¿El
desarrollo es un sueño eterno? Mariano Grondona ante la crisis de 2001 y los
años kirchneristas: del fin del progresismo posible al retorno de la asignatura
pendiente
Development as an Eternal Dream? Mariano Grondona in the Face
of the 2001 Crisis and the Kirchnerist
Years: from the End of Possible
Progressivism to the Return
of the Pending Subject
Mauricio Schuttenberg[1]
Martín Vicente[2]
Resumen: El presente artículo
analiza la producción intelectual de la última etapa de la trayectoria del
periodista y ensayista Mariano Grondona, que comprende la crisis del 2001, los
años del kirchnerismo y finaliza con su retiro paulatino, concretado en 2016. El
trabajo se concentra en los libros que el autor editó en el período
seleccionado, que reformulaban sus intervenciones como columnista, para dar
cuenta de los giros argumentales de su pensamiento en esos años. El eje
argumental de Grondona se desplazó desde su propuesta de un “posliberalismo”, que había construido en la década de
1990, a una perspectiva sumamente crítica de los gobiernos de Néstor y Cristina
Kirchner, que lo llevó a revisitar las tesis decadentistas que expusiera antes
de la transición democrática y a reformular la cuestión del desarrollo, una
propuesta central de su trayectoria en tándem con la mirada ordenancista.
Palabras clave: Desarrollo
económico; Intelectuales; Liberalismo, Conservadurismo.
Abstract: This
article analyzes the intellectual production of the last stage
in the career of the journalist and essayist Mariano
Grondona, which includes
the crisis of 2001, the years
of Kirchnerism and ends with his
gradual retirement, completed
in 2016. The work focuses on the books that
the author edited in the selected period, which reformulated his interventions as a columnist, to account for the plot twists of his thought
in those years. Grondona's argumentative axis shifted
from his proposal for a “post-liberalism”, which he had built in the 1990s, to a highly critical perspective of the Néstor and
Cristina Kirchner governments, which
led him to revisit the decadentist theses that he presented before the democratic transition and to reformulate the
question of development, a central proposal of his career
in tandem with the ordinance gaze.
Keywords: Economic
Development; Intellectuals;
Liberalism; Conservatism.
Recibido:
13 de abril de 2022
Aprobado:
29 de marzo 2023
En la vasta trayectoria intelectual de Mariano
Grondona, dos momentos televisivos del nuevo siglo fueron recuperados en
polémicas sobre su figura. En el primero, el periodista y ensayista, ante las
elecciones de 2007, decía a Elisa Carrió y Rubén Giustiniani (fórmula presidencial
de la Confederación Coalición Cívica) que “el socialismo es el movimiento para
hoy en América Latina” (Grondona, 2007). En el segundo, ironizaba sobre un
posible reemplazo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (electa en
aquella votación) por su vice, Julio Cobos, tras el enfrentamiento de este con
su gobierno luego del conflicto abierto por la resolución 125 de 2008
(Grondona, 2009). Esos movimientos pendulares parecían respectivamente
reposicionar al Grondona que se había acercado al progresismo en los años
noventa y recordar su etapa de desapego democrático previa a 1983, pero tenían
una conexión estricta: tras la crisis de 2001, el ascenso y consolidación de
los gobiernos kirchneristas llevaron a Grondona a reformular las pautas con las
cuales había interpretado la realidad local en las décadas previas. Si durante
los años ochenta y noventa su eje había sido interpretar las condiciones para
un cambio cultural que permitiera el desarrollo integral, leyendo la política
coyuntural como un mecanismo supeditado a ese horizonte
democrático-capitalista, la crisis que cerró el siglo XX e implicó el quiebre
de 2001 fue seguida por la aparición de un fenómeno político que, en su
lectura, desandaba el sendero del desarrollo al cual el país se había asomado
luego de 1983: el kirchnerismo operó para Grondona como una experiencia que
borraba los mejores logros de la democracia (el pluralismo democrático y la
modernización económica) sin resolver sus males, sino creando nuevos y ofreciendo
iteraciones de otros precedentes.
Esas
escenas televisivas, señaladas por diversas voces polémicas para subrayar un
vaivén o retorno de Grondona a una supuesta verdadera identidad derechista se
explican desde la lectura más densa que el autor fue ensayando en sus textos
periodísticos y puliendo luego en libros que enlazaban la coyuntura con
perspectivas de más largo alcance, práctica que había sostenido en toda su
carrera.[3]
En este texto proponemos que el posicionamiento de Grondona frente al
kirchnerismo fue extensivo de sus posturas inmediatamente previas, se inscribió
en una lógica de largo alcance en su trayectoria y no fue, por eso, una simple
reformulación de su antiperonismo juvenil. Lejos de
volver a esas ideas, fueron las pautas de lo que definió como su “giro
progresista” en los años ochenta y noventa las que signaron su mirada ante los
gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Para mostrarlo, enfocaremos la
renovación de trabajos sobre Grondona plasmada en los últimos años, que
permiten una mirada en detalle sobre su figura, que nos llevará a
consideraciones metodológicas y luego se abrirá a mostrar las tres etapas de su
trayectoria como pauta de enfoque. Tras ello, se avanzará sobre su lectura de
la crisis de 2001, del kirchnerismo y en mostrar una nueva inflexión sobre uno
de los ejes permanentes de su reflexión pública: el desarrollo, horizonte que
una y otra vez pensó como complemento de su mirada ordenancista.
Reconstruyendo
una figura múltiple
Puntos para un enfoque
Los textos académicos sobre el perfil de Grondona son
parte de un mapa más amplio, que incluye artículos periodísticos, escritos
polémicos e intervenciones político-culturales. Amén de trabajos donde el autor
forma parte de relatos mayores, hasta años recientes el interés académico se
centró mayormente en sus intervenciones durante los años de alternancia entre
democracia y dictadura abiertos por el golpe de Estado de 1955 (Mazzei, 1997; Risler, 2019; Smulovitz, 1993; Vazeilles,
2001). Ello centralizó su sitio como un intelectual vinculado a los proyectos de
transformación sociopolítica vía manu
militari, al tiempo que ocluyó otros lineamientos, como su pertenencia a
un espacio liberal-conservador amplio (muchas veces sobreentendido), que
comenzaron a ser relevados recientemente (Vicente, 2014a; 2014b; y 2015).
Asimismo, la trayectoria de Grondona tras el retorno democrático de 1983 fue
foco de interés para una serie de estudios, conformando otro grupo analítico (Muraca, 2016; Vicente y Schuttenberg,
2021; Vommaro, 2008; Vommaro
y Baldoni, 2012), junto con una detallada biografía (Sivak, 2007). Estos textos recientes permiten ver en
detalle su perfil intelectual y político, que puede ser descompuesto en tres
ciclos de la mano de la historia política local, en la cual sus intervenciones
estuvieron inmersas una y otra vez. Su abordaje permite ver el tránsito de
Grondona como una sucesión de etapas donde su perfil se enlazó con las vicisitudes
de la vida pública.
