Los vaivenes de la integración económica en América Latina
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Latitud Sur N° 14, Año 2019. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, Centro de
Investigación en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración (CEINLADI). (En línea)
ISSN 2683-9326. (Impresa) ISSN 1850-3659.
La integración sería un medio para reformar y modernizar, tanto los modos de producir,
como la estructura económica y social de los países, por lo que el alcance supera lo
puramente comercial y buscaba desarrollar la estructura social de los países.
A pesar de los problemas de desarrollo y la heterogeneidad regional propia de la época,
Rosenthal (1993) señala que “[…] poca duda cabe que entre 1950 y 1970 se logró impulsar
la industrialización y que ésta contribuyó a dar dinamismo a las economías en su conjunto;
la estructura productiva de los países de la región se diversificó y modernizó, y hubo una
creciente diferenciación de la estructura social.” (75)
En este contexto, surgieron una serie de esquemas de integración que tenían como meta la
creación del mercado común latinoamericano en base a los postulados cepalinos. No
obstante, el desarrollo de los esquemas se encontró con una alta heterogeneidad entre los
países y un contexto de dictaduras que, en la práctica, hicieron fracasar el objetivo
planteado, pese a los permanentes intentos de corregir las falencias y mejorar los
mecanismos.
El 18 de febrero de 1960, Argentina, Brasil, Chile, México, Paraguay, Perú y Uruguay
firmaron el Tratado de Montevideo, por el cual se creaba la Asociación Latinoamericana de
Libre Comercio ALALC, a la que luego se sumaron Colombia, Ecuador (1961) Venezuela
(1966) y Bolivia (1967).
Sus ideas fundamentales se basaban en la gradualidad de las negociaciones, la
industrialización por sustitución de importaciones, la fuerte participación estatal y el
carácter global y estricto de los compromisos. El proyecto inicial tenía como meta la
creación de un mercado común latinoamericano, pero esto no pudo concretarse. Más aún, el
proceso de liberalización de los intercambios, a fin de crear un área de libre comercio,
enfrentó numerosas dificultades que no pudieron ser superadas por diversas razones, tales
como la excesiva heterogeneidad económica y política de los países miembros, la
inoperancia de los mecanismos institucionales y, los cambios experimentados por el
comercio y las modalidades de cooperación internacional. El fracaso del esquema fue claro
a finales de la década, comenzando entonces la firma de acuerdos subregionales.
En 1969 se constituyó el Pacto Andino, mediante la firma del Acuerdo de Cartagena,
integrado por Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Aunque su punto de
partida era la conformación de un espacio económico, el acuerdo incluía convenios más
amplios en materia política, social y cultural, así como una estructura institucional con
algunos elementos de supranacionalidad que superaban el enfoque fundamentalmente
comercial de la ALALC. De acuerdo con Otero (2002),
“Es importante resaltar la voluntad de los países andinos de adquirir compromisos
de mayor envergadura, no sólo en lo político y económico, sino también en lo social
y cultural, característica que marca una histórica diferencia tanto con los países de la
cuenca del Plata, especialmente Argentina y Brasil, como con Chile, que si bien
estuvo presente en los intentos de concertación, mostró generalmente una actitud
reticente”. (221)
También en 1969, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia firmaron el tratado de la
Cuenca del Plata, cuyo objetivo fundamental era alcanzar la integración física para el
aprovechamiento de los recursos hídricos y, el mejoramiento de la infraestructura de