Crítica a la historia eurocéntrica: ¿un camino hacia la posthistoria?
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Latitud Sur N° 13, Año 2018. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, Centro de
Investigación en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración (CEINLADI). (En línea)
ISSN 2683-9326. (Impresa) ISSN 1850-3659.
otros usos de este término, lo que lo hace muy impreciso en cuanto a su definición. Dicho de
otro modo, todavía no hay una definición consensuada de este concepto.
Una de esas utilizaciones se relaciona con una visión “presentista” de la historia. En función
de este enfoque, no existiría una historia con “h” mayúscula, sino que estaríamos hablando
aquí de una relación al pasado justificada en función de los cuestionamientos que le haríamos
desde el presente (Jenkins, 2006, págs. 31-41). Así, eso implicaría entonces una historia que
es siempre cambiante. Se resume a lo que Croce dijo en una oportunidad, a saber, que “toda
historia es historia contemporánea”.
Otra utilización de la noción de posthistoria se orienta esta vez hacia posiciones más de índole
nihilista. Aquí, la noción de posthistoria se refiere a un conocimiento histórico que habría
perdido toda dimensión de tipo “trascendental”. Uno de sus máximos representantes es Emil
Cioran, quien concibió la historia como cambiante, aunque carente de todo sentido. En este
caso, no se puede extraer del estudio del pasado ninguna enseñanza o encontrar algún
mensaje esperanzador; lo único que muestra, es lo absurdo y el sinsentido de la condición
humana. Correspondería a una “caída” de alguna manera, a una expulsión del paraíso de la
atemporalidad inocente e inconsciente.
Otras utilizaciones de la noción de posthistoria tienen que ver con enfoques posthumanistas
o los géneros llamados postapocalípticos. En el primer caso, la historia deja de ser percibida
únicamente como la “ciencia de los hombres en el tiempo”, acorde a la famosa fórmula de
Marc Bloch. En este caso, habría que pensar el pasado más allá de sus percepciones
humanistas (Paunescu, 1996), empezando por el hecho de que la mayoría de ellas se sostienen
en criterios eurocéntricos. La historia practicada por Foucault y Sloterdijk se inscribe en esta
tendencia. En su enfoque apocalíptico, se tiene de nuevo a Cioran, quien, en Desgarradura,
se refiere a una historia que ha llegado a una dimensión donde la existencia es similar a sí
misma y a un sentimiento de dislocación del tiempo. Los acontecimientos llegaron a su “fin”,
es decir, perdieron cualquier dimensión simbólica y ahora, no hacen más que dar cuenta de
“síntomas”. Esta historia se volvió un devenir dentro del cual nada deviene. En consecuencia:
¿Se presentará la post-historia como una versión agravada de la prehistoria? ¿Y cómo
fijar la fisonomía de este superviviente al que el cataclismo habrá acercado a las
cavernas? ¿Qué hará frente a estos dos extremos, frente a este intervalo que los separa
y en el que ha sido elaborada una herencia que rechaza? Libre de todos los valores,
de todas las ficciones que se produjeron durante este lapso de tiempo, no podrá ni
querrá, en su decrepitud lúcida, inventar otros nuevos. Y es así como el juego que
hasta ese momento había regulado la sucesión de las civilizaciones se habrá acabado
(Cioran, 2004, pág. 47).
Postmodernismo, posthumanismo: ¿el vocablo de posthistoria no correspondería a otra de
estas nuevas modas intelectuales? La pregunta es legítima. La respuesta que me atrevo hacer
es que no se trata más de una simple “moda”; la posthistoria no corresponde a una simple
alternativa a una situación problemática producto de otra de estas “crisis de la historia”; es la
consecuencia de la universalización de la historia académica y profesionalizante de corte
eurocéntrico definido en los parágrafos anteriores. En consecuencia, si seguimos a la
reflexión del historiador británico Jenkins, el vocablo “historia” estaría condenado a
desaparecer con la disolución de la misma modernidad (Jenkins, 2006, págs. 11-64).