El enfoque
en términos de historia político-intelectual de autores cuya obra es reciente,
implica una serie de consideraciones. Primero, la doble contextualización: en
sentido histórico y en su trayectoria, supone captar la densidad ideológica,
temporal y estratégica de sus posiciones político-intelectuales (Dosse, 2007), considerando la lectura en el marco de una
trayectoria más amplia que permite inscribir en ella el momento abordado
considerando movimientos del actor que no fueron, como supusieron ciertas
críticas políticas, “virajes políticos” (Bunzel,
1990). En segundo término, un análisis de las estrategias de intervención del
actor a la luz de transformaciones contextuales que, en el caso de Grondona,
están atravesadas por cambios conceptuales (Koselleck,
2012) marcados por el imperativo democrático que se hizo central desde 1983.
Ello determinó la reformulación de la gramática liberal-conservadora previa y
su reajuste al lenguaje político de la nueva etapa, donde las pautas liberales
giraron tanto a derecha como a izquierda (Freibrun,
2014; Morresi, 2008). En tercer lugar, la figura de Grondona (por el tipo de
producción que privilegió) es estudiada aquí por medio de una serie de capas
que buscan atender a su narrativa: desde su trayectoria, abordando en el eje la
intervención que eligió como resúmenes de sus textos en libros, y desgranando a
partir de ello otras propuestas, especialmente las columnas periodísticas que
daban contenido a esos libros, a fin de dotar de mayor densidad contextual las
construcciones argumentales, que el propio Grondona explicó como una
complementación entre periodismo y reflexión académica, que marcó su
trayectoria, que leemos a continuación en torno a tres etapas.
Una trayectoria en tres etapas [4]
Nacido en Buenos Aires en 1932, Grondona siguió
pasos típicos de un joven de sectores de buena posición económica: educación en
el colegio Champagnat, crianza religiosa (estuvo cerca de ordenarse), estudios
universitarios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad
de Buenos Aires, donde comenzó el activismo que abrió la primera etapa de su
trayectoria pública. Se trató de un período de ascenso, consolidación y
desarrollo de su figura como referente liberal-conservador en el ciclo de inestabilidad
institucional entre 1955 y 1983. Tras ser dirigente estudiantil antiperonista,
llegó a La Nación a fines de los
cincuenta, en un proceso de cambios en el periódico donde ganaron lugares
jóvenes como él y Claudio Escribano (Caligaris y
Ezcurra, 2021, Sidicaro, 1993). Grondona formó parte
de experiencias clave de la renovación periodística de la década siguiente,
desde la más importante revista de esa tendencia, Primera Plana (Mochkovsky, 2003) a
experiencias menores como El Príncipe,
al tiempo que llegó a la televisión, primero en Parlamento 13 y luego en el exitoso Tiempo Nuevo. Su dupla con Bernardo Neustadt
a fines de los sesenta marcó la pantalla política: el periodista de tonos
álgidos, por un lado, el analista académico, por otro (Fernández Díaz, 1993).
Luego firmó en la exitosa revista Gente,
al tiempo que reconstruyó su relación con Jacobo Timerman
tras su salida de Primera Plana y se
sumó a La Opinión, el diario que el
editor lanzó en 1971 (Mochkovsky, 2003).
Posteriormente, dirigió la revista Visión,
desde donde comenzó a construir un perfil de analista internacional. Durante
esos años, editó Política y gobierno (1962),
Factores de poder en la Argentina (1965),
La Argentina en el tiempo y en el mundo (1966)
y Los dos poderes (1973),
centralmente preocupados en la relación entre orden y desarrollo en un país
inestable.
En ese
ciclo, Grondona tuvo posiciones visibles: fue comando civil en el golpe contra
Perón y construyó su ascenso público desde La
Nación Atendió al proyecto de Arturo Frondizi (“como toda mi generación,
fui un desarrollista”, dijo en más de una ocasión) pero se sumó al interinato
de José María Guido tras el golpe de 1962. Vio con atención a Arturo Illia,
pero lo fustigó desde Primera Plana,
promoviendo la figura del general Juan Carlos Onganía, sobre quien luego
ironizó su decepción: “Queríamos un De Gaulle y nos salió un Franco”. En el
ocaso de la “Revolución Argentina” colocó sus expectativas en el retorno de
Perón como garante de un ordenamiento centrista ante la Argentina de los
extremos y, tras la muerte del líder, buscó ese orden en los políticos profesionales
peronistas y radicales e incluso en José López Rega
y el sindicalismo peronista (Borrelli, 2021). Como
otras figuras del espacio liberal-conservador, entendió que el “Proceso de
Reorganización Nacional” debía ser una dictadura refundacional ante una
Argentina que veía desquiciada (Vicente, 2015). Pero, a diferencia de otros
referentes de ese espacio decepcionados con su derrumbe, realizó una operación
de recuperación de los principios democráticos: en La construcción de la democracia los postuló como base de
convivencia para construir una cultura política deseable y una economía para el
progreso, al tiempo que releyó bajo esa óptica retrospectiva su trabajo y la
tradición liberal argentina.
Ello abrió
el segundo ciclo de su vida pública: el de la democracia. Al tiempo que la
Argentina reconstruía su sistema político, el liberalismo local expresaba una
serie de transformaciones que, de la mano de las dinámicas internacionales, lo
llevaron a acercarse a una concepción más abierta sobre esa tradición, que
describió como un verdadero descubrimiento (Grondona, 1986). Allí se propuso
escribir un ciclo de trabajos de inspiración weberiana al que llamó “trilogía
de los valores” o “del desarrollo”. Los dos primeros tomos, Los pensadores de la libertad y Bajo el imperio de las ideas morales, se
editaron en 1986 y 1987, mientras que el cierre llegó a fines del siglo, con el
largamente anunciado Las condiciones
culturales del desarrollo político (1999). En esos años se consolidó como
referente del periodismo político televisivo desde Hora Clave; articuló sus columnas en La Nación con libros que imbricaban coyuntura y problemáticas de
mayor alcance, como El posliberalismo, La
corrupción, La Argentina como
vocación y El mundo en clave, que
formaron parte del entramado entre periodismo y ensayo, sistema editorial y
construcción de figuras que caracterizó parte de los vínculos entre periodismo
y edición en la etapa (Baldoni, et al, 2018). El
ensayista liberal-conservador de antaño hizo autocrítica de sus apoyos a
dictaduras pasadas y, de modo alberdiano, enfatizó
las limitaciones éticas del liberalismo argentino: más preocupados por la
flotación del dólar que por la de cadáveres en el Río de la Plata durante la
última dictadura (como subrayó en una frase de alta repercusión), ajenos al
drama social de las reformas neoliberales en los propios noventas –como alertó
al elogiar estructuralmente ese rumbo– (Grondona, 1992).
