Racionalización,
eficacia y competitividad empresarial: la Asociación de Cooperativas Argentinas
y su “programa de
reconversión cooperativa” frente al agronegocio (1991-2005)
Rationalization,
Efficiency and Business Competitiveness: the Argentine Cooperatives Association
and its "Cooperative Reconversion Program" in front of Agribusiness
(1990-2000)
Rocío Poggetti[i]
Gabriel
Fernando Carini[ii]
Resumen: Las transformaciones que introdujo el agronegocio
entre finales del siglo xx y
principios del xxi implicaron
sustanciales cambios en las pautas productivas, así como en el mapa asociativo
del agro pampeano. La emergencia de nuevas lógicas asociativas interpeló las
estrategias, los discursos y los modelos organizativos de las entidades
agrarias. Dentro del conjunto diverso que representaba el cooperativismo
agropecuario, un amplio porcentaje de entidades de primer y segundo grado
sucumbieron ante las nuevas condiciones. En cambio, aquellas que poseían un
perfil empresarial precedente lograron adecuar con éxito su estructura
institucional. En ese marco, nos interesa analizar los mecanismos
institucionales y el discurso que esgrimió la Asociación de Cooperativas
Argentinas (aca) para traducir a
sus cooperativas asociadas un abanico de posibilidades para aggiornarse al agronegocio. Para ello, recurrimos al periódico La Cooperación puesto que, en tanto
órgano de prensa de la entidad, nos permite evaluar los componentes principales
de lo que la dirigencia dio en llamar “propuesta de reconversión cooperativa”.
Palabras clave: Reconversión empresaria; Agronegocio; Estrategias
institucionales
Abstract: The transformations that agribusiness introduced
between the end of the 20th century and the beginning of the 21st
implied substantial changes in the productive patterns as well as in the
associative map of the Pampean agriculture. The emergence of new associative
logics challenged the strategies, discourses and organizational and
institutional structures of those considered traditional. Within the diverse
group represented by agricultural cooperatives, a large percentage of first and
second grade entities succumbed to the new conditions. On the other hand, those
who had a business profile were able to successfully adapt their organizational
and institutional structure. Within the latter, we are interested in analyzing
the institutional mechanisms and the discourse that the Argentine Cooperatives
Association (aca) wielded in
order to translate to its associated cooperatives a range of possibilities to
join the black business. To do this, we resorted to the newspaper La
Cooperation since, as an aca
press organ, it allows us to evaluate the main components of what the
leadership called the “cooperative reconversion proposal”.
Key words: Cooperative reconversion; Agribusiness; Institutional
strategies
Recibido:
17 de julio de 2021
Aprobado:
27 de noviembre de 2021
A modo de introducción
Las transformaciones que
introdujo el agronegocio no solo se limitaron al aspecto productivo, sino que
tuvieron un efecto disruptivo en el mapa asociativo del agro argentino. Así,
emergieron y se consolidaron nuevos referentes institucionales que introdujeron
novedosas maneras de operar colectivamente dentro del aparato productivo en las
que la investigación, la innovación y el asesoramiento técnico se combinaron
con formas organizativas flexibles. Las dinámicas que desplegaron estos actores
acentuaron la fragmentación característica del mapa asociativo del agro a la
par que supusieron para la dirigencia agraria la necesidad de readecuar
prácticas, discursos y modelos organizativos (Carini, 2019). A esta situación
coadyuvó un contexto político en el que se ocluyeron o minimizaron las
instancias de conflicto relativas a los derechos de exportación o al tamaño
‘sobredimensionado’ del Estado que formaban parte del programa reivindicativo
de muchas de estas asociaciones. Es decir, parte de las funciones que históricamente
habían asumido y que constituían el eje de su quehacer institucional quedaban
obsoletas y planteaban el desafío de no ceder bases sociales frente a las
nuevas asociaciones (Lattuada, 2006).
En ese
contexto, las federaciones que nucleaban a las cooperativas agropecuarias
presentaron trayectorias disímiles que acompañaron los procesos de
heterogeneización de la estructura agraria. Por un lado, una parte
significativa de estas organizaciones desapareció o evidenció una reducción de
su participación en los diversos eslabones de la cadena de producción
agropecuaria (Lattuada y Renold, 2004; Obstchantko et al, 2011). Por
otra parte, otras sostuvieron el peso sustancial que poseían a partir de la
puesta en marcha de un conjunto de estrategias de expansión (Fontenla, 2016).
Es, precisamente, sobre este conjunto de empresas cooperativas que nos interesa
centrar nuestra mirada a los fines de describir los procesos de recomposición
de sus perfiles institucionales y las modalidades de interpelación que instrumentaron
a partir de la vigencia del agronegocio. Puntualmente, sobre aquellas que
poseían, dentro de sus rasgos institucionales predominantes, un corte
empresarial que era previo a la vigencia del agronegocio y que se traducía
tanto en acciones tendientes a garantizar la reproducción de las cooperativas
como en discursos que contribuían a trazar diagnósticos sobre la situación
sectorial y a generar procesos de identificación dentro de las entidades
anclados en una comprensión del agro como negocio.
Sobre
esa base, nuestra mirada se centra sobre la Asociación de Cooperativas
Argentinas (aca). Esta entidad de
segundo grado creada en 1922 nucleaba, hacia inicios del siglo xxi, cerca de 150 cooperativas
agropecuarias y 50.000 productores principalmente distribuidas en la región
pampeana (Mateo, 2020). A pesar de que existe una copiosa producción académica
sobre las transformaciones y dinámicas desplegadas por las cooperativas
agropecuarias de primer grado, todavía son escasos los análisis sobre las
asociaciones de segundo o tercer grado.[3] En ese sentido, procuramos
responder cómo la dirigencia de esta entidad procesó las transformaciones que
el agronegocio imprimía sobre las formas de concebir y operar dentro del
proceso productivo en general y de la gestión cooperativa en particular. Así,
nos interesa observar tanto los mecanismos institucionales que instrumentaron
en pos de fortalecer las capacidades empresariales de sus cooperativas
asociadas como puntualizar en los discursos que construyeron a los fines de interpretar
la situación de sus bases sociales. Para ello, recuperamos la categoría de
vertiente cooperativa que nos permite visualizar las orientaciones económicas,
las filiaciones ideológicas y los perfiles institucionales que se pusieron de
manifiesto en esos mecanismos institucionales y en esos discursos (Olivera,
2015). Es decir que, en tanto horizonte de
sentido, la vertiente condiciona y orienta a las cooperativas de primer grado
que se encuentran asociadas, es decir, que interpela las prácticas, estrategias
y discursos de estas entidades.
