María Alaniz
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Latitud Sur N° 11, Año 2016. CEINLADI, FCE-UBA. ISSN 1850-3659.
Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay (durante el mandato de Fernando Lugo),
Uruguay y Venezuela, como casos de tal nominación.
Ellos, con sus matices y singularidades, tuvieron puntos claves de acción gubernamental:
las políticas se caracterizaron por un vigoroso protagonismo del Estado en la dirección de
las economías; los mandatarios regionales ostentaron una centralidad y protagonismo con
alcances extra sudamericanos. La incisiva retorica anti neoliberal estuvo presente a lo largo
de la década; la construcción de una perspectiva geopolítica del Sur para el Sur y el
objetivo de ampliar la integración continental más allá del Mercosur fueron metas
compartidas y, la defensa de políticas sociales “inclusivas” o reparadoras de los daños
sociales emergentes de los años noventa, han sido rasgos de lo que en palabras del
expresidente Rafael Correa configuró un cambio de época.
Cabe destacar que varias expresiones políticas forjadas al calor de las disputas contra los
tradicionales poderes políticos -luchas por el acceso a la tierra, la reposición de los
derechos sociales y económicos, la defensa de los recursos naturales, la búsqueda de una
institucionalidad gubernamental más consistente- han logrado protagonismo, visibilidad y
empoderamiento de magnitud tal, que ampliaron sus bases de construcción y de acceso al
poder.
Un conjunto de movimientos sociales, organizaciones políticas y una izquierda social
forjada por fuera de las tradicionales expresiones del socialismo y el comunismo
latinoamericanos alcanzaron esa notoriedad e inserción electoral: el Partido Socialista
Unificado de Venezuela, la Alianza PAIS de Ecuador, el Partido de los Trabajadores en
Brasil, el MAS en Bolivia, el Frente Amplio Uruguayo. Dichos procesos se desplegaron
alrededor de importantes luchas populares, pero no lograron alterar las relaciones de clases
ni la ubicación económica de Sudamérica en el sistema internacional (Katz, 2013).
La segunda conceptualización concierne al papel de la integración regional. América Latina
hacia fines de los ochenta recuperó las iniciativas de integración, en un mundo donde el
protagonismo de las finanzas, el comercio y la reestructuración en materia de innovaciones
tecnológicas marcaron la agenda global. Los años noventa impregnaron al Mercosur de un
clima de tensión y crisis recurrente. En el 2003 se afianzó la idea de politizar, reconstruir y
relanzar el Bloque, hecho que suscribieron los entonces presidentes Luiz Ignacio “Lula” da
Silva y Néstor Kirchner. El relativo equilibrio logrado por Mercosur durante los años 2005-
2015 se sustentó en un acuerdo explicito de los presidentes del arco “progresista” en torno a
la relevancia de fortalecer una agenda regional politizada y con sesgo social. Se apostó en
esa coyuntura a debilitar los intentos comerciales bilaterales o individuales promovidos
desde las cancillerías de los Estados Unidos y desde la Unión Europea. No obstante, si bien
hubo una intensificación de los lazos inter-gubernamentales y una sintonía política aceitada
entre los mandatarios, no se pudo avanzar en la constitución de una integración
sudamericana persistente y superadora de la expansión de negocios primarizados (Katz,
2016). En ese sentido, habían surgido iniciativas para forjar estructuras comunes de toda la
zona que, contemplaban la coordinación en materia industrial, energética, comunicacional,
así como la propuesta de creación de un banco regional –el Banco del Sur, objetivos que no
se concretaron. Aquí es interesante señalar que a partir del 2005 el retiro del proyecto Área
de Libre Comercio de las Américas (ALCA) abrió el paso a una concepción de unidad
sudamericana y caribeña. Tal situación, a juicio de Katz (2016), se verificó en el declive de