Ricardo Rojas y Deodoro Roca. Intercambios epistolares
89
Latitud Sur N° 17, Vol. 1, Año 2022. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, Centro
de Investigación en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración (CEINLADI). (En línea)
ISSN 2683-9326.
determinados momentos históricos, culturales, políticos, e incluso aspectos de la vida
cotidiana o privada de algún personaje. Aurora Ravina (2009) explica que existe una larga y
amplia tradición sobre el uso de la correspondencia, diarios o memorias como fuentes para
la historia política y social. Asegura que los “archivos privados” de personalidades, social y
políticamente representativos, son “fuentes insoslayables para asomarse a las complejidades
de la vida política del país”. Por lo tanto, las cartas son pistas que permiten revisar la
construcción de la historia social por su condición informativa en cuanto a los datos que
puede proveer. Y señala que ellas son “prueba fehaciente del conocimiento y la práctica de
la lecto-escritura, sin importar, en principio, cuál pueda ser el nivel de refinamiento y
habilidad de esos conocimientos y esas prácticas” (p. 4). A partir de la existencia de una
sociedad alfabetizada, hasta buena parte del siglo XX, se puede hablar de la época dorada del
género epistolar.
Por su parte, Darcie Doll Castillo (2002), realiza un estado del arte, concluyendo que la carta:
a) es fuente documental para la reconstrucción biográfica de una figura considerada
importante; b) es clave para el estudio de la producción literaria de ciertos intelectuales; c)
es parte estructural de los géneros mayores; d) y documento para reconstruir periodos
históricos.
Resumiendo, el género epistolar es posible de estudiar desde diversas disciplinas con sus
respectivos encuadres teóricos. Esto da cuenta de su potencialidad como herramienta de
comunicación, en tanto se trata de un tipo de discurso de expresión libre que puede abordar
distintas temáticas y propósitos expresados de maneras diferentes hacia uno o más
destinatarios. En general, la carta tiene marcas precisas que pueden ser el saludo o despedida,
la aclaración temporal y espacial (fecha y lugar), entre otros indicadores que visualizan un
formato específico de correspondencia. Siempre existe un emisor que comunica a uno o más
receptores una información que produce efectos de la realidad que vive, la presencia de la
persona, su inmediatez en el escrito y la distancia de ese pacto epistolar. Su principal función
es su dimensión puramente comunicativa con posibilidad de diálogo, aunque diferido en
tiempo y espacio.
En líneas generales, Doll Castillo (2002) propone enmarcar la carta en un tipo de discurso:
el género discursivo primario. Ella parte de la perspectiva de Mijaíl Bajtín, un teórico del
discurso, que planteaba que todas las actividades humanas están relacionadas con el uso de
la lengua. De modo que consideraba al lenguaje como social porque no se trata solamente de
lo lingüístico, sino también, de su función sociocultural que posibilita constituir estructuras
en las personas, ya sea como individuo o seres sociales (Vera De Flachs, María Cristina,
Jorge y Esmeralda Gaiteri, 2017).
En relación con lo anterior, Bajtín (1990) indica que los discursos son conformados por
enunciados que ponen en práctica los sujetos discursivos, fuera de ellos no existe ningún
discurso. Es así como el acto de la enunciación escrita u oral es individual, sin embargo, en
su uso social y compartido se podría distinguir entre dos géneros discursivos. Por un lado,
los secundarios que son discursos “complejos” como las novelas, dramas, investigaciones,
entre otros, que se desarrollan en una comunicación cultural organizada y escrita. Por el otro,
los primarios que son discursos “simples” (conversaciones, diálogos, cartas) que se
transforman en secundarios porque se constituyen en la inmediatez. Es decir, el género
primario es ensimismado por el género secundario, tal es el caso de la carta.