El
análisis propuesto abarca temporalmente los años que van desde 1991 a 2005. Es
en ese lapso donde se puede evidenciar un proceso de configuración y
consolidación del agronegocio y nos permite establecer rupturas y continuidades
en los procesos de reconversión esgrimidos por aca en esta coyuntura. En consecuencia,
nuestra mirada asume un recorte institucional, por lo que procuraremos
reconstruirla a partir de fuentes emanadas de los propios actores. Así,
apelaremos fundamentalmente al periódico La
Cooperación dado que lo entendemos como un mecanismo de mediatización de la
ruralidad que a través de la producción del ser y del deber ser tiene como
principal función construir la identidad colectiva y generar un sistema de
creencias y conocimientos compartidos (Carreras Doallo, 2012). Esta publicación,
editada desde 1924, es el órgano de prensa de la entidad. Publicada de manera semanal, sin interrupciones
–excepto entre los meses de octubre de 2001 y enero de 2002–, ha mantenido el
formato tabloide y una superficie editorial en la que se combinan noticias
sobre políticas macroeconómicas, innovaciones vinculadas al agro, sobre la
situación del cooperativismo, notas a dirigentes agropecuarios y/o relatos
sobre la trayectoria de cooperativas, comunicados institucionales, artículos de
opinión y editoriales. Entre un 10 y un 15% de esa superficie se destina a
publicidades del grupo empresario que integra aca.
Desde principios del presente siglo, si bien mantienen la publicación impresa,
la cual es (y lo ha sido a lo largo de su historia) distribuida entre las
cooperativas asociadas, la difusión on-line
ha resignificado el alcance de la publicación. Para sistematizar este corpus
seleccionamos las noticias, los comunicados institucionales y las editoriales
que se vinculan a lo que la dirigencia denominó como “Propuesta de Reconversión
Cooperativa” en el período que nos ocupa.
Sobre esa base, el presente artículo
se estructura en cuatro apartados. En el primero, presentamos una
contextualización que articula los cambios en el modelo productivo con los del
mapa asociativo del agro, puntualizando en la situación de las cooperativas. En
el segundo, avanzamos con una caracterización de la entidad objeto de estudio,
en especial, del proceso de expansión y consolidación de su perfil empresario.
El tercero y el cuarto se encuentran destinados a comentar los principales
rasgos que asumió la propuesta de reconversión diagramada por la dirigencia de aca. En este punto, tres aspectos
reciben nuestra atención, la profesionalización del gobierno y de la
administración de las cooperativas, la resignificación entre las dirigencias y
las bases y el redimensionamiento de los servicios y la escala operativa.
El mapa asociativo del agro y sus transformaciones durante el
agronegocio
El despliegue de las lógicas implicadas en el agronegocio
–vinculadas no solo a las transformaciones en las pautas productivas sino
también a las nuevas maneras de gestionar el negocio agropecuario– supuso para
los sujetos rurales la necesidad de instrumentar una serie de cambios en las
modalidades a partir de las cuales administraban sus explotaciones
agropecuarias. Se reconfiguró, de esa forma, la relación entre tierra, trabajo
y capital, que tornó la producción agropecuaria más flexible, y se introdujeron
dinámicas extra-sectoriales, con un peso sustancial de las estrategias
financieras. La propiedad de la tierra dejó de ser un obstáculo para afrontar
los procesos productivos dado que se expandieron los arrendamientos y otras
formas jurídicas de contratación que posibilitaban una rápida expansión como los
contratos accidentales. El trabajo se deslindó de la unidad productiva y se
procuró la contratación de mano de obra y servicios para resolver los diversos
aspectos del proceso productivo. Es decir, la explotación agropecuaria pasó a
ser una empresa inserta en una red de contrataciones en la que intervenían
diversos actores y a partir de la cual se tejían nuevas solidaridades. En ese
marco, los saberes (no solo los de tipo agronómico) mediaron de forma decisiva
para garantizar una reproducción exitosa de las unidades productivas (Gras y
Hernández, 2009 y 2013).
Estas nuevas formas de
organizar el negocio agropecuario incrementaron las escalas necesarias para
sostenerse dentro de la producción. En parte como consecuencia de ello, se
aceleró la liquidación de un importante porcentaje de explotaciones
agropecuarias. Así, entre 1988 y 2002 desaparecieron alrededor del 21% de esas
unidades y se incrementó en un 25% el tamaño promedio de las que continuaban en
actividad. Menos perceptibles fueron las transformaciones que esta forma de
organizar la producción agropecuaria produjo en las subjetividades de los
actores. Un ejemplo paradigmático de esta situación fue la figura del
‘empresario innovador’ o agribusinessman, en el que la experticia
agronómica y la comprensión del mundo rural –heredadas de generación en
generación– pasaron a ocupar un segundo plano. En ese sentido, su perfil asumió
la hibridación de múltiples competencias como tecnología de la información y de
la comunicación, biotecnología, instrumentos de precisión, gestión del capital
social, marketing, etc. acordes a la creciente complejidad que asumía el
negocio agrícola. Los saberes necesarios para gerenciar con éxito las unidades
productivas debían renovarse de forma permanente, en una lógica organizativa
que presionaba hacia la movilidad permanente de los factores de producción.
Esto no significaba necesariamente cambiar de personas físicas sino, por el
contrario, garantizar la actualización continua de sus saberes tanto a través
del conocimiento individual como de aquellos trasmitidos a través de la
experiencia en la organización (Hernández, 2009: 46-58).
Indudablemente, estas
transformaciones tuvieron una traducción en el mapa asociativo del agro. En ese
sentido, existe una vasta producción académica que ha enfatizado en el análisis
de las dinámicas que desplegaron las asociaciones que se constituyeron en las
‘usinas’ de esta novedosa forma de concebir la producción agropecuaria. La
centralidad que adquirieron en el agronegocio entidades como la Asociación
Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (aacrea) y la Asociación Argentina de
Productores en Siembra Directa (aapresid)
no solo se mediatizó en sus discursos celebratorios de la innovación
tecnológica y organizacional sino también en el perfil diferencial que
construyeron respecto a las asociaciones gremiales devenidas en
‘tradicionales’. Este perfil, que anclaba en la flexibilidad y apertura de sus
modelos organizativos, les posibilitaba introducir cambios de forma rápida a su
estructura organizativa. De manera concomitante, supuso sustanciales
alternaciones en sus roles y funciones y, en particular, en las modalidades de
vinculación con otros actores del agro (Flood, 2005; Alapin, 2008; Gras y
Hernández 2009 y 2013; Liaudat, 2015, entre otros). La presencia de estas
entidades en el mapa asociativo del agro incidió sobre las lógicas
institucionales de las entidades de tipo reivindicativo que –con diferentes
alcances– procuraron acompañar la empresarialización de sus bases sociales. Es
decir, sin dejar de sostener estrategias de confrontación y negociación frente
al Estado ni alterar sustancialmente las formas discursivas desplegaron un
conjunto de iniciativas institucionales que tenían por finalidad fortalecer la performance
empresarial de los productores asociados. Así, se evidenció una mayor
preocupación no solo por generar instancias de capacitación en los saberes que
comenzaron a considerarse indispensables para el agronegocio, sino también, por
ejemplo, en la búsqueda de concertación de negocios de tipo agroindustrial
(Lattuada, 2006; Carini, 2018 y 2019).