Esas
posiciones y su diálogo con figuras del progresismo político (de Carlos Chacho Álvarez a Rodolfo Terragno), periodístico (incluso críticos de su pasado,
como Jorge Lanata y Horacio Verbitsky) y de las
Organizaciones No Gubernamentales (como Luis Moreno Ocampo o Marta Oyhanarte)
lo pusieron en contacto con el heterogéneo espacio progresista de los noventa (Minutella
y Álvarez, 2019). No faltaron voces suspicaces ante “el giro” de Grondona, pero
este fue consecuencia del proyecto planteado en el cierre de la última dictadura,
basado en su concepción sobre la democracia liberal y el desarrollo
capitalista.[5]
Sin embargo, el final de la década y el inicio del nuevo siglo comenzaron a
marcar el fin de esa etapa, donde Grondona advertía una y otra vez que las
materias pendientes de la Argentina acercaban un horizonte aciago, que se
concretó en la crisis del 2001. La llegada a la presidencia de Néstor Kirchner
abrió la última etapa de la trayectoria del ensayista y columnista, que se
cerró con su gradual salida de la vida pública tras sufrir un ACV en 2012 y se
completó en 2016. Sobre ella nos concentramos a continuación.
La
única verdad es La realidad: en torno
a la crisis
La
Alianza y la incompletud sistémica
La
realidad. El despertar del sueño argentino se publicó a mediados de 2001. Grondona no llamaba
allí a despertar un sueño sino a despertar de uno: el mito del país rico,
que por su efecto opiáceo postraba el empuje hacia el verdadero desarrollo. El
argumento central de la obra apuntaba a marcar el contraste entre la realidad
argentina y lo que el autor entendía como su fantasía fatal: “La rica Argentina
de nuestros abuelos”, que no existía más. Por ello, era necesaria la visión
realista de un país necesitado de un renacimiento, graficada en la metáfora del
túnel como imagen de crisis extendida, aunque no sin salida. El gobierno de la
Alianza entre la Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente País Solidario
(FREPASO), que Grondona alentó, operaba como marco de intelección de una
lectura donde esa fórmula no lograba corregir por centro-izquierda
los defectos que la centro-derecha menemista había dejado pendientes tras una
gestión que el ensayista entendía exitosa en términos estructurales de
modernización económica y apertura internacional, pero falente
en inclusión económica y transparencia política.
La realidad reformulaba las columnas periodísticas de Grondona
para narrar una suerte de historia en tiempo presente de la etapa aliancista, y
expuso un modo de repensar su acercamiento al progresismo, en tanto enfatizaba
que la salida progresista que había apoyado estaba en deuda con sus propias
promesas, lo que implicaba no alcanzar su necesario efecto sistémico. Grondona
marcaba que la sociedad que había sostenido las reformas económicas menemistas
se había sentido insatisfecha ante la persistencia de problemas graves como la
corrupción y los liderazgos poco republicanos, por lo que había buscado en la
figura de Fernando De la Rúa (con quien el autor tenía una relación de amistad)
una solución a esos conflictos. El radical, sin embargo, no había podido
responder al contrato electoral y la crisis de su gobierno arrastraba a toda la
sociedad.
Si Alfonsín
había logrado la institucionalización democrática y Menem la modernización
económica, De la Rúa debía corregir la corrupción y desmesura menemistas sin modificar
el proyecto económico general, que debía dotarse de sentido social y
transparencia institucional. La Alianza, subrayaba Grondona, había llegado al
poder izando dos banderas: la reactivación económica y la depuración moral de
la política, pero en ambas se había quedado a mitad de un camino que se volvía
cada vez más estrecho. El tono serio del presidente, en las antípodas de Menem,
así, tenía impacto negativo en la sociedad, como un hilo conductor de los
problemas objetivos al malestar subjetivo, dado que el presidente no tenía ni
el empuje de Alfonsín ni el carisma de Menem y por ello su figura, en medio de
la crisis que lo antecedía, no despertaba pasiones ni confianza: el contrato
electoral se desvanecía en el gris de su perfil y el gobierno discurría “bajo
el imperio de un adverbio de negación” (Grondona, 2001, p. 32).[6]
La
presencia del miedo como parálisis, posición con la cual ciertos analistas
describían a De la Rúa, tenía en la lupa de Grondona un efecto sistémico:
entre la sociedad y la política, y en la base del estancamiento económico.[7]
Ello destacaba los peores rasgos de De la Rúa, como
su temperamento poco firme, en lugar de alumbrar los mejores, como su estilo
sin estridencias o su altura como jurista (que Grondona leía como valores
socialmente apreciados). Por ello, el autor comparaba al presidente con
liderazgos arriesgados como los de Menem y Cavallo, para marcar que en ellos
latía también el extremismo que nuevamente mostraba los vínculos entre las
figuras y el humor social: “En lugar de una cauta, incluso escéptica,
esperanza, caemos en ciclos de euforia y desazón” (Grondona, 2001, p. 31). La
no solución de la corrupción y la impunidad concomitante habían llevado a una
mirada generalista contra los políticos, lo cual congelaba a la sociedad o la
ponía al borde de los exabruptos de esas figuras, que capturaban en sí la
dinámica pública. En lugar de ser un líder capaz de moderar esos extremos, De
la Rúa asistía pasivo a la crisis y, por ello mismo, era un motor de ella.
Grondona enfatizaba, así, la necesidad de “recuperación de lo que alguna vez
fue la promesa argentina” porque, más
allá de ese movimiento pendular, estaba el riesgo en el cual se insertaba el
contexto del libro: el de la “meseta al parecer interminable” (Grondona, 2001,
p. 74) a la que De la Rúa ponía rostro.
Si lo
antedicho implicaba una relación transversal entre la sociedad y dirigencia
política, Grondona consideraba necesaria una advertencia frente a ciertos
gestos de las figuras partidarias, a las que pedía mirar a la sociedad e
hilvanar “el escenario y la platea” (Grondona, 2001, pp. 39-41). “La crisis
política se ha vuelto ruidosa sobre el escenario porque responde a un signo más
profundo: la desilusión de la platea” y por eso debía atenderse cómo la “clase
política” (Grondona, 2001, p. 42) se comportaba en una coyuntura semejante. Era
una advertencia, también, sobre las reacciones corporativas y acusatorias del
periodismo: si Menem había reiterado que la apelación a la corrupción era un
arma amarilla de la prensa, De la Rúa
debía entender que las críticas no buscaban horadarlo, sino hacerlo reaccionar
ante el contexto apremiante. Ello se imbricaba con una lectura sobre posibles
golpes de Estado sin militares en el entramado regional (la atención a América
Latina para interpretar problemas sistémicos era un eje de la reflexión de
Grondona, central por su etapa al frente de Visión).
“Al desprestigio simultáneo de los partidos tradicionales del régimen
democrático lo sucede, muchas veces, la exaltación de un demagogo autoritario”
(Grondona, 2001, p. 48), en el caso argentino por el impacto de la corrupción.
