Ni Sur, ni Norte: la industria textil mexicana en la historia global del
algodón
Neither South, Nor North: The Mexican Textile Industry in the Global History of
Cotton
Aurora Gómez-Galvarriato[i]
Resumen: El artículo inserta la evolución de la agricultura e
industria del algodón en la narrativa de la historia global del algodón que
plantea Sven Beckert. Señala que la historia del
algodón en México hasta el siglo XIX compartió características con la del Sur
global: su cultivo y manufactura prosperaron hasta la Revolución Industrial
cuando, al no utilizar el sistema esclavista de plantación del sur de Estados
Unidos y al no incorporar los nuevos avances tecnológicos, ambos fueron
desplazados por los productores del Norte global, si bien su
desindustrialización fue menor. En contraste, a partir del siglo XX su
desarrollo se asemeja más al del Norte global ya que su creciente organización
obrera y sus mayores salarios desplazaron su producción hacia otros países del
Sur. Sin embargo, a diferencia del Norte, al no desarrollar otras capacidades,
sus salarios disminuyeron hasta hacerlo relativamente competitivo en la maquila
de ropa ubicada en el Sur.
Palabras clave: Industrialización; Industria textil; México.
Abstract: The article
inserts the evolution of cotton agriculture
and industry into the
narrative of the global history
of cotton proposed by Sven Beckert. It points
out that the history of cotton
in Mexico shared characteristics with that of the Global South until the 19th century: its cultivation and manufacture prospered until the Industrial Revolution when, by not using
the slave plantation system of the southern
United States and by not incorporating
new technological advances,
both were displaced by producers from
the Global North, although its
deindustrialization was lower. In contrast, from the 20th century onwards, its development
resembled that of the Global North, as the growing
organization of labor and higher wages displaced its production to other countries in the South. However, unlike in the North, by not developing
other skills, its wages decreased
to make it relatively competitive in the garment
maquila industry located in
the South.
Keywords: Industrialization;
Textile industry; Mexico.
Recibido: 22 de febrero de 2024
Aprobado: 24 de abril de 2024
Introducción
El libro El imperio del algodón.
Una historia global de Sven Beckert ha tenido
gran impacto al presentar una atractiva narrativa que replantea el desarrollo
del capitalismo global a partir de la historia de un producto clave de la
industrialización temprana: el algodón. Beckert
sostiene que esta fibra, tanto en su cultivo como en su manufactura industrial,
ha sido una fuerza fundamental en la configuración de la economía mundial y que
su desarrollo de largo plazo no fue sólo el resultado de factores económicos
(recursos naturales, precios de los factores de producción y cambio
tecnológico), sino también del poder relativo de los Estados y del trabajo
frente al capital en las distintas naciones. Asimismo, sostiene que su cultivo
y manufactura, que inicialmente se llevaban a cabo en diversos países del Sur
global, particularmente en la India, a partir de la Revolución Industrial se
concentraron en los países del Norte global. Luego, inicialmente de forma
incipiente hacia finales del siglo XIX, y con mayor fuerza durante el siglo
XX, tanto el cultivo como la manufactura del algodón fueron retornando a los
países del Sur.
En esta historia dos grupos desempeñaron un papel
decisivo: los trabajadores en Europa y el noreste de Estados Unidos, y los
aspirantes a capitalistas del algodón en el Sur global. Por un lado, los
trabajadores se organizaron en Estados Unidos y Europa, y su acción colectiva
aumentó los costos laborales, haciendo que “los productores con salarios bajos
de otros lugares fueran competitivos en los mercados globales, aunque esas
operaciones fueran menos eficientes”. Por otro, “los capitalistas del Sur global
apoyaron políticas estatales favorables a sus propios proyectos de
industrialización nacional” y tuvieron la ventaja de poder recurrir a una
reserva de trabajadores con salarios bajos. “Esta combinación de enormes
diferencias salariales y la construcción de Estados activistas modificó la
geografía de la fabricación mundial de algodón […], los trabajadores asertivos
del Norte y los capitalistas políticamente sofisticados del Sur cambiaron la
forma del imperio del algodón”. Como resultado, “en el siglo XX, la industria
algodonera asiática se había convertido en la de mayor crecimiento del mundo,
al tiempo que la industria algodonera mundial volvía al lugar donde se había en
gran medida originado” (Beckert, 2015, pp. 382-383).
Paralelamente, los centros de cultivo de algodón,
que se concentraron durante el siglo XIX en el sur de Estados Unidos, fueron
retornando durante el siglo XX hacia el Sur global. Mientras que en 1860
Estados Unidos tenía casi el monopolio del cultivo de algodón para la
exportación, en 2012 sólo el 14% del algodón mundial se cultivaba allí. En su
lugar, China e India lideraban la producción, con 34 y 26 millones de pacas de
algodón anuales, frente a los 17 millones de Estados Unidos. Esta
transformación se produjo con “la aparición de un nuevo tipo de comerciante, no
el individuo bien conectado [...], sino inmensas corporaciones que se abastecen
globalmente de sus productos de marca para venderlos a consumidores de todo el
mundo” (Beckert, 2015, p. 437). Estos nuevos
comerciantes no se centraron en el comercio de algodón en rama, hilo y tela,
sino en el negocio de la confección, enfocándose en desarrollar canales para
vender esos bienes, con marcas y nuevas formas de venta al por menor.
Si bien el libro pretende abarcar el mundo
entero, se concentra particularmente en Europa, Estados Unidos y Asia, mientras
que el papel de América Latina no se desarrolla plenamente. Aunque algunos
países latinoamericanos aparecen en ciertos episodios del libro, la evolución
de la industria textil en los países latinoamericanos no se acomoda fácilmente
a su narrativa general. Los países latinoamericanos podrían ser caracterizados
como parte del Sur global durante algunos periodos, pero en otros su trayectoria
corresponde más a la de los países del Norte global. Por tanto, es importante
comenzar a repensar la historia del cultivo y la manufactura del algodón
latinoamericano para concebir una historia global del algodón que la incorpore
debidamente. ¿Cuál fue el papel que jugaron los distintos países
latinoamericanos en la historia global del algodón? ¿Cómo modificaría la
incorporación de estas experiencias algunos aspectos de la historia global a
largo plazo que ofrece Beckert? Este trabajo intenta
dar una visión general de cómo México formó parte de este proceso, poniendo
especial énfasis en aquellos aspectos que han sido pasados por alto en la
historia de Beckert.
El algodón
antes de la era industrial
Al igual que en otros países del Sur, el algodón se cultivaba en lo que
hoy es México y se elaboraban telas de algodón localmente para consumo interno
desde antes la llegada de los europeos. Se ha estimado que en tiempos del
imperio azteca se cultivaban alrededor de 77.000 hectáreas con algodón (Ruiz y
Sandoval, 1884, pp. 31 y 38). La elaboración de telas era llevada a cabo por
las mujeres indias en sus hogares y su producción constituía una parte
sustancial del tributo que recibían tanto los aztecas como los incas. El Códice Mendocino y la Matrícula de Tributos indican que los
gobernantes aztecas recibían anualmente en tributo 250.000 mantas de algodón,
240.000 faldas, 144.000 taparrabos y 200.000 libras de algodón (Greenleaf, 1967).
La producción textil no se interrumpió con la
llegada de los españoles, aunque sufrió algunos cambios. Las telas más finas y
decoradas que se producían en Mesoamérica, destinadas a las clases más altas,
desaparecieron. Sin embargo, se generalizó el uso de telas de algodón, antes
exclusivo de las clases más altas. Las telas de algodón siguieron siendo
tejidas domésticamente por las mujeres indígenas utilizando hilazas y telares
de cintura tradicionales. El catastrófico declive de la población indígena a lo
largo del siglo XVI se tradujo en una fuerte reducción de la producción
nacional de tejidos de algodón. Tratando de frenar la desaparición de sus
tributarios, la Corona intentó recortar el poder de los encomenderos y les
prohibió exigir servicios personales a los indios. Al principio, los
encomenderos obligaban a las mujeres indias a producir telas de algodón
encerrándolas en corrales, pero en 1549, el virrey les ordenó detener esta
práctica (Silva Santiesteban, 1964). Sin embargo, al igual que muchas otras
ordenanzas, ésta no se cumplió estrictamente, ya que se generalizó en Yucatán,
donde las mujeres indias eran obligadas a trabajar en la comuna, o casa del
pueblo, para hilar y tejer para el encomendero.
Posteriormente, sería el corregidor –a través del
repartimiento de mercancías– quien organizaría la producción doméstica de
textiles. Al mismo tiempo, comenzó a desarrollarse una nueva forma de
producción textil algodonera, basada en pequeños talleres artesanales que
utilizaban husos y telares de algodón europeos, introducidos pocos años después
de la Conquista. Esto tuvo lugar, particularmente, en la ciudad de Puebla y sus
alrededores. Además, dada la proliferación de ganado ovino introducido poco
después de la conquista, se empezaron a producir textiles de lana en un entorno
similar a una fábrica, el obraje textil lanero, que tuvo su auge durante el
siglo XVII.
A partir de mediados del siglo XVII, la
manufactura textil del algodón conoció un importante desarrollo. Durante el
siglo XVIII, varias regiones de la América colonial española experimentaron la
expansión de “una industria textil algodonera casera, con el hilado en manos de
hogares indios, a menudo rurales, y el tejido controlado por tejedores
españoles u ocasionalmente mestizos, respaldados por capital mercantil”
(Thomson, 1986, p. 169). Puebla, Guadalajara, Antequera, Valladolid, México,
Cuenca, Nueva Granada, Trujillo, Cochabamba, La Paz, Córdoba, Tucumán y
Arequipa experimentaron de un modo u otro alguna versión de este proceso. Sin
embargo, en ningún otro lugar de la América Latina colonial la industria textil
algodonera se asentó tan sólidamente como en Puebla. Esta industria creció
rápidamente durante el siglo XVIII extendiéndose a la mayoría de los pueblos de
la región central de la provincia a través del desarrollo de un sistema de putting-out, similar al desarrollado en varios
países europeos. Las diferentes fases de la manufactura algodonera, desde el
cultivo del algodón hasta los mercados finales, se articulaban a través de una
red bien establecida. Los comerciantes de Puebla o de Veracruz, conocidos como
“aviadores”, invertían en la agricultura algodonera adelantando avíos en metálico o en productos manufacturados en las ferias anuales a
los hacendados que cultivaban algodón. Estos operaban como agentes de los
grandes comerciantes importadores y exportadores de Puebla, Oaxaca y Veracruz,
quienes les ofrecían su respaldo comercial y financiero. Los algodoneros, o
regatones, compraban el algodón en bruto a los mercaderes y arrieros que
transportaban la fibra desde las tierras bajas y lo vendían a las hilanderas o
a los tejedores que realizaban su propia hilatura. A lo largo del siglo XVIII
los comerciantes aumentaron su control sobre el negocio del algodón en rama y
la hilatura, vinculando a los dos principales agentes de la producción, las
hilanderas –generalmente indias que vivían en pequeñas aldeas– y los tejedores –un
artesanado criollo o mestizo independiente que solía ubicarse en ciudades más
grandes–.
