Adrián O. Ravier (Ed.). Raíces del pensamiento económico argentino. Grupo Unión, 2022. pp. 422.

 

El título reseñado emprende un esfuerzo de síntesis del impacto de las diferentes tradiciones del pensamiento económico mundial en intelectuales y economistas del territorio argentino desde la Revolución de Mayo (1810) hasta el siglo XX. La mayoría de los autores, economistas e historiadores económicos, se encuentran directamente vinculados a instituciones privadas como la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE), las universidades de Belgrano, el Salvador, Torcuato di Tella y otras varias extranjeras. A pesar de las excepciones de Daniel Heymann y Saúl Keifman, la mayor parte de los autores defiende abiertamente el pensamiento liberal económico asociado a las interpretaciones neoclásicas de la economía, algo que sin embargo trunca el “pensamiento económico heterogéneo” (p. 9) que Ravier promete en las primeras páginas.

Ravier aborda en un primer estudio introductorio una síntesis del pensamiento económico desde los primeros proteccionistas –mercantilistas– hasta los institucionalistas y su impacto en los intelectuales locales. A grandes rasgos, define dos etapas: una de predominio de las ideas del libre mercado y otra de keynesianismo para los siglos XIX y XX. Así, el primer capítulo de Ricardo Manuel Rojas se centra en abordar el pensamiento económico durante la Revolución de Mayo destacando, principalmente, el pensamiento contrario al mercantilismo de Manuel Belgrano e Hipólito Vieytes. El apartado destaca la adopción del liberalismo económico local y los debates que emprendieron en temas concretos como las luchas contra el monopolio comercial, la defensa de la libertad del mercado, la propiedad privada e incluso, algunas prematuras ideas que después cristalizarían en las teorías del valor. Sin dudas, se presenta un aporte posiblemente entendible como un proto-pensamiento económico de raíz nacional en los años prematuros de formación de la Argentina, aunque sin considerar la evidente y conflictiva etapa de construcción del capitalismo.

El segundo capítulo, en manos de Ricardo López Gottig, analiza el pensamiento económico de la llamada Generación del ‘37, especialmente poniendo el foco en las figuras de Domingo Sarmiento, Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi, entre otros. El autor destaca cómo las primeras ideas de libertad económica y defensa de la actividad privada, asociadas a una moral de la civilidad que se asumen como distinguidas, impulsaron la base intelectual de la posterior formación nacional. Propiedad privada, libertad individual, fomento de la inmigración, atracción de capitales extranjeros, construcción de puertos, telégrafos y vías libremente navegables son las principales dimensiones destacadas de los pensadores estudiados. Sin embargo, el examen se realiza sin tener en cuenta los aportes historiográficos que matizaron y matizan el trasfondo político, moral y sociológico de esas ideas.

Alejandro Gómez analiza, específicamente, el pensamiento económico de Alberdi a partir de escritos póstumos que, como destaca, contienen ciertas contradicciones quizás fruto de su no publicación. Aunque se remarcan algunos puntos importantes del pensamiento económico alberdiano y de sus disputas con los dirigentes de Buenos Aires, el capítulo prioriza las comparaciones con la actualidad subrayando temas como el excesivo gasto de los gobiernos y la emisión monetaria, entre otras. Este tipo de cuestiones, y otras como la importancia de “la cultura del trabajo y el ahorro” o “el respeto por la propiedad privada y la libertad” constituyen, según el autor, las principales enseñanzas del prócer al pensamiento económico nacional actual.

El cuarto capítulo es abordado nuevamente por Gottig, quien propone analizar el pensamiento económico socialista argentino de principios del siglo XX. La principal figura abordada es la de Juan B. Justo y sus postulados de librecambio, moneda sana, impuestos a la tierra y austeridad en los gastos estatales como ejes del abaratamiento del consumo obrero. De esta forma, se jerarquizan las ideas socialistas que remitieron a la lucha contra los monopolios y el exceso del consumo; también otras como la defensa de la liberación de importaciones y la reducción de los salarios de funcionarios públicos como estrategias para abaratar la canasta de consumo obrera. Sin embargo, el capítulo se centra en rescatar la crítica de Justo hacia cualquier tipo de intervención estatal en la economía, más que a su ideología socialista.

