó en una fase expansiva– en el segmento de los bienes industriales (Herrera Bartis y Tavosnanska, 2011: 119). Frente a este hecho, y más allá de la aparición de nichos sectoriales específicos que escapen a la tendencia general, ese desequilibrio estructural en el intercambio externo de bienes indus­triales no se vio ali­viado –como en el caso británico– sino profundizado por la trayectoria del intercambio externo de los servi­cios. De esta forma, una de las características que han definido la desindustrialización de carácter fallido y prematuro de la Argentina es que el proceso derivó en una agudización de su depen­dencia exportadora de bienes indiferencia­dos de base primaria.

 

Conclusiones

 

Los Estados Unidos, el Reino Unido y la Argentina, como muchos otros países, exhibieron durante las últimas décadas una trayectoria de desindustrialización en sentido estrecho, es decir, una caída considerable en la participación del empleo industrial dentro del empleo total. Sin embargo, tras ese aparente denominador común se esconden divergencias signifi­cativas que han dotado de rasgos particulares a los tres proce­sos. En este trabajo sostuvi­mos que cada uno de los recorridos de desindustrialización analiza­dos se asemejaba a una categoría específica surgida de una tipificación presentada hace más de tres décadas por el economista Robert Rowthorn. En particular, propusimos que la experiencia de los Estados Unidos constituía un caso de desindustrialización por madurez; que el Reino Unido repre­sentaba un ejemplo de desindustrialización por re-especialización sectorial; y que la Ar­gen­tina ilustraba un caso arquetípico de desindustrialización fallida.

La desindustrialización por empleo relativo comenzó a manifestarse en los Estados Unidos a fines de los años sesenta. Sin embargo, ni en ese momento ni más adelante la actividad industrial estadounidense evidenció, en términos per cápita, una desaceleración de conside­ración (lo cual da cuenta de un incremento sustancial de la pro­ducti­vidad del trabajo indus­trial). En materia intersectorial, se observó que la industria estadounidense reforzó su espe­cialización relativa en las actividades que elaboran bienes diferenciados entre 1975 y 2010. Tampoco se advierte a partir de los años setenta un cambio significativo en la trayectoria expan­siva de la actividad económica agregada de los Estados Unidos en relación a las dos déca­das previas; acaso sí una ligera des­aceleración (y también mayores tensiones en el mercado de trabajo), lo cual no resulta excep­cional ni sor­prendente una vez acabada la edad dorada que se inició tras la Se­gunda Guerra Mundial. En otras palabras, durante su sendero de desindustrialización por em­pleo relativo, la economía estadounidense no solo logró sostener un desempeño expansivo a nivel agregado, sino que también mantuvo inalterada su capaci­dad de producir bienes indus­triales y, en parti­cular, bie­nes industriales complejos. Final­mente, como contracara de la desindus­trialización por empleo, en el último cuarto del siglo xx y hasta 2010 una serie de acti­vidades de servicios acrecentaron su presencia relativa en el empleo total de los Estados Uni­dos (aun­que aquellas que incremen­tan en mayor cuantía su participación no registraron au­mentos de la productivi­dad del trabajo) y, al mismo tiempo, las exportaciones netas de intangibles siguieron un recorrido de tendencia cre­ciente.

El Reino Unido recorrió un sendero muy diferente. Su desindustrialización por em­pleo relativo –y también absoluto– comienza a partir de principios de los años setenta. A dife­rencia del caso estadounidense, la evolución del valor agregado industrial per cápita sufrió desde entonces un quiebre nítido e ingresó en una fase de estancamiento que se ex­tendió, al menos, hasta 2010. A lo largo de esas cuatro décadas, la composición sectorial de la industria británica no se alteró demasiado y siguió estando perfilada hacia las actividades intensivas en ingeniería, pero el sector industrial expulsó –en términos netos– a más de 5 millones de tra­bajadores desde 1970. Indudablemente, un cambio semejante supuso fric­ciones importantes en la economía, las cuales quedaron reflejadas en una agudización de la volatilidad del pbi y en un aumento considerable del desempleo en la década de 1980 y la primera mitad de la década de 1990. Sin em­bargo, sin minimizar las consecuencias de lo anterior, resulta desta­cable que la actividad econó­mica agregada entre 1970 y 2010 no sufrió un quiebre análogo al de su actividad industrial y logró mantener –en términos per cápita– un ritmo de expan­sión equiva­lente al del período 1950-1970. A lo largo del trabajo identificamos dos activi­dades de servicios que, en buena medida, explican con su desempeño expansivo la discre­pancia que supone el estancamiento del sector industrial y la simultánea expansión de la economía como un todo. Una de ellas es el sector de comercio, restaurantes y hotelería. La otra, de mayor protago­nismo, está compuesta por los servicios financieros, los seguros y otras actividades conexas. Ambos sectores exhibieron aumentos significativos en materia de empleo relativo y de productividad laboral media, un indicio relevante de la conforma­ción de una re-especialización (exitosa) en materia sectorial. Se analizó también un segundo indicio que apunta en el mismo sentido: el sector financiero británico –la City londinense– estuvo detrás del fuerte crecimiento del superávit comercial de servicios del Reino Unido en los últimos 25 años, superávit que en los últimos años no estuvo lejos de representar el equivalente al cinco por ciento de su pbi.