El mercado más importante para las telas poblanas
se encontraba en las provincias del norte y oeste del valle de México,
conocidas como “tierra adentro”. Regiones tan lejanas como Chihuahua,
Coahuila y Nuevo México consumían mantas
y rebozos poblanos antes de
las guerras de independencia. Las
mantas tenían un mercado más
restringido, ya que su precio por peso era menor y
enfrentaban la competencia de las manufacturas de algodón que proliferaron en
el siglo XVIII en todo el sur, centro y noroeste de México. Los rebozos, en cambio, eran un artículo
especializado y más fino que se consumía incluso en aquellas regiones,
como Guadalajara, donde se había desarrollado una industria textil algodonera
local. Los rebozos también se
enviaban desde Puebla a Guayaquil y Perú antes de la independencia.
Gran parte de la expansión de la industria textil
poblana durante el siglo XVIII tuvo lugar mediante la multiplicación de
pequeñas unidades de producción. Sin embargo, durante las últimas décadas del
siglo, los financieros y los comerciantes mayoristas de algodón dominantes
lograron concentrar la industria en unidades más grandes. Sin embargo, los
tejedores nunca perdieron del todo su independencia. El número de telares pasó
de 1.323 en 1781, a 9.981 en 1794, y a 11.692 en 1801. Además, se crearon
varias fábricas de indianilla,
especializadas en el estampado y acabado de hilos y telas de algodón
producidos localmente a similitud de las importadas de Asia.
La industria textil del algodón se mecanizó
escasamente durante el siglo XVIII. Los comerciantes de México y Celaya
introdujeron dispositivos mecánicos de desmotado (ginning)
y cardado a principios de la década de 1770, pero esta práctica no se siguió en
Puebla. Al parecer, la razón fue que “cuando el algodón desmotado mecánicamente
se enviaba a Puebla desde Veracruz en 1807, resultaba ser inadecuado para las
ruecas de la ciudad, que respondían mejor al algodón desmotado con su fibra más
intacta” (Thomson, 1986, p. 182). Además, el gremio algodonero de Puebla se
opuso a la hilatura mecánica, alegando que la reputación de los rebozos y manta poblanos se debía en parte al procesamiento del algodón por parte
de las hilanderas que serían sustituidas por estos artefactos. Al igual que
otras partes del mundo, la Nueva España enfrentó la competencia de las
manufacturas de algodón producidas en la India y exportadas por comerciantes
europeos (Beckert, 2015).
A partir de finales del siglo XVIII, como
resultado de los importantes cambios tecnológicos en la producción
manufacturera en el Reino Unido, disminuyó el coste de los textiles de algodón
británicos, que cayó más de un 70% entre 1790 y 1812 (Salvucci,
1992). Sin embargo, las regulaciones coloniales otorgaron una protección
sustancial a la manufactura textil de Nueva España. Las medidas tomadas por la
Corona para fomentar la industria textil algodonera catalana tuvieron
importantes efectos colaterales que dieron protección a la industria colonial,
tales como “la prohibición de importar algodón y seda asiáticos, la supresión
de la alcabala sobre el algodón en bruto y la
prohibición de importar paños de algodón de otros países europeos” (Thomson,
1986, p. 197).
El comercio entre España y la América española
estuvo estrictamente regulado hasta 1765, cuando el gobierno español aprobó el
Decreto de Libre Comercio. Sin embargo, incluso después de extender a Nueva
España la ordenanza de libre comercio de 1778, que entró en vigor a partir de
1789, los textiles extranjeros importados a través del puerto español seguían
siendo lo suficientemente caros como para vestir sólo a las clases altas.
Aunadas a estas regulaciones, las recurrentes hostilidades en el mundo atlántico
durante finales del siglo XVIII y principios del XIX dieron a las colonias la
protección necesaria para que se desarrollara la manufactura del algodón (Potash, 1983).
Los textiles representaban alrededor del 60% de
las importaciones de la Nueva España, la mayoría de ellos eran paños de lino
traídos a través de España desde Prusia, Francia y Holanda, y paños de algodón
de la India traídos a través de Filipinas. La proporción de telas más baratas
aumentó gradualmente pero el paño de algodón producido en la Nueva España tenía
precios competitivos. El único paño que tenía precios tan bajos como los de
Puebla entre 1776 y 1796 eran los paños de algodón indio llamados “liencillos”
y “elefantes” (Nakamura, 2000).
Después de 1802, terminaron los buenos tiempos
para la manufactura textil de algodón en la Nueva España, ya que las
importaciones españolas llegaron de nuevo a la colonia. Las dificultades para
el algodón local aumentaron a partir de 1805, cuando la política española
permitió a las potencias neutrales comerciar directamente con las Indias, lo
que permitió el aumento de las importaciones textiles (Miño, 1998; Thomson,
1991; Thomson, 2002). Las guerras de independencia (1810-1821) incrementaron
aún más los problemas a los que tuvieron que hacer frente los fabricantes
novohispanos de textiles, a pesar de que la violencia real rara vez golpeó las
regiones en las que se ubicaba la industria. Muchos trabajadores textiles
abandonaron sus telares para unirse a los ejércitos contendientes y muchos
murieron como consecuencia de las epidemias asociadas a los primeros conflictos
(Salvucci, 1992; Thomson, 2002). Las materias primas
empezaron a escasear y se cortaron las rutas comerciales hacia el norte,
tradicionalmente un mercado importante para la producción textil local. Las
guerras de independencia, junto con una mayor competencia extranjera, dieron a los obrajes un golpe definitivo (Salvucci, 1992). La
producción textil de algodón también se vio muy debilitada. La producción
textil de Guadalajara, que en 1802 tenía dimensiones similares a la de Puebla
“fue virtualmente eliminada por la competencia de las importaciones a través de
los recién abiertos puertos del Pacífico” (Thomson, 1991, p. 275).
La Independencia de México (1821) no mejoró la
situación de los productores textiles porque los primeros gobiernos mexicanos
adoptaron políticas liberales que estaban diseñadas principalmente para
aumentar los ingresos del gobierno en lugar de proteger las manufacturas
nacionales. Los aranceles a los textiles fueron un tema fiscal de suma
importancia, dado que los textiles representaban entre 60% y 70% de las
importaciones totales entre 1821 y 1830, y que alrededor de 50% de los ingresos
del gobierno provenían de los derechos de importación (Herrera, 1977; Marichal,
2007). La primera ley para regular el comercio exterior, aprobada en diciembre
de 1821, permitía la entrada de mercancías extranjeras con un derecho del 25%
sobre los valores estipulados en la ley arancelaria, o determinados por los
tasadores de aduanas en los puertos de entrada.
La protesta de los artesanos y comerciantes
involucrados en el negocio textil nacional, principalmente de los estados de
Puebla y Jalisco, se hizo más fuerte y el debate proteccionista cobró
importancia en la prensa y en las sesiones del Congreso de esos años. Para
hacerle frente en 1822 y 1824 el gobierno emprendió algunas políticas a favor
de los artesanos textiles, pero no fueron suficientes para dar a los productos
textiles nacionales la posibilidad de competir favorablemente en el mercado
existente (Potash, 1983). En diciembre de 1828,
estallaron en la ciudad de Puebla dos motines de escala y duración sin
precedentes (Thomson, 2002). El descontento de los artesanos jugó un papel
importante en el levantamiento armado que llevó al general Vicente Guerrero a
la presidencia. El 22 de mayo de 1829 se prohibió la entrada de textiles burdos
de algodón y lana, lo que fue muy bien recibido por el círculo artesanal. Sin
embargo, a pesar de su voluntad proteccionista, el gobierno de Guerrero no pudo
aplicar estrictamente la ley debido a la pérdida de ingresos fiscales que
implicaba. No obstante, el papel de las protestas de los artesanos, junto con
la voluntad del gobierno de establecer medidas proteccionistas de forma tan
temprana, supusieron un gran cambio con respecto a lo ocurrido en otros países
del Sur.
Cultivo y manufactura de algodón en México durante la
era del capitalismo industrial
Aunque México tuvo que hacer frente, como el resto de la periferia
pobre, a las fuerzas de desindustrialización que surgieron como resultado de la
Revolución Industrial, no sufrió una afectación tan grande como la mayoría de
los países de la periferia. De hecho, la industria textil mexicana pudo
sobrevivir e incluso prosperar a lo largo del siglo XIX. Algunas condiciones
explican el temprano crecimiento industrial de México. En primer lugar, su
población relativamente numerosa proporcionó el mercado interno necesario para
el desarrollo de la industria. En segundo lugar, durante este periodo se
produjo una mejora muy modesta de los términos de intercambio mexicanos, en
comparación con los experimentados por la mayoría de las naciones de la
periferia, ya que el precio de la plata permaneció estancado durante todo este
tiempo. Tercero, en comparación con otros países de la periferia, México
mantuvo una mejor competitividad salarial basada en un mejor desempeño relativo
de la productividad agrícola. En cuarto lugar, una tradición de producción
textil artesanal fue capaz de generar apoyo político a las políticas
proteccionistas. En quinto lugar, México disponía de autonomía para aplicar
este tipo de políticas, a diferencia de muchos otros países de la periferia que
no podían hacerlo como consecuencia de su condición colonial. Por último, los
elevados costes de transporte derivados de la concentración de la población
lejos del mar en un territorio montañoso proporcionaban una protección
adicional (Dobado, et al., 2008).