Luis Blaum y Saúl N. Keifman encaran un estudio sobre el keynesianismo retomando la crítica en torno a la incapacidad de los mercados para lograr automáticamente la estabilidad de los precios y el pleno empleo. Así, este capítulo contribuye con una síntesis histórica de tres pensadores icónicos del keynesianismo y el estructuralismo argentinos como lo fueron Raúl Prebisch, Julio H. G. Olivera y Roberto Frenkel. Especialmente, destacan sus relaciones con el keynesianismo, pero también sus contribuciones originales al pensamiento económico nacional e internacional, como las ideas sobre la condición periférica de los países subdesarrollados, el papel subjetivo del dinero y los precios y la importancia de las expectativas en los agentes económicos.

En el sexto capítulo Daniel Heymann examina los estudios macroeconómicos de Prebisch y subraya la diferenciación que el economista hizo de los ciclos y las fluctuaciones entre los países de la periferia y del centro, el problema del desvío de la demanda de bienes locales al exterior con su efecto sobre el tipo de cambio y el papel del crédito en el ciclo económico, entre otros aportes. En suma, este es un capítulo imprescindible para entender las ideas macroeconómicas de Prebisch y su relación con los problemas procíclicos que le preocuparon, así como los efectos negativos de las devaluaciones y la propensión periférica a la inflación.

Ravier se encarga del capítulo siete, dedicado a examinar la Escuela austríaca de economía desde sus inicios en Viena hacia la década de 1870 hasta su esplendor en la segunda mitad del siglo XX con Ludwing von Mises y Friedrich Hayek. El recorrido histórico realizado inicia con el pensamiento clásico de la Antigua Grecia; cuna de la defensa de la propiedad privada y los cuestionamientos al “estatismo” acordes a las inclinaciones ideológicas del autor. El resto del capítulo rastrea las ideas que se asemejaron a la Escuela austríaca en la historia del pensamiento económico de la Edad Media y la Modernidad hasta la revolución marginalista con Carl Menger, Hayek, William Stanley Jevons y León Walras, de quienes reconstruye magistralmente sus aportes. Sobre las razones del aislamiento de esta escuela frente al keynesianismo durante la segunda mitad del siglo XX, el autor esgrime la persecución nazi de varios austríacos judíos, la marginación del idioma alemán en el que la mayoría de estos autores publicaba, su asociación con el liberalismo clásico en declive y el avance de la microeconomía clásica. Sin embargo, poco se dice sobre las virtudes económicas del keynesianismo y el crecimiento económico mundial de posguerra como posible factor, o bien sobre el marco histórico del ordenamiento internacional, su dimensión monetaria y el rol de la hegemonía norteamericana desde la segunda posguerra.

De forma similar, Alberto Benegas Lynch (h) busca analizar el origen de la Escuela austríaca de economía en Argentina. El capítulo se encarga de destacar la trayectoria de Alberto Benegas Lynch, padre del autor, sus esfuerzos por establecer contactos con von Mises y Hayek, así como las iniciativas de Benegas Lynch, para promover el pensamiento austríaco a partir de diferentes proyectos intelectuales. El capítulo, más que aportar a la comprensión de las ideas austríacas en clave local, se dedica a presentar un agradecimiento personal al espíritu liberal de su progenitor como a alabar a otros exponentes argentinos del pensamiento neoclásico. Actitud visible en las páginas plagadas de adjetivos benévolos como “jugosa tradición”, “suculento aporte”, “notables tesis”, contra las ideas “pueriles”, “mitos” e “irresponsable política monetaria” asociadas al keynesianismo, y por momentos al socialismo, tradiciones que reducidas a su mínima expresión son consideradas responsables de las crisis capitalistas. Sobre el final del capítulo el autor recupera algunas ideas del liberalismo de Mariano Moreno, que no obstante no causan otro impacto más que confusión en quien buscaría interiorizarse de las discusiones de la Escuela austríaca en el pensamiento económico argentino.

El capítulo nueve sobre la Escuela de Chicago se encuentra a cargo del economista Juan Carlos de Pablo, quien de la misma forma caracteriza como un “circo” al pensamiento keynesiano. El capítulo ofrece un recorrido de las etapas de dicha escuela, desde los padres fundadores del departamento de economía de la Universidad de Chicago hasta la etapa de Milton Friedman, agrupando a los principales economistas y sus aportes como las primeras ideas en torno al capital humano, la eficiencia de la pequeña explotación, el énfasis en la desregulación de la actividad económica y otras. De Pablo también construye y analiza estadísticamente la posible proporción de argentinos formados en Chicago, de quienes estima que no fueron pocos en términos relativos, aunque el resto del capítulo se dedica a reproducir largas citas de testimonios elogiosos hacia los Chicago Boys por parte de un conjunto de entrevistados. Estos, se alinean en destacar lo exigente de los cursos norteamericanos y la buena voluntad de sus docentes. En estos testimonios, sobresalen adjetivos como “humilde”, “atento”, “paciente”, “solidez intelectual”, “innovador y desafiante” para referirse a quienes buscó enaltecer, más que analizar.

