Revista Anual del Centro de
Investigaciones en Estudios
Latinoamericanos para el Desarrollo
y la Integración
Imperialismo, capital y guerra, en el siglo XXI
Autor(es): Berdú, Guilherme Paul
Fuente: Latitud Sur N° 17, Vol. 2, Año 2022. UBA-FCE, CEINLADI. (En línea) ISSN
2683-9326. 33
Publicado por: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas. Centro de
Investigación en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración
(CEINLADI). Las opiniones y el contenido vertido en este trabajo son responsabilidad
exclusiva del autor.
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Imperialismo, capital y guerra en el siglo XXI
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Latitud Sur N° 17, Vol. 2, Año 2022. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, Centro
de Investigación en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración (CEINLADI). (En línea)
ISSN 2683-9326.
Artículo de investigación
IMPERIALISMO, CAPITAL Y GUERRA, EN EL SIGLO XXI
1
Guilherme Paul Berdú
2
PROGRAMA DE POSTGRADO EM RELACIONES INTERNACIONALES SAN TIAGO DANTAS
(UNESP/UNICAMP/PUC-SP, BRASIL)
Resumen
La globalización de finales del siglo XX no marca el fin del imperialismo, por el contrario,
representa un salto cualitativo en el mismo. Así se forma la tríada imperialismo, capital y
guerra, redefiniendo funciones y tácticas de intervención en la economía, en la vida social y
política. El objetivo de este artículo es proponer un debate teórico a cerca de esos conceptos
y su vinculación.
Esperamos contribuir a elucidar las diferentes formas que adopta el imperialismo, en el
siglo XXI.
Palabras clave
Imperialismo capitalismo guerra
IMPERIALISM, CAPITAL, AND WAR IN THE XXI CENTURY
Abstract
Globalization at the end of the 20th century does not mark the end of imperialism, on the
contrary, it represents a qualitative leap on it. This is how the triad imperialism, capital and
war is formed, redefining functions and tactics of intervention in the economy, social and
political life. The objective of this article is to propose a theoretical debate about these
concepts and their connections. We hope to contribute to elucidate the different forms that
imperialism takes in the 21st century.
Keywords
Imperialism capitalism war
1
Fecha de recepción: 17/06/22. Fecha de aceptación: 16/09/22.
2
Estudiante de Maestría en Relaciones Internacionales en el Programa de Postgrado San Tiago Dantas
(UNESP, UNICAMP, PUC-SP). Especialista en Gestión de Cooperación para el Desarrollo por la FLACSO y
la Universidad de Oviedo. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Estadual de San
Pablo (UNESP). Integrante del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Internacional (GEDES), en el cual
se dedica al Observatorio de Política Exterior. guilherme-paul.berdu@unesp.br
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Un breve recorrido histórico
A finales del siglo XIX, más concretamente con la crisis de 1873, la libre competencia de
los mercados dio paso a la formación de cárteles, que se convirtieron en la base de la
economía internacional, a principios del siglo XX, iniciándose la transformación del
capitalismo en imperialismo (Lenin, 2012). Las intervenciones imperialistas se dan en el
contexto de la lucha por la hegemonía, entendida como la capacidad de un Estado para
ejercer funciones de liderazgo y gobierno sobre un sistema de naciones soberanas. El Reino
Unido ejerció las funciones de gobierno mundial desde finales del siglo XVII, tras una
breve hegemonía holandesa, hasta finales del siglo XIX. Las crisis y bifurcaciones del
sistema capitalista, a lo largo del siglo XIX, han llevado el Reino Unido a perder el control
de Europa, y más tarde del equilibrio mundial (Arrighi, 1996).
En el último cuarto del siglo XIX, se puede observar el rápido ascenso de Alemania y
Estados Unidos. Ambos países siguieron la Revolución Industrial Inglesa a partir de 1820,
y tuvieron una segunda ola en 1870, cuando el Reino Unido ya estaba en la tercera ola. En
este escenario, el aumento de la producción industrial estuvo acompañado por un aumento
de la producción bélica y la intensificación de las disputas coloniales en África y Asia,
principalmente entre Alemania, Francia y Gran Bretaña, por un lado, y Estados Unidos y
Japón por el otro. Las unificaciones de Alemania (1871) e Italia (1870) lanzaron
tardíamente a los países en la búsqueda de colonias, intensificando la disputa por la
hegemonía en el continente y acelerando la carrera armamentista (Döpcke, 2007),
(Lohbauer, 2005).