Argentina, finalmente, exhibe un tercer patrón de desindustrialización, caracte­rizado como prematuro y fallido. Su sendero de retrac­ción relativa del empleo industrial comienza a mediados de los años 60. Sin embargo, entre ese punto y durante diez años más la industria argentina atraviesa una de las etapas de mayor auge de toda su historia; la pro­ductividad media del trabajo industrial entre 1963 y 1974 se duplica, lo que imprime un ritmo de crecimiento inédito a la producción industrial. Sin embargo, en el marco de un drástico cambio de régimen económico, a mediados de la década de 1970 la industria ar­gentina sufre un punto de inflexión regresivo de notable intensidad y del cual ya no se re­cuperaría. Entre 1974 y 1990 el valor agregado industrial per cápita se contrae cerca de un 45% y, tras el auge y la caída del Plan de Convertibilidad, alcanza un punto aún más bajo du­rante la crisis de 2002. En esos años, además de reducirse prácticamente a la mitad, la indus­tria argentina se “primariza” de forma intensa; las ramas de actividad más intensivas en tec­nología pierden participación en el total mientras que los sectores industriales que hacen un uso intensivo de los recursos naturales –y que en la Argentina se dedican a ela­borar fundamentalmente commodities de base primaria– ganan presencia relativa en el total. A diferencia de lo ocurrido en el caso británico, la debacle industrial se dio en el marco de un deterioro profundo de toda la economía. En una trayectoria marcada por una extraordinaria volatilidad, el pbi per cápita de la Argentina en el año 2004 era virtualmente idéntico al registrado treinta años antes. El mercado de trabajo sufrió alteraciones profundas, con picos inéditos de desempleo y subem­pleo durante parte de la etapa, un persistente in­cremento de la informalidad laboral y un giro del empleo hacia los servicios que –a diferen­cia de lo sucedido en los dos casos ante­riores– estuvo signado por la caída de la productivi­dad media del trabajo. En este marco ad­verso, no resulta sorprendente que –de forma pa­ralela a su desindustrialización– la Argentina no haya alcanzado en el plano del comercio exterior de servicios una nueva especialización exi­tosa. Pese a que en los últimos años sur­gieron algunas actividades intangibles puntuales inten­sivas en conocimiento que mostraron gran capacidad exportadora, no alcanzaron hasta ahora un volu­men suficiente como para influir en los agregados. De esta forma, durante las últimas décadas el sector de los servi­cios, considerado como un todo, manifestó un déficit sistemá­tico que se sumó al des­equili­brio estructural que padece la Argentina en el intercambio ex­terno de bienes industria­les.

 

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Obras citadas

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The Full Monty. Directed by Peter Cattaneo, Redwave Films, 1997.

 



i Departamento de Economía y Administración de la Universidad Nacional de Quilmes (unq). Agradezco las observaciones de Miquel Gutiérrez Poch y de los asistentes al Seminario de Doctorado del Departamento de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Barcelona frente a una presentación de este trabajo y también los señalamientos realizados por dos revisores anónimos.

[1] A diferencia de los análisis convergentes que interpretaron la desindustrialización británica y estadounidense como una consecuencia normal de la madurez económica, los trabajos con una visión crítica de estos proce­sos publicados entre las décadas de 1970 y 1990 disienten al momento de establecer su causa central. En el análi­sis del caso británico prevalecen las explicaciones “del lado de la oferta” que acentúan un déficit en los niveles de inversión e innovación tecnológica por parte de las empresas, lo que habría afectado su competitividad (Singh 1977; 1979; Freeman, 1979; Stout, 1979; Cornwall, 1980; Thirlwall, 1982; Bazen y Thirlwall, “Why Manufacturing”, 1989; Kitson y Michie, 1996; 1997). Por su parte, en el examen del caso estadounidense varios estudios resaltan el efecto de las crecientes importaciones industriales provenientes de economías periféricas con bajos salarios relativos como consecuencia de la estrategia de deslocalización de las grandes empresas norteamericanas (Bluestone y Harrison, 1982; Bluestone, 1983; 1984; Sachs y Shatz, 1994; Wood, 1994; 1995). Para una revi­sión más profunda sobre esta literatura véase Herrera Bartis (2018).

[2] El argumento de que la diferencia en el crecimiento de la productividad sectorial del trabajo deter­mina la caída tendencial de la proporción de empleo industrial e, inversamente, el aumento de la proporción de em­pleo en los servicios –es decir, determina la desindustrialización– fue originalmente presentado por Baumol (1967). Sin embargo, para este autor esa tendencia –si bien inherente a la maduración económica– representa un problema para el crecimiento agregado de la economía y “dibuja un panorama desolador” (Ibíd.: 426).