En ese marco, las
respuestas de las cooperativas frente al agronegocio siguieron un curso
similar. Aunque es necesario destacar que se
produjo una sustancial disminución en el número de cooperativas agropecuarias a
raíz de la quiebra de muchas de ellas, así como de las fusiones y/o
integraciones –aproximadamente 600 en total– (Lattuada y Renold, 2004;
Lattuada, 2006), lo cierto es que las que lograron sobrevivir evidenciaron
distintos procesos de reconversión al agronegocio de sus estructuras
organizativas e institucionales. La copiosa literatura al respecto destaca
algunos elementos que se encuentran presentes en la mayor parte de los casos
analizados. Entre ellos, la expansión territorial y la prestación de servicios
acordes al nuevo modelo de desarrollo agrario se mencionan como las principales
estrategias para incrementar el volumen del acopio y la comercialización de
granos. En este sentido, la operatoria con los asociados comenzó a considerarse
un eslabón más al que se sumaban, a veces de manera prioritaria, la captación
de terceros no asociados y la formación de sociedades de capital. La ampliación
y la modernización de las estructuras operativas supuso el incremento del
capital y/o fondos propios con los que financiar las obras, y aunque la
capitalización de retornos continuó siendo una estrategia utilizada, la
captación de fondos de asociados o terceros fue considerada más viable. En
paralelo, a medida que se complejizaba el negocio fue necesario incorporar
departamentos de asesoría técnica –sobre todo de agro-insumos, mercados
granarios y opciones financieras– para incidir en las estrategias de los
productores asociados. Estos cambios se acompañaron de un proceso de
profesionalización de la administración y el gerenciamiento que tendió a
concentrar el proceso de toma de decisiones en los cuadros técnicos. Al mismo
tiempo, se destacó la mercantilización del vínculo asociativo lo cual suponía
que las relaciones dejaban de estar condicionadas por el conocimiento mutuo
para organizarse en función de pautas contractuales que garantizaban las
responsabilidades de las partes en el negocio (Gorenstein et al, 2000; Mateo y
Bageneta, 2015; Bageneta, 2015 y 2018; Carricat et al, 2019).
aca: la vertiente empresarial del cooperativismo agropecuario
aca, creada en 1922,
fue la primera federación de cooperativas de segundo grado del país.
Originalmente denominada como Asociación de Cooperativas Agropecuarias Zona
Central, cambió su denominación en 1926 por la actual cuando se sancionó la Ley
de Cooperativas 11.388 (Mateo, 2020). Históricamente, la dirigencia ha pensado
a la entidad como una asociación capaz de nuclear a un conjunto diverso de
productores agropecuarios cuya función era organizar la prestación profesional
de servicios vinculados a la comercialización y el asesoramiento a las
cooperativas (Olivera, 2015). En ese sentido, los servicios prestados por aca tenían como objetivo contribuir a
que los cuerpos dirigenciales de las cooperativas desarrollaran capacidades
empresariales para que se acercaran de manera eficiente a los fines de
satisfacer las necesidades de los productores asociados y que, de esa forma,
generaran estrategias para competir con éxito en el mercado. En ese esquema,
los gerentes, asesores técnicos y profesionales detentaban un lugar clave en
las estructuras organizativas e institucionales de las cooperativas dado que
eran considerados como canales a través de los cuales unificar un conjunto de
criterios organizativos para las cooperativas asociadas.
La Asociación se constituyó desde sus inicios como
una entidad de servicios con un fuerte componente empresarial plasmado no solo
en sus prácticas sino también en el discurso que generó. Más allá de la
negación explícita del carácter político y gremial de la entidad, lo cierto es
que aca intervino en la arena
política para trasladar los intereses de las cooperativas asociadas y sus bases
sociales y que, si bien privilegiaba estrategias de negociación con el Estado,
en determinadas coyunturas participó por sí misma o en alianza con otras
entidades sectoriales en confrontaciones directas.[4] En
particular, se oponían a la intervención estatal en la regulación y el control
de la comercialización agropecuaria argumentando que la fijación de “precios
políticos” y las diferentes instancias de intervención impedían que los
mecanismos de mercado asignaran y distribuyeran de manera eficiente los
recursos. Además, y aunque en apariencia parezca contradictorio, demandaban al
Estado un conjunto de medidas que favorecieran al cooperativismo agroexportador.
Dependiendo de la coyuntura, éstas giraban en torno a exenciones impositivas,
créditos para inversiones productivas, eficiencia en el otorgamiento de cupos
de transporte y entrega en los puertos, entre otras cuestiones.
Desde mediados del siglo xx, aca inició
un proceso de crecimiento que la llevó a convertirse en un complejo
agroexportador, industrial y bancario que nucleaba a un amplio porcentaje de
las cooperativas agropecuarias pampeanas, 274 aproximadamente (Olivera, 2015;
Olivera, 2020). Así, el nuevo milenio la encontraba como una de las empresas
exportadoras de commodities más
grandes del país y, aunque el número de cooperativas asociadas se redujo un
160% (Lattuada y Renold, 2004), todavía continuaba siendo la federación
pampeana con mayor masa de cooperativas asociadas. En este marco, la Asociación
evidenció un nuevo momento de crecimiento económico y financiero a partir de la
expansión territorial, el sustancial aumento en los volúmenes acopiados y
comercializados y una inserción más profunda en diferentes eslabones de la
cadena agroalimentaria, a partir de la elaboración de agroinsumos, semillas,
harinas, aceites y biocombustibles (Mateo y Bageneta, 2015 y Mateo, 2020). Así,
para 2010 disponía de más de 25 productos elaborados, entre los cuales la línea
de insumos agropecuarios era la más relevante (fertilizantes, agroquímicos,
semillas y alimentos balanceados), acopiaba 8.145.473 toneladas de cereales,
oleaginosas y líquidos en plantas propias y de las cooperativas asociadas y
comercializaba 10.207.897 toneladas de granos y 553.951 toneladas de aceites y
derivados.[5]
En este proceso, la estructura organizativa e
institucional ganó mayor complejidad y avanzó en los procesos de
profesionalización de la actividad agropecuaria que ya había iniciado en el
marco del proceso expansivo anterior. La organización política giraba en torno
al consejo de administración, integrado por consejeros procedentes de las
cooperativas de primer grado que eran elegidos entre 450 delegados en asambleas
de distrito. Este era asesorado por los integrantes de los consejos asesores
regionales que dividían las tres regiones (norte, centro y sur) en ocho
distritos: norte de Santa Fe, Entre Ríos, centro de Santa Fe, norte de Buenos
Aires, Córdoba, sudoeste de Buenos Aires, La Pampa y Río Negro, sudeste de
Buenos Aires y sur de Santa Fe. La organización funcional, central en el
proceso de toma de decisiones, era una estructura vertical, flexible y
caracterizada por un elevado grado de movilidad. Se organizaba en gerencias,
direcciones, subdirecciones, subgerencias, jefaturas, auditores y consultores.[6] La
organización operativa contemplaba distintas unidades de negocios. La
producción de semillas, agroquímicos, fertilizantes y alientos balanceados, los
invernaderos y frigoríficos, el molino harinero, la comercialización interna y
la externa, tanto en lo que respectaba al corretaje como a la comercialización
directa.[7] Al
mismo tiempo, desde los primeros años de la década del 2000, aca fue desarrollando un conglomerado
de empresas integrado por La Segunda Seguros Generales, aca Salud, Coovaeco Turismo, Avalian y Nodos y por otras
sociedades anónimas con distinto grado de participación accionaria (Mateo,
2006).
