Los condicionantes internos de la política exterior argentina: las reacciones populares frente a las visitas de presidentes estadounidenses. 1936-2018
The domestic constraints of Argentine foreign policy: the popular reactions to the visits of the American presidents. 1936-2018

Leandro Morgenfeld |
  1. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, Centro de Investigaciones en Historia Económica, Social y de las Relaciones Internacionales.
    Buenos Aires , Argentina
  2. Instituto de Estudios Históricos, Económicos Sociales e Internacionales Unidad Ejecutora en Red del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
    Buenos Aires , Argentina

Recibido: 18 -12 -2018 | Aceptado: 21 -02 -2019


RESUMEN
Los estudios sobre la política exterior argentina suelen prestar poca o nula atención a los factores internos que condicionan la política exterior y al movimiento social que puede surgir alrededor de las medidas o posiciones adoptadas por los gobiernos. Aunque existe una bibliografía cada vez más desarrollada sobre la historia y actualidad de la relación entre Argentina y Estados Unidos, prácticamente no hay investigaciones en profundidad sobre las visitas de mandatarios estadounidenses. Apenas trabajos monográficos sobre alguna de ellas y un libro que describe, panorámicamente, las primeras cuatro. El objetivo de este artículo, surgido de la investigación publicada en el libro Bienvenido Mr. President (Morgenfeld, 2018), es llenar ese vacío historiográfico, a partir de un enfoque que entrecruza disciplinas como las relaciones internacionales, la historia, la ciencia política, la sociología y la economía. Este producto de más de una década de investigar los avatares del vínculo bilateral, abreva en archivos diplomáticos de ambos países, en la prensa y en entrevistas a protagonistas y analistas, y ahora enfoca el momento particular de la llegada de los presidentes estadounidenses a la Argentina.

Palabras clave: política exterior, condicionantes internos, reacciones populares, Argentina-Estados Unidos, visitas presidenciales


ABSTRACT
In the studies on Argentine foreign policy, little attention is given to the internal factors of foreign policy and to the social movement that may arise around measures or positions adopted by the Governments. Although there is an increasingly developed bibliography on the history and relevance of the relationship between Argentina and the United States, at present there are no investigations that have addressed in depth the visits of US leaders. Just monographic works on some of them and a book that describes, panoramically, the first four. This article, which is the result of the research for the book Welcome, Mr. President (Morgenfeld, 2018), aims to fill this historiographical vacuum, from an approach that addresses international relations, history, political science, sociology and economics. It is the result of more than a decade of investigating the ups and downs of the bilateral link, waging in the diplomatic archives of the two countries, in the press and in some interviews with diplomats and analysts, about the arrival of the American presidents to Argentina.

Keywords: Foreign policy, internal conditions, popular reactions, United States-Argentine relations, presidential visits.


I. INTRODUCCIÓN

Solo siete presidentes de Estados Unidos viajaron a la Argentina durante el ejercicio de su mandato: Franklin D. Roosevelt (1936), Dwight D. Eisenhower (1960), George H. W. Bush (1990), William Bill Clinton (1997), George W. Bush (hijo) (2005), Barack Obama (2016) y Donald Trump (2018). Cada una de estas visitas respondió a objetivos estratégicos, generó demandas y expectativas particulares en la Argentina, incidió en la relación bilateral y a la vez provocó manifestaciones populares, a favor y en contra.

Los estudios sobre la política exterior argentina suelen prestar poca o nula atención a los factores internos que condicionan la política exterior y al movimiento social que puede surgir alrededor de las medidas y/o posiciones adoptadas por los gobiernos.

Aunque existe una bibliografía cada vez más desarrollada sobre la historia y actualidad de la relación entre Argentina y Estados Unidos[1], prácticamente no hay investigaciones que aborden en profundidad las visitas de mandatarios estadounidenses. Apenas trabajos monográficos sobre alguna de ellas y un libro que describe, panorámicamente, las primeras cuatro (Fraga, Potash, Ortiz de Rozas y Rocha, 1999). El objetivo de este artículo, entonces, es llenar ese vacío historiográfico, a partir de un enfoque que entrecruza disciplinas como las relaciones internacionales, la historia, la ciencia política, la sociología y la economía. Este producto de más de una década de investigar los avatares del vínculo bilateral, abreva en archivos diplomáticos de ambos países, en la prensa y en diversas entrevistas a protagonistas y analistas, y ahora enfoca el momento particular de la llegada de los presidentes estadounidenses.

En este texto se introduce la investigación mayor, publicada en Bienvenido Mr. President (Morgenfeld, 2018), que aborda el contexto de la relación bilateral en el momento de cada visita, los objetivos de los respectivos gobiernos y las reacciones que suscitaron en la Argentina, a favor y en contra de la profundización del vínculo con Washington. La llegada de cada líder estadounidense generó una singular respuesta social, estudiada en función de determinar los condicionantes internos del vínculo con Estados Unidos.

II. LAS VISITAS COMO MOMENTOS DESTACADOS DE LA RELACIÓN BILATERAL

Desde la consolidación del estado nacional, hacia 1880, la historia de la relación entre Argentina y Estados Unidos está jalonada por episodios conflictivos, que son la manifestación de tensiones más profundas. Exceptuando períodos particulares -las presidencias de Guido, Onganía, Menem, De la Rúa y Macri-, en general en la relación entre Buenos Aires y Washington tendieron a primar las disrupciones por sobre las convergencias. La mayor parte de las veces, la distancia frente a Estados Unidos no se vinculaba a políticas autonomistas, nacionalistas, ni mucho menos anti-imperialistas, sino más bien con una alianza (subordinada) entre las clases dirigentes locales y distintas potencias extra-continentales. Claro que hubo excepciones, en circunstancias históricas acotadas, durante ciertos momentos de los gobiernos de Yrigoyen, Perón o los Kirchner, por ejemplo (Morgenfeld, 2012). En este sentido, es preciso preguntarse si estas diferencias bilaterales predominaron sobre los acuerdos, si ello fue así en todos los gobiernos, si eran percibidas por igual por las clases populares y las clases dominantes, y  cómo varió el vínculo a lo largo de la historia y cómo fue analizado en cada período. ¿Por qué si la burguesía argentina se veía hace poco más de un siglo como rival -o competidora en pequeña escala- de Estados Unidos, en las últimas décadas abandonó toda pretensión de autonomía frente a Washington? ¿Se diluyó esa búsqueda de alternativas? ¿Qué sectores pugnaron por un mayor entendimiento y cuáles por mantener la distancia?

