Vergara, Germán. Fueling Mexico. Energy and Environment,
1850-1950. Cambridge: Cambridge University Press, 2021. 322 pp.
El libro de Germán Vergara, publicado como parte de los Estudios de
Ambiente e Historia de Cambridge University Press, analiza, con originalidad y profundidad, el proceso
de transición energética, que en el lapso de un siglo modificó las bases
materiales de la actividad productiva y las pautas de asentamiento en México,
con el paso de un régimen orgánico, basado en la biomasa y la energía solar, a
uno inorgánico, centrado en los combustibles fósiles. El estudio, que es el
primero publicado sobre la experiencia mexicana de la transición en
perspectiva histórica, tiene como premisa la tesis doctoral del autor,
realizada en la Universidad de California, y se apoya en una amplia serie de
archivos públicos y privados y en una extensísima bibliografía. El campo
historiográfico en el que se inscribe este trabajo no es el del cambio en las
pautas energéticas asociado con el crecimiento económico moderno (de tipo kuznetsiano) que se ha asentado en la historia económica. El
libro de Vergara se inscribe en el campo de las energy humanities, enfocadas en los nexos entre
regímenes de energía y relaciones sociales, vistos en una óptica de mutua
interacción e influencia, lo cual, en primera instancia resulta refrescante con
respecto a la celebración acrítica del “Prometeo liberado” o el determinismo
tecnológico presente en cierta literatura, en cuyo horizonte los actores
sociales no desempeñan prácticamente ningún papel.
En consonancia con
ello, el autor plantea una escala de análisis de tipo regional más que
nacional, dirigiendo su mirada a las dos áreas estratégicas en las que la
transición energética se manifestó de forma más precoz e intensa: el valle de
México, alrededor de la capital, y la ciudad de Monterrey, con su hinterland, en el noreste. Esta elección
resulta muy eficaz, porque, sin perder de vista las tendencias agregadas y el
panorama más amplio de México y sus vínculos transnacionales, permite a
Vergara identificar con claridad fuerzas, intereses, ideas y constreñimientos
relacionados con el uso de la energía y dar cuenta de su desenvolvimiento.
Un punto de partida difundido en las energy humanities,
aunque no exclusivo, es la perspectiva revertida sobre el crecimiento económico
moderno: de un fenómeno predominantemente beneficioso para las condiciones de
vida, según los cánones de la historia económica y la economía del desarrollo,
a un proceso insostenible, generador de una gama de efectos perniciosos, que
van de la desigualdad creciente a la sobreexplotación de los recursos, de la
pérdida de autonomía de las comunidades locales al deterioro progresivo del medio
ambiente. Esa tesis, si bien no formulada de forma explícita, parece inspirar
el acercamiento analítico de Fueling Mexico, como se verá.
El libro se estructura en cinco
capítulos, que siguen la trayectoria del cambio en las fuentes y los usos de
energía, incluyendo una selección de imágenes que documentan de forma sugerente
las distintas etapas. Reconociendo que históricamente los tipos de energía no
siguen una secuencia lineal de sustitución, sino que se solapan, cada uno de
los capítulos presta atención a la coexistencia entre diferentes fuentes
energéticas.
El primero reconstruye el régimen solar
que, con sus conversores animales y humanos, dominó durante el período
colonial y gran parte del siglo XIX en México. Si bien el panorama trazado
comparte muchos aspectos con otras sociedades rurales preindustriales, el texto
distingue la especificidad de la actividad minera mexicana, en cuanto a los
requisitos energéticos y al impacto sobre los recursos forestales, objeto de
una interesante cuantificación; así como los rasgos de la precoz industria
textil mexicana, alimentada por la energía hidráulica. El perfil de los
constreñimientos emerge con nitidez también en la distribución de la
población, donde Vergara calcula el rango máximo de la concentración urbana
compatible con los niveles de captación de energía y de producción agrícola en
1860, demostrando que no podía exceder el 10% de la población total.
El segundo capítulo se titula “la
naturaleza del crecimiento capitalista”, pese a no contener una discusión al
respecto, y parece sugerir la coincidencia entre capitalismo e industrialización,
con base en la definición que adopta de Kenneth Pomeranz. Lo que sí se presenta
en el capítulo es un excelente análisis de la multiplicación de los cuellos de
botellas que, tras la introducción de los ferrocarriles y la difusión de la
máquina de vapor, por la intensificación de la minería y la expansión de la
industria textil, generaron una presión excesiva sobre el paradigma orgánico,
causando al mismo tiempo hondas preocupaciones (“ansiedades”, según el léxico
de la historia cultural) por parte de funcionarios e intelectuales, en torno a
la pérdida de bosques y vegetación. El autor analiza esta encrucijada en dos
niveles, uno cuantitativo y otro cualitativo. Por un lado, a través de una
meticulosa e ingeniosa medición del consumo de leña y madera, reconstruye la
geografía del impacto sobre los recursos forestales, hallando que el problema
no tenía una dimensión nacional y uniforme, sino que se manifestaba con agudez
en ciertos ámbitos locales, conformando “islas de escasez”. Por el otro,
examina las ideas de lo que define como intelligentsia
mexicana, identificada con las elites capitalinas, acerca de la deforestación,
así como las incipientes medidas gubernamentales para alentar la sustitución de
la leña con combustibles fósiles y preservar los bosques (cuyo interesante
significado regulatorio, sin embargo, se desestima en el libro).