En la base de esa trayectoria, en particular, de la
que se vinculaba a la consolidación de los perfiles socio-económicos de las
cooperativas adheridas a la entidad, ocupó un lugar clave lo que dio en
llamarse “Programa de Reconversión Cooperativa”. Bajo esa denominación, la
dirigencia cooperativista hacía referencia a un conjunto de propuestas y
mecanismos institucionales tendientes a interpelar a las cooperativas asociadas
respecto de la dirección que debían asumir los cambios organizativos e
institucionales considerados como necesarios para adecuar las estructuras a los
imperativos del agronegocio. Es decir, una serie de recomendaciones y acciones
que bregaban por la construcción de soluciones que fueran coherentes con el
sistema cooperativo más allá de que pudieran –y debieran– emularse algunas
herramientas que se reconocían como propias de las empresas privadas de
capital.
Profesionalizar,
racionalizar y diversificar: claves del modelo cooperativo
En el marco de la expansión del agronegocio, aca esgrimió un discurso que tenía a la
eficacia empresarial, la escala operativa y la prestación profesional de
servicios como sus principios rectores. Esta lectura se encontraba vinculada a
la expansión de la racionalidad empresarial hacia todas las instituciones y las
prácticas sociales. La hegemonía del neoliberalismo, que configuró un “clima de
época”, se construyó sobre un discurso que atribuía al tamaño y accionar del
aparato estatal las principales responsabilidades por la crítica situación
sectorial que se desató entre finales de 1980 y principios de 1990 y, en
consecuencia, tendía a legitimar un tipo de empresarialización que en el
discurso se identificaba como propia de las empresas privadas (Carini, 2019). A
través de estos componentes discursivos se transmitía a las cooperativas
asociadas la dirección y los sentidos que debían asumir los procesos de
transformación que eran necesarios llevar a cabo para sobrellevar exitosamente
lo que se percibía como un contexto contradictorio. En este sentido, los
diagnósticos de la coyuntura no dejaban de ser cautos: a pesar de que se
evaluaba de manera positiva la construcción de un régimen asentado en los
pilares del Consenso de Washington, algunos de cuyos principios establecían
convergencias con demandas y discursos sostenidos históricamente por las
entidades del agro, se advertían ciertas alarmas respecto de algunas de las
consecuencias de la desregulación y la convertibilidad sobre el sector
agropecuario en general y el cooperativista en particular (Poggetti y Carini,
2021).
Bajo
ese marco, aca delineó un
conjunto de acciones tendientes a profundizar componentes previos de su
accionar institucional para que las cooperativas adheridas lograran una
inserción exitosa en el agronegocio. La dirigencia cooperativista procuró
favorecer los procesos de profesionalización de la gestión del negocio agropecuario,
aumentar la escala y la valorización de activos financieros. Se buscaba, en
definitiva, apuntar a la reorganización de la dimensión organizativa de las
cooperativas y tenía como finalidad fortalecer su vocación como empresas
prestadoras de servicios. Estas recomendaciones y acciones se conocieron bajo
el nombre de “Programa de Reconversión Cooperativa”. Este conjunto de
prescripciones supuso una reafirmación de los sentidos históricos que aca atribuía a las cooperativas como
entidades proveedoras de servicios y planteaba un cuestionamiento a las
entidades cooperativas de corte gremial que reivindicaban su lugar como
espacios legítimos para canalizar demandas y reivindicaciones al Estado. En
este sentido, se rescataba la experiencia de las unidades de Acción Cooperativa
y Extensión Rural (acer),
entendiéndolas como “una expresión de lo que han sido capaces los productores
agrarios del país en función a organizarse para hacer, para la defensa de sus
cosas y no solamente para protestar”.[8]
El
“Programa de Reconversión Cooperativa” puede circunscribirse a diferentes
dimensiones de la estructura organizativa e institucional de las cooperativas
agrupadas del siguiente modo: las que se referían a una dimensión interna y
apuntaban a la profesionalización del gobierno y de la administración, aquellas
que procuraban una resignificación de la relación entre dirigencia y asociados
por medio de la racionalización del vínculo asociativo y las que tendían a la
ampliación de la escala de operaciones, a la intensificación de la
capitalización y a la renovación en el tipo y la forma de prestar los servicios
a los asociados. Estas dimensiones –como lo hacían los modelos de gestión
cooperativa desarrollados históricamente por ACA– continuaban colocando en un
lugar institucional clave a la figura de los gerentes y los asesores externos.
Era, justamente, en los perfiles y prácticas “tradicionales” de estos actores
donde residía –en la perspectiva de la dirigencia– una de las causas más
importantes del fracaso de muchas cooperativas hacia finales del siglo XX. En
este sentido, se argumentaba que “(...) el 90% de los casos de cooperativas con
problemas no eran producto de las circunstancias de la economía, sino de
situaciones internas, de decisiones humanas no acordes al momento en el que se
desenvolvían”.[9] En este contexto, la
capacitación no tenía que ver de manera exclusiva con la apropiación de una
serie de conocimientos y habilidades expertas. La gestión, integrada por un
consejo de administración sólido y exigente y una gerencia capaz de liderar el
desarrollo de la entidad, debía dejar de lado sus comportamientos tradicionales
para ser capaces de planear, delegar, ejecutar y controlar de manera eficiente
y flexible para asumir con éxito el riesgo empresario. La reconversión suponía,
entonces, la apropiación de un conjunto de estrategias y de técnicas de
gerenciamiento empresariales caracterizadas como “inteligentes” y “modernas”
porque se consideraba necesario que “(…) para continuar innovando con éxito, los
consejeros y los miembros del área ejecutivo-lineal deben entender que no basta
con saber administrar bien, sino que es necesario saber dirigir de otra
manera”.[10]
Para desarrollar estas capacidades la aca desplegó un conjunto de
dispositivos como los cursos para gerentes, consejeros o personal de la
cooperativa. Por lo general, las propuestas de capacitación eran diseñadas y
gestionadas por los consejos asesores regionales. Para sistematizar la
capacitación del recurso humano se creó, a principios de 1999, fundalac, una fundación que involucraba
a las cuatro principales empresas del grupo aca
y que tenía como objetivo profesionalizar a los cuadros administrativos,
técnicos y operativos de las cooperativas.[11] Asimismo, y siempre en pos de gestionar de manera
eficiente el negocio agropecuario, aca
mantenía una estructura tecnológica que le permitía centralizar la información
sobre acopio, corretaje, insumos y puertos de todas las cooperativas asociadas.
La plataforma aca Base, replicaba
sobre un servidor ubicado en el data center (clase A) de Global Crossing
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la masa de datos que se encontraba
disponible en todo momento para que las cooperativas hicieran uso de estos en
su proceso de toma de decisiones. Estos sistemas de gestión le permitían a aca, además, difundir los criterios de
gestión del negocio agropecuario.