Para intentar contestar estos interrogantes, se examinaron en esta investigación las coyunturas especiales en las que se concretaron las estratégicas visitas presidenciales, con foco en cómo se condensaron en esos momentos las fuerzas centrífugas y centrípetas que incidían, e inciden, en el nexo entre Argentina y Estados Unidos. Cada una de ellas resultó determinante, ya que allí se discutieron las alternativas del vínculo bilateral, se plantearon los intereses y reclamos sectoriales de cada país, se negociaron y firmaron acuerdos y declaraciones, y se expresaron, por distintas vías, los posicionamientos internos en torno a la conexión con la primera potencia mundial.

En el siglo XIX, los viajes al exterior eran algo impensado para un presidente de Estados Unidos. El primer mandatario estadounidense en visitar otro país fue Theodore Roosevelt (1901-1909), quien llegó a Panamá, en noviembre de 1906, para supervisar la construcción del canal interoceánico, bajo control de su país. Su sucesor, William H. Taft (1909-1913), también se dio cita en ese país, pero como presidente electo -antes de asumir-, y poco después viajó a México, en un intercambio de visitas con Porfirio Díaz.

Esto empezó a cambiar a inicios del siglo pasado, y mucho más cuando mejoraron las condiciones técnicas para transportar a los jefes de gobierno en forma más rápida y segura. Franklin D. Roosevelt (1933-1945), por ejemplo, fue el primero en viajar en avión al exterior, cuando asistió en 1943 a la Conferencia de Casablanca, Marruecos, durante la Segunda Guerra Mundial. Esos avances posibilitaron el auge de la diplomacia inter presidencialista. Si en la actualidad son frecuentes los encuentros y las cumbres entre mandatarios, hasta hace 50 años eran más la excepción que la regla.

El primer viaje a Sudamérica fue el de Roosevelt en noviembre y diciembre de 1936, durante la presidencia de Agustín P. Justo en plena década infame. En aquella oportunidad, Roosevelt visitó Brasil, Argentina y Uruguay, aunque dos años antes había hecho una breve escala informal en el puerto colombiano de Cartagena, en camino hacia sus vacaciones en Hawaii. Procedente de Rio de Janeiro, llegó a Buenos Aires para participar en la inauguración de la Conferencia de Consolidación de la Paz, que reunió a los representantes de los países americanos. El 1 de diciembre de 1936, en el Congreso Nacional, dio el discurso de apertura de ese cónclave, interrumpido nada menos que por el hijo del presidente argentino, Liborio Justo, alias Quebracho, al grito de “Abajo el imperialismo”, que se coló en la transmisión radial emitida a todo el continente. Estados Unidos venía siendo cuestionado y resistido por las numerosas intervenciones militares que socavaron la soberanía de los países latinoamericanos en el primer tercio del siglo XX. Por haber protagonizado aquel escrache[2] Liborio fue detenido por la policía y recluido durante varias semanas.

Medio siglo más tarde, la proclama antiimperialista del joven Quebracho sería emulada por Luis Zamora, entonces diputado de Izquierda Unida, quien increpó a George H. W. Bush mientras le rendían homenaje en el Congreso Nacional, en diciembre de 1990. Con ese simple gesto, todavía recordado al haberse transmitido por televisión, logró romper la idílica puesta en escena de las nacientes relaciones carnales. Eran los años en los que se imponía el Consenso de Washington y el presidente Carlos Saúl Menem abandonaba la retórica nacionalista que había desplegado durante la campaña electoral, para alinearse tras los mandatos de la gran potencia del norte. En esa oportunidad el vicepresidente Eduardo Duhalde, a cargo de la sesión, se interpuso para evitar que Zamora incomodara con sus acusaciones a Bush, quien a su vez rió ostensiblemente durante el incidente. El sucesor de Ronald Reagan recibiría aquella misma tarde -¿a modo de desagravio?- el convite de Menem para jugar al tenis en la Quinta de Olivos, iniciando así una relación personal que se profundizaría pocos meses después, cuando el riojano se transformó en el primer presidente peronista en acceder al emblemático Salón Oval de la Casa Blanca.

Pero las protestas contra mandatarios estadounidenses no se limitaron a acciones individuales, como las que protagonizaron Quebracho o Zamora, sino que en otras ocasiones incluyeron movilizaciones masivas. En 1958, el vicepresidente Richard Nixon, que aspiraba a suceder a Dwight Eisenhower –aunque no lo logró en las elecciones de 1960, ya que en su camino se interpuso el joven ascendente John F. Kennedy-, hizo una recorrida por algunos países latinoamericanos y sintió en carne propia el rechazo que suscitaba su gobierno en América Latina. Sufrió hostilidades en distintas ciudades, tras haber asistido en Buenos Aires, el 1 de mayo, a la asunción de Arturo Frondizi. En Caracas, el 13 de mayo, su vehículo fue atacado a pedradas y debió ser virtualmente rescatado por naves de guerra y compañías aerotransportadas estadounidenses. Ese viaje -y la creciente simpatía que despertaron Fidel Castro y sus camaradas- terminó de convencer al presidente Eisenhower que debía visitar una región a la que no había prestado la suficiente atención. En febrero y marzo de 1960, pocos meses antes de abandonar el poder, viajó por fin a América Latina, llegando hasta Buenos Aires.

Cuando accedió finalmente a la presidencia, en enero de 1969, Nixon encomendó a su ex rival en las internas del Partido Republicano, el gobernador neoyorkino Nelson A. Rockefeller, que emprendiera una gira por la región para recomponer el vínculo y contrarrestar la atracción que generaba la revolución cubana. Ese periplo por veinte países, jalonado por la oleada de manifestaciones contrarias y sentimientos anti-yanquis que generó, dejó como saldo varios muertos. Su llegada a la Argentina fue precedida por numerosas protestas, contra su figura y contra el gobierno de Juan Carlos Onganía, que llevaba tres años de dictadura y represión.