Grondona pensaba en el caso venezolano, donde la figura de Hugo Chávez debía
ser medida como un horizonte plausible para la región. La madeja donde
sociedad, política y poderes se entrelazaban no acababa allí: los mercados aparecían
como un “tercer elector”, informal, tras las encuestas y el sistema de voto
formal (Grondona, 2001, pp. 67-71), que también miraba al radical con gesto
acre. Venezuela volvería, en otro sentido, en sus intervenciones durante el
ciclo kirchnerista. El análisis no buscaba concentrar en De la Rúa su crítica,
sino que entendía que la fórmula que había compuesto con Carlos Álvarez era
bicéfala, caracterizada por las estrategias diferentes sobre las banderas de la
Alianza: De la Rúa había apostado a la economía, Álvarez a la transparencia. La
renuncia de Chacho al gobierno
mostraba que, con la economía en pésimas condiciones, poco quedaba del programa
aliancista, al punto tal que el regreso de Cavallo al ministerio de Economía
(tras su gestión como ministro de Menem, donde implementó el plan de convertibilidad)
no impedía la primacía de la política: pese a su poder podía ser nuevamente un
fusible a uso del presidente (Grondona, 2001, pp. 70-71), lo que efectivamente
acabó ocurriendo: se trataba de un problema político sistémico, como Grondona
subrayaba, donde la economía tenía un rol central.
El
atolladero en el cual el gobierno aliancista se había movido con poca destreza
era una muestra del problema que recorría la trama argumental de Grondona: la
idea del sueño de la Argentina próspera en crisis. En base a esa lectura, el
autor apelaba a la historia, marcando cómo a comienzos del siglo XX el país
crecía a altas tasas y ello permitía que diversos sectores sociales tuvieran
expectativas de mejorar sus vidas: la Argentina fue un país rico mientras las
riquezas dependían de ventajas comparativas. Pero, como lo había marcado en
diversos trabajos, Grondona señalaba que en torno al golpe de Estado de 1930 se
hacía patente un doble problema: ruptura de la cultura democrática y límite al
desarrollo como articulador social. Como en toda su trayectoria, la mirada de
Grondona mostraba coincidencias generales con la narrativa
liberal-conservadora, pero subrayaba una diferencia clave, al no considerar
como punto de quiebre la ley electoral Sáenz Peña y con ella la democracia de
masas, sino el golpismo (Vicente, 2014a).
Esa lectura
que juzgaba el siglo le permitía plantear como verdadero desafío futuro pensar
si, como sociedad, la Argentina estaría preparada para lo que leía como la
revolución mental que se aproximaba: no depender de la riqueza dada sino
crearla de manera muy diferente a la dominante durante el siglo XX. Algunos
países de la región, enfatizaba Grondona, ya habían aceptado el reto, como
Chile y México, y serían los ricos del futuro. Aquí aparecía otra de las
clásicas estrategias argumentativas del columnista: mencionar un país con un gobierno
de centro-izquierda y otro de centro-derecha como
ejemplos para destacar la relación entre ideología, democracia y desarrollo.
Los procesos político-económicos exitosos cruzaban el mapa ideológico por el
acuerdo sistémico, en continuidad con sus preocupaciones de los años ochenta y,
especialmente, ’noventa. En esa etapa, Grondona planteaba la existencia de un
capitalismo con rostro humano y agenda social, de desarrollo inclusivo, como el
de los países europeos que habían llegado a él con años de esfuerzo y políticas
de Estado acordadas “desde el centro” por partidos a izquierda y derecha; y
otro modelo, como el norteamericano, donde la ley de la competencia regía “sin
anestesia” para empresarios y trabajadores, generando un crecimiento acelerado
al costo de desigualdades diversas (Vicente y Schuttenberg,
2021). Argentina debía atender a ello ya que, si el dilema ordenador (o la
única opción) volvía a ser entre el populismo económico que había regido hasta
los ochenta y el capitalismo sin sentido social de los noventa, no habría dónde
ir. El reto que marcaba Grondona expresaba un malestar en la cultura política
local ya que, a pesar de haber adoptado con fuerza el modelo capitalista
abierto en el ciclo noventista, seguía existiendo
añoranza a la economía cerrada previa (Grondona, 2001, p. 106):[8]
El camino hacia una economía abierta y competitiva
se ha vuelto poco transitable. Síntomas como el desempleo, la recesión y el
cierre, adelgazamiento o emigración de empresas nos siguen acosando. Pero más
grave aún es que se multipliquen los gestos de añoranza por la economía cerrada
que habíamos abandonado. (…) Se creyó que el giro de ciento ochenta grados
hacia la economía capitalista de los países avanzados le traería frutos
abundantes e inmediatos. Habíamos abandonado el infierno del estatismo inflacionario.
Entraríamos de lleno en el paraíso del capitalismo desarrollado. Pero ahora
padecemos el agudo dolor de un purgatorio que no habíamos imaginado (Grondona,
2001: 106-107).
En el marco
de la crisis, las ideas de Grondona volvían a sus admoniciones de las dos
décadas previas: el modelo de la Argentina de economía dirigista
era inviable y por ello había sido superado con el apoyo social que se expresó
en torno a las reformas de la década de 1990. Pero si no se reconocía errores (o puntos ciegos) en la implantación
del modelo aperturista, cuyas llagas sociales estaban a la vista, no habría
síntesis posible. La propia Alianza lo había hecho parte de su programa,
amplios sectores sociales lo marcaban (incluso con protesta en las calles, tema
que Grondona atendió y veremos), pero sin embargo allí seguía. Para ello,
Grondona volvía a la explicación que desplegaba desde los mismos años: el
problema estribaba en que la Argentina había buscado entrar en el modelo
capitalista de los países de punta sin prever consecuencias, especialmente
sociales, pero también desatendiendo su densidad cultural-política. Dado ya el
salto modernizador, pero sin la resolución prometida por la fallida Alianza, la
tarea era completar el paso del populismo económico al capitalismo
cuidadosamente, creando redes de seguridad: “no se podía pasar del infierno
estatista del Tercer Mundo al paraíso capitalista del Primer Mundo”, como
presentaba Menem, lo que el autor veía como una ligereza (Grondona, 2001, p.
113). Se necesitaba sentar las bases de un capitalismo capaz de abandonar
añoranzas estatistas y repensar el sitio de la Argentina en la trama mundial
como modo de enfrentar la realidad o
la crisis no dejaría lecciones: “Todo seguirá mal mientras la fantasía de la
Argentina rica, fácil y segura nos siga encandilando” (Grondona, 2001, p.
138).