No
obstante, el componente sustancial a través del cual aca procuró difundir su concepción de empresa cooperativa y,
en particular, las propuestas de reconversión tenían que ver con los
dispositivos de vinculación interinstitucional –en parte porque el soporte
tecnológico se encontraba en proceso de desarrollo en el contexto al que
estamos aludiendo–. Más allá de las singularidades de cada uno, la finalidad de
las estrategias que involucraban la presencia de la mesa directiva de la aca en los diferentes territorios -rondas y/o giras
explicativas de balance, las reuniones de gerentes y las de auditorías externas[12]- era la unificación de criterios en torno a la
propuesta de reconversión y gestión empresarial cooperativa. Pensados como
instancias de socialización y capacitación según sea el caso, los encuentros
eran momentos propicios para la construcción de consensos en torno a una
propuesta de gestión que fue pensada, desde su misma gestación, como
potencialmente conflictiva. En ese marco, la aca
valoraba la “armonía dentro del cuerpo social”. Se sugería que las gestiones
debían construir dispositivos institucionales que tendieran a aglutinar a la
masa de asociados y desactivar o resolver los conflictos que pudieran surgir de
las estrategias que implementara la entidad. A través de La Cooperación se advertía a las gerencias acerca de esta cuestión
en los siguientes términos
En la medida en que esto continúe [refiriéndose a
la restricción del financiamiento para los productores], sin duda va a haber
una mayor conflictividad social dentro de cada cooperativa (…) es probable que
haya conflictos en las cooperativas porque a alguien no le dieron 500 pesos que
normalmente se estaba llevando de la cooperativa a cuenta de la futura cosecha
de soja (aca, 2001: 4).[13]
De
este modo, en las rondas y/o giras explicativas de balance, en las reuniones de
gerentes o en las reuniones de auditorías se hacían evaluaciones de la
situación en la que se encontraba el sector agropecuario, los productores y las
cooperativas, se exponían las causas de los mismos así como las propuestas de
solución y los fundamentos que las sostenían. Por lo general, esos eventos se
organizaban como talleres en torno a los cuales los dirigentes de las
cooperativas primarias debatían y producían un documento escrito en torno a
algún tópico previamente asignado. Les correspondía a los presidentes, gerentes
y asesores contables de aca
disertar en los momentos iniciales y de cierre. La elaboración del documento
final a cargo de la gerencia de la Asociación estaba vinculado, por lo general,
a las dimensiones organizativas e institucionales de la reconversión que tenían
que ver con la apropiación de técnicas de conducción propias de las empresas de
capital –planeamiento, uso apropiado de la información, evaluación y control,
entre otras– y que las cooperativas no estaban aplicando –particularmente por
la interpretación inadecuada de los principios y la primacía de la función
social de las cooperativas–.
La segunda dimensión, la vinculada al lazo entre
los asociados y las cooperativas, también caracterizado como “tradicional”, era
objeto de interpelación del discurso de la reconversión y constituía un aspecto
que se consideraba necesario modificar radicalmente. Bajo el imperativo de
racionalizar los vínculos con los productores asociados se proponía revisar el
equilibrio sostenido históricamente por las cooperativas agropecuarias entre
los componentes asociativos y económicos del vínculo cooperativo, es decir,
entre aquellos elementos que regulaban las relaciones con los asociados y los
que estructuraban la dinámica de la cooperativa como una empresa de
comercialización. Se argumentaba que algunos de los problemas que evidenciaban
las cooperativas agropecuarias en la década de 1990 eran el resultado de la
ayuda indiscriminada que estas habían proporcionado a un grupo de asociados que
no tenían posibilidades de sobrevivir en el marco del agronegocio y que, en
particular, no eran consecuentes con la cooperativa. Este desequilibrio era
particularmente problemático en contextos como los de mediados de la década de
1990 cuando, frente al endurecimiento de las condiciones para el financiamiento
de la reconversión productiva que requerían la mayor parte de los productores
asociados a las cooperativas, estos orientaron masivamente sus demandas a las
entidades a las que se encontraban asociados.
La cooperación no
puede ni debe confundirse con la beneficencia (...). Las cooperativas son
entidades económicas con vocación social, que acumulan recursos para prestar
servicios a sus integrantes, no para obtener ganancias. Su gestión está
condicionada por las reglas de la economía de las que no puede escapar, no
obstante su carácter de empresas no lucrativas (...). El capital cooperativo no
es bien mostrenco del que cada asociado pueda aprovecharse en beneficio suyo (aca, 1994: 4)[14]
Esta racionalización asumía dos
modalidades. Por un lado, la articulación de estrategias para incentivar la
participación de los asociados y evitar que hicieran uso de algunos beneficios
sin operar con los servicios de la entidad, en particular en aquellas
cooperativas más grandes.[15] Por otro lado, y en parte
para evitar esta disyuntiva, se sugería que la cooperativa debía segmentar el
padrón de asociados para distribuir los beneficios según sea la consecuencia de
los productores con la entidad, es decir, el uso efectivo por parte de estos de
los servicios que prestaba la entidad.[16] Esto suponía que la
cooperativa debía evaluar la trayectoria de los productores tanto en lo que
respectaba a su solvencia como a su consecuencia o compromiso con la entidad. Criterios similares se traducían a la relación
entre las cooperativas de primer grado con la federación. La exigencia de un
mayor grado de integración suponía que las entidades de base debían hacer un
uso más intensivo de los servicios que prestaba la asociación a la cual estaban
adheridas. Justificadas bajo el presupuesto de que esa dinámica favorecería la
materialización de la “consecuencia cooperativa”, se traducían un conjunto de
estrategias para evitar que las cooperativas desviaran parte de su operatoria
comercial con empresas privadas.[17]
A partir de estas propuestas es posible reconocer
los procesos de legitimación de la desaparición –o por lo menos la
desvinculación– de los productores considerados ‘ineficientes’. Mediaba aquí un
reconocimiento de que la ineficiencia de algunos productores debía ser
expulsada hacia afuera de las entidades para que estos no empujaran tras de sí
a toda la cooperativa. El mismo argumento se reproducía para caracterizar a
aquellas cooperativas que sucumbieron ante los embates de la apertura
económica. En el caso de estas, el slogan “somos menos pero más fuertes”[18] justificaba la
eliminación de aquellas entidades que no eran viables bajo el argumento de que
su sostenimiento por parte de ACA hubiera supuesto un riesgo para la
continuidad del conjunto cooperativo asociado a esta. “(...) y aunque en el
consejo de administración está arraigada la idea de sostener a las
cooperativas, siempre se les va a pedir un esfuerzo compartido”.[19] En consecuencia, el
excesivo peso del componente social debía ser contrarrestado con la proyección
de gestiones cooperativas imbuidas de espíritu empresarial. Se sostenía que
ello no suponía abandonar los principios doctrinarios del cooperativismo, sino
realizar una interpretación adecuada al nuevo contexto histórico para ajustar
los aspectos operativos de las cooperativas. “No digo que haya que renunciar a
principio alguno que posee el cooperativismo (...), pero también ahí tendríamos
que hacer algunas precisiones hasta dónde esa solidaridad no se transforme en
una utopía y que no se haga car el esfuerzo sobre el conjunto”.[20] Se reconocía que estos
principios eran fundamentales para el movimiento cooperativo, pero mientras
condicionaran la viabilidad de las cooperativas debían ser tomados de manera
flexible para adecuarlos a las diferentes realidades.[21]
Diversificación,
capitalización e integración en la cadena agroindustrial como estrategias
institucionales
Dentro de la tercera dimensión de la propuesta de
reconversión fomentada por ACA, vinculada al nivel de la operatoria, la capitalización
y la diversificación en la prestación de servicios, la búsqueda por incrementar
las escalas de operaciones ocupó un esfuerzo institucional significativo. Para
desarrollar procesos de concentración cooperativa que hicieran posible competir
con éxito en un mercado agrario cada vez más concentrado, se apeló a
estrategias íntimamente relacionadas tales como el fortalecimiento de la
estructura de servicios, las fusiones, integraciones y absorciones entre
cooperativas, la participación en empresas de naturaleza jurídica distinta, en
particular las de capital, y el desarrollo de diversos instrumentos
financieros.