La visita de Clinton -la cuarta de un mandatario estadounidense- se produjo en 1997, en pleno auge de las relaciones carnales. Aprovechó la oportunidad para anunciar que había notificado al Congreso de su país la iniciativa de designar a la Argentina como aliado extra-OTAN. Como premio por su alineamiento, el otrora díscolo vecino del sur pasaría a ser parte del selecto grupo que integraban Australia, Egipto, Israel, Japón, Jordania, Corea del Sur y Nueva Zelanda. Argentina, para sobreactuar su subordinación a Estados Unidos, ya había abandonado el Movimiento de Países No Alineados, desmantelado el proyecto del misil Cóndor y enviado tropas al Golfo Pérsico en 1991, y era exhibida, además, como el alumno ejemplar del Fondo Monetario Internacional (FMI) y como el país a imitar por los demás emergentes. Buena parte de las conversaciones entre Menem y Clinton giraron en torno a la concreción del proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que Estados Unidos estaba impulsando formalmente desde la Cumbre de las Américas de Miami (1994), y sobre el que se avanzaría en el siguiente cónclave de mandatarios americanos, previsto para pocos meses después en Santiago de Chile. Clinton, entonces, no solo vino a sacarse fotos y a desplegar su carisma, sino a intentar doblegar a un país que, un siglo antes, durante la Primera Conferencia Panamericana (1889-1890), había frustrado las expectativas estadounidenses de erigir una unión aduanera a nivel continental (Morgenfeld, 2011, cap. 3).

Como Bush en 1990, Clinton recibió múltiples agasajos. Fue homenajeado con un gran banquete en el predio de la Sociedad Rural Argentina, en cuyas inmediaciones hubo una nutrida movilización de organizaciones sociales y políticas que se manifestaron, frente a la cercana embajada estadounidense, para rechazar su presencia al grito de “Clinton go home”. Por una ironía del calendario, el mandatario estadounidense estuvo en el país el 17 de octubre, el día de la lealtad peronista. Para evitar que le recordaran aquella consigna de hace 70 años, “Braden o Perón”, partió ese día hacia Bariloche donde, tras una cena con Menem en esa emblemática fecha y la posterior firma de una declaración conjunta, concluiría su estadía en la Argentina.

La visita de Bush Jr. a Mar del Plata, en noviembre de 2005, es quizás la más recordada por los argentinos. En el marco de la IV Cumbre de las Américas, la marcha y los actos de repudio superaron todas las expectativas. En esa oportunidad debía haberse celebrado la aprobación del ALCA, que según lo acordado anteriormente tendría que haber entrado en vigencia el 1 de enero de 2005. Sin embargo, Mar del Plata se transformó en la tumba de ese proyecto impulsado por Estados Unidos para consolidar su hegemonía económica. Hubo una inmensa movilización en las calles de la ciudad balnearia, con dos consignas fundamentales: “No al ALCA” y “Fuera Bush de la Argentina y América Latina”. El mandatario estadounidense era especialmente resistido por haber invadido Irak, en 2003, con información falsa sobre armas de destrucción masiva y sin el aval de las Naciones Unidas. En todo el continente, además, venía resistiéndose contra el ALCA, a través del Foro Social Mundial -en enero de ese año cerró con una movilización de más de 100.000 personas en Porto Alegre, para oponerse a ese tratado de libre comercio-, de la Autoconvocatoria No al ALCA y de iniciativas de distintas coordinadoras sindicales de trabajadores y campesinos. En Mar del Plata, en forma paralela al evento oficial, se desarrolló una nutrida Cumbre de los Pueblos, un acto en el estadio mundialista José María Minella y una movilización callejera que convocó a decenas de miles de personas en las inmediaciones de la sede donde se reunían los mandatarios. Esta masiva demostración popular, que expresaba el cambio en la correlación de fuerzas políticas y sociales en el continente, permitió a los presidentes Lula, Kirchner y Chávez derrotar un proyecto que pocos años antes parecía inevitable y potenció la emergencia de nuevas instituciones regionales, como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y LA alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP.

Bush quedó furioso por la derrota política propinada en la Argentina y no disimuló su enfado. La relación entre ambos países quedó resentida y, salvo excepciones, se caracterizó desde entonces por cierto distanciamiento. En la década siguiente ni él ni Obama visitaron la Argentina ni tampoco recibieron en la Casa Blanca ni a Néstor Kirchner ni a Cristina Fernández de Kirchner. Tuvo que pasar una década y un giro rotundo en la orientación de la política exterior para que un presidente estadounidense volviera al país. Así, luego de una etapa de retroceso estadounidense en América Latina -debido a la inédita coordinación política e integración latinoamericana y a la creciente presencia de China y otros actores extra hemisféricos-, Obama apostó a reposicionarse en lo que históricamente Estados Unidos consideró su patio trasero, impulsando una restauración conservadora e intentando morigerar la influencia del proyecto alternativo bolivariano.

En su segundo mandato (2013-2017), el mandatario de origen afroamericano promovió una distensión con Cuba y aprovechó la muerte de Hugo Chávez, líder de la integración latinoamericana inspirada en Simón Bolívar, y la caída de los precios de las materias primas -que complicó a las economías de la región- para lograr lo que no pudo en sus primeros cuatro años de gobierno. El triunfo de Macri, el favorito de la Casa Blanca, fue considerado en Washington como una oportunidad histórica para conseguir un aliado que operase como ariete contra los gobiernos más autónomos de la región.

Eso explica que Obama haya encontrado un hueco en la cargada agenda de su último año al frente del gobierno para viajar hasta la Argentina, luego de la histórica visita a Cuba del 20 al 22 de marzo de 2016. Sin embargo, al anunciar que estaría en el país el 24 de marzo, justo cuando se cumplían 40 años del golpe, desató un fuerte debate y una oleada de críticas por parte de referentes políticos y sociales y representantes de organismos de derechos humanos, entre los que se destacaron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, los HIJOS y el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, quien envió una carta abierta a Obama, pidiéndole que evitara la provocación de venir a la Argentina en una fecha tan poco feliz. Esta coincidencia obligó a Macri a sobreactuar un compromiso con los derechos humanos que hasta ese momento había eludido. En los días previos, decidió visitar por primera vez la ex ESMA y recibir a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela Carlotto. Frente a la polémica, la Casa Blanca tomó nota y finalmente anunció una modificación del itinerario de la visita y restringió la agenda de Obama en Buenos Aires al 23 de marzo, para partir al día siguiente por la mañana hacia Bariloche, en plan descanso familiar, táctica similar a la empleada por Clinton casi dos décadas antes, para evitar su presencia en la capital argentina el día de la lealtad peronista.