El decimoprimer capítulo a cargo de Marcelo Resico propone analizar la línea de pensamiento económico enmarcada en la denominada Economía Social de Mercado, de origen germano. El autor rescata la conjugación de las tradiciones socialcristiana y liberal de este pensamiento económico que, bajo la premisa de la organización de los mercados como mejor sistema de asignación de recursos, bregó por el fomento a la iniciativa individual, la productividad, la eficiencia, cierta tendencia hacia la autorregulación, como principales baluartes económicos, entre otros. El autor sitúa claramente a la Economía Social de Mercado como una alternativa entre la economía regulada y la liberal de mercado; y destaca los aportes de varios exponentes como Alfred Muller-Armack, Ludwing Erhard, Wilhem Ropke y Alexander Rustow, entre otros. En suma, un excelente aporte sobre una de las escuelas económicas que poco aparecen vinculadas a las ideas económicas argentinas, a pesar de la semejanza local de varios que reivindican las claves que desentraña Resico, como la combinación entre la importancia del capital humano, la defensa de los mercados con cierta regulación, el impulso a una burocracia calificada y a un Estado fuerte que, hábilmente, vincula con los problemas económicos argentinos de nuestras décadas.

El capítulo que da cierre a esta compilación se encuentra a cargo de Martin Krause, encuadrado en la llamada Economía Institucional en el pensamiento económico, para lo cual ofrece una mirada retrospectiva a la influencia que tuvieron de esta una heterogeneidad de pensadores del territorio rioplatense como Vieytes, Alberdi, Justo, y otros más contemporáneos como Olivera. Respecto de los tiempos actuales, el autor sostiene que la ESEADE y sus revistas vinculadas fueron instituciones pioneras en la traducción de la economía institucional, argumento sostenido en una búsqueda nominal sistemática en las ponencias y los programas de estudio de la Asociación Argentina de Economía Política y la ESEADE, aunque sin contrastar con otras que sin ninguna duda resultarían representativas de los temas económicos locales. Sin embargo, los aportes de la economía institucional al pensamiento económico en general encuentran en este capítulo una buena síntesis y reflexión, entre los que caben destacar las ideas en torno a la racionalidad del votante y el papel del derecho en la economía, que generaron importantes discusiones de la mano de economistas de renombre como Joseph Schumpeter y Bryan Caplan, entre otros. Por otro lado, resultan más cuestionables las reflexiones finales donde Krause afirma que en la Argentina han predominado visiones consideradas “minoritarias en el escenario global”, con lo cual se refiere al estructuralismo, para luego enaltecer, como varios de los autores en este volumen, la significancia de las ideas liberales de la Generación del ’37. Estas, son enaltecidas como “ejemplos de empresarialidad institucional exitosa”; lo cual pareciera replicar un argumento para defender las convicciones ideológicas del autor frente a “los líderes populistas que luego llevaron al país, y a sus instituciones, en la dirección opuesta” (p. 414).

En suma, Raíces del pensamiento económico argentino tiene, a mi juicio, varios apartados que constituyen un aporte de revisión sobre temas ya ampliamente abordados. Sin embargo, la originalidad de presentarlos como parte de un todo constituye un esfuerzo original por reconstruir el pensamiento económico argentino como el tratamiento de algunas de las escuelas de menor impacto local como la austríaca. Sin embargo, y como traté de hacer notar, otros capítulos transmiten los juicios ideológicos de los autores, más preocupados por las contiendas del presente que por la historia económica que se propone abordar. Posiblemente pueda decirse que Raíces del pensamiento económico hubiera contado con una mejor articulación editorial para contribuir al campo de la historia, en el que necesariamente se inscribe, si los prestigiosos analistas hubieran adoptado consignas de la historiografía y el análisis histórico ya bastantes avanzadas en la Argentina.


 

Ignacio Andrés Rossi[1]

 



[1] Universidad Nacional de General Sarmiento, Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires. ORCID: 0000-0003-3870-1630, ignacio.a.rossi@outlook.com