La
transformación en el tipo de servicios prestados por las cooperativas debía
corresponderse con una nueva organización en la estructura de las unidades de
negocios a partir del concepto de red puesto que esta cuestión era evaluada,
por la dirigencia de aca, como un
dispositivo clave para profundizar la reconversión de los productores en
empresarios.[22] Como primera instancia,
se interpelaba a las cooperativas asociadas para que procuraran una mayor
diversificación de los servicios brindados a los fines de atender a las nuevas
necesidades de los productores. Los que tradicionalmente ofrecieron las
cooperativas asociadas a aca se
centraban en el acopio y la comercialización de cereales y oleaginosas. En
consecuencia, era necesario que las entidades se alejaran de su clásico rol
comercial para incursionar “tranqueras adentro” de las unidades productivas y
generar servicios acordes a los requerimientos técnicos y productivos del
agronegocio.[23] Esto suponía, por
ejemplo, fortalecer el sistema de extensión cooperativa para asesorar en cuanto
al uso de fertilizantes y agroquímicos, acompañar la innovación en los procesos
de siembra y cosecha, capacitar a los productores en técnicas de administración
y gestión empresarial de las unidades productivas, entre otras. Además, y
vinculado a ello, se recomendaba la profesionalización de los servicios, lo
cual implicaba trabajar en la incorporación de profesionales que se ocuparan, a
partir de la aplicación de saberes expertos, de diseñar estrategias de gestión
eficientes y competitivas. Para acompañar esos procesos de profesionalización, aca diagramó el programa comerciar que tenía por objetivo la
promoción de instrumentos para la modernización de la comercialización
agropecuaria para que las cooperativas y los productores accedieran a las
herramientas que se difundían en el contexto como los mercados a futuros y
opciones.[24]
Estas
recomendaciones se plasmaron en un redimensionamiento de la estructura
operativa de aca como parte de su
propio proceso de reconversión al agronegocio. Promocionadas desde el discurso
como espacios institucionales para acompañar a las cooperativas, desde inicios
de la década de 1990, aca
desarrolló una red de unidades de negocios que contribuyó a posicionar a la
entidad como la mayor empresa cooperativa agroexportadora y agroindustrial que,
por la dimensión de su operatoria y los servicios que prestaban, ha permitido
que sea considerada como una referente en diversos eslabones de la cadena
agroalimentaria. Entre algunos de los emprendimientos agroindustriales más
relevantes podemos mencionar a Cultivar y Química Estrella aca (queaca).[25]
En ambos casos, el departamento de aca Insumos
era el que regulaba y diseñaba las políticas de producción y distribución.
Asimismo, acompañando estos emprendimientos, aca
amplió su cobertura de almacenamiento construyendo instalaciones en diversos
puntos del país y adquiriendo puertos propios. A principios de 1998 se firmó un
acuerdo para utilizar las instalaciones Puerto Quequén por 30 años, en el cual aca ya tenía construidas estructuras de
almacenamiento propias.[26]
Además, junto a empresas como Aceitera General Deheza, Román Marítima y el
Banco Francés adquirió la concesión de algunos ramales del Ferrocarril Central
Argentino para el transporte de granos.[27]
La
diversificación de los servicios y, de manera concomitante, el incremento en
los niveles operativos de las cooperativas, suponía la ampliación de la
infraestructura de almacenamiento, la inclusión de laboratorios de análisis, de
procesamiento de materias primas, entre otras inversiones, que demandaban
procesos de capitalización que la mayor parte de las cooperativas no se
encontraban en condiciones de realizar. En este sentido, la posibilidad de que
las cooperativas aplicaran las estrategias para incrementar la captación de un
volumen mayor de capital social o cooperativo era un aspecto que constituía una
debilidad histórica del cooperativismo agropecuario (Lattuada, 2006; Lattuada et
al, 2011). Este aspecto nos lleva a otra de las estrategias del programa de
reconversión vinculada a la capitalización que, en el marco del sustancial
avance en los procesos de financiarización del agro argentino, evidenciaban un
notorio predominio del componente financiero. Durante la década de 1990 las
políticas públicas de las agencias encargadas del control y del fomento de las
cooperativas –Instituto Nacional de Acción Cooperativa y Mutual (inacym)
e Instituto Nacional de Acción Cooperativa (inac)–
procuraron hacer operativos algunos procesos de capitalización a través de un
marco normativo que pretendía normar sobre ciertas prácticas que de hecho se
estaban desarrollando en las cooperativas. Esto habilitó la posibilidad de, por
ejemplo, avanzar en la operatoria con terceros no asociados, la emisión de
títulos cooperativos, la reglamentación de las fusiones y las integraciones,
entre otras.
Se
desarrolló una amplia difusión de las potencialidades de la integración entre
cooperativas, en las distintas modalidades que esta podía asumir. En
particular, esta estrategia apuntaba a resolver los problemas económicos y
financieros de aquellas entidades que no tenían posibilidades de invertir para
reestructurar su estructura organizativa e institucional. En cambio, la emisión
de acciones para constituir el capital cooperativo optativo o complementario
–los ti.co.ca.– y/o el capital
accionario, fueron pensadas como dispositivos de fortalecimiento para aquellas
entidades que tenían trayectorias previamente exitosas –o que podían llegar a
construirlas a partir de las estrategias más radicales planteadas en el
programa–. La diferencia sustancial entre ambos tipos de capital radicaba en
que los títulos cooperativos de capitalización podían ser suscriptos por los
mismos asociados mientras que las acciones circulaban en un público más amplio
y, por lo general, cotizaban en las bolsas de acciones. Esto brindó la
oportunidad para avanzar en los procesos de fortalecimiento de las capacidades
empresariales de la Asociación dado que la tradicional vía para incrementar el
capital, vinculada a la capitalización de los retornos, era considerada
insuficiente para sostener las inversiones requeridas por el agronegocio.