Aunque afectado, el sector textil algodonero
sobrevivió a las tres décadas de competencia extranjera e insurgencia. Incluso en medio de la
competencia extranjera funcionaban en Puebla unos 6.000 telares (Potash, 1983). A pesar de la difícil situación, dos
comerciantes poblanos realizaron importantes inversiones en el negocio textil
durante la década de 1820 e introdujeron maquinaria moderna. Sin embargo, no
fue sino hasta las décadas de 1830 y 1840, cuando se superó brevemente la
inestabilidad política, que finalmente se llevó a cabo la mecanización de la
industria. A este proceso contribuyeron las políticas gubernamentales que le
dieron tanto la protección necesaria como el apoyo financiero requerido,
mediante la creación de un banco de desarrollo, el Banco de Avío. A pesar del
funcionamiento irregular del banco durante aquellos años de inestabilidad, pudo
poner en marcha un programa de compra de maquinaria. En 1830, el banco adquirió
equipos para cinco fábricas de algodón y dos de papel de fabricantes de maquinaria
de Nueva Inglaterra. Además de estos programas especiales de compra, el banco
prestó dinero a empresarios privados. Trece de los cuarenta préstamos
concedidos entre 1830 y 1840 se destinaron a establecer fábricas textiles de
algodón, mientras que el resto financió fábricas de papel y fundiciones de
hierro. La mitad de las fábricas textiles de algodón que se instalaron gracias
a créditos del Banco de Avío seguían funcionando en 1845 (Potash,
1983). Tres de esas fábricas, La Constancia Mexicana, establecida por Estevan de Antuñano en 1835, Cocolapan,
e Industrial Jalapeña seguían funcionando en 1893 (Dirección General de
Estadística, 1894).
La mayor parte
del algodón producido en México se cultivaba en regiones húmedas y cálidas del
sur del país, en los estados de Veracruz, Guerrero y Oaxaca. El algodón
cultivado en México era insuficiente para satisfacer la creciente demanda que
generó el establecimiento de las nuevas fábricas textiles, por lo que parte de
esta debía cubrirse con importaciones de Estados Unidos, el mayor productor de
algodón del mundo en ese periodo. Dado que en México su cultivo no se hacía con
mano de obra esclavizada, el precio del algodón nacional era mayor al producto
importado. En 1836, los representantes de las regiones algodoneras de Veracruz
y Oaxaca presentaron con éxito un proyecto de ley para prohibir la entrada de
algodón en rama procedente de Estados Unidos. En un principio, los fabricantes
de textiles no se opusieron a esta ley, ya que la producción nacional de
algodón era suficiente para abastecer a la pequeña industria textil
algodonera, y porque en 1837 también se prohibieron las importaciones de todo
tipo o clase de hilados extranjeros y telas “ordinarias”, aunque no se
aplicaron hasta octubre de 1838 (Potash, 1983). Sin
embargo, la prohibición de importar algodón en rama pronto tuvo terribles
consecuencias. En cuestión de meses la cosecha nacional de algodón ya no era
suficiente para abastecer el consumo de las fábricas establecidas. El algodón
empezó a escasear; y su precio, que en 1838 era de 16 a 17 pesos por quintal,
aumentó a 40 pesos. Los fabricantes tuvieron que detener por completo la
producción, o acortar la producción diaria en un esfuerzo por continuar,
esperando ansiosamente la llegada de la nueva cosecha.
El gobierno concedía arbitrariamente licencias
especiales de importación de algodón que solían acabar en manos de “agiotistas” (prestamistas
gubernamentales) quienes fueron adquiriendo la mayoría de las fábricas
textiles. Los industriales textiles también tuvieron que soportar la concesión
de licencias para la importación de textiles manufacturados (Walker, 1991).
Además, los fabricantes textiles se quejaban a menudo del contrabando que
limitaba aún más su mercado (Bernecker, 1992). El
gobierno concedió las licencias de importación como parte de sus negociaciones
para obtener más créditos con los que apoyar su déficit permanente. Además de
los elevados costes de transporte que restringían el mercado, la inestabilidad
política impidieron a los gobiernos mexicanos continuar llevando a cabo
políticas de fomento de la industria. A finales de 1840, el Banco de Avío dejó
de funcionar como una agencia de créditos para la industria (Potash, 1983). Este entorno de fragilidad institucional
“generó una política arancelaria capturada que dio una baja protección efectiva
a la industria, un mercado financiero atrasado que limitó los recursos
disponibles para el crecimiento industrial, y un aumento de los costes de
transporte a través de barreras arancelarias interestatales”
(Gómez-Galvarriato, 1999, p. 191).
Durante la primera parte del siglo XIX la
mecanización de la industria no fue en contra de los intereses de los
tejedores, ya que la mayor parte de la producción de las fábricas textiles era
de hilo que se vendía a los tejedores. El abaratamiento del hilo permitió a los
tejedores producir un producto más competitivo y obtener mayores ingresos y
sobrevivir en su oficio hasta la década de 1890, cuando el tejido en fábrica
sustituyó finalmente al telar manual en todo México.
La temprana industrialización de México se vio
frenada por las difíciles condiciones que vivió el país hasta las últimas
décadas del siglo XIX. Por su parte, las fábricas textiles mecanizadas no
aparecieron en otros lugares de América Latina hasta más avanzado el siglo XIX.
En Perú, las primeras fábricas de algodón no se instalaron en Lima sino hasta
la década de 1850, y quebraron rápidamente cuando el gobierno abandonó los
aranceles proteccionistas. Brasil estableció sus primeras fábricas en la
década de 1840, aunque en 1853 sólo contaba con ocho fábricas con 4,500 husos,
mientras que diez años antes la manufactura textil de México incluía 59
fábricas con más de 100.000 husos (Gómez-Galvarriato, 2013).
La supervivencia de la industria textil mexicana
durante estos años de invasiones extranjeras, una gran guerra civil y un lento
crecimiento de la población fue en sí misma notable (Keremitsis,
1973). Más notable aún fue la expansión de la industria. El número total de
telares y husos aumentó 132% y 234% respectivamente entre 1843 y 1878 (véase
Cuadro 1). Además, la empresa media creció, aumentando su número de husos en
58% y su número de telares en 126%, aunque no al mismo ritmo que crecía en
Estados Unidos (Gómez-Galvarriato, 2013).
Cuadro 1: Crecimiento de la industria textil
algodonera mexicana (1837-1878)
Año |
Número de fábricas |
Número de husos |
Número de husos activos |
Hilaza (toneladas) |
Manta (miles de piezas) |
|
1837 |
45 |
|||||
1838 |
29 |
109 |
||||
1839 |
15 |
125 |
||||
1840 |
257 |
88 |
||||
1841 |
467 |
196 |
||||
1842 |
358 |
218 |
||||
1843 |
59 |
125.362 |
106.708 |
3.738 |
327 |
|
1844 |
112.188 |
508 |
||||
1845 |
55 |
129.527 |
113.813 |
1.317 |
657 |
|
1853 |
3.348 |
875 |
||||
1850-1857 |
48 |
138.860 |
119.278 |
3.351 |
727 |
|
1862 |
57 |
133.122 |
3.615 |
1.259 |
||
1879 |
89 |
253.594 |
2.925 |
3.255 |
Nota: Las piezas de manta eran paños burdos no
blanqueados de una vara de ancho y entre 30 y 36 varas de largo. Una vara equivale
a 0.8359 metros (Bazant, 1964).
Fuentes: Dirección General de Agricultura e
Industria [Lucas Alamán], (1843, tablas 2, 3, 4 y 5); Ministerio de Fomento,
(1857); Pérez Hernández, (1862); Secretaría de Hacienda [Emiliano Busto],
1880); Dirección General de Estadística, (1894).
La industria textil del algodón no sólo creció entre 1843 y 1878, sino
que también se modernizó. Integró con éxito la hilatura y la tejeduría y
experimentó la transformación completa de las fuentes de energía utilizadas.
El gran cambio que conllevó la Revolución Industrial en relación con las
fuentes de energía utilizadas en la producción, de solares a combustibles
fósiles, fue constreñido en México por la escasez de carbón de piedra
disponible en las regiones cercanas a donde se ubicaba la mayor parte de la
población. Este era costoso pues se importaba del extranjero y sólo hacia1880,
gracias a la instalación de redes ferroviarias pudo iniciar la explotación
nacional de carbón en la región norteña de Coahuila. Como consecuencia, la
máquina de vapor, la principal innovación de la primera Revolución Industrial
no pudo difundirse en el país con el mismo éxito que en los países donde el
carbón de piedra era abundante. En México, las máquinas de vapor resultaban
menos rentables pues debían operar utilizando carbón vegetal o leña, cuyo costo
fue aumentando a medida que fueron deforestándose los bosques situados
alrededor de las zonas manufactureras (Vergara, 2021).
A pesar de esta importante restricción, la industria textil mexicana fue
incorporando cada vez más energía de vapor a lo largo del siglo XIX. En 1843,
37% de las empresas utilizaban hombres o mulas como fuente de energía y sólo
3% funcionaba con vapor. En cambio, hacia 1878 ninguna fábrica textil
funcionaba con tracción animal o humana y 64% de las fábricas empleaban cierta
energía de vapor. Del total de manta producida, sólo 2% se fabricaba
utilizando energía de vapor en 1843, pero 70% lo hacía en 1879. Sin embargo,
dado los altos costos del carbón, la energía hidráulica fue la más ampliamente
utilizada por la industria textil, que aprovechó localizando las fábricas al
margen de los ríos, pero debido a que en el país son escasos los afluentes que
corren a lo largo de todo el año, muchas combinaron la energía hidráulica con
la de vapor. Mientras que en 1843 sólo 56% de las fábricas utilizaban energía
hidráulica, en 1879 esta cifra había aumentado hasta 91% y más de la mitad de
las empresas, 55%, combinaban vapor y agua (Gómez-Galvarriato, 2013). En 1879
los productores textiles de México abastecían 60% del mercado nacional, una
cuota superior a la de la India en 1877 (35-42%) o a la del Imperio Otomano
(20-26%) en 1910 (Gómez-Galvarriato y Williamson, 2009).