[3] La literatura sobre la desindustrialización prematura recupera la noción de desindustrialización negativa o fallida pero la reelabora en función de las especificidades mostradas por un conjunto de economías atrasadas que, generalmente a partir de los años ochenta, exhibieron una involución de su sector industrial y un paralelo deterioro de sus trayectorias de desarrollo. El carácter prematuro o precoz de la desindustrialización resalta el hecho de que los países que padecieron este fenómeno sufrieron una caída del empleo o del valor agregado industrial a partir de niveles de ingreso medio mucho más bajos que los observados en las trayectorias de desindustriali­zación de las economías centrales.

[4] En las versiones originales en inglés, las tres alternativas son presentadas como Maturity Thesis, Speciali­sation Thesis y Failure Thesis.

[5] Sostiene Rowtorn (1986: 10): “The entire argument [of the Maturity Thesis] rests, of course, on the assumption that the share of services in total employment rises continuously as the economy develops. There is conside­rable evidence for this assumption […]”. Sin embargo, más allá de la interpretación de Rowthorn, las causas por las cuales debería esperarse un crecimiento continuo de la participación del empleo en los ser­vicios a medida que una economía se desarrolla han sido objeto de debate.

[6] Este punto recibió particular atención en el debate sobre el declive industrial británico de los años 1970, dado que no resultaba claro cómo iba a compensarse el deterioro comercial creciente en el inter­cambio ex­terno de bienes industriales que comen­zaba a evidenciar el Reino Unido. De hecho, Singh (1977) definió de forma original la desindustrialización (negativa) como la incapacidad progresiva de la industria para generar las divisas necesarias a fin de mantener las cuentas externas en equilibrio, un equilibrio que –entendía Singh– debía ser compatible con un nivel de actividad “socialmente aceptable”. Desde entonces, esta interpretación del fenómeno fue conocida como “la mirada de Cam­bridge” sobre la desindustrialización (Cairncross, 1979).  

[7] Pese a que no profundizó en su desarrollo, el propio Rowthorn contempló ambas alternativas causales para explicar el origen de la desindustrialización negativa. En su principal obra sobre el tema se refiere al “mal desempeño de la industria” (en términos del nivel de actividad y la capacidad exportadora) como explicación potencial para la declinación del empleo manufacturero británico (Rowthorn y Wells, 1987: 221 y 248). Diez años más tarde, introdujo la posibilidad del shock exógeno, aunque en este caso sin referirse al caso del Reino Unido: “A country can lose manufacturing jobs as a result of an adverse shock (such as from a large real exchange rate appreciation) […] In this case, deindustrializa­tion may be asso­ciated with rising unemployment, and either a slow or even falling growth in living standards” (Rowthorn y Ramaswamy, 1997: 14).

[8] Esto resulta claro para los primeros dos orígenes causales considerados. Sin embargo, también es factible que una trayectoria de desindustrialización positiva presente durante algún tiempo algunos rasgos “fallidos”, como un salto del desempleo que se modere o desaparezca tras algunos años.

[9] Una conjetura para explicar la causa de una trayectoria tal puede estar sustentada en la magni­tud de la caída del empleo industrial: si la contracción en el empleo es lo sufi­cientemente grande como para neutralizar los incrementos de la productividad laboral del sec­tor, la producción industrial tenderá a estancarse.

[10] Es claro que la observación de la trayectoria del desempleo a nivel agregado no refleja de forma integral la huella social de la desindustrialización británica en muchas de sus antiguas localidades industriales y en las condiciones de vida de los trabajadores expulsados del sector. El impacto social del problema, en particular durante las décadas de 1980 y 1990, quedó reflejado incluso en varias películas, como Brassed Off (1996), The Full Monty (1997) o Dockers (1999). Recientemente, la revista académica Frontiers in Sociology revisó este tópico a partir de un número especial dedicado a las consecuencias so­ciales de la desindustrialización británica; véanse en particular los trabajos de Beatty y Fothergill (2020) y Bennett (2020).

[11] Un asalariado no registrado presenta un vínculo laboral regular pero informal frente a su empleador, dado que no existe registro oficial de la relación laboral.

[12] Los cuatro sectores en cuestión corresponden a las siguientes secciones de la revisión número 3 de la Clasifica­ción Industrial Internacional Uniforme de actividades económicas (CIIU): servicios de gobierno y de educación (secciones L y N); servicios financieros, de seguros e inmobiliarios (J y K); comercios, restaurantes y hotelería (G y H); y servicios personales y comunitarios (O y P). Los Gráficos 9, 10 y 11 también presentan información sobre los sectores siguientes: agricultura y pesca (secciones A y B); Minería (C); Industria (D); electricidad, gas y agua (E); construcción (F); trans­porte, almacenamiento y comunicaciones (I). Puede con­sultarse la integración detallada de cada una de las secciones en Naciones Unidas (2002).

 

[13] Lo señalado no quita que la actividad financiera haya incrementado su participación en el pbi. Sin embargo, lo hizo a partir de un aumento relativo de la cantidad de trabajadores y no por una suba del valor agregado por trabajador. En el caso británico, en cambio, ambos fenómenos actuaron juntos.

[14] Ver Ingham (1984, Cap. 3) para una reconstrucción histórica de largo plazo sobre la divergencia de intere­ses entre el sector finan­ciero y la industria británica.