Eso da pie al tercer capítulo, que se centra
en el papel del carbón mineral, mostrando de manera convincente que si bien, a
diferencia de Europa y Estados Unidos, en México su utilización fue reducida
en términos agregados, constituyó un puente energético que permitió relajar las
restricciones de la economía orgánica y sirvió para preparar el terreno al uso
del petróleo. El carbón, pese a que no llegó a ser adoptado en los hogares ni
fue el insumo energético central para la industria mecanizada, tuvo una
importancia considerable en el surgimiento de la ciudad de Monterrey como gran
polo industrial, a partir de la especialización metalúrgica. Eso se debió a la
densidad de vías férreas en la región, que abarató de forma significativa los
costos de transporte para carga de bajo valor unitario, y a que los únicos
depósitos carboníferos de relevancia comercial se ubicaban en el estado de
Coahuila, cerca de Monterrey.
El capítulo cuatro,
titulado “La otra revolución”, con cierta asociación con la noción de
revolución dual de Hobsbawm (industrial y política) enfoca en el desarrollo de
la actividad petrolífera. Esta arrancó a principios de siglo XX y durante la
Primera Guerra Mundial tuvo un auge extraordinario, que llevó a México a la
posición de tercero y luego segundo productor mundial de crudo: una aceleración
no menos revolucionaria que la de los procesos políticos y sociales de la
Revolución Mexicana. La extracción en gran escala, concentrada en unos cuantos
pozos de enorme capacidad, situados en la franja costera del Golfo de México,
declinó drásticamente en los años veinte, por razones geológicas: pero marcó la
trayectoria del consumo energético del país, caracterizado desde el inicio por
una fuerte absorción doméstica del petróleo. De hecho, antes de 1911 la
producción se destinó sólo al mercado interno (combustible para ferrocarriles y
fundiciones); y aun antes de la expropiación de las compañías angloamericanas,
en 1938, dos terceras partes del crudo extraído se refinaba y se aprovechaba
adentro, lo cual claramente no encaja con los rasgos del modelo
primario-exportador. El proceso de motorización fue el principal impulsor de
esta dinámica de consumo, desplazando a la tracción animal primero y luego a
los ferrocarriles. Congruente con la óptica regional del estudio, Vergara
desagrega las tendencias y presenta un mapa energético mexicano del período de
entreguerras, en donde la presencia aun predominante de la hidroelectricidad y
la del petróleo en ascenso se distribuían en el espacio nacional.
El triunfo de los
combustibles fósiles es el tema central del capítulo quinto, cuyo horizonte
trasciende la relación energía y actividad económica, para enfocarse al ámbito
más general de la sociedad mexicana, hacia mediados del siglo XX. El objetivo
es el de explicar cómo las pautas energéticas fósiles moldearon las grandes
transformaciones en cuanto a población, urbanización, centralización política,
a través de una densa red de infraestructuras energéticas, en la que
oleoductos y refinerías de petróleo fueron vistos como emblema de independencia
económica y progreso (una visión, cuyos ecos, por cierto, son muy visibles en
el momento actual mexicano). El autor traza las coordenadas para colocar el
caso de México en el panorama latinoamericano, lo cual permite asentar que,
junto con Argentina, era el país con mayor intensidad de uso de combustibles
fósiles (petróleo y gas natural), que aportaban alrededor de tres cuartas
partes del consumo de energía, significativamente por encima del promedio del
continente. Al mismo tiempo, eso se verificaba con niveles de consumo de
energía per cápita muy inferiores a los de Europa occidental y, en especial
modo, de Estados Unidos. El capítulo hace hincapié en la influencia negativa
del modelo energético, a 360 grados: sobre la vida cotidiana y las prácticas
sociales, desde la alimentación a la movilidad; sobre la economía, viendo la
dependencia del petróleo como el punto débil del crecimiento mexicano; sobre la
política, identificando al régimen autoritario de la segunda posguerra como una
“carbon democracy”,
alineada con los intereses empresariales y hostil a los de los pobres. Varios
de estos elementos plantean cuestiones de gran calado e implicaciones
profundas, pero su comprobación requeriría mayor y mejor evidencia. En este sentido, es posible cuestionar, por
ejemplo, el significado muy pequeño que se asigna al hecho de que la mayor
utilización de energías fósiles en México tuviera como contraparte la menor
explotación de biomasa, dentro de América Latina (8,8% frente a un promedio de
30%); o la omisión de los efectos beneficiosos de la introducción del gas natural
en las cocinas de los hogares, en sustitución del carbón vegetal, que era
fuente de contaminación interior del aire y responsable de enfermedades
respiratorias difusas. Del mismo modo, el nexo causal que se plantea en el
capítulo entre petróleo, tecnificación, Revolución Verde en la agricultura y
migración masiva de población rural a Estados Unidos, resulta débil y forzado.
Se trata de fenómenos poco asociados, puesto que la migración procedió, en gran
mayoría, de regiones del México central, no tocadas por las innovaciones de la
Revolución Verde, que se concentró en los estados del norte-noroeste.
En algunas partes
del libro es visible un sesgo orientado a detectar las desventajas socioambientales
ligadas a la utilización de combustibles fósiles, minimizando, en cambio, los
posibles efectos positivos sobre la calidad de vida, sin trazar un saldo neto
entre las dos dimensiones a lo largo de las etapas de la transición energética.
Eso no quita que, en conjunto, Fueling Mexico represente una contribución muy relevante, por
la profundidad de la investigación, la originalidad del acercamiento, los
aspectos interdisciplinarios, las diferentes escalas de análisis, el horizonte
de largo plazo. Su carácter pionero sitúa al libro como un punto de referencia
sustantivo y un estímulo eficaz para alimentar la investigación, a lo largo de
un amplio espectro de intereses y temas.
Paolo Riguzzi
priguzzi@colmex.mx
El Colegio de México