El crecimiento de la industria textil se apoyó también en una política
arancelaria favorable. Si bien en 1856 se redujeron los aranceles sobre las
manufacturas de algodón, su efecto fue contrarrestado por la decisión
simultánea de eliminar la prohibición a la importación de algodón en rama y
sustituirla por un arancel ad valorem de alrededor de 9,5% (Cosío Villegas, 1932).
Una estimación bruta de los efectos de la política liberal entre 1855 y 1856
muestra que el efecto neto para la industria textil no fue necesariamente
negativo (Dobado et al.,2008). Además, la Guerra
Civil estadounidense tuvo un efecto positivo en la industria textil algodonera
mexicana, ya que aumentó el precio de las manufacturas internacionales de
algodón y disminuyó el precio del algodón en bruto. El bloqueo del Sur por
parte de la Unión, efectivo en Texas a mediados de 1861, obligó a los
confederados a canalizar las exportaciones de algodón a través de la frontera
mexicana (Tyler, 1973). Este comercio generó enormes beneficios entre los
comerciantes mexicanos y un rápido crecimiento en el noreste del país (Cerutti, 1992). Monterrey se convirtió en un “depósito
libre de algodón”, en el sentido de que se podía depositar allí cualquier
número de pacas pagando derechos sólo en el momento del envío a Matamoros o
hacia el interior del país. La ciudad debió su prosperidad futura a su
crecimiento durante este periodo (Tyler, 1973). El aumento de la oferta de
algodón en bruto y el incremento de la demanda de manufacturas de algodón del
asediado Sur de Estados Unidos hicieron posible incluso que las fábricas
textiles mexicanas exportaran sus productos. Asimismo, a partir de 1860 la
demanda interna comenzó a aumentar, dando un impulso adicional a la producción
textil. Mientras que de 1845 a 1860 la población creció a un ritmo menor que en
los 45 años anteriores, su ritmo de crecimiento aumentó considerablemente de
1860 a 1877. Además, la renta per cápita, que se contrajo a partir de las
guerras de independencia y después de una breve recuperación volvió a caer de
1845 a 1860, empezó a recuperarse creciendo a un ritmo medio del 1,48% anual de
1860 a 1877 (Coatsworth, 1990).
Tras el final
de la guerra civil de Estados Unidos en 1865 y la restauración de la República
de México en 1867, las calamitosas guerras que minaron la capacidad del
gobierno mexicano para poner en orden sus finanzas y establecer un conjunto
fiable de instituciones dieron paso a un entorno más pacífico. El gobierno
federal mexicano se hizo gradualmente con el control de toda la nación,
empezaron a llegar inversiones extranjeras y a desarrollarse los bancos, lo que
propició el inicio de grandes inversiones en infraestructuras de transporte. La
longitud de la red ferroviaria de México pasó de 665 kilómetros en 1878 a
19.748 kilómetros en 1910, y se mejoraron los caminos y puertos (INEGI, 1986,
II).
A finales de la década de 1870 el algodón producido en México era
suficiente para abastecer alrededor de la mitad de los requerimientos de la
industria textil, que eran de alrededor de 11,500 millones de kilos anuales,
el resto era importado de Estados Unidos (Plana, 1993). Los altos precios del
algodón americano en esos años animaron a los empresarios mexicanos, dueños de
fábricas textiles, de la norteña ciudad de Monterrey, a adquirir tierras en La
Laguna, valle norteño irrigado por el río Nazas, para cultivar algodón y
financiar a los campesinos para cultivarlo.
Hacia 1884 la producción de algodón era de alrededor de 32 mil
toneladas, cultivadas en unas 50 mil o 60 mil hectáreas y menos de un tercio
del algodón se producía en el norte del país. El resto continuaba produciéndose
en Veracruz, Guerrero y Oaxaca, más cercanas a las fábricas textiles que en su
mayoría, estaban situadas en el centro del país. La llegada del ferrocarril a
la región de La Laguna en 1883, cuya red continuó expandiéndose entre 1888 y
1897, favoreció el desarrollo del cultivo del algodón en la región. Un grupo de
empresarios de la región fundaron en 1885 una empresa, la Compañía Agrícola del
Tlahualilo Ltda., para llevar a cabo proyectos de irrigación que les
permitieran colonizar una nueva zona de tierras áridas para cultivar algodón
(Plana, 1996). Además, introdujo un nuevo tipo de algodón (gossypium
hisrutum), traído de Texas que, aunque requería
más riego, producía un mayor porcentaje de fibra de mayor calidad (Aboites, 2013). Estos cambios, aunados a la creciente
demanda de algodón por parte de la industria textil mexicana, provocaron un
incremento sustancial en la producción algodonera de La Laguna, que la
transformó en la principal región algodonera de México. Entre 1897 y 1912, la
producción media anual de algodón de La Laguna fue de alrededor de 20.5
millones de kilos, lo que representó alrededor del 70% de la producción
algodonera nacional que se destinaba principalmente al mercado mexicano (Plana,
1996).
La protección
arancelaria pasó a formar parte de una política de fomento a la industrialización.
A lo largo de este periodo “las reformas arancelarias se diseñaron cada vez más
para favorecer objetivos de desarrollo más que fiscales” (Beatty, 2002, p.
206). La reforma arancelaria de 1891 redujo los aranceles en general, pero se
modificaron selectivamente para proteger la manufactura mexicana. Así, entre
1890 y 1905, la protección implícita se redujo en 50% en todo el esquema
arancelario, pero varios productos que fueron objeto de políticas de
sustitución de importaciones obtuvieron un aumento nominal de protección de 68%
a 73%. En general, el esquema arancelario otorgó protección efectiva a la
industria a través de tasas más altas para los productos terminados que para
las materias primas importadas necesarias para producirlos (Beatty, 2002).
Los derechos
nominales sobre las telas de algodón, que eran del 96% en promedio en 1890,
disminuyeron a 65% en 1905. Aunque la tasa de protección seguía siendo
sustancial, la reducción demuestra que la política del gobierno buscaba
promover gradualmente la competitividad, y que la industria logró seguir el
ritmo planteado. Las tasas arancelarias para las telas de algodón, combinados
con tasa más bajas para el algodón en bruto (30% en 1890 y 20% en 1905),
proporcionaban una protección eficaz. Esta política tuvo un efecto significativo
en la industria. La protección a la industria se vio reforzada durante la mayor
parte del periodo por una importante depreciación del peso mexicano acompañada
por un menor aumento de los precios internos. México experimentó una
depreciación real de la moneda del 137% entre mediados de la década de 1870 y
1902, y una apreciación real de la moneda del 24% entre 1902 y 1913
(Gómez-Galvarriato y Williamson, 2009). Si bien la industria textil gozaba de
altos niveles de protección arancelaria, éstos no eran superiores a los que
disfrutaba la industria textil en Estados Unidos. En 1911, el arancel promedio ad
valorem para la tela cruda blanca gruesa era de
20,1% en México y 34,9% en Estados Unidos, y el de la tela cruda fina era de
40,5% en México y 41,8% en Estados Unidos.
Por su parte,
en contraste con la mayoría de los países de la periferia donde los términos
de intercambio continuaron aumentando o cayeron en menor grado, en México,
éstos cayeron un 37,2% entre 1870-74 y 1910-13 como resultado de la disminución
del precio de la plata, que era el principal producto de exportación mexicano.
La importante caída de los términos de intercambio que experimentó México en
este periodo estimuló la industria manufacturera en general, y la textil en
particular, ya que los productos textiles representaban una gran parte de las
importaciones mexicanas (Cuadro 2). Además, a pesar de la caída de los términos
de intercambio, un rápido avance de la productividad en la minería mexicana
generó un aumento del valor total de las exportaciones y de los ingresos en
divisas, generando un crecimiento impulsado por las exportaciones (Williamson y
Gómez-Galvarriato, 2009; Beatty, 2000). Esto fomentó aún más la industria
manufacturera al aumentar la demanda interna y la oferta de capital de inversión.
Cuadro 2: La industria textil algodonera mexicana, 1878-1963
Fábricas activas |
Husos |
Telares |
Obreros |
Algodón consumido
(toneladas) |
Telares equivalentes
por trabajador |
Telares equivalentes por
turno |
Algodón por trabajador |
|
1879 |
89 |
253.594 |
8.885 |
12.118 |
12.064 |
0,96 |
0,96 |
996 |
1893 |
93 |
355.456 |
11.827 |
19.515 |
21.298 |
0,81 |
0,81 |
1.091 |
1895 |
99 |
411.090 |
12.386 |
18.208 |
20.208 |
0,93 |
0,93 |
1.110 |
1899 |
120 |
479.995 |
14.352 |
22.846 |
26.518 |
0,86 |
0,86 |
1.161 |
1900 |
134 |
557.391 |
17.202 |
26.764 |
28990 |
0,87 |
0,87 |
1.083 |
1905 |
127 |
666.659 |
21.932 |
29.483 |
31230 |
0,99 |
0,99 |
1.059 |
1910 |
123 |
702.874 |
25.017 |
31.963 |
34736 |
1,02 |
1,07 |
1.087 |
1913 |
118 |
752.804 |
26.791 |
32.641 |
32821 |
1,07 |
1,29 |
1.006 |
1917 |
92 |
573.072 |
20.489 |
22.187 |
1,21 |
1,70 |
||
1920 |
120 |
753.837 |
27.301 |
37.936 |
31649 |
0,94 |
1,41 |
835 |
1925 |
130 |
838.987 |
31.094 |
43.728 |
40.997 |
0,92 |
1,38 |
938 |
1930 |
148 |
842.265 |
30.625 |
39.424 |
40.582 |
1,01 |
1,52 |
1.029 |
1963* |
516 |
1.585.300 |
43.411 |
|||||
1963* |
453 |
1.386.887 |
36.651 |
49.954 |
114.600 |
1,04 |
1,56 |
2.294 |
1895-1910 |
1,5% |
3,6% |
4,8% |
3,8% |
3,7% |
0,7% |
0,9% |
-0,1% |
1910-1920 |
-0,2% |
0,7% |
0,9% |
1,7% |
-0,9% |
-0,9% |
2,8% |
-2,6% |
1920-1930 |
2,1% |
1,1% |
1,2% |
0,4% |
2,5% |
0,8% |
0,8% |
2,1% |
1895-1930 |
1,2% |
2,1% |
2,6% |
2,2% |
2,0% |
0,2% |
1,4% |
-0,2% |
1930-1963 |
3,9% |
1,9% |
1,1% |
0,7% |
3,2% |
0,1% |
0,1% |
2,5% |
Notas: Las
toneladas son métricas. La primera fila de 1963 son los números totales, la
segunda fila es una muestra para la que se obtuvo más información. Los
equivalentes de telares son husos multiplicados por 0.011 más telares según la
metodología de Clark (1987).