Asimismo,
se incrementó la participación de la entidad en sociedades anónimas. En este
sentido, aca se fue constituyendo
como accionaria de un grupo de empresas tales como Alimentos Magros s.a., Agroaca Uruguay s.a., Fersi s.a., Fertiservicios Argentinos s.a., Fisway s.a.,
Fridevi s.a., Molino Harinero
Ramírez s.a., entre otras. Estos
emprendimientos agroindustriales, sumados a los que ya mencionamos, le
permitieron a la Asociación insertarse tanto en diferentes eslabones de la
cadena agroalimentaria como potenciar la logística de la comercialización
interna y externa. En algunas oportunidades, como en la formación de aca Bío, las cooperativas de primer
grado fueron convocadas para aportar capital. Más allá de estas integraciones
en las que aca participaba con
sus cooperativas, se recomendaba que éstas organizaran y/o formaran parte de
sociedades accionarias.[28]
A modo de conclusión
El
agronegocio supuso una sustancial reconfiguración en las prácticas productivas
así como en el mapa asociativo de la agricultura pampeana. Entre finales del
siglo xx y principios del xxi, la presencia de lógicas
organizativas e institucionales motorizadas por las asociaciones de nuevo cuño
interpelaron a las devenidas tradicionales hacia la renovación de los
mecanismos de vinculación con sus bases sociales. Las cooperativas
agropecuarias no fueron ajenas a este proceso. Un importante porcentaje de
estas sucumbieron ante la imposibilidad de instrumentar los cambios que
demandaba el agronegocio. Aquellas que lograron sobrevivir desarrollaron
exitosos programas de reconversión que, en parte, se sostuvieron sobre
trayectorias asociativas competitivas. Desde la década de 1960, pero en
particular desde 1990, este grupo de cooperativas organizaron sólidos procesos
de capitalización y diversificación de sus servicios para insertarse en
diversos eslabones de la cadena agroindustrial.
Este es el caso de la vertiente que ha representado
históricamente aca y sus
cooperativas asociadas. Desde su fundación en 1922, la Asociación arguyó que la
función de las empresas cooperativas de primer grado era (o debía ser) la
prestación profesional y eficaz de servicios. Esto suponía que el acopio y la
comercialización agrícola y ganadera requerían de una racionalidad empresarial
caracterizada por una administración ágil, dinámica y con objetivos expansivos.
En este sentido, las políticas agresivas de mercado han sido una característica
de estas cooperativas. Un componente central en las estructuras organizativas e
institucionales eran los cuerpos gerenciales, encargados de diseñar, además, la
política asociativa, es decir, los criterios de vinculación con los productores
asociados. En tanto aca se
atribuía la representación de un conjunto diverso de productores agropecuarios,
las cooperativas eran un espacio de socialización de innovaciones tecnológicas
y un apoyo financiero, en particular ante ciertas coyunturas.
No obstante, hacia mediados de la década de 1990 la
Asociación argüía que el espíritu empresarial debía inundar los criterios con
los que se gobernaba y gerenciaba a las cooperativas. La difusión de las ideas
vinculadas a la libertad comercial y empresarial, a la eficacia y la
eficiencia, al planeamiento y la disponibilidad de información para la toma de
decisiones, la incorporación de técnicas del management moderno, la reducción de costos y de las estructuras
operativas así como la captación de nichos de mercado cada vez más amplios
configuraron un clima de época al que no fueron ajenas las lecturas que hizo aca de la situación por la que
atravesaba el cooperativismo agropecuario.
En los discursos acerca de la interpretación de las
causas de la crisis de muchas entidades es perceptible la traducción de esta
interpretación. Imbuidas de criterios empresariales tradicionales para
gestionar a las cooperativas, las dirigencias no pudieron diseñar estrategias
que les permitieran competir en el mercado en igualdad de condiciones con las
empresas de capital, las que habían logrado adaptarse exitosamente al nuevo
contexto. Para acompañar los procesos de transformación necesarios, aca desplegó un conjunto de estrategias
discursivas y de mecanismos institucionales denominado “programa de
reconversión cooperativa”. Las propuestas se orientaban a favorecer la adopción
por parte de las cooperativas de criterios empresariales modernos en diferentes
dimensiones de su estructura organizativa e institucional. La inserción exitosa
en el agronegocio requería de una lógica empresarial en el que la escala, los
servicios, los vínculos y la gestión debían emular estrategias que eran
consideradas propias de las empresas de capital al tiempo que flexibilizar
algunos principios cooperativos que, aplicados sin una adecuada
contextualización, fagocitaban la eficiencia de las cooperativas.
Así, por ejemplo, el gobierno y la gestión debían
garantizar los mecanismos que les permitieran disponer de información para la
toma de decisiones, el desarrollo de planeamientos estratégicos y la innovación
permanente. Al mismo tiempo, era necesario despojar al vínculo con los
asociados de sus connotaciones románticas para que la ineficiencia de unos
pocos no arrastrara el esfuerzo colectivo. En este sentido, la racionalización
de la relación con los productores suponía la ponderación de criterios mercantiles
para organizar el vínculo asociativo. La segmentación del padrón de asociados
para desarrollar políticas de captación de cereales y oleaginosas más
eficientes era una de las dimensiones de ese vínculo que debían potenciarse.
Pero, además de ello, las cooperativas debían desarrollar procesos de
diversificación de servicios que les permitieran no sólo adecuar su operatoria
a los requerimientos del agronegocio sino, y sobre todo, avanzar “tranqueras
adentro” para incidir en la difusión de la lógica empresarial entre los
productores. La prestación de servicios de asesoramiento técnico y de
transferencia de tecnología –semillas, fertilizantes, agroquímicos, sistemas de
siembra- se contaban entre los más relevantes. Muchas de estas prestaciones
requerían resolver la insuficiente capitalización de las cooperativas en tanto
que, como respaldo de las inversiones, era necesario un sustancial incremento
del capital social o cooperativo. En este sentido, aca recomendaba y acompañaba procesos de fusiones e integraciones
así como la integración de las cooperativas en diversas empresas de capital
que, como corolario, las habilitaban para intervenir de manera directa en
diversos eslabones de la cadena agroindustrial.
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[i] Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Instituto de
Investigaciones Sociales, Territoriales y Educativas, Universidad Nacional de
Río Cuarto. Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades
“María Saleme de Burnichon” de la Universidad Nacional de Córdoba.
[ii] Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Instituto de
Investigaciones Sociales, Territoriales y Educativas, Universidad Nacional de
Río Cuarto. Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades
“María Saleme de Burnichon” de la Universidad Nacional de Córdoba.
[3] Entre los más
significativos podemos mencionar, por una parte, los
aportes de Basañes (2011), Mateo y Bageneta (2015), Monasterios (2019) y Mateo (2006 y
2020). Mirados en conjunto, estos trabajos abordan la inserción de aca en los diferentes eslabones de la
cadena agropecuaria y esbozan la estructura organizativa e institucional que se
fue gestando en ese proceso. Por otra parte, Lattuada y Renold (2019) realizan
un análisis de más largo plazo acerca de la trayectoria de SanCor y, en
particular, describen las tensiones que atravesó la entidad en la primera
década del siglo xxi.
