América Latina: de potencias conceptuales a enanos políticos
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Latitud Sur N° 13, Año 2018. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, Centro de
Investigación en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración (CEINLADI). (En línea)
ISSN 2683-9326. (Impresa) ISSN 1850-3659.
desarrollo insistentemente exitoso. Sin embargo, y con la misma contumacia, no se quiere
ver lo obvio, más y mejor educación produce innovación y ésta genera capacidades laborales
y de competencia y/o cooperación económica internacional. No se necesita mucho talento
para ver este asunto, aunque sí se requiere mucho coraje para arriesgar el capital político, a
veces muy débil, para ir contra la corriente del patrón de dependencia que describe
perfectamente la trama de los intereses de largo plazo, cuyas rentabilidades suelen ser de
corto y mediano plazo.
Como tercer punto, al poner la trayectoria de AL en perspectiva con Corea del Sur, se constata
que en las condiciones materiales naturales (territorio y población) existe un cierto equilibrio
entre estos dos espacios geográficos. Sin embargo, en aquellos indicadores que reflejan el
desempeño de la política pública y sus efectos en la población, se advierte esa diferencia que
no existía hace 40 o 50 años y que Corea del Sur abordó eficientemente.
Para AL el aprendizaje debería ser simple. Se requiere mejor política pública -que en este
caso debería ser, mayor inversión focalizada en educación de calidad y mejor régimen
laboral-, lo que implica aumentar la estabilidad en el trabajo y la productividad de los
trabajadores. No puede pedirse lo primero, sin exigir lo segundo.
En este sentido, cuando se evalúa la baja eficiencia y frágil capacidad de los países para
innovar, se suele centrar el foco solo en la política pública productiva y poco en el desarrollo
de capital humano avanzado. Sin embargo, ningún país puede hacer un “milagro” productivo
desatendiendo a la formación de la fuerza de trabajo, lo que comienza en la educación formal.
Respecto de los desafíos y como cuarto punto de estas conclusiones, cabe volver a la difícil
pregunta acerca de qué hacer. Al respecto, y atendiendo a nuestras experiencias de políticas
públicas, la prudencia aconsejaría comenzar observar las experiencias de países que,
partiendo de lugares relativamente equivalentes, hicieron trayectorias diferentes y mejores.
Sin embargo, dichas opciones implican decisiones doloras: Romper el patrón de
dependencia, romper las tramas de los intereses asociadas a dichos patrones, concentrar el
esfuerzo en menos opciones y de manera más consistente y persistente, lo que supone no
cambiar de rumbo a mediano plazo.
Sin embargo, no se trata solo de persistir, sino que mantener el rumbo de políticas
exitosamente probadas en otros países con características similares. De allí mi fijación en
algunos países del Este de Asia, especialmente en Corea del Sur. Pero ¿cómo llegar a un
acuerdo nacional, a un pacto transversal respecto del futuro, a una convergencia sistémica?
La respuesta es tan breve como difícil de alcanzar. La única forma es alinear los intereses a
principios superiores que fuercen a todos a ser mejores ciudadanos para producir una mejor
política, un ambiente susceptible de producir los acuerdos que permitan generar una política
más estable, precisamente por ser fruto de un conjunto de debates enfocados en la alta
política. En un contexto como éste, necesitamos restablecer el tono profundo de la utopía,
pero no de cualquier utopía, sino que de aquella que permita avanzar hacia el logro de
objetivos superiores, como los del desarrollo. Nada es tan sublime como sacar a otros de la
pobreza y de la ignorancia.
Pero ¿cómo volver a ser potencias conceptuales? ¿cómo concebir nuevamente grandes ideas
y grandes proyectos? Fuera de la especificidad a la que ya me he referido, solo puede hacerse