Fuentes:
Gómez-Galvarriato (2013, pp. 18-19), Banco de México S.A (1967).
A pesar del
considerable crecimiento de la población y de los ingresos, las importaciones
de hilados y tejidos de algodón cayeron a un ritmo medio del 4,3% anual entre
1895 y 1908, sustituidas por la producción nacional (Beatty, 2002). Ello fue el
resultado de un aumento sustancial de la producción textil de algodón (Cuadro
2). Se instalaron muchas fábricas textiles que incorporaron nueva tecnología,
como el uso de energía eléctrica e iniciaron un proceso de sustitución de
importaciones. Las importaciones textiles, que representaban en 1890 el 22% del
total de las importaciones cayeron a una tasa anual de 4,3% entre 1895 y 1908.
Hacia 1908, el 78% del consumo mexicano de textiles de algodón se abastecía
nacionalmente (Gómez-Galvarriato y Williamson, 2009).
En 1910 el
algodón se cultivaba en La Laguna en unas 130.000 hectáreas de regadío.
Alrededor de 100.000 de ellas pertenecían a 24 propietarios y el resto estaba
subdividido en pequeñas unidades agrícolas cultivadas en su mayoría por
agricultores que arrendaban las tierras (Plana, 1996). Los empresarios
agrícolas procesaban su algodón en desmotadoras relativamente pequeñas de su
propiedad. También establecieron en La Laguna tres fábricas textiles que, junto
con otras veinte fábricas de la región circundante, constituían un importante
mercado regional. Además, establecieron varias fábricas de jabón y aceite, como
la Compañía Industrial Jabonera de La Laguna S.A., constituida en 1898. Los
empresarios algodoneros de La Laguna también participaron en la formación de
bancos, desde los que financiaron el cultivo del algodón. Esta transformación
económica impulsó una importante emigración y urbanización en la región. El
crecimiento medio de la población en La Laguna entre 1871 y 1910 fue casi tres
veces superior al del país (Plana, 1996).
Aunque la
industria textil mexicana se fue volviendo cada vez más competitiva en
estándares internacionales gracias a la incorporación de nuevas tecnologías,
sus productos eran más caros que los de las fábricas británicas,
estadounidenses o japonesas. En 1911, los precios de las telas de algodón en
México eran 28% más altos que las inglesas, que era el principal país del que
México importaba textiles, y el precio del algodón crudo era alrededor de 13%
más alto que en Estados Unidos. Una comparación de los costos de la Compañía
Industria de Orizaba S.A. (CIVSA), una de las fábricas mexicanas más
importantes del periodo, con los que enfrentaban fábricas de hilados y tejidos
de Estados Unidos y Japón de aproximadamente el mismo tamaño, nos permite
observar los niveles de competitividad mexicanos y dónde residían sus
problemas. En 1911, el jornal diario en CIVSA era más del doble del de los
japoneses y casi una tercera parte del de los estadounidenses. CIVSA empleaba
en la producción de hilados menos de la mitad de los trabajadores que ocupaba
una fábrica similar japonesa, pero casi el doble de los de su contraparte
norteamericana. En los hilados los salarios más altos de CIVSA la colocaban en
desventaja con la fábrica japonesa, pero le daban una ventaja comparativa con
la fábrica estadounidense. En la producción de tejidos la situación era peor ya
que CIVSA empleaba aproximadamente el mismo número de trabajadores que la
fábrica japonesa, que eran casi siete veces los trabajadores que requería la
fábrica estadounidense. En este caso, los salarios más elevados colocaban a
CIVSA en una situación de mayor desventaja tanto con las fábricas
estadounidenses como con las japonesas (véase el Cuadro 3). La razón detrás del
número mayor de trabajadores que empleaba CIVSA y la fábrica japonesa en la
producción de tejidos era que la fábrica estadounidense usaba telares
automáticos Northrop, que permitían a los tejedores
atender 20 en lugar de los dos a cuatro telares que requerían los telares
mecanizados tradicionales. Además, en Estados Unidos se operaba con el
“Sistema Americano” que significaba emplear un mayor número de ayudantes con el
fin de que los tejedores pudieran especializarse en su tarea de tejido.[2] Si
bien CIVSA evaluó la utilización de telares automáticos, desistió de hacerlo,
pues requerían demasiadas reparaciones y ajustes por parte de técnicos expertos
que no estaban fácilmente disponibles en México. Por otro lado, México
enfrentaba costes de mano de obra mucho más caros que las fábricas japonesas,
que le permitían alcanzar costos competitivos a pesar de la mayor mano de obra
utilizada (Gómez-Galvarriato, 2013).
Cuadro 3: Empleados necesarios para la explotación de fábricas textiles en
Estados Unidos, Japón y México (CIVSA), 1911
Hilados |
Tejidos |
|||||||
Número de trabajadores |
Sueldos totales diarios |
Sueldo diario por trabajador |
Número de trabajadores |
Sueldos totales diarios |
Sueldo diario por trabajador |
Telares por trabajador |
Ayudantes en total de trabajadores |
|
Estados Unidos |
180 |
$221,51 |
$1,18 |
123 |
$180,24 |
$1,47 |
18,87 |
57% |
Japón |
794 |
$139,57 |
$0,18 |
850 |
$151,56 |
$0,18 |
1,43 |
18% |
CIVSA |
330 |
$148,87 |
$0,45 |
832 |
$395,31 |
$0,48 |
2,25 |
26% |
Notas: Turno
de trabajo de 10 horas en Estados Unidos y de 11 horas en Japón y CIVSA. Las
fábricas de hilados tenían 40.000 husos en Estados Unidos y Japón, CIVSA tenía
40.184 husos. Las fábricas de tejidos operaban con 1.000 telares en Estados
Unidos y Japón, CIVSA lo tenía 1.380 telares. Los sueldos están en dólares
estadounidenses.
Fuente:
Gómez-Galvarriato (2013, p. 62).
¿El retorno al Sur?: El algodón mexicano durante el
largo siglo XX
La
competitividad internacional de la industria textil mexicana empeoró a lo largo
el siglo XX, ya que al igual que en Europa, Estados Unidos y otros países
industrializados, los trabajadores en México se organizaron para obtener
mejores niveles de vida. Este proceso inició a partir de 1906 cuando los
obreros textiles organizaron una poderosa confederación, el Gran Círculo de
Obreros Libres, que agrupaba a trabajadores de las fábricas textiles de todo el
país. Esta organización fue violentamente reprimida por el gobierno en 1907 y
dejó de existir. Sin embargo, durante la década siguiente se organizaron con
éxito sindicatos en la mayoría de las fábricas textiles que fueron respaldados
por los gobiernos que, a lo largo de la guerra revolucionaria (1910-20),
procuraron el apoyo de los obreros organizados. Como parte de este proceso, la
nueva Constitución que se promulgó en 1917 incluyó un artículo (el 123) que
legalizó los sindicatos, otorgó el derecho de huelga, estableció un salario
mínimo, una jornada diaria de ocho horas, la responsabilidad de los patrones
por las lesiones y enfermedades de los trabajadores y la licencia de maternidad
y prohibió el trabajo infantil, entre otros beneficios. En ese entonces se
trató de una legislación de vanguardia, sólo equivalente a la de la República
de Weimar en Alemania. Mediante continuas huelgas durante los años veinte, los
trabajadores organizados obligaron a las empresas a cumplir la Constitución y
a aumentar los salarios (Gómez-Galvarriato, 2013).
En 1927 los
trabajadores y los industriales de la industria de hilados y tejidos, con el
apoyo de gobierno, llegaron a un acuerdo por el que se estableció un contrato
colectivo que abarcaba todas las fábricas textiles de algodón. Este contrato
especificaba las tarifas que debían pagarse por cada tipo de trabajo, el tipo
de maquinaria que debía utilizarse y el número de trabajadores que deberían
atenderla, establecidos en base a la tarifa salarial inglesa de Blackburn de
1905.
Gracias a este
conjunto de negociaciones, los salarios reales de los trabajadores de CIVSA en
1929 eran entre 70% y 100% más altos que los de 1911, dependiendo de si se
considera el trabajo por día o por hora y el índice de precios con el que se
deflactan. Dado que el convenio alcanzado en 1927 se firmó una y otra vez,
hasta 1951 bajo básicamente los mismos términos en cuanto a la maquinaria que
contemplaba y el número de trabajadores requeridos, esto llevó a un
estancamiento en el cambio tecnológico de la industria. Así, la producción
textil algodonera mexicana se volvió cada vez menos competitiva internacionalmente
y para mantenerla en marcha el gobierno aumentó los aranceles a las
importaciones (Gómez-Galvarriato, 2013).
Durante la Segunda Guerra Mundial, la demanda bélica estadounidense
permitió a la industria un periodo de auge. Los productos manufacturados
aumentaron su participación en las exportaciones totales de 8,6% en 1938 a 38%
en 1945. Los textiles impulsaron la mayor parte de este aumento, representando
alrededor de 60% de las exportaciones de manufacturas, y 15% de las
exportaciones totales (Gómez-Galvarriato y Márquez Colín, 2017). Como existían
fuertes restricciones a la importación de maquinaria, la industria operaba
intensamente con los mismos equipos que había instalado décadas atrás. Al
finalizar la guerra, la maquinaria requería ser reemplazada, por lo que varias
fábricas textiles se organizaron para que se les autorizara importar equipos
modernos. Gracias a ello en 1951 lograron introducir en el nuevo contrato
colectivo cierta flexibilidad en relación con los requisitos de maquinaria que
se habían mantenido sin cambio desde el contrato de 1927, pero el contrato
colectivo exigía mayores salarios para los trabajadores que utilizaran la
maquinaria moderna que ahorraba mano de obra, generando pocos incentivos en su
adopción.