Puente sobre aguas turbulentas
Con el estallido de 2001, Grondona buscó subrayar
una mirada sobre la economía plenamente política, destacando lo que
consideraba uno de los grandes ejes de la mala lectura de la economía: su
politización, la inflación de la política que, como un río desbordado, inundaba
los campos cercanos de las finanzas, la economía y la situación social. ¿Cuál
debía ser el cauce de la política en una sociedad ordenada? Uno, el de las
instituciones superiores del sistema. Otro, el de los niveles “en cierto modo
inferiores” (Grondona, 2001, p. 143). La política en la superestructura
institucional aparecía como la deseable, la desbordada no era sino diseminación
que inundaba al sistema: así había sido en la etapa de la crisis, desde las
pujas entre Menem y Cavallo o Menem y Duhalde a las de De
la Rúa y Álvarez. En continuidad con esta lectura, el diagnóstico de la
politización atravesará su visión sobre el kirchnerismo, como veremos. Para
evitar sus consecuencias, los argentinos debían pasar de una democracia
plebiscitaria a una constitucional, donde prevalecieran las instituciones por
encima de la politización sin cauce de políticos que anteponían su imagen o
rencillas a una mirada de horizonte: “Cuando los vientos de la política soplan
fuertemente, deben ser contenidos por altas murallas apolíticas arriba y debajo
de las posiciones legislativas y ministeriales en torno a las cuales se suceden
las batallas. Ausentes estos muros la política, deviniendo inflacionaria, se
desborda” (Grondona, 2001, p. 145).
Esta
perspectiva llevaba a Grondona a otra de sus argumentaciones clásicas, la de
los modelos, aquí entre dos clases de democracia: la constitucional, entendida
como la que antepone la ley al consenso, y la plebiscitaria, comprendida como
aquella donde hasta la propia ley depende de pronunciamientos mayoritarios
(Grondona, 2001, p. 168). Grondona nuevamente subrayaba una idea que será
central en sus posiciones en los años siguientes y que, en parte, reposicionaba
su pensamiento antipopulista previo: no habría chance
de estabilizar un proyecto de mediano plazo y generar una economía eficaz con
vaivenes que dependían de los meros humores sociales ni de una politización
desfasada de las instituciones. Tanto el populismo para las masas como el juego
político personalista eran lesivos del orden democrático. Si ello tenía un
rostro “por arriba” en la dinámica de los principales políticos, también
ofrecía otro “por abajo” en el conflicto social: en los hechos de diciembre de
2001 y en la “Masacre de Avellaneda” durante el interinato de Duhalde, Grondona
advirtió una amenaza: que la “emoción” del clamor popular superase la
“racionalidad” legal (Schuttenberg y Quintaié, 2018).[9]
Colocando
en una lectura histórica el momento de debilidad institucional, Grondona
propuso una tipología para los presidentes argentinos. Como “protagonistas
acertados”, ubicó a quienes desarrollaron “impetuosamente” el país: Mitre,
Sarmiento y Roca, centrales en el panteón liberal-conservador y contrapuestos a
los “presidentes actores de reparto”, con quienes el país iba “a la deriva”,
como Ramón Castillo, Isabel Perón y los propios De la Rúa y Duhalde. Si el
radical había quedado marcado por el colapso, el justicialista aún podía redimirse
(Grondona, 2002, junio). Para el columnista, era necesario el llamado a
elecciones anticipadas para alcanzar una conducción firme que Duhalde no había
logrado (Grondona, 2002, marzo), principalmente, por no
haber sabido sacar al país del “pozo económico y social” en que se encontraba,
sumado al erróneo abandono la convertibilidad en lugar de una corrección del
modelo (Schuttenberg y Quintaié,
2018). El lomense cumplió una parte de la propuesta con el llamado electoral, pero
también abrió el camino a la presidencia de Kirchner, que dio marco a la
última etapa de la trayectoria de Grondona.
Grondona
fue un crítico a Kirchner desde la campaña electoral, apoyando primero al
economista Ricardo López Murphy y luego a Menem.[10] En
su lectura irónica, el patagónico recogía (con otro signo) los males del
economista y del expresidente: dogmático como el primero, desapegado del
republicanismo como el riojano, pero sin la mirada ética de aquel ni el talento
político de este. Con su asunción, el columnista enfatizó que era un político
de ideas cerradas, previas a las de la Argentina democrática: una mirada ajena
al mundo, una visión “setentista”, de liderazgo
verticalista y alejado del institucionalismo, una concepción económica atrasada.
El cúmulo de críticas a la presidencia de Kirchner, sin embargo, no fue sino
una antesala a la presidencia de Cristina Fernández, donde vio un salto
exponencial de las peores lógicas imperantes desde 2003, por lo que consideró
acuciante dilucidar qué significaba la experiencia kirchnerista y proponer una
respuesta tan sistémica como lo era el propio kirchnerismo.
Un
poskirchnerismo para el momento kirchnerista
La
historia como salida al callejón
El triunfo de Cristina Fernández en las
presidenciales de 2007 catapultó un escenario de fragmentación del espacio
opositor, donde Elisa Carrió quedó posicionada en un segundo puesto.[11]
Grondona tenía buenas relaciones con la chaqueña, cuyo modelo de oposición basada
en un “contrato moral” de centro-izquierda a
centro-derecha compartía, si bien le exigía mayor pericia en las formulaciones
económicas. En una entrevista televisiva a la fórmula Carrió-Giustiniani se
produjo la anécdota que se narra al inicio de este artículo. Para Grondona la
elección de Cristina Fernández[12]
traería consigo el peligro de una serie ilimitada de reelecciones del
matrimonio Kirchner que llevaría a una suerte de “monarquía bicéfala” detrás
de la fachada de república democrática (Grondona, 2007, julio 21). Se trataba,
así, de pensar el cambio sistémico y de mostrar que el kirchnerismo no era un
verdadero progresismo, porque desatendía las ideas de pluralismo político y
modernización económica.
A pocos
meses de la asunción del gobierno estalló el llamado “conflicto de la 125”,
cuando en marzo de 2008 la administración nacional intentó establecer un nuevo
régimen de retenciones móviles. La oposición socialmente transversal articuló
referentes de grandes organizaciones agropecuarias, sectores de pequeños
productores, políticos e intelectuales y fue replicada por una reformulación
del oficialismo, donde el voto del vicepresidente Cobos contra la medida de su
propio gobierno plasmó el contexto para la dura ironía entre Grondona y Biolcati ya narrada. El conflicto se convirtió en uno de
los más importantes de la historia argentina entre las corporaciones agrarias y
el Estado, pero sobrepasó ese plano: repuso la problemática política de “el
campo” en la vida pública (Hora, 2018), y marcó un quiebre que implicó la
acentuación del discurso opositor que alertaba sobre el resurgimiento del
populismo, donde Grondona tuvo una voz destacada, enfatizando la lectura que
adelantamos.
El autor se
posicionó como el periodista más gravitante del diario La Nación, tanto por la cantidad de columnas publicadas[13]
durante esos meses como por lo sentencioso de sus reflexiones: su perfil de
columnista se elevó sobre su figura televisiva, allí ya alejada de los primeros
planos (Castrelo, 2021). En un punto, las ideas de
Grondona parecían situar en sí la idea de “intelectual colectivo” que Ricardo Sidicaro (1993) propuso para el matutino: sus perspectivas
argumentales reflejaron las posiciones editoriales y fueron acompañadas por columnistas
como Joaquín Morales Solá y Jorge Fernández Díaz e intelectuales como Juan José
Sebreli o Marcos Aguinis,
que comenzaron a dar nuevo perfil a las posiciones antikirchneristas,
insertándolas en un esquema liberal-conservador más tradicional y cohesionado.