[4] Entre ellas
podemos mencionar las jornadas de defensa de la
producción y el trabajo nacional los días 2 y 3 de noviembre de 1992 convocada
por coninagro, faa y cra; las jornadas nacionales para la
recuperación y el crecimiento del 30 de marzo de 1993 propuesta por faa y coninagro; el “camionetazo” del
27 de julio de 1993; el paro nacional agropecuario de 1994 que reunió a todas
nuevamente a faa, cra y coninagro; la Asamblea Agraria
Nacional en forma conjunta o alternada entre cra,
sra, faa y coninagro, la Semana Nacional de Protesta Agropecuaria, desde
el 6 hasta el 14 de junio, y la Marcha Federal Agropecuaria en 1998. En todas
ellas, aca adhirió y participó
tanto por sí como a través de coniangro
(Poggetti y Carini, 2021).
[5] aca.
Balance Social. 2010.
[6] En este
sentido, disponen de una gerencia general, cuatro direcciones (organización y
logística, comercio exterior, administración y finanzas, insumos agropecuarios
e industria), una sub-dirección (insumos agropecuarios e industria), nueve
gerencias departamentales (logística, centros de desarrollo cooperativo, aca Bío y silo bolsa, recursos humanos
y comunicación, administración, finanzas, comercial insumos agropecuarios,
industrias, costos y control de gestión), la sub-gerencia de la sucursal
Rosario, cuatro jefaturas de filiales (Necochea, Paraná, Pergamino y Santa Fe),
cuatro de instalaciones portuarias (San Lorenzo, Quequén, Timbúes y Vilelas),
siete gerencias de área (productos agrícolas, protección de cultivos,
impuestos, auditorías cooperativas, asesoría letrada, semillas, tecnología de
la información), cuatro de fábrica (San Nicolás, planta Campana, fábrica silo
bolsa, planta de recupero), tres de sucursales (Córdoba, Bahía Blanca y
Rosario), la auditoría interna y el consultor estratégico.
[7] aca.
Balance Social, 2010.
[8] Los acer surgen en la década de 1980 con el
objetivo de difundir innovaciones técnicas a partir de la organización de
instancias de capacitación y, fundamentalmente, de experimentación agronómica.
Cfr.: aca. “Los núcleos acer
y la fuerza de la integración”, La
Cooperación. Año lxvi, no.
3157, 30 de julio de 1991, pp. 9. Cabe advertir que la crítica a las entidades
gremiales era compartida por otras entidades agrarias que poseían un componente
empresario previo y que en el transcurso de la década profundizaran ese aspecto
de su modelo organizativo aunque sin abandonar su perfil gremial. Para un
análisis de esta cuestión se puede consultar Carini (2019).
[9] aca. “Los
núcleos acer y la fuerza de la
integración”. La Cooperación, año lxxiii, no. 3512, 06 de octubre de
1998.
[10] aca. “La
innovación es una exigencia para directivos y funcionarios”. La Cooperación, año lxvi, no.
3154, 10 de julio de 1991.
[11] aca. “Proyecto del grupo aca para la capacitación y el
desarrollo”. La Cooperación, año lxxiv, no. 3524, 23 de marzo de 1999.
[12] La Ley 20.388
de Cooperativas obliga a las cooperativas a desarrollar dos tipos de
auditorías. Una interna a cargo del síndico o la junta fiscalizadora y otra
externa. Esta supone la contratación de contadores que evalúen el desempeño
económico y financiero de los ejercicios económicos. Las federaciones disponen
para ello de departamentos de auditoría en los que las cooperativas pueden
contratar ese servicio. La ley prevé que, en caso de que la entidad no disponga
de los fondos para solventar los gastos de la autoría contable, es el órgano
local competente el que debe hacerse cargo de la tarea de manera gratuita.
[13] aca. “Carlos F. Rosa: ´La aca, sus cooperativas y los productores
frente a la situación del sector´”. La
Cooperación, año lxxvi, no 3586, 4 de septiembre de
2001.
[14] aca. “La idea cooperativa debe ser rectamente
entendida y aplicada”. La Cooperación,
año lxx, no. 3332, 06 de
diciembre de 1994.
[15] aca. “Los asociados deben participar en la actividad
de la cooperativa”. La Cooperación, año
lxviii, no. 3248, 26 de enero de
1993.
[16] aca. “No
habrá solución posible por otro camino que no sea el cooperativo”. La Cooperación, año lxix, no. 3309. (29 de junio de 1994).
[17] aca. “La falta de convicción no nos deja crecer más”. La Cooperación, año lxxiv, no. 3567, 14 de noviembre de
2000.
[18] aca. “No habrá solución posible por otro camino que no
sea el cooperativo”. La Cooperación,
año lxix, no. 3309, 28 de junio
de 1994.
[19] aca. “Osvaldo Bertone: ´los dos problemas básicos del
sector son la rentabilidad y el financiamiento”. La Cooperación, año lxvi,
no. 3143, 23 de abril de 1991.
[20] aca. “Jornadas de trabajo 1997. La primera etapa se
cumplió en Bahía Blanca y Tres Arroyos” La
Cooperación. año lxxii, no.
3458, 06 de mayo de 1997.
[21] aca. “Declaraciones de Alfredo Arregui: ´el
cooperativismo es eficiente y competitivo´”. La Cooperación, año
lxxiii, no. 3503, 02 de junio de
1998
[22] aca. “El productor debe mejorar lo que tiene y luego
buscar otras alternativas”. La Cooperación,
año lxvii, no. 3208, 21 de julio de 1992.
[23] aca. “El trabajo a quebranto agudiza la
descapitalización”. La Cooperación,
año lxviii, no. 3267, 07 de
septiembre de 1993.
[24] aca. “Reunión de
gerentes de cooperativas en Rivera”. La
Cooperación, año lxix,
no. 3306, 7 de junio de 1994.
[25] El lanzamiento
del Club de Promoción Cultivar, dependiente de Química Estrella aca (queaca)
se realizó en agosto de 1992. aca.
“De productor a empresario: estrategias para una época de cambio”. La Cooperación, año lxvii,
no. 3210, 4 de agosto de 1992.
[26] aca. “La
finalización de un año difícil”. La
Cooperación, año lxxiii,
no. 3491, 23 de diciembre de 1997. También se
construyeron plantas de acopio y puertos para barcazas en Vilelas (provincia de
Chacho) y en Selvas (provincia de Santiago del Estero). aca. “La ACA inauguró en Puerto Vilelas su nueva planta de
acopio y un puerto para barcazas con recepción y acondicionamiento de granos”. La Cooperación, año lxxx,
no. 3678, 06 de junio de 2005.
[27] aca. “El Nuevo
Central Argentino estará en operaciones para la próxima cosecha fina”. La Cooperación, año lxvii,
no. 3184, 4 de febrero de 1992.
[28] aca. Balance Social 2010.