En cuanto al cultivo del algodón, su producción experimentó un gran
crecimiento a partir de la década de 1910, debido a las enormes inversiones de
empresas estadounidenses que continuaron hacia México el proceso de expansión
de su cultivo del Sur hacia el Oeste estadounidense, que venían emprendiendo
desde hacía varias décadas. Nuevas regiones, como el valle de Mexicali, situado
a pocos kilómetros al sur de la frontera con California, empezaron a cultivar
algodón durante esta década. Ello fue resultado de la necesidad de construir un
canal derivador y otras obras de irrigación a través del territorio mexicano,
como parte del proyecto para irrigar el Valle Imperial con agua del río
Colorado. También se vio favorecido por la conexión ferroviaria que le proporcionó
el ferrocarril Southern Pacific
que comunicó la región. Así, el valle de Mexicali se desarrolló como una
extensión del Valle Imperial californiano, que era entonces una de las zonas
más recientes donde se había expandido el cultivo del algodón en Estados
Unidos.
La Colorado River Land
Co., adquirió al sur de la frontera unas 340.000 hectáreas de tierra, y en 1912
empezó a producir algodón en ellas. Al principio el algodón se llevaba a
Calexico, en Estados Unidos, para su desmotado, pero en 1916 se estableció en
el valle de Mexicali una desmotadora de algodón por la Lower
Colorado River Ginning Co.
con una capacidad quince veces superior a la de las desmotadoras de algodón que
se habían establecido en La Laguna. Durante la década de 1920 su producción de
algodón se exportaba, principalmente a Japón, a través del puerto
estadounidense de San Diego. En 1925, la Colorado River
Land Co. junto con el estadounidense John Brittingham, que había invertido en La Laguna,
establecieron una fábrica de jabón (Aboites, 2013).
La Gran Depresión tuvo un impacto importante en la producción algodonera
de México. Debido a que los precios del algodón se habían visto drásticamente
afectados, el gobierno de Estados Unidos implementó una política destinada a
reducir la producción de algodón en ese país y su precio aumentó. Ello fomentó
que empresas estadounidenses, como Clayton, expandieran su producción de
algodón a otros países y en particular a México. Para entonces, Clayton era la
empresa más grande en el negocio del algodón, comercializando más de un millón
de pacas de algodón al año (Aboites, 2013).
Este proceso se vio favorecido por el apoyo del gobierno mexicano,
principalmente a través del patrocinio de importantes proyectos de irrigación
que transformaron vastas regiones áridas, en tierras aptas para el cultivo del
algodón. A medida que se realizaban proyectos de irrigación se fueron sumando
nuevas regiones a su cultivo como la de Anáhuac en Nuevo León y la de Delicias,
en Chihuahua en la década de 1930 y la del Bajo Bravo y el Bajo Río San Juan en
Tamaulipas en la década de 1940. El gobierno mexicano vio en el algodón una
importante fuente de divisas para apoyar sus proyectos de desarrollo, y un
medio para proporcionar empleo a la creciente población. En 1931 México era el
noveno productor mundial de algodón, con una producción de 198.000 pacas de 230
kilos, y era el tercer exportador mundial de algodón después de Estados Unidos
(que todavía producía alrededor del 60% del algodón mundial) y Egipto (Aboites, 2013).
El crecimiento de la producción algodonera tuvo lugar junto con una
importante reforma agraria emprendida durante la década de 1930 que distribuyó
la tierra a los campesinos en ejidos.[3]
Hacia 1940 alrededor de 46% de la tierra donde se cultivaba algodón eran ejidos, en los que se producía alrededor de 47% de la producción
algodonera. El resto de las tierras donde se cultivaba el algodón eran también
propiedades relativamente pequeñas, pues la Constitución mexicana fijaba
límites máximos a su extensión (100 hectáreas hasta 1947, cuando se aumentó a
150). La producción algodonera de
México fue, pues, muy diferente a la que se realizaba anteriormente en las
grandes haciendas de La Laguna, o en grandes plantaciones de más de 700
hectáreas como las que existían en otras partes del mundo. Esto también
distinguía la experiencia mexicana de la de otros lugares como Mozambique,
donde el cultivo del algodón se realizaba mediante el trabajo forzado de
campesinos empobrecidos (Isaacman, 1996). Sin
embargo, no significaba que los niveles de vida de la mayoría de los mexicanos
que trabajaban en el cultivo del algodón fueran adecuados, ya que la mayoría de
los trabajadores temporales del algodón no recibieron tierras y en su mayoría
no estaban sindicalizados (Aboites, 2013).
El papel de Clayton y otras compañías algodoneras multinacionales, como
la estadounidense Mc Fadden, Esteve y Cook, la
inglesa Holhenberg Co. y la suiza Volkart
Brothers Co., fueron cruciales en la expansión del
cultivo del algodón en México, ya que no sólo instalaron desmotadoras de
algodón de grandes dimensiones, sino que también proporcionaron crédito y otros
servicios, como la venta de semillas, fertilizantes e insecticidas, incluyendo
el establecimiento de estaciones experimentales. Aunque también algunos bancos
privados y gubernamentales otorgaban crédito a los algodoneros, la industria
desmotadora de algodón era una fuente importante de financiamiento. En
Mexicali, por ejemplo, durante la década de 1940 Clayton dio crédito a la mitad
de los algodoneros. Además, las grandes desmotadoras de algodón pertenecían a
Clayton y otras empresas multinacionales, mientras que las desmotadoras de
algodón más pequeñas eran propiedad de empresas mexicanas (Aboites,
2013).
Como resultado de la Segunda Guerra Mundial los precios aumentaron,
alcanzando su nivel más alto en 1946. Sin embargo, con el final de la guerra, y
especialmente tras el final de la guerra de Corea, los precios disminuyeron,
pero el gobierno estadounidense aplicó políticas para restringir su cultivo,
lo que permitió que los precios se mantuvieran relativamente altos durante el
resto de la década. La época de oro del algodón en México fue en la década de
1950. La superficie cultivada con algodón aumentó entre 1930 y 1955 de 157.944
a 1.058.990 hectáreas, la fibra producida se incrementó de 53.344 a 508.473
toneladas y el rendimiento medio por hectárea pasó de 244 a 480 kilos por
hectárea (Cuadro 4). El aumento de la producción se debió en parte un mayor uso
de fertilizantes, insecticidas, semillas mejoradas e irrigación. Alrededor de
26,6% del algodón producido era consumido por la industria textil nacional, y
el resto se exportaba. Las exportaciones en 1955 representaron el 25% de las
exportaciones totales de México. En ese año México abastecía el 15% del mercado
mundial de algodón (Orlandi, 1984). Mientras que la producción de algodón en
México estaba en manos de los productores nacionales, la comercialización del
algodón, sobre todo en las exportaciones, estaba controlada por grandes
empresas transnacionales (CEPAL, 1982).
Cuadro 4:
Superficie sembrada, producción, rendimiento y exportaciones de algodón en
México, 1900-2010
Área cosechada |
Producción |
Rendimiento |
Exportaciones |
|
(miles de hectáreas) |
(miles de toneladas) |
(kilos por hectárea) |
(miles de toneladas) |
|
1900 |
22 |
0,40 |
||
1905 |
202 |
32 |
289 |
0,26 |
1910 |
104 |
36 |
290 |
1 |
1915 |
71 |
28 |
270 |
19 |
1920 |
97 |
49 |
333 |
15 |
1925 |
172 |
43 |
253 |
14 |
1930 |
158 |
38 |
244 |
3 |
1935 |
266 |
68 |
257 |
27 |
1940 |
254 |
65 |
258 |
5 |
1945 |
366 |
98 |
267 |
8 |
1950 |
760 |
260 |
342 |
163 |
1955 |
1059 |
508 |
480 |
352 |
1960 |
899 |
470 |
523 |
324 |
1965 |
813 |
577 |
710 |
278 |
1970 |
411 |
334 |
812 |
164 |
1975 |
227 |
206 |
907 |
107 |
1980 |
355 |
373 |
1050 |
175 |
1985 |
197 |
220 |
1079 |
97 |
1990 |
220 |
201 |
917 |
50 |
1995 |
275 |
219 |
797 |
|
2000 |
77 |
78 |
1014 |
|
2005 |
128 |
138 |
1076 |
|
2010 |
113 |
157 |
1390 |
|
1905-1930 |
-1,0% |
0,8% |
-0,7% |
10,3% |
1930-1955 |
13,5% |
18,8% |
4,6% |
37,4% |
1955-1980 |
-4,3% |
-1,2% |
3,2% |
-2,8% |
1980-2010 |
-3,7% |
-2,8% |
0,9% |
Sin embargo, el boom algodonero mexicano duró poco. En 1955
Estados Unidos decidió vender las existencias de algodón que había ido
acumulando en los años anteriores mediante dumping, lo que impactó su
precio y afectó gravemente su producción en México. Además, a finales de esa
década comenzaron a aparecer fibras sintéticas que se expandieron en las
décadas siguientes, reduciendo aún más el precio del algodón. A estos problemas
se sumaron restricciones ecológicas que limitaron la producción, pues el
crecimiento en el cultivo de algodón aumentó el bombeo de agua del subsuelo de
pozos cada vez más profundos y este proceso fue contaminando el agua con
arsénico y sal. Todo esto llevó a una reducción de la producción de algodón a
partir de 1955 (Cuadro 4). Durante la segunda mitad de la década de 1970 la
tierra dedicada al cultivo del algodón era sólo el 40% del máximo alcanzado 20
años antes y México sólo abastecía alrededor de 4% del mercado mundial (CEPAL,
1982). El cultivo del algodón en el mundo se fue desplazando hacia Asia y otros
países del Sur global con tierras más aptas y menores costos de mano de obra.