El capitalismo se mantiene como un sistema de sometimiento colonial, estrangulando a la
mayor parte de la población del planeta en favor de un conjunto de países que dominan el
mundo y lo arrastran a las guerras por esta división (Lenin, 2012). Con el final de la
Primera Guerra Mundial (IGM), se extendió la creencia en una paz duradera con la
expansión de los mercados y la formación de monopolios e imperialismo. Surgieron dos
líneas de crítica: 1) la crítica reformista, que entiende la política imperialista como una
desviación temporal; 2) crítica revolucionaria, que identifica la necesidad de revisar la
teoría marxista frente a las innovaciones del sistema capitalista y entiende el imperialismo
como una fase de desarrollo del capitalismo (Borón, 2012). La división de los territorios del
mundo continúa después de la IGM, como una etapa superior en el desarrollo del capital
financiero, concentración de la producción y formación de monopolios. Es en este contexto
que Vladimir Lenin afirma que el imperialismo representa el nivel monopolista más
avanzado del capitalismo (Lenin, 2012).
Después de la Segunda Guerra Mundial (IIGM), con la revolución socialista rusa, toma
fuerza la interpretación revolucionaria que termina siendo trasladada a la línea reformista
tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) (Del Roio,
2007). El período posterior a la IIGM está marcado por la Guerra Fría, entre la URSS y los
EE. UU., que termina después de la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la
URSS en 1991, cuando los EE. UU. se convierten en la hegemonía absoluta (Arrighi,
1996). La globalización de finales del siglo XX no marca el fin del imperialismo, por el
contrario, representa un salto cualitativo del mismo. Es importante resaltar que el
imperialismo no opera como un factor externo, independiente de las estructuras de poder de
la periferia, sino a través de una articulación entre las clases dominantes, a nivel global, que
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determina sus condiciones a las clases dominantes de la periferia del sistema, sus socios
menores. A pesar de sus raíces económicas, el imperialismo se manifiesta en el campo
político, militar y de las ideas (Borón 2012).
El imperialismo, etapa superior del capitalismo
Lenin entiende el imperialismo como una fase del desarrollo capitalista centrada en los
siguientes elementos: i) concentración de la producción en monopolios, trusts y cárteles; ii)
fusión del capital industrial y bancario, creando capital financiero y su oligarquía; iii)
surgimiento de exportaciones de capital; iv) reparto del mundo entre las potencias; v) lucha
intercapitalista por esta división. Así, el imperialismo en una dinámica perenne en las
Relaciones Internacionales, conduce a guerras entre potencias, y no a un ultraimperialismo
libre de enfrentamientos y violencias (Lenin, 2012). Posterior a la Segunda Guerra
Mundial, Nicos Poulantzas mantiene el argumento de la disputa recurrente por la
hegemonía en el sistema en el que EE. UU. mantiene su supremacía. El enfoque de
Poulantzas está en la división interna de la clase dominante en relación con el capital
extranjero. Como en esta nueva fase de expansión es el capital financiero externo el que
promueve la ocupación de nuevos territorios, corresponde a las clases dominantes
nacionales aliarse con este capital o combatirlo. En el siglo XXI, Alex Callinicos mantiene
viva la interpretación leninista de que el imperialismo es una fase del desarrollo del
capitalismo, al unir las competencias geopolíticas y económicas. La dominación que
construye deja la ocupación tradicional del territorio para ocupar otros espacios, como el
control del Sistema Financiero Internacional, los precios, la moneda, los organismos
internacionales y los mercados. Sin embargo, la superioridad bélica sigue siendo relevante,
ya que la guerra aún se presenta como una alternativa para la conducción de la política por
otros medios (Bugiato, Berringer, 2021). Finalmente, la guerra es inevitable en el
capitalismo (Ceceña, 2014), y necesaria en su fase superior para mantener la acumulación
de poder y riqueza (Fiori, 2018).
Imperialismo, capital y guerra en el siglo XXI
Las cinco características fundamentales del imperialismo destacadas por Lenin, como la
fase superior del capitalismo, aquí retomadas, siguen vigentes: i) concentración de la
producción y del capital; ii) la fusión del capital bancario y el industrial generando capital
financiero y la financiarización de la economía; iii) predominio de las exportaciones de
capital sobre las exportaciones de mercancías; iv) la disputa por los mercados mundiales,
por parte de los grandes oligopolios; v) división territorial del mundo entre las grandes
potencias. Los organismos internacionales creados al final de la IIGM redefinen sus
funciones y tácticas de intervención en la vida política, social y económica, y mantienen su
relevancia, pero siempre al servicio del capital. La diferencia es que el imperialismo actual
tiene, indiscutiblemente, a EE. UU. en su centro. En las palabras de Samir Amin, la
profundización de la concentración monopólica se extiende a los ámbitos tecnológico,
financiero, de acceso a recursos naturales, medios de comunicación y armas de destrucción
masiva (Amin, 2006).