Un importante número de organizaciones políticas y sociales, sindicatos y organismos de derechos humanos se manifestaron el 24 de marzo en la Plaza de Mayo, no solo contra el ajuste con represión que venía implementando Macri, sino también contra la presencia de Obama. Aunque Macri no es Onganía, ni Obama es Nixon o Rockefeller, una vez más, como en 1969, se conjugaron las demandas internas con una movilización de repudio al gobierno de Estados Unidos. Ese día, cientos de miles de personas desbordaron la Plaza de Mayo. Pocas horas antes, Macri y Obama habían realizado un polémico acto en el Parque de la Memoria, en el que el mandatario estadounidense evitó expresar un mea culpa por la complicidad de su país con la dictadura militar. El presidente argentino canceló el proyectado partido de golf con Obama. El jefe de gabinete Marcos Peña y el equipo de comunicación de la Casa Rosada prefirieron evitar una foto como la de Menem jugando al tenis con Bush en Olivos, o al golf con Clinton en Bariloche. En el día del 40 aniversario del golpe encabezado por Videla, juzgaron, una imagen de ese tipo asociaría a Macri directamente con las relaciones carnales de los años noventa. Sin embargo, un año y medio después, finalmente se produjo esa foto. En octubre de 2017, apenas días antes de las elecciones legislativas, Macri invitó a Obama a jugar al golf -y luego difundieron las imágenes a la prensa-, en el marco de la visita del ex presidente a Córdoba, para disertar en una cumbre de economía verde. El nuevo clima ideológico, juzgaba el gobierno de Macri, hacía que ya no fuera mal vista una relación de estrecha camaradería con el presidente estadounidense. Además, el carisma y aceptación de Obama contrastaban con el de su sucesor.
La llegada de Trump a la Casa Blanca, en enero de 2017, supuso un desafío para Macri, quien había apostado por la elección de Hillary Clinton, imaginando que así mantendría el vínculo que había construido con su antecesor. Tras la sorpresiva elección del magnate neoyorquino, la cancillería realizó intensas gestiones para lograr que el presidente argentino fuera invitado a Washington. El 27 de abril visitó a su ex casi socio en los negocios inmobiliarios[3], en el 23º encuentro bilateral entre los presidentes de Estados Unidos y Argentina en sus respectivos países, desde la pionera visita de Roosevelt en 1936[4].

En esa reunión en el Salón Oval, el flamante mandatario republicano se comprometió a viajar a la Argentina en 2018, para asistir a la Cumbre Presidencial del G20. Tras cancelar a último momento su participación en la Cumbre de las Américas celebrada en Lima el 13 y 14 de abril de ese año[5], efectivamente su llegada a Buenos Aires, en noviembre, fue su primer viaje a América Latina. La duda previa era si esa visita se parecería más a la de Obama, o a la de Bush Jr., dado el fuerte rechazo internacional que concita el mandatario estadounidense. En enero de 2018, por ejemplo, Trump tuvo que anunciar a su par británica, Theresa May, que suspendería el anunciado viaje a Londres, teniendo en cuenta las movilizaciones de protesta contra su presencia que se estaban organizando en la capital del Reino Unido (Trump cancela su viaje a Londres, 2018). Ese viaje recién se concretó hacia mediados de año, y el magnate fue recibido con amplias movilizaciones de rechazo y repudio, en Londres y en Escocia.

La visita a Buenos Aires del imprevisible e iconoclasta presidente estadounidense era la más esperada y temida por la cancillería argentina de cara al G20. A sus ojos, la suerte de la cumbre dependía de su actitud. El Palacio San Martín no ahorró gestos hacia el inquilino de la Casa Blanca. Si con la ex canciller Susana Malcorra se cuidaban las formas para que el alineamiento con Washington no se asociara directamente a las relaciones carnales de los años noventa, con su sucesor, el experto en protocolo Jorge Faurie, ya no se disimuló más. En octubre, la cancillería había anunciado una visita de estado de 3 o 4 días, finalmente ésta fue más corta. Pero Trump vino, para alivio de la diplomacia de Cambiemos. 

El magnate estadounidense aprovechó cada gesto y oportunidad, con el histrionismo que lo caracteriza, para menospreciar la cumbre del G20 e incluso al presidente anfitrión, a pesar de ser su aliado. No sólo declinó la anunciada cena de gala en la Quinta de Olivos, originalmente programada para el jueves 29 de noviembre. El viernes debía presentarse a las 6.55 horas en la Casa Rosada para un desayuno y reunión bilateral, pero hizo esperar media hora a Macri. Trump usó esa primera mañana argentina para tuitear con rabia contra el Fiscal Especial Robert Mueller, quien lo investiga por la trama rusa. Ya en la casa de gobierno, en los pocos segundos que posaron frente a la prensa, no ocultó su malhumor por el aparato que le transmitía la traducción simultánea -lo arrojó al piso, fastidiado- y luego apenas dijo un par de frases de ocasión, recordando lo apuesto que era Macri a principios de los ochenta y a su padre Franco. La reunión bilateral fue breve y, rompiendo una tradición, no hubo ni comunicado ni conferencia de prensa conjuntos (hasta Néstor Kirchner y George W. Bush la tuvieron en 2005 en Mar del Plata, en la bilateral que antecedió la Cumbre de las Américas en la que se sepultó al ALCA).
Lo que sí hubo fue una polémica declaración de la vocera de Trump, Sarah Huckabee, que generó un roce bilateral de alto impacto. Afirmó que ambos mandatarios habían repudiado el accionar económico depredatorio de China. Faurie, para no enturbiar la visita de estado de Xi Jinping, tuvo que salir a desmentirla. El viernes al mediodía, Trump fue el único que faltó -salvo Angela Merkel, por el desperfecto de su avión- a la reunión a solas de los líderes (el retiro), cuando discuten sin asesores los temas más complejos y controvertidos. Luego de esos 90 minutos, por fin llegó a Costa Salguero. Allí regaló un meme: dejó a su “amigo Mauricio” parado, solo, sobre el escenario. Trump fue 100% Trump.