La producción manufacturera textil sufrió un proceso
similar. Una comparación de la productividad entre México, Estados Unidos e
Inglaterra en 1945 indica que la industria textil mexicana se fue rezagando
cada vez más frente a sus contrapartes internacionales (Cuadro 5). En 1951 un
estudio de las Naciones Unidas sobre la productividad de la industria textil
latinoamericana señalaba que 85% de los husos y 95%
de los telares que se utilizaban en México databan de años anteriores a 1925 y
estaban obsoletos. Según este informe, el número de horas-hombre por kilogramo
de producción en la industria textil algodonera moderna estándar era un 269%
mayor que en la industria mexicana. También indicaba que su modernización
habría implicado el desplazamiento de más de 15.000 trabajadores y habría
requerido una inversión de más de cien millones de dólares de 1950 (Naciones
Unidas, 1951).
Cuadro 5: Comparaciones de productividad, circa
1945
Estados Unidos |
Inglaterra |
México |
México/ EUA |
México/ Inglaterra |
|
Hilados |
|||||
Hilo
de urdimbre No. 9a) |
|||||
Kilos
por hora por trabajador |
10,45 |
7,22 |
2,61 |
25% |
36% |
Mano
de obra total |
226 |
327 |
904 |
400% |
276% |
Hilo
de urdimbre No. 31 y trama No. 43b) |
|||||
Kilos
por hora por trabajador |
4,45 |
2,32 |
1,13 |
25% |
49% |
Mano
de obra total |
101 |
195 |
399 |
395% |
205% |
Tejidos |
|||||
Tela
no blanqueada burdac) |
|||||
Metros
por hora por trabajador |
32,4 |
12,8 |
9,8 |
30% |
77% |
Mano
de obra total |
890 |
2.252 |
2.941 |
330% |
131% |
Tela
de calidad media no blanqueadad) |
|||||
Metros
por hora por trabajador |
44,5 |
14 |
9,4 |
21% |
67% |
Mano
de obra total |
337 |
1.072 |
1.599 |
474% |
149% |
Notas: Los datos de hilados y tejidos son la suma
de las diferentes partes de ambos procesos, incluyendo la preparación del hilo
y la preparación y recepción de la tela. La base de comparación utilizada fue
la siguiente: a) Fábricas de hilados que produjeron 13.605 kilos de hilo de
urdimbre nº 9 en 48 horas; b) Fábricas de hilados que
produjeron 13.605 kilos de hilo de urdimbre nº 31,
más 8.154 kilos de hilo de trama (relleno) nº 43 en
48 horas; c) Fábricas de tejidos que produjeron 1.385.316 metros de tela cruda
gruesa en 48 horas; d) Fábricas de tejidos que produjeron 720.540 metros de
tela cruda de calidad media en 48 horas.
Fuente: Convención
Mexicana de Empresarios Textiles (1945).
Otros países de América Latina enfrentaban problemas similares.
En 1951 la industria textil de Río de Janeiro (Brasil) y en Ecuador
enfrentaban restricciones a la adopción de nuevas tecnologías por parte de las
organizaciones laborales comparables con las de México. Sin embargo, en São
Paulo estas restricciones eran menos importantes que en Río de Janeiro. El
informe de las Naciones Unidas indicaba que el exceso de personal en las
antiguas fábricas de Brasil no se debía a la incapacidad de sus dirigentes para
reconocerlo, sino a la perpetuación de una organización tradicional del
trabajo que databa de finales del siglo XIX o principios del XX,
cuando se fundaron la mayoría de las fábricas. Como la industria textil se desarrolló
más tarde en São Paulo que en Río de Janeiro, las restricciones a la
organización del trabajo eran menos importantes. En Chile y Perú, donde la
industria textil se desarrolló después de la década de 1930, existía un menor
exceso de mano de obra y menos restricciones institucionales a reducirla
(Naciones Unidas, 1951).
Además, los niveles salariales que enfrentaba México
eran relativamente altos por lo que sus costos no eran competitivos
internacionalmente. Entre 1958 y 1970, los salarios mexicanos eran, por
término medio, cuatro veces superiores a los de Corea del Sur y Taiwán.[4] Esta
brecha salarial también caracterizaba a Argentina, Brasil, Chile, Colombia,
Perú y Venezuela (Mahon, 1992).
Gracias al aumento de la demanda interna y a una protección arancelaria
suficiente, la industria textil del algodón siguió creciendo: en 1960 había
1.416.000 husos en funcionamiento en el país y 34.109 telares, que consumían
120.000.000 toneladas de algodón. Aunque el número de husos aumentó a una tasa
media anual del 1,7%, y el de telares a una tasa del 0,36%, el algodón
consumido aumentó un 3,6% (Cuadro 2). Sin embargo, durante las dos décadas
siguientes, México experimentó una grave crisis económica que le llevó a abrir
su economía firmando el acuerdo con el GATT (por las siglas en inglés del
Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) en 1986. La protección
arancelaria media a los hilados y tejidos de algodón descendió del 29,3% en
1985 al 13,8% en 1987. Además, los productos sujetos a permisos de importación
pasaron de 92,9% en 1985 a 3,4% en 1987 (CEPAL, 1988).
Asimismo, durante la década de 1980, el sector manufacturero se vio
gravemente perjudicado por el aumento vertiginoso de los tipos de interés, la
brusca apertura de la economía y un tipo de cambio sobrevalorado utilizado
para contener la inflación. La política industrial fue satanizada, por lo que
pocos esfuerzos se llevaron a cabo para fortalecer las capacidades nacionales y
buscar y desarrollar áreas de ventaja comparativa dinámica (Gómez-Galvarriato y
Márquez Colín, 2017). Esto ocurrió en medio de una profunda crisis económica
que redujo los salarios reales mexicanos para 1990 a 64% de lo que habían sido
en 1980 (Castro y Nevárez, 2015). Esta caída hizo que los salarios mexicanos
fueran por primera vez inferiores a los de varios países asiáticos.[5]
Esta transformación llevó a cabo enormes cambios en la industria textil
mexicana; la mayoría de las fábricas de hilados y tejidos de algodón cerraron,
mientras que el sector de confección de prendas de vestir a partir de tela
importada ganó importancia. México se integró en las cadenas mundiales de
productos textiles “impulsadas por el comprador”, que asumían toda la gama de
actividades relacionadas con el diseño, la producción y la comercialización de
los productos. Los principales actores de este proceso pasaron a ser Levy
Strauss & Co., VF Co., Sara Lee Co. y Burlington Industries (Gereffi, 2000).
En México comenzaron a instalarse
maquiladoras de ropa a partir de 1965 como resultado de un acuerdo con Estados Unidos, pero
su producción cobró cada vez más importancia a partir de mediados de la década
de 1980. México se especializó en la producción de prendas de vestir, es decir,
en el ensamblaje intensivo en mano de obra de bienes manufacturados a partir
de componentes importados en zonas francas industriales. La producción de
prendas de vestir tenía un valor agregado muy bajo, ya que el acuerdo de maquila
condicionaba el acceso de México al mercado estadounidense al uso de insumos
estadounidenses.
A partir de 1993, cuando México firmó el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN), la producción de prendas de vestir aumentó aún más,
pues el tratado daba una ventaja a México sobre otros países, en particular los
de la cuenca del Caribe, que no disfrutaban de beneficios arancelarios
similares. Las exportaciones mexicanas de ropa a Estados Unidos procedentes de
maquiladoras mexicanas se triplicaron, pasando de algo menos de 1.500 millones
de dólares en 1994 a 5.100 millones en 1998. En 1998, el sector de la
confección mexicano contaba con casi 12.000 plantas y empleaba a 460.000
trabajadores de la confección (Gereffi, 2000). Entre
1995 y 2010 la participación de la producción de prendas de vestir en la
industria textil fue de 69,7%, seguida a gran distancia por la producción de
hilados (9%), telas (9,6%) y otros accesorios (12,4%) (Dussel y Gallagher,
2013).
Cuando China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en
2001, y el Acuerdo Multifibras finalizó en 2005, los
mercados se liberalizaron aún más, y la producción de prendas de vestir en
México se vio perjudicada. Mientras que en 1999 la participación de los
textiles mexicanos (incluyendo hilo, tela y confección) en las importaciones
textiles estadounidenses era del 13,27%, en 2010 era sólo del 6,51%. Durante
el mismo periodo, la participación de China aumentó de 12,41% a 42,1%. En 2005
el porcentaje mexicano en valor agregado de la cadena hilo-ropa-confección era
inferior a la alcanzada antes del TLCAN y continuó disminuyendo en más de 25%
entre 2000 y 2010. Esto significó el despido de más de la mitad de los
trabajadores que empleaba, aproximadamente 250.000 personas. (Dussel y
Gallagher, 2013). México se convirtió en importador de textiles, sobre todo de
China y otros países asiáticos con bajos salarios.
La apertura de la economía mexicana que tuvo lugar desde mediados de la
década de 1980 asestó un golpe definitivo al cultivo del algodón, ya que la
demanda interna se desplomó como consecuencia de la desaparición de la
industria textil algodonera. Además, los aranceles sobre el algodón se
redujeron drásticamente.[6] En
2010 sólo 113.000 hectáreas seguían cultivando algodón, casi una décima parte
de las hectáreas cultivadas en 1955, y producía 157.000 toneladas de algodón,
alrededor de un tercio de lo que se producía en 1965 (Cuadro 4). La brusca
caída del cultivo del algodón tuvo graves consecuencias para el desarrollo económico
de México, ya que representaba una importante fuente de divisas y empleo. En
particular, se dejaron sentir en el norte del país, donde se había localizado
la mayor parte de la producción.
Conclusiones
La historia
mexicana del cultivo y manufactura del algodón ofrece importantes matices a la
historia global de la fibra que desarrolló Beckert.
Aunque México juega un papel destacado en el relato de Beckert
hasta mediados del siglo XIX, su papel se desvanece en el periodo siguiente,
pues no se ajusta a su modelo general. Hasta inicios del siglo XIX México
compartió muchos rasgos con otros países del Sur, como la India, al contar con
una producción tradicional de textiles de algodón bien desarrollada y sufrir a
finales del siglo XVIII la competencia de las manufacturas industriales
británicas. Sin embargo, durante el siglo XIX la desindustrialización de México
no fue tan severa y empezó a adoptar maquinaria moderna de fabricación textil
antes que la mayoría de los países del Sur.