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Si bien el ascenso de China plantea un desafío a la hegemonía estadounidense, es poco
probable que esta confrontación resulte en el fin del orden liberal. Sin embargo, el sistema
internacional experimentará turbulencias, guerras y crisis, como un producto inevitable de
la expansión y éxito del sistema capitalista (Fiori, 2018). Así, en un mundo marcado por el
predominio de EE. UU., con eventuales disputas de poder con China y Rusia, la guerra
colonial se manifiesta con fuerte predominio (Del Roio, 2007). En el siglo XXI, el
imperialismo sigue siendo la fase superior del capitalismo (Borón, 2012).
Además, podemos argumentar que el capitalismo lleva en la propia guerra. Además de
ser un modo de producción, el capitalismo es también es un modo de destrucción, que al
alcanzar sus límites de acumulación, los expande y los recrea a través de la guerra. Por eso,
es el sistema más mortífero de la historia. La continuidad de la acumulación de capital
necesita fuentes de fricción, hasta el punto en que guerra y capital se conviertan, en el
extremo, en una misma cosa. La historia del capitalismo está constituida por una
inmensidad de guerras: de clase, de raza, de sexo, de subjetividades y de civilización, ya
que el proceso de acumulación depende de la promoción de infinitas guerras civiles. El
capitalismo es la civilización en la que el trabajo, la ciencia y la tecnología crearon la
posibilidad de extinguir a las demás especies que habitan el planeta. El capitalismo y el
neoliberalismo promueven una posdemocracia autoritaria, gestionada por el mercado. La
desconfianza de los nuevos fascismos no se debe a su vocación democrática, ni al estado de
derecho, sino al temor de que estos regímenes escapen al control del capital y de su
máquina de guerra. El capital es ontológicamente antidemocrático (Alliez; Lazzarato,
2021).
América Latina ante el imperialismo del siglo XXI
La ocupación colonial de la modernidad tardía es una cadena de manifestaciones de tres
poderes: disciplinario, biopolítico y necropolítico. La biopolítica representa, en el sentido
foucaultiano, el ejercicio del poder sobre la vida y el derecho soberano a matar La
necropolítica es expresión última de la soberanía del poder y de la capacidad de decidir
quién puede vivir y quién debe morir, haciendo morir o dejando vivir. La combinación de
estos tres elementos otorga a las potencias un dominio absoluto sobre los habitantes de los
territorios conquistados (Mbembe, 2011).
América Latina tiene la atención, tanto de EE. UU., como de China. La región es una de las
principales exportadoras de materias primas, incluidos minerales estratégicos para
industrias de alta tecnología en ambos países. EE. UU. considera el acceso a los recursos
naturales como un asunto de seguridad nacional, y puede activar sus Fuerzas Armadas si lo
considera oportuno. Como estrategia, tanto China como EE. UU. adoptan el divide y
vencerás, es decir, negociaciones y acuerdos bilaterales en los sectores de minería,
petróleo, gas, productos agrícolas y proyectos de infraestructura en empresas conjuntas. En
el caso de EE. UU., dichos acuerdos conducen a la cooperación militar y ejercicios
conjuntos con las Fuerzas Armadas de los países. La estrategia de los poderes hegemónicos
incluye acciones para derribar barreras políticas y económicas, para permitir el acceso a
largo plazo a recursos estratégicos (Bruckman, 2011).
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La visión del mundo estadounidense implica el derecho a cambiar gobiernos y regímenes.
La estrategia adoptada es dividir y dispersar a sus competidores, boicoteando bloques
políticos y económicos, como la Unión Europea (UE), el grupo Brasil, Rusia, India, China
y Sudáfrica (BRICS) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) (Fiori, 2018). El
fin del orden liberal y la ascensión son parte de un producto de la expansión del sistema
capitalista, que depende de la competencia y el antagonismo para organizar las jerarquías
del sistema. Estabilizar el sistema sería una ilusión, porque la hegemonía misma necesita
competencia y guerra para seguir acumulando poder y riqueza, muchas veces destruyendo
las mismas instituciones y reglas que creó para dar lugar a otras (Fiori, 2018).