Grondona propuso que el añejo problema de la relación entre democracia y
demagogia debía ser repuesto en relación al
kirchnerismo, donde la democracia como gobierno de las mayorías redundaba en
demagogia como adulación anti-institucional
de esas mayorías (Castrelo, 2021). Ello reactualizaba
sus interpretaciones en contextos dictatoriales, donde había propuesto que los
gobiernos derrocados no eran democráticos sino demagógicos por haber forzado
las instituciones antes que los
golpistas, vaciándolas (Vitale, 2015).
El
“conflicto de la 125” operó como acontecimiento que permitió la reactivación de
ciertas querellas e imaginarios y dinamizó nuevas lecturas y articulaciones. En
torno a ese vertiginoso mapa, el gobierno de Cristina Fernández, antes y
después del deceso de su marido en octubre de 2010, presentó una serie de
medidas que implicaron fuertes tomas de posición a lo largo del mapa político e
intelectual. Grondona se mostró contrario a la ley de servicios audiovisuales
(Grondona, 2009, octubre 12), a la ley de estatización de las AFJP y a la de
YPF (Grondona, 2012), a tono con lo que había expresado desde inicios de aquel
conflicto: en sus columnas, llamaba a frenar el verticalismo estatal y
articular una oposición social y política aún invertebrada. En todo el ciclo y
de diversas maneras, las ideas de Grondona fueron marcando la coyuntura con
una mirada comprehensiva y estructural. El poskirchnerismo resumió esas
intervenciones, con una lectura desafiante del marco político: no se trataba de
pensar un fin de la etapa kirchnerista, como lo hizo meses luego en Fin de CiKlo
el analista Rosendo Fraga (2010), cercano a Grondona desde la experiencia de Carta Política en los años setenta, sino
de cómo forjar en él la posterior época.
La
hipótesis central de Grondona marcaba que a lo largo de 200 años de historia la
Argentina había conocido tres etapas donde el poder se concentró en un solo
hombre. Entre 1829 y 1852 fue Juan Manuel de Rosas, entre 1945 y 1955 fue Juan
Domingo Perón y a partir de 2003 un tercer período de concentración del poder
en la figura de Néstor Kirchner. Grondona destacaba que la Argentina que había
“sobrevivido” a Rosas había dado lugar a un éxito extraordinario cuando afirmó
un sistema político republicano-democrático y un tipo de desarrollo económico
sin par, hasta el golpe militar de 1930, como vimos que sostenía desde décadas
antes. En cambio, la Argentina posterior a Perón había resultado un fracaso.
Después de Rosas había sobrevenido un proyecto nacional, encarnado en una
nueva Constitución, mientras que el posperonismo no
había tenido un plan superador, sino una mera negación: la gran diferencia de
esos dos ciclos estribaba en que el posrosismo tuvo
la característica de superar el período anterior y no sólo oponerse a él. De
esta manera, una experiencia dejaba institucionalidad y crecimiento mientras la
otra no había logrado reconstruir un proyecto como el de los miembros de la
generación de 1837. La coyuntura del 2009 le permitía volver a la historia para
marcar una clave para la hora: si la Argentina posterior a Rosas fue altamente
exitosa y la que sucedió a Perón no pudo escapar del fracaso, se debió al
comportamiento de la oposición. Si en diversos momentos Grondona había roto con
ciertas interpretaciones de las derechas liberales, aquí lo hacía de nuevo: no
se trataba sólo de cargar las admoniciones sobre el kirchnerismo, sino de
advertir a sus opositores su concepción y práctica carentes de horizonte
superador.
Ante tal
encrucijada, junto a otros intelectuales Grondona proyectó “El gran acuerdo del
Bicentenario”, una organización que implicaba “un compromiso firme
para cumplir la Constitución Nacional”, que era leída como avasallada por un
“populismo con escaso interés en las instituciones”. El grupo se organizó en el
“Foro del Bicentenario”, integrado por Aguinis, René
Balestra, Fraga, María Angélica Gelli,
Félix Luna, Avelino Porto, Daniel Sabsay, María Sáenz
Quesada, Horacio Sanguinetti y el propio Grondona, entre otros, y planteó como
objetivo recuperar “la república democrática hacia un horizonte con mejores
instituciones, más libertad, progreso económico y realización personal para
todos los habitantes del suelo argentino” (2008, mayo 25).
En la
mirada del Foro reaparecían interpretaciones y visiones sobre el populismo como
problema central de la política argentina, donde la etapa marcada por el
kirchnerismo aparecía delimitada por la amenaza de dos momentos políticos
límites: la ausencia de poder o anarquía (patentes en 2001) y el exceso de
poder o tiranía (que construía el kirchnerismo). Estos dos extremos se
conjugaron en torno del momento kirchnerista, como amenaza al legado de la
transición democrática de 1983: a fines de 2001 cuando el presidente De la Rúa
“tomó un helicóptero para huir de las hordas que asaltaban la Casa Rosada el
viejo fantasma de la anarquía volvió a proyectarse, así como su superación
simplista: el deseo de un hombre fuerte” (Grondona, 2009, p. 17). La tesis de
Grondona era que en esos momentos había renacido la amenaza del péndulo
anárquico-autoritario: una de las ideas fuerza del libro y de su producción
periodística de la época era responder a la pregunta sobre si el país podría
volver a la senda de 1853 y liberarse del autoritarismo a partir del mismo 2009
sin caer en la anarquía. La inflexión de Grondona nuevamente miraba sus bases
liberal-conservadoras: el modelo post-rosista como
eje para pensar, otra vez, el orden necesario para un desarrollo posible.
Orden
y desarrollo, otra vez
Para llegar al orden poskirchnerista
no alcanzaba con reponer meramente el ideario de aquel proceso decimonónico,
como aclaraba Grondona en una ironía que alcanzaba incluso a miembros del Foro,
sino que deberían darse una serie de condiciones y de transformaciones del
sistema político. Nuevamente, la tesitura modélica de su argumento aparecía
para proponer que los países exitosos se caracterizaban por regímenes
políticos bipartidarios, armónicos y competitivos,
con una suerte de acuerdo de centro que permitía moderación política y
crecimiento económico. Su armonía estaba dada en tanto coincidían en los
objetivos de largo plazo que daban lugar a políticas de Estado coordinadas,
donde los dos partidos pugnaban por el bien común y alternaban sus posiciones en
un ciclo de encanto y desencanto. Eran, por ello, armónicos: sin amenazas de
anarquía o tiranía. La alternancia o el “ritmo” bipartidario
de la política no se encontraba sólo en el mundo anglosajón, sino en otros
países, incluso algunos latinoamericanos que le servían de ejemplos de
funcionamiento, en línea con lecturas que destacamos. Grondona ponderaba el
caso chileno, como hacían otras voces del liberalismo-conservador (Aguinis, 2001 y 2008). Allí, enfatizaba, la Concertación y
la derecha democrática convivían exitosamente:
En esos casos la armonía entre los dos partidos
políticos permite la continuidad del Progreso económico y social. De esta
manera, cuando la gente vota sabe que aunque gane la
oposición podrán cambiar los líderes el estilo y algunas cuestiones puntuales
pero no el rumbo fundamental del país. Esta garantía política de continuidad
facilita las inversiones privadas de largo plazo que sostienen el desarrollo
económico y social a través del tiempo (Grondona, 2009, p. 21).