Pero, más allá de esa pretensión, de la euforia auto-celebratoria del gobierno y del embelesamiento mediático con la capacidad argentina de organizar la Cumbre, se expresó también otra Argentina. La que no cree que la función prioritaria de un gobierno sea organizar eventos. En la Semana de Acción Global, la Cumbre de los Pueblos y la masiva movilización popular del viernes 30 no solo se  criticó la agenda oficial del G20, sino que también se avanzó en la elaboración de una serie de propuestas en función de la construcción de una nueva cooperación internacional. Las calles de Buenos Aires volvieron a poblarse, como en cada visita de un mandatario estadounidense. En la Cumbre de los Pueblos, frente al Congreso, sobrevoló el Baby Trump inflable que acompañó las protestas contra el magnate en Londres y en otras ciudades.

III. LAS DIVERSAS DEMANDAS A ESTADOS UNIDOS

En el campo de las relaciones internacionales, existe un creciente interés por indagar los vínculos entre las sociedades y la política exterior que despliegan sus respectivos Estados y gobiernos. Se registra

la creciente necesidad y progresiva exigencia por parte de actores no gubernamentales de participar en los debates y formulación de políticas referidas a la vinculación externa. […] En este sentido, la opinión pública -a través de canales como las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), los think tanks o redes sociales- empieza a consolidar su posición y a demandar una "actualización" de la diplomacia, una diplomacia contemporánea, buscando dejar en el pasado los tintes secretos y tradicionales de la política exterior, evolucionando hacia una diplomacia pública. (Comini y González Bergez, 2016: 54).

La política exterior, tradicionalmente circunscripta a los cenáculos diplomáticos, hoy es objeto de amplio debate y genera, cada vez más, reacciones y posicionamientos públicos. Claro que esta tendencia no es completamente nueva, sino que tiene su historia. Justamente en Bienvenido Mr. President se intenta abonar el conocimiento histórico de distintas dimensiones de la relación entre Argentina y Estados Unidos, ampliando la mira más allá del ámbito exclusivamente diplomático. 

En cuanto al vínculo interno-externo o doméstico-internacional, existe una vasta literatura en el campo de las relaciones internacionales que cubre diferentes dinámicas, actores y asuntos[6]. Esos intereses, fuerzas y fenómenos se expresan de manera muy distinta. Por ejemplo, los estudios sobre el peso de determinados actores movilizados muestran que los poderosos suelen recurrir al cabildeo, el lobby, o la influencia en el poder legislativo, entre otras formas de presión. Los actores con menos recursos en atributos de poder, en cambio, recurren a las marchas, las movilizaciones, las acciones callejeras y públicas. Así, por ejemplo, las demandas de grupos agroexportadores para que el gobierno presione por acceso al mercado estadounidense tienen una dinámica de expresarse muy distinta a la de los sindicatos, organizaciones campesinas o grupos ambientalistas que denuncian los perjuicios de un acuerdo de libre comercio. En la reciente visita de Trump, los exportadores de biodiesel, afectados por el proteccionismo de Trump, ejercieron presión a través de reuniones con representantes gubernamentales y comunicados de la Cámara Argentina de Biocombustibles (CARBIO), mientras que los trabajadores, las mujeres, los organismos de derechos humanos y los grupos antiextractivistas, por ejemplo, se expresaron en los distintos foros temáticos de la Cumbre de los Pueblos y se movilizaron el día viernes, frente al Congreso.

Este texto, que intenta profundizar el conocimiento de esa interacción entre lo doméstico y lo internacional, es producto de la síntesis de dos líneas de investigación, desarrolladas hace ya varios años. Por un lado, la que refiere a la historia del vínculo entre Argentina y Estados Unidos, sobre la que se produjeron tres libros -El ALCA: ¿a quién le interesa?, Vecinos en conflicto y Relaciones Peligrosas (Morgenfeld, 2006, 2011, 2012)- y numerosos artículos. Por otro lado, una línea de estudio más reciente, desarrollada en diversos proyectos de investigación financiados por la UBA y el CONICET, abocada al estudio de los condicionantes internos de la inserción internacional y la política exterior argentinas[7].

La propuesta, a lo largo de estas páginas, es explorar uno de los aspectos más descuidados de los estudios sobre la inserción internacional y la política exterior argentina: la vinculación entre las denominadas variables internas y las relaciones internacionales. En especial, los casos en los que la presión de determinados sectores del campo popular se constituye en una variable explicativa que condiciona la política efectivamente implementada. Si bien son varios los autores que han llamado la atención sobre la importancia de los factores internos en la adopción de determinada política exterior, pocos estudios específicos desarrollan en profundidad dichos condicionantes. Escasean aún más los trabajos que, desde una perspectiva histórica, puedan interpretar el entramado entre dichos condicionantes y el escenario internacional, y son casi inexistentes los que se focalizan en el vínculo entre movilización popular y política exterior. En general, cuando se abordan las variables internas, éstas quedan reducidas al accionar del poder ejecutivo y de la cancillería -actores centrales sin lugar a dudas-, sin dar lugar a otras fuerzas sociales y políticas que también se expresan y tienen su injerencia (Míguez y Morgenfeld, 2017). En este caso, a través de los hitos que significaron las visitas, el objetivo fue analizar la compleja combinación de elementos que influyen en la adopción e implementación de determinadas políticas exteriores, y, en consecuencia, del tipo de patrón de inserción internacional, incluyendo una multiplicidad de actores socioeconómicos y políticos.

Esta investigación se enmarca en aquella perspectiva que plantea una inversión de los abordajes tradicionales de la historia de las relaciones internacionales. No se estudia la diplomacia y la política exterior en relación a las determinaciones externas (la economía, la política, etc.), sino como manifestaciones particulares de relaciones económico-sociales más generales. Se apela, así, a una historia total que evite la usual fragmentación y disociación de procesos que están estrechamente ligados. Analizar cómo se manifestaron, ante las visitas presidenciales estadounidenses, los distintos actores políticos, económicos y sociales internos es también una puerta de entrada a la investigación sobre el patrón de inserción internacional adoptado en cada período.