De acuerdo con esta lógica, no habrá paz perpetua ni hegemonía estable con la formación
de un ultraimperialismo con las potencias. La guerra y las crisis son necesarias para
ordenar, estabilizar y mantener la estructura jerárquica. Si bien algunos analistas presentan
el enfrentamiento entre China y EE. UU. como el fin del orden actual, lo más probable es
que el sistema pase por convulsiones y guerras que universalicen el sistema interestatal
capitalista (Fiori, 2018). Para América Latina y el Caribe, como periferia, debe mantenerse
una política más agresiva, con golpes de Estado ver el caso de Bolivia en 2019 y
belicista, con guerras de cuarta generación ver la situación de Venezuela (Grosfoguel,
2021).
Los espacios se ocupan con el objetivo de garantizar el mantenimiento del capitalismo, la
disponibilidad de los recursos naturales y la primacía de EE. UU. Para ello, hacia una
dominación de espectro completo, la ocupación continental involucra tres vertientes: i)
económica, a través de tratados económicos bilaterales y bloques económicos en los que el
capital impone sus reglas, se apodera de territorios y corrompe gobiernos; ii) territorial, con
proyectos de reordenamiento del espacio, sometiéndolo al capital, a proyectos de
infraestructura que faciliten la apertura al mercado mundial y que aumenten la producción
de mercancías; iii) militar, aplicadas en situaciones de saqueo y violencia, que permiten la
presencia militar estadounidense, inicialmente, en ejercicios militares conjuntos, y que,
paulatinamente, permiten la conformación de una red de bases militares estadounidenses en
América Latina. Además, la presencia de EE.UU. influencia doctrinas militares, difunde
leyes, y promueve acuerdos subregionales de seguridad para controlar eventuales
amenazas. A esa dominación, debemos añadir como herramientas los bloqueos
económicos, conflictos fronterizos armados, operaciones de desestabilización del régimen y
golpes de Estado (Ceceña, 2014).
Guerra
“La guerra es un fenómeno humano” (Fernandes, 2006, p.20) y aunque no es posible
precisar cuándo, cómo surgió, para satisfacer qué necesidad, podemos señalarlo como un
hecho social, una institución social incorporada a las sociedades. Tal cual lo defiende
Montesquieu, la guerra presupone la existencia de la sociedad; ella no se produce por
factores biogenéticos o que estén en la génesis de la sociedad (Fernandes, 2006).
La guerra puede definirse como “[...] el enfrentamiento violento entre grupos políticamente
organizados” (Mei, 2018, p. 365), como continuación de la política por otros medios, en la
que el objetivo político es obligar al enemigo a seguir nuestra voluntad (Clausewitz, 2010).
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En el siglo V a. C., el general chino Sun Tzu argumentó que es preferible derrotar al
enemigo sin desenvainar la espada, sometiendo al enemigo antes de entrar en combate (Sun
Tzu (c. 544 496 a. C.), 2006), ya que, tal es el horror de la guerra que, una vez finalizada
la batalla, es imposible distinguir entre ganadores y perdedores (Tucidides c. 460 c. 400 a.
C., 2011). Asimismo, el general chino adelanta las tácticas que describimos anteriormente,
como el arte de sembrar la discordia y división del adversario, seducir a los líderes locales,
conquistar a la población, y la importancia de conocerse a mismo y conocer bien al
enemigo (Sun Tzu, 2006).
La importancia de tener la mayor cantidad de información sobre el enemigo, para estimar
sus capacidades materiales y morales para atacar y defender, también es subrayada
aparecen en los escritos del oficial de la República Helvética, Barón de Jomini, en 1836.
Jomini sugirió el uso de espías, misiones de reconocimiento, interpretación de códigos,
interrogatorio de enemigos capturados y desertores, multiplicando al máximo las fuentes de
información. De esta manera, aunque sea imperfecta o contradictoria, la verdad podía ser
tamizada (Jomini, 2012).
Lo que está en juego en la guerra ya no es la ocupación del territorio, sino su saqueo,
sometiendo a los enemigos (Mbembe, 2011). Para ello, una posibilidad que se presenta es
dejar de librar la batalla por el uso de la fuerza y llevarla a cabo, indirectamente, por
delegación de actores locales, desestabilizando el poder con miras a su reposición,
estrategia acuñada como Revolución de Colores. En el cruce entre las Revoluciones
Coloridas y las Guerras no Convencionales surge el rmino Guerras Híbridas. El primer
elemento apela a la psicología social para regular percepciones y comportamientos,
haciendo uso de la tecnología y los medios de comunicación para fomentar manifestaciones
opositoras, encender conflictos internos para lograr su objetivo: un golpe de Estado blando.