Ese
bipartidismo era central para la concreción de un sistema político racional y
antiautoritario que, en la Argentina, dependía de que el kirchnerismo fuese
superado por lo que llamaba “peronismo republicano”. La expectativa expresada
por Grondona era que éste quebrase la verticalidad kirchnerista y, con el
pan-radicalismo, volvieran a conformar un orden bipartidista capaz de construir
una república democrática rechazando los postulados y prácticas kirchneristas.
En su mirada, estos iban más allá de las pautas de un gobierno: conformaban un
régimen viciado. El kirchnerismo implicaba un grado peculiar en la escala
autoritaria, una dictadura intra-democrática, con
origen en elecciones populares, pero de contenido fuertemente autoritario donde
los Kirchner dominaban de modo vertical al partido y usaban al Estado para su
proyecto personal. Ello
llevaba a Grondona a una lectura regional donde diferenciaba dos corrientes.
Una, la de aquellos gobiernos que buscaban con realismo el bien común nacional
en armonía con el mundo, como ocurría, con sus diferencias, en Brasil, Chile,
Uruguay, Perú, Colombia y México. En el eje opuesto, el populismo personalista
y autoritario, caracterizado por relaciones clientelares y baja dinámica
democrática de gobiernos que monopolizaban el poder político: Argentina,
Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua.
Grondona
proponía que la salida de tal etapa populista debía darse mediante la figura
del pacto, como en las naciones políticamente ordenadas, que habían comenzado
su historia institucional pactando expresa o implícitamente entre sus
principales fuerzas políticas. Ese pacto prevendría a la Argentina postkirchnerista del resurgimiento del autoritarismo y la
intolerancia que campeaban allí y que habían caracterizado al país antes de la
transición de 1983, marcado por la ausencia de diálogo y el enfrentamiento
entre extremos. Para el autor, el kirchnerismo había repuesto un problema de
largo arrastre en la historia argentina, recreando una cultura política dañina
que debía resolverse a la luz de dos ejemplos pactistas históricos. El primero
era el acuerdo de San Nicolás de la Argentina decimonónica, base de décadas de
prosperidad tras el rosismo. El segundo, el pacto de la Moncloa en España, que
había logrado dejar atrás la intolerancia que había desgarrado al país ibérico.
El pacto peninsular era un ejemplo contemporáneo para reposicionar la entidad
histórica del firmado a mediados de 1852: para el poskirchnerismo la Argentina
necesitaría un relanzamiento institucional como el que logró tras Rosas y como
el que no logró después de Perón, y el español era un modelo que reenviaba a
las pautas de 1983, que debían reponerse a la luz de los años posteriores,
rearticulando acuerdo político con modernización económica.
Estamos partiendo de dos premisas. La primera es
que, después de Kirchner, la República Argentina necesitará un nuevo
lanzamiento de alcance institucional como el que logró después de Rosas. La
segunda es cómo lograron los dos países que hemos tomado como modelo, la
Argentina posrosista de 1852 y la España
posfranquista de 1977, para ver si podemos extraer ejemplos aplicables (Grondona,
2009, p. 101).
Ese nuevo
pacto debía asentarse sobre una exclusión: el círculo íntimo de los Kirchner y
“la camarilla de sus seguidores incondicionales de la misma manera en que la
Argentina fundadora de tiempos de Urquiza abarcó por igual a los antiguos
unitarios y a los antiguos rosistas no contaminados por el fanatismo de la
mazorca” (Grondona, 2009, p. 111). Para el autor, la exclusión no apuntaba a un
espacio político sino a un grupo irreductible: la tarea de la etapa sería
sustituir las políticas irrepublicanas por políticas
de estado trascendentes y no pasajeras. Del kirchnerismo quedaría una cultura
facciosa que incluso llegaba a la relectura de la historia, especialmente en
torno a los años setenta. También allí Grondona llamaba a una mirada pactista,
con los casos de Sudáfrica y Uruguay como ejemplos de procesos en los que se
evitó la politización del accionar judicial: otro modo de volver a 1983 y
repensar la democracia, el tipo de orden necesario para el desarrollo o, como
lo decía con una imagen vívida, la conformación de un Alberdi colectivo que
pudiera sentar las bases de una democracia republicana: “Si tomamos como
ejemplo a los países que alguna vez llamamos cruceros, los que han conseguido
cruzar aquel desierto en nuestra época como Corea del Sur o España, comprobamos
que para viajar del subdesarrollo al desarrollo han necesitado alrededor de
treinta años” (Grondona, 2009, p. 117).
A ese tema
Grondona le dedicó su último libro, en una suerte de cierre circular de su
trayectoria, con la vuelta al problema que lo había obsesionado desde los ya
lejanos años ’50: El desarrollo político.
En ese trabajo, la tesis fundamental era la necesidad de lograr una cultura
política sobre el necesario carácter liberal del desarrollo político, donde los
elementos decisivos de ese régimen político democrático serían la alternancia
entre partidos políticos y la existencia, a partir de esa convivencia, de
políticas de Estado de largo plazo. El enfoque del libro tocaba nuevamente la
gran melodía de la trayectoria del autor: la preocupación por la relación entre
orden y desarrollo.
Los países que están experimentando un proceso de
desarrollo económico deben acompañarlo con una política adecuada de equidad
social. […] Dicha extensión no debe recortar seriamente los fondos de inversión
generados por el desarrollo económico porque si éste fuera el caso lo anularía.
El Estado debe asegurar que el derrame de riqueza de arriba hacia abajo se
produzca (Grondona, 2011, p. 26).
En este
punto, el autor agregaba la cuestión de la equidad como elemento necesario para
el desarrollo. Construida como promoción de la mínima injerencia estatal en la
economía posible, a su vez el Estado debía asegurar una distribución del
excedente económico para asegurar la estabilidad política
En esta
línea y como un cierre a las preocupaciones públicas de su carrera, el epílogo
“Una Argentina adolescente” era sugerente: allí planteaba, otra vez, cómo el
país había perdido el desarrollo político de la Constitución de 1853 y desde
1930 se había sumido en una fatídica declinación que daba por resultado una
historia dividida en dos períodos simétricos de ochenta años cada uno. El
primero de impetuoso desarrollo y el segundo de desconcertante “desdesarrollo”. Grondona usaba ese término para referirse
al caso particular argentino que, a diferencia de otros países
latinoamericanos, sí había conocido el desarrollo, pero también había caído en
una etapa de involución política y económica: en suma, había creado una larga
cultura de la derrota a la cual se buscaba sortear con estrategias de país
inmaduro y joven, cuya sociedad por eso caída en ilusiones de las cuales se
desencantaba con idéntica rapidez. La peor ilusión había sido 1930, cuando el
golpismo impactó de lleno en una doble dinámica, dada por el golpe de Estado y
el golpe de efecto de los grandes cambios en las orientaciones políticas.