Los mandatarios y representantes estadounidenses que visitaron el país debieron enfrentar, en algunos casos, movilizaciones callejeras, escraches y expresiones artísticas contestatarias. En los últimos años, Argentina es uno de los países donde Estados Unidos genera más desconfianza: encabeza el ranking en América Latina[8]. Los sentimientos antiestadounidenses se remontan al siglo XIX y reflejan posiciones que primaban en la clase dominante, por ejemplo, cuando los futuros presidentes Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña se opusieron al secretario de Estado James Blaine en la Primera Conferencia Panamericana (Washington, 1889-1890)[9]. Se profundizaron en los años veinte, cuando Estados Unidos dispuso el embargo sanitario contra las carnes argentinas y aún más a partir de la década de 1940, en la que se destacó la negativa a abandonar la neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial y luego el conflicto entre Braden y Perón, que signó no sólo las relaciones bilaterales en el crucial período 1945-1947 (Rapoport y Spiguel, 2009), sino también moldeó la percepción que de la Argentina y el peronismo tendrían futuras generaciones de dirigentes estadounidenses. Ese sentimiento persistió durante los convulsionados años sesenta y setenta y se consolidó por la posición de Ronald Reagan durante la guerra de Malvinas. Tras la distención al inicio de la posguerra fría, renació en el siglo XXI, cuando en la región se rechazó la política exterior militarista de Bush (h) y su proyecto del ALCA, a la par que las recetas de ajuste del Consenso de Washington, que habían provocado agudas crisis económicas y sociales.

En su histórica visita a Mar del Plata, en 2005 (Kan, 2016), se combinaron la resistencia popular y el choque histórico entre los gobiernos de ambos países, que revestía una fundamentación económica (rivalidad con productores agrícolas estadounidenses), una histórica (el sueño decimonónico de la dirigencia argentina de ser la potencia sudamericana), una cultural (la presencia predominante europea, a diferencia de la influencia estadounidense en la mayor parte del resto del hemisferio) y la existencia de un movimiento nacionalista como el peronismo, que fue sistemáticamente hostilizado por el Departamento de Estado y buena parte de la academia y la prensa estadounidenses.    

Uno de los interrogantes que guiaron esta investigación es qué expresan esas demostraciones contra el gobierno de Estados Unidos. ¿Son reacciones frente a fenómenos coyunturales -el rechazo al ALCA, a la invasión a Irak, al envío de tropas al Golfo- o son la manifestación de fenómenos más profundos, como los mencionados en el párrafo anterior?

En ocasión de la visita de Obama, en 2016, y a pesar del aparente cambio de época que significó el triunfo de Macri, pudo constatarse que la opinión pública argentina seguía reflejando esa ya centenaria antipatía. Según una encuesta del Barómetro de las Américas, “el grado de confianza promedio en el gobierno estadounidense que reportan los argentinos que respondieron a la cuestión es más baja que en cualquier otro país de América Latina y el Caribe”, superando incluso a Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua (Salles Kobilanski y Weaber, 2016: 2)[10]. Esto, a pesar de la transformación cultural e ideológica de los últimos años, período en el cual la Argentina se latinoamericanizó, alejándose de la tradicional influencia europea. Hoy los viajes a Miami superan ampliamente las visitas a Paris, el estudio del inglés al del francés y los cursos de posgrado en Estados Unidos sobrepasan ampliamente a los realizados en Europa.

Las visitas presidenciales, entre otras cuestiones, suelen tener por objetivo mejorar la imagen del gobierno estadounidense, tratando de licuar o al menos suavizar ese rechazo o desconfianza expresado por buena parte de la población. Esto fue más fácil con presidentes carismáticos y buenos oradores, que generaban respeto o simpatía, como Roosevelt, Eisenhower u Obama, y mucho más difícil con mandatarios que generan un alto rechazo como Bush (h) o Trump.

La problemática de las visitas y de las protestas que habitualmente generan lleva a analizar una noción central en la constitución e identidad de los Estados Unidos: la idea de que son un pueblo elegido para defender la libertad. Al no poder comprender el rechazo que genera ese mesianismo, muchos analistas tienden a deslegitimarlo, calificándolos como expresión de algo difuso que denominan anti-americanismo. “¿Por qué nos odian?” y “¿Por qué el resto del mundo detesta a Estados Unidos?” son dos preguntas sobre las que se construyó y se sustenta un mito fundante en el país del norte. El historiador Max Paul Friedman reconstruye, en un libro reciente titulado Rethinking Anti-Americanism. The History of an Exceptional Concept in American Foreign Relations (2012), con una perspectiva crítica, la historia de un concepto central a la hora de recrear la ideología del destino manifiesto: la idea de que Estados Unidos es un pueblo elegido por Dios para civilizar al resto del planeta, exportando democracia, libertad y capitalismo.

Esa recurrente y distorsionada pregunta, ¿Por qué nos odian?, fue formulada por el propio Bush (h), en el Capitolio, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Él mismo ofreció una respuesta: odian nuestra libertad. En la década posterior a la caída de las Torres Gemelas, más de 6000 artículos de diario fueron dedicados a analizar el anti-americanismo. En una visión auto-centrada que se fundamentó tempranamente en la idea del Destino Manifiesto de Estados Unidos[11], los cultores de ese concepto señalan que los extranjeros son irracionales y están mal informados acerca del “mejor país en el mundo”. Por eso son anti-americanos. Friedman demuestra cabalmente cómo dentro de Estados Unidos la idea del anti-americanismo fue y es utilizada para bloquear reformas progresistas, tildándolas de contrarias a los supuestos valores estadounidenses. Con el mismo calificativo se ataca a quienes se manifestaron contra el gobierno de Estados Unidos en el contexto de las visitas de presidentes o enviados de la Casa Blanca. El concepto es utilizado para estigmatizar cualquier crítica externa a la política de Washington. Así, quienes critican el accionar imperialista de la Casa Blanca o el Pentágono -pero no al pueblo estadounidense-, por ejemplo, son (des)calificados como opuestos a la libertad y la democracia[12].