Por otro lado, la guerra no convencional involucra fuerzas no oficiales para obligar a los
gobiernos a abandonar el ejercicio del poder, hasta que se produzcan golpes duros. Así,
dentro de la dominación de espectro completo, la guerra híbrida es la creación del caos y el
intento de gestionarlo (Korybko, 2018); (Rodrigues, 2019).
Las guerras siempre han sido algo así como un híbrido. Hasta que lleguemos a este término,
pasamos por guerra no convencional, irregular, asimétrica, de insurgencia, y de
contrainsurgencia. A través de la guerra neocortical se promueve la división entre los
círculos sociales para perturbar Estados, moldeando el comportamiento a través de una
manipulación de la conciencia, de las percepciones y de la voluntad de los líderes locales,
es decir, del sistema neocortical del enemigo. Nuevamente, es de suma importancia obtener
la mayor cantidad de información posible de los enemigos, conocer los valores, la cultura y
la visión de mundo de los otros Estados para poder abordarlos con programación
neurolingüística (Leirner, 2020).
La Guerra Legal (lawfare) es otro instrumento dentro de la Guerra Híbrida, que actúa en un
momento oportuno para reorganizar el aparato judicial y aplicar el derecho de forma dual
(doble rasero de la ley) con fines políticos. La táctica tiene como objetivo perseguir y
fabricar enemigos políticos y cuenta con diferentes instrumentos: inversión de la carga de la
prueba, vulneración del principio de inocencia, condena sin juicio previo, abuso y
distorsión de la prisión preventiva, violación sistemática del debido proceso (Albujas,
2020).
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La Guerra Cultural y la Guerra Religiosa también forman parte de las herramientas
disponibles para uso de los poderes centrales en la difusión de sus ideas en la sociedad. Los
productos culturales y la comunicación masiva sedimentan patrones de representación de la
realidad que condicionan la opinión pública a favor de un proyecto de mundo hegemónico
(Bastos, 2018). En el caso de la Guerra Económica, el objetivo es desestabilizar la
economía para colaborar con el derrocamiento de un gobierno, aplicando bloqueos
financieros y comerciales, atacando la moneda local y el abastecimiento (Curcio, 2019).
Finalmente, el uso organizado de la violencia para imponer la voluntad y lograr objetivos
sigue siendo un instrumento al alcance de las potencias (Rementería, 2000).
Consideraciones finales
Hemos tratado de demostrar la fuerza y la inseparabilidad de la tríada imperialismo, capital
y guerra. Pudimos observar las transiciones hegemónicas a lo largo de la historia más
reciente, hasta el siglo XXI, lo que nos permite concluir que el imperialismo sigue vigente,
manifestándose como una fase superior del capitalismo (Lenin, 2012) y expandiéndose a
partir de una nueva concepción del territorio, ya no sólo físico, sino en el sentido de
espacios políticos, económicos y militares, en defensa de la ontología del centro (Dussel,
1977). Los conflictos y enfrentamientos que surgen en el siglo XXI son productos
inevitables de la expansión capitalista (Fiori, 2018). En el extremo, el capitalismo lleva en
sí la guerra, y los dos se constituyen uno (Alliez; Lazzarato, 2021). América Latina sigue en
disputa y es un objetivo de las más variadas tácticas imperiales, dividida de tal manera que
los bloques políticos que nacen en la región, como UNASUR, se autoboicotean (Fiori,
2018), para dar paso al mantenimiento del capitalismo, al acceso irrestricto a los recursos
naturales y a la prevalencia de los Estados Unidos en su dominación de espectro completo
(Ceceña, 2014). Inherente a este sistema, la guerra se reinventa en un mundo donde la
ocupación territorial física ya no es necesaria para la explotación ilimitada que promueve el
sistema capitalista. La batalla tiene lugar en el campo de las percepciones, la subjetividad y
el comportamiento, dictado por los medios de comunicación y el uso de las nuevas
tecnologías de difusión y recopilación de datos (Korybko, 2018); (Leirner, 2020);
(Rodrigues, 2019).
Para enfrentar este escenario, un comienzo importante, como nos pedía Dussel en 1977, es
atender el llamado de Fanon: liberar el pensamiento, liberarnos del orden ontológico de la
opresión, comprometernos con una praxis insurgente y democrática, pensar tanto como sea
posible (Fanon, como citado en Instituto Tricontinental, 2020). Esperamos, aunque sea de
forma incipiente, haber respondido a la llamada y seguir pensando más allá del orden
impuesto.
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