Era tarea
para las próximas generaciones, las del poskirchnerismo (cuando
este llegase), retomar la senda del desarrollo perdida en aquel momento
liminar, abandonando la conducta adolescente de querer soluciones fáciles e
iniciar el largo camino de una maduración que debía depositar al país en el
progreso. Pero otra vez esa compleja tarea, cíclica y densa, seguía pendiente,
como subrayaba con gesto otoñal un Grondona en el cierre de su trayectoria pública.
Conclusiones
A la luz de la renovación ofrecida por trabajos
recientes sobre la figura de Grondona, este texto buscó ser un aporte sobre una
etapa apenas considerada por el trabajo académico e insertar esos años en una
consideración más amplia sobre el ensayista y columnista. En torno a la crisis
de 2001, las intervenciones del autor prosiguieron lo marcado en las décadas de
1980 y 1990, buscando un movimiento pendular dentro de la democracia liberal
que, tras el éxito estructural del menemismo, completase su modelo con
contenido social como en los países que el autor consideraba modélicos, algo
que no logró la Alianza. La etapa siguiente al quiebre de aquel diciembre se
caracterizó por la aparición de un fenómeno político que, en su mirada,
implicaba un retroceso a los avances en materia política y económica que se
habían desarrollado con la recuperación democrática: el kirchnerismo. De esta
manera, el pluralismo político, la modernización económica, la alternancia y
ciertos valores de moderación política que se habían consolidado en la posdictadura aparecían perdidosos en el nuevo contexto, que
hacía retroceder a la propia cultura política posterior a 1983.
Estas
lecturas y posicionamientos de Grondona fueron interpretadas muchas veces como
un vaivén o el retorno a su “verdadera” esencia derechista (como señalamos al
inicio). No obstante, el intelectual presentó una lectura más densa frente al
kirchnerismo, que se estructuró sobre enfoques previos y no fue una simple
iteración del antiperonismo de su juventud, aunque
diversos tópicos antipopulistas reaparecieron antes
como constante ideológica liberal-conservadora que como rutinización. En su
mirada, los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner no significaron un
progresismo capaz de completar el fallo aliancista, sino que implicaron un
populismo autoritario que alejaba aún más el modelo de orden y desarrollo,
confundiendo su propio interés con el sistema y que debía ser respondido en
términos similares, pero sin caer en los errores del antiperonismo
clásico, por lo que a ello debía colaborar el propio peronismo.
La obra de
Grondona estuvo atravesada una y otra vez por una pregunta: ¿De qué manera
tomar la senda del orden y el desarrollo?, que puede rastrearse a lo largo de
las etapas de la trayectoria intelectual del autor y se hizo central en el
tramo final de su recorrido, eje de este texto, por las propias condiciones
contextuales: los años kirchneristas, en su lectura, implicaron un preocupante
alejamiento de lo que el autor pensaba como la mejor herencia del ciclo abierto
en 1983, por lo cual su propia vida pública se cerró en tensión con esa
experiencia, como se analizó aquí.
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Contribución de autoría (taxonomía CRediT)
Mauricio Schuttenberg:
conceptualización, investigación, metodología, visualización, redacción -
borrador original y redacción - revisión y edición.
Martín Vicente: conceptualización, investigación,
metodología, visualización, redacción - borrador original y redacción -
revisión y edición.
[1] Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas. Universidad Nacional de La Plata. Universidad Nacional Arturo
Jauretche. ORCID: 0000-0002-6744-0268. mauricioschuttenberg@gmail.com
[2] Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Universidad
Nacional de Mar del Plata. ORCID: 0000-0002-5268-1712.
vicentemartin28@gmail.com
[3] Entre otras: Gvirtz (2010); Feinmann (2007a, y 2007b). Ver
especialmente Minutella (2021).
[4] Este segmento se basa en las investigaciones de Sivak (2005);
Vicente (2014a, 2014b); Vicente y Schuttenberg (2021), ciclo Un mundo con periodistas (Majul et al.,
2014) y comunicaciones con informantes. Se cita oportunamente bibliografía
específica sobre puntos particulares.
[5] Pueden verse intervenciones disímiles que negaban al Grondona
presuntamente progre y subrayaban a
un derechista antisemita (Abraham, 1993
[6] La “cultura de la queja” (2001, p. 22), aparecerá meses luego en un
texto de Alejandro Rozitchner (2002), antes de su colaboración televisiva con
Grondona. En este se trataba de un modo de anudar el mal humor social con las
limitaciones del presidente, mientras Rozitchner aludía centralmente a un signo
de la cultura argentina, plasmado en la simbología del tango, que empujaba a la
permanente “producción de crisis”. La lectura tenía enclave en una serie de
heterogénea literatura sobre la crisis en torno a 2001 (Saferstein, 2021).
[7] Aquí Grondona debatía especialmente con su compañero de
sección en La Nación, Joaquín Morales
Solá, quien marcaba esa actitud como central en la encerrona del presidente.
[8] Este punto ofrecerá una continuidad para el análisis de Grondona
sobre la etapa kirchnerista como vuelta del fantasma populista y, en términos
más amplios dentro de las miradas anti-kirchneristas, una variación que acabará
en la lectura anti-peronista sobre la centralidad de las décadas marcadas por
el peronismo como “70 años de decadencia”, que se expresaron al momento de su
retiro público (Schuttenberg, 2019).
[9] Su cuestionamiento a la
movilización popular puede consultarse en: Grondona 2001, diciembre 2; 2001,
diciembre 12; 2001, diciembre 30.
[10] Grondona siguió interesado en la figura del economista, promoviendo
su alianza con Carrió: ver Grondona, 2005, y Grondona, 2007, agosto.
[11] Sobre la cuestión de las derechas en la etapa post 2001
puede consultarse (Schuttenberg, 2014 y 2019).
[12] Durante el 2007 Grondona dedicó numerosos artículos a esta cuestión
(Grondona, 2007, marzo 18; marzo 27; abril; y noviembre).
[13] Sus principales artículos abordaban los ejes que propuso como
problemáticos: el Estado verticalizado que abusaba de la sociedad; la ceguera
del kirchnerismo ante la protesta social; la necesidad de articular
políticamente las manifestaciones opositoras. Ver Grondona (2008, abril; mayo
4; mayo 18; junio 22; julio 27; junio, 1 y 8).