En la actualidad, los herederos del senador Joseph McCarthy -aquel que lideró la cruzada anti-comunista en los años cincuenta-, obsesionados con el supuesto odio irracional hacia Estados Unidos, no dudan en etiquetar como anti-americanos a Julian Assange o a Evo Morales, dos críticos de la política exterior del Departamento de Estado. Y no son sectores aislados, sino que mantienen una enorme capacidad de influir en Estados Unidos, por ejemplo, para horadar el movimiento de oposición a la invasión de Irak en 2003. Por eso es sumamente relevante la investigación histórica de Friedman, que puede inscribirse en una corriente más amplia de académicos -Andrew Bacevich (2011), Thomas Bender (2011), Perry Anderson (2014)- que buscan rebatir la idea del excepcionalismo estadounidense.

Las movilizaciones de protesta producidas en la Argentina durante las visitas presidenciales, pero también en las otras de vicepresidentes, secretarios de estado y otros enviados, no expresaron un rechazo a Estados Unidos como un todo ni a su pueblo o a su cultura, sino a su gobierno y, en particular, a su política exterior imperialista. Salvo casos aislados, no se expresó un rechazo a Estados Unidos por lo que es, sino por lo que hace su gobierno y su clase dominante. Como ocurrió en la articulación continental contra el ALCA, hoy se vuelven a crear puentes entre los movimientos sociales y organizaciones populares latinoamericanas y sus equivalentes dentro de Estados Unidos, en los que destacan las luchas de las mujeres, afroamericanos, latinos, ambientalistas, obreros sindicalizados, estudiantes, inmigrantes y jóvenes que luchan contra el lobby de las armas. La solidaridad internacional que emerge desde abajo parecería demostrar que la calificación de anti-americanismo, utilizada para deslegitimarlas, no es adecuada para caracterizar las manifestaciones de protesta que se sucedieron durante las visitas presidenciales estadounidenses.

En síntesis, en esta investigación se analizaron cada una de las visitas de mandatarios estadounidenses, contextualizándolas, señalando sus objetivos previos, las reacciones que suscitaron y los resultados que arrojaron. También se puso la lupa en otras muy significativas, de vice presidentes, ex presidentes, secretarios de Estado o enviados de la Casa Blanca: Elihu Root, Theodore Roosevelt, Herbert Hoover, Milton Eisenhower, Nelson Rockefeller, Henry Kissinger, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Alexander Haig, Hillary Clinton y Mike Pence (Morgenfeld, 2018, cap. 8).

En cuanto a las percepciones de las visitas, la prensa jugó un rol importante, y por eso la investigación prestó especial atención a cómo las cubrieron, qué lecturas hicieron sobre las mismas, qué destacaron o minimizaron en cada oportunidad, cuáles fueron los balances que presentaron. Las múltiples referencias citadas, publicadas en la prensa argentina y estadounidense, permitieron también una primera aproximación al modo en que se iban construyendo, en forma contemporánea a las visitas, los primeros relatos sobre ellas, y, también, constatar la escasa cobertura periodística a las movilizaciones populares ante la llegada de cada mandatario estadounidense.

El punto de partida es que las visitas, y las reacciones que suscitaron, fueron la manifestación de los distintos momentos que atravesó la relación bilateral y, a la vez, condicionaron la política exterior y, en particular, el muchas veces conflictivo vínculo con Estados Unidos. Se intentó, en esta investigación, mostrar de qué modo lo hicieron, con qué alcances y límites y qué dejaron como saldo.

IV. REFLEXIONES FINALES

En primer lugar, se intentaron jerarquizar las visitas a la hora de analizar la historia de las relaciones entre Argentina y Estados Unidos. En la investigación, arrojando luz sobre un aspecto muy poco atendido incluso en la bibliografía sobre el vínculo bilateral, se mostró que la llegada de mandatarios o enviados de la Casa Blanca, y las reacciones que produjeron, fueron la manifestación de los distintos momentos que atravesó la relación y, a la vez, condicionaron la política exterior argentina y, en particular, el conflictivo vínculo con Estados Unidos. A diferencia de la creencia de que no sirven para nada y apenas dejan como saldo una colección de fotos y gestos protocolares y de camaradería, se pretendió mostrar su real significado y el impacto que produjeron, tanto hacia afuera como hacia adentro, en la pugna entre sectores proclives a un mayor alineamiento o autonomía respecto al gigante del norte.

En segundo lugar, se buscó constatar la relevancia de los condicionantes internos, a la hora de entender las idas y vueltas en la relación con Estados Unidos. Si bien distintos internacionalistas llamaron atención sobre la importancia de los mismos, todavía es una dimensión que requiere muchas investigaciones. En este texto, se abordó el contexto de la relación bilateral -y regional- en el momento de cada visita, los objetivos de cada gobierno y las reacciones que suscitaron en la Argentina, tanto a favor como en contra de la profundización del vínculo entre ambos países. Las corporaciones agropecuarias, los industriales, los militares, los sindicatos, las organizaciones populares, los partidos políticos, los artistas, las agrupaciones estudiantiles y los intelectuales aprovecharon la particular circunstancia de las visitas para expresar sus demandas, opiniones, críticas o anhelos en torno a la relación con el gobierno de la principal potencia planetaria.

En tercer lugar, se procuraron visibilizar las reacciones populares, soslayadas casi siempre a la hora de analizar los condicionantes internos de la política exterior argentina. Los mandatarios y representantes estadounidenses que visitaron el país debieron, en algunas oportunidades, enfrentar movilizaciones callejeras, escraches o expresiones artísticas contestatarias. Esas reacciones, que presentamos sintéticamente en este artículo, marcaron los límites a los realineamientos buscados por distintos sectores internos y también, en algunos casos, por los gobiernos. Quienes procuraban aceitar los vínculos con Estados Unidos debieron enfrentar esas resistencias, como ocurrió con Onganía, Menem o Macri, por mencionar algunos ejemplos.