Tal y como plantea Beckert en su narrativa
general, el apoyo del Estado a empresarios nacionales fue un factor importante
para el desarrollo de la industria textil, por lo que fue en los periodos en
los que el Estado se fortaleció y siguió políticas dirigidas al desarrollo
industrial cuando la industria prosperó, como ocurrió durante la década de
1830 y durante el periodo entre 1880 y 1910. Sin embargo, México se aparta del
marco de Beckert, ya que los salarios eran más altos
que los de los países asiáticos pues tenía menos población en relación con sus
recursos naturales. Además, el movimiento obrero, que comenzó relativamente
pronto, cobrando fuerza durante las primeras décadas del siglo XX, incrementó
aún más los salarios. Asimismo, la importante reforma agraria que tuvo lugar en
México durante la década de 1930, que distribuyó la tierra entre los
campesinos, redujo el tamaño de las plantaciones de algodón, así como la oferta
de mano de obra. Así pues, México se enfrentó a problemas similares a los de los
países industrializados del Norte global, que describe Beckert,
en lo que se refiere al aumento de los costos de la mano de obra como resultado
de la acción colectiva de los trabajadores.
El periodo comprendido entre la Primera Guerra Mundial y el final del
acuerdo de Bretton Woods (1914-1973), cuando los mercados comerciales y
financieros permanecieron relativamente cerrados, permitió el florecimiento del
cultivo del algodón mexicano y de su industria textil, a pesar de los salarios
más altos que pagaba en relación con otros países del Sur. Fue en este periodo
cuando México, al igual que los países latinoamericanos más grandes,
experimentó una industrialización y un crecimiento económico más rápidos. Esto
fue en parte el resultado de las políticas gubernamentales que buscaban
promover la industrialización y el desarrollo económico a través de políticas
industriales, proteccionismo y enormes inversiones en infraestructura. Este
modelo de desarrollo pudo sobrevivir durante varias décadas, ya que el déficit
comercial que generaban las políticas industriales se compensaba con las
exportaciones agrícolas y minerales. El cultivo del algodón era una variable
importante en esta ecuación, ya que sus exportaciones ofrecían importantes
divisas para mantener equilibrada la balanza comercial.
Si bien la manufactura textil fue llevada a cabo por empresas
nacionales, las corporaciones extranjeras fueron muy importantes en el cultivo
del algodón en México desde principios del siglo XX. En muchos sentidos, el
cultivo del algodón se desarrolló como una extensión de su expansión desde el
sur hasta el oeste de Estados Unidos, por las mismas corporaciones
estadounidenses que lo desarrollaron en ese país. Se trataba de grandes
empresas que se transformaron en empresas transnacionales y desarrollaron
cadenas globales de productos básicos impulsadas por los productores, muchas
de las cuales continúan siendo importantes, especializadas en la
comercialización de productos agrícolas.
Sin embargo, el cultivo del algodón empezó a trasladarse de México a
otros países con salarios más bajos o mejores tierras durante los años sesenta,
dos décadas antes de que sucediera lo mismo en la fabricación textil. Este
proceso explica en parte las crecientes dificultades que enfrentó México para
mantener una balanza comercial positiva que pudiera seguir apoyando sus
políticas industriales. A partir de los años setenta, el deterioro la balanza
comercial y fiscal, aunados a los vaivenes económicos internacionales
produjeron una grave crisis financiera. Al mismo tiempo, los países
industrializados comenzaron a abrir sus mercados orientándose cada vez más
hacia el libre mercado. A principios de la década de 1980, el gobierno mexicano
se encontraba muy endeudado y se enfrentaba a déficits fiscales y comerciales
tan profundos que ya no podía sostener las políticas industriales
proteccionistas que había mantenido durante las décadas previas, lo que llevó a
un drástico viraje de estrategia económica.
La economía se abrió rápidamente después de 1986, lo que produjo la
rápida desaparición de la industria manufacturera textil que se había
desarrollado durante más de un siglo. Los salarios en México cayeron
drásticamente, y las organizaciones sindicales perdieron poder. Estos sucesos
llevaron a que la trayectoria del país volviera a corresponder más plenamente
con el modelo general que Beckert describe sobre el
Sur global. México se integró en la cadena de mercancías hilo-tela-ropa
americana que las nuevas empresas transnacionales orientadas al consumo estaban
desarrollando. La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) dio más fuerza a este proceso, ya que permitió a México una ventaja
sobre otros países de mano de obra barata. En lugar de producir hilo y tela,
México se especializó en la producción de prendas de vestir a través de cientos
de maquiladoras que procesaban insumos importados y
enviaban su producción a los mercados estadounidenses. Los acuerdos mediante el
que operaban las maquiladoras en México permitían muy poca integración de
insumos mexicanos en las cadenas de suministro, por lo que el valor añadido
producido en México era muy bajo. Sin embargo, su desarrollo dio empleo a
cientos de miles de mexicanos durante la década de 1990.
Cuando China entró en la Organización Mundial del Comercio en 2002, las
maquiladoras mexicanas de textiles enfrentaron serios problemas, ya que los
salarios en China eran inferiores a los de México. Las ventajas que
proporcionaba el TLCAN ya no podían compensar las diferencias salariales. Se
cerraron maquiladoras de ropa, disminuyó la cuota de México en
el mercado estadounidense de la confección y muchos trabajadores perdieron su
empleo.
Aunque lo ocurrido en México es congruente con la narrativa de Beckert sobre el retorno al Sur global del cultivo y la
manufactura del algodón desde una perspectiva de largo plazo, su trayectoria
incorpora matices sobre la forma como tuvo lugar este proceso. En esta
historia, México y varios otros países latinoamericanos tuvieron un rol
importante en una fase intermedia del desplazamiento del algodón hacia el Sur,
una especie de primera estación donde su producción hizo una breve parada antes
de trasladarse a países con salarios aún más bajos. De esta forma, los países
latinoamericanos comparten algunas características de lo que Beckert retrata como el Sur, y otras de lo que caracteriza
como el Norte. Solamente durante el periodo en el que el capitalismo no fue tan
global -de la Primera Guerra Mundial hasta los años sesenta- el cultivo y
manufacturas de algodón en México pudo prosperar a pesar de tener mayores
costos laborales en relación con otros países del Sur global.
La incorporación de México al relato de Beckert
aporta una perspectiva más sombría a la historia global que plantea, ya que
muestra que el capitalismo global no ofrece una salida de la pobreza a la
mayoría de los países. La historia del algodón en México indica que el retorno
del algodón al Sur no implica que, como ocurrió en los países del Norte global,
los países donde se establece la producción algodonera eventualmente
desarrollarán capacidades que les permitan mantener buenos niveles de vida, una
vez que ésta emigre a otros países con menores costos laborales. Incorporar el
caso mexicano a la narrativa muestra que en algunos
países, cuando las empresas trasladan su producción a otros con salarios más
bajos, la consecuencia será la reducción de los salarios en una competencia a
la baja. En este proceso el único límite a la disminución salarial es que
logren cubrir los requerimientos más básicos que una persona necesita para
sobrevivir, que no es un nivel que permita ofrecer condiciones de vida dignas.
Incorporar a México a esta historia demuestra que el capitalismo global no
proporciona un camino que los países puedan seguir para llegar eventualmente a
niveles de vida como los que gozan las naciones del Norte global. Por el
contrario, la mayoría de las naciones caen en trampas cuya única salida es
acercarse a condiciones de vida similares a las de otros países del Sur con
salarios aún más bajos. Sólo muy pocas naciones excepcionales, como Japón,
Corea del Sur y otros países del sudeste asiático han podido huir de esta
trampa. China pareciera estarlo haciendo también en las últimas décadas.
Cuando observamos la historia global localmente, vemos regiones en el
norte de México, donde se localizaba el cultivo del algodón, y en el centro de
México, donde se localizaba la industria manufacturera, han sufrido duramente
este proceso. La expansión de la industria maquiladora de ropa alivió en parte los problemas
generados por la relocalización de ambas producciones a algunos países
asiáticos, al proporcionar nuevas fuentes de empleo. Sin embargo, su
desarrollo no fue suficiente para sustituir el ingreso y fuentes de empleo que
generaba el cultivo del algodón y la manufactura de hilados y tejidos. El
aumento de la violencia, la pobreza y la delincuencia que estas regiones han
experimentado desde la década de 1990 siguen siendo un legado del declive del
algodón.
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[i] El Colegio de México. ORCID
0000-0001-7253-9206, agalvarriato@colmex.mx
[2] Las tareas que realizaban los ayudantes eran traer la
trama del almacén, barrer, engrasar, limpiar, examinar el rollo de tela y
reparar las imperfecciones, recortar los bordes, recoger los hilos y llevar la
tela a la sala de paños (House of Representatives, 1912).
[3] El ejido en México es una modalidad de la tenencia de la
tierra de propiedad social. No es un conjunto de tierras sino una persona moral
cuyo patrimonio se encuentra conformado por un conjunto de bienes y derechos
denominados propiedad ejidal. Generalmente la tierra no se cultivaba
colectivamente, sino que se dividía entre los ejidatarios que la cultivaban
individualmente.
[4] En 1966 el salario por hora en México era de 0,5
dólares, frente a 0,06 dólares en Corea del Sur y 0,11 dólares en Taiwán.
[5] Mientras que en
1982 los salarios mensuales en México (327 dólares) eran superiores a los de
Corea del Sur (277 dólares) y Singapur (306 dólares), en 1984 habían caído a
265 dólares, inferiores a los de Corea del Sur (304 dólares) y Singapur (306
dólares). En 1988, los salarios descendieron aún más, hasta situarse por debajo
de los 100 dólares (Villarreal, 2005). Los salarios reales siguieron
disminuyendo en las décadas siguientes, de modo que en 2010 eran el 46% de lo
que habían sido en 1980 (Castro y Nevárez, 2015).
[6] En 1981 México impuso un arancel de 14 pesos por kilo de
algodón importado, la misma cantidad que el impuesto sobre las exportaciones de
algodón. Además, se prohibió totalmente la importación de fibras de algodón de
menos de 35 mm, para proteger el grado producido en el país (CEPAL, 1982).