Más allá de estas resistencias, las visitas permitieron afianzar la presencia de Estados Unidos en la Argentina, fortaleciendo a los sectores internos que alentaban esa orientación. En algunos casos, fueron instrumentalizadas en función de lograr una legitimación interna de una política exterior alineada con la Casa Blanca y las potencias occidentales, a contramano de lo que ocurrió en buena parte de la historia de la Argentina moderna. Según los relatos hegemónicos, siempre proclives a dar la bienvenida a Mr. President, la visita del jefe de gobierno estadounidense era la constatación del “retorno al mundo” del país, la ratificación del liderazgo del presidente anfitrión y la confirmación de que había transformado a la Argentina en un jugador relevante en el tablero geopolítico global. La insistencia de Menem en ser anfitriones de la Cumbre de las Américas de 2005 o la de Macri en ser sede de la Cumbre presidencial del G20 deben ser leídas en esta clave. 

En síntesis, las visitas fueron, entre otras cosas, un escenario privilegiado para que cada sector interno manifestara cómo debía ser el vínculo con Estados Unidos, y a la vez para expresar reclamos a ese gobierno -contra un acuerdo de libre comercio como el ALCA, por ejemplo- , o para solicitar apoyos concretos, ya sea para obtener créditos, facilitar la negociación con organismos financieros internacionales, destrabar exportaciones al mercado estadounidense, lograr la provisión de equipamiento militar o sellar acuerdos de cooperación en materia científica y tecnológica. Al fin y al cabo, en un encuentro mano a mano entre presidentes se pueden cerrar acuerdos que de otra forma demandarían meses o años de negociación.


Pies de página

[1] Analizada en Morgenfeld, 2011, 19-29.

[2] Se denomina así, en Argentina y otros países, a un tipo de manifestación en la que uno o más activistas realizan una acción pública para denunciar a alguien, generalmente en su lugar de trabajo o en su domicilio.

[3] Macri había conocido a Trump en los años ochenta, cuando su padre Franco intentó construir un rascacielos en la zona oeste de Manhattan, y envió a Mauricio a negociar para destrabar el virtual boicot que ejerció el crecientemente influyente empresario inmobiliario neoyorquino. Finalmente se acordó un millonario pago al grupo Macri, pero a cambio de que el negocio quedara para Trump, sin la participación del empresario argentino. Franco llegó a sospechar, en 1991, que el magnate neoyorkino podía haber estado detrás del secuestro de su hijo (La relación ‘poco amistosa’, 2016).

[4] Mientras que 17 de ellos se realizaron en el país del norte, los otros 6 se concretaron en el del sur.

[5] Apenas 72 horas antes de emprender lo que sería su (tardía) primera visita a América Latina y el Caribe, la Casa Blanca informó la suspensión del viaje por la crisis en Siria. Trump anunció, en el momento en que se ofrecía en la capital peruana la gala para los presidentes americanos que habían viajado a la Cumbre, el bombardeo a Damasco.

[6] En la Argentina, diversos autores han desarrollado investigaciones sobre esta problemática. Sin ánimos de ser exhaustivos, pueden mencionarse los trabajos de Rapoport, Escudé, Paradiso, Russell, Tokatlian, Busso, Spiguel, Simonoff, Colacrai, Tussie, Corigliano, Bernal Meza, Heredia, Laufer, Lanús, Novaro, Saguier, Ghiotto, Granovsky, Karg, Comini, Frenkel, Scarfi, Míguez y Kan, entre otros.

[7] Se enmarca en el proyecto UBACYT 2018-2020, Política exterior, inserción económica internacional y movilización popular (1966-2016), dirigido por Morgenfeld, que sigue la línea ya desarrollada en  el UBACYT 2016-2017: Política exterior, inserción económica internacional y movilización popular a lo largo de dos décadas turbulentas de la historia argentina (1963-1983), a la vez que se articula con otro proyecto en curso, el PIP-CONICET 2015-2018 Los condicionantes domésticos de la inserción internacional argentina. Presiones, debates y movilizaciones en torno a la política exterior desde la década de 1960 a la actualidad.

[8] “Dentro de América Latina, los ciudadanos argentinos son los que mayor aversión sienten con respecto a Estados Unidos: un 44%. Le siguen, dentro de la región, Venezuela (31%) y México (31%)”. (El mapa del día, 2014).

[9] Quien cubrió para el diario La Nación esa conferencia, por ejemplo, fue nada menos que el cubano José Martí. Esas brillantes crónicas, muy críticas de Estados Unidos, están compiladas en Martí (1955).

[10] Un seguimiento más preciso de esa percepción puede cotejarse en el estudio anual del Pew Research Center, un influyente think tank con sede en Washington, que luego de los atentados en New York en septiembre de 2001 empezó a medir los niveles de desconfianza que genera Estados Unidos en el resto del mundo. Allí puede percibirse, por ejemplo, que el rechazo al gobierno de ese país creció durante la administración Bush (2001-2009), disminuyó con Obama (2009-2017) y se volvió a disparar desde que asumió Trump. Para el caso de Argentina, puede consultarse en http://www.pewglobal.org/database/indicator/1/country/11/.

[11] Refiere a la creencia de que son una nación destinada, por causas divinas, a expandirse y extender sus fronteras.

[12] Friedman, en cambio, sostiene que la supuesta existencia de un sentimiento anti-yanqui en el mundo no es una real amenaza para la sociedad estadounidense, sino un argumento de los sectores más conservadores de Washington para justificar su agresiva política exterior y para bloquear incluso propuestas de políticas internas reformistas. A contramano de la mayoría de los estudios sobre la problemática, que dan por supuesta la existencia de un generalizado sentimiento anti-americano en el mundo entero y proponen distintas explicaciones (envidia, ignorancia, autoritarismo), este historiador se focaliza en iluminar las falacias de esos argumentos y en explicar cómo ese concepto opera envenenando la política estadounidense: legitimando violaciones a los derechos humanos, conculcando libertades, manteniendo un impresionante aparato represivo o de seguridad.


Referencias
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Cómo citar
Morgenfeld, L. (2019). Los condicionantes internos de la política exterior argentina: las reacciones populares frente a las visitas de presidentes estadounidenses. 1936-2018. Ciclos En La Historia, La Economía Y La Sociedad, (52), 63-84. Recuperado a partir de https://ojs.econ.uba.ar/index.php/revistaCICLOS/article/view/1392