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Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 51 - 2do. semestre de 2019
ISSN 1853 399X E-ISSN 2618 2475
María Belén Alvaro
1
Resumen
2
En estas notas propongo una problematización de la Agricultura Familiar’ como catego-
ría política y gura socio-productiva, desde una mirada posicionada en la epistemología
feminista. Para ello, considero necesario hacer algunas distinciones analíticas de aspectos
que, en la práctica, están estructuralmente interrelacionados.
En primer lugar, considero necesaria una breve caracterización de los rasgos del hetero-
capitalismo en la fase actual en países de colonialismo dependiente, que permita dimen-
sionar el grado en que el contexto actual agrede la sostenibilidad de la vida. En segundo
lugar, analizar el conjunto de identidades’ o sectores que hasta ahora han sido designados
como componentes de la agricultura familiar’, desde el lugar otro’ que ocupan en relación
a estructuración de la economía como asunto social. En tercer lugar, referenciar las relacio-
nes/tensiones entre la AF y la construcción de futuros escenarios de soberanía alimentaria
desde los niveles macro y micropolíticos. La intencionalidad es la de resituar la potencia-
lidad de esta categoría, en un contexto de fragilización de las bases de producción ali-
mentaria, despojo paulatino de los bienes comunes a los tejidos comunitarios y creciente
polarización social que conducen al traspaso del límite agro-eco-territorial.
Palabras clave: agricultura familiar-epistemología feminista-soberanía alimentaria
1 Investigadora y Docente de la Carrera de Sociología, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Univer-
sidad Nacional del Comahue. mabalvaro@yahoo.com.ar.
2 Este escrito fue presentado como reexiones en el Panel de Cierre del Quinto Congreso del Foro De
Universidades Nacionales para la Agricultura Familiar. Cinco Saltos, mayo de 2019. En él se recuperan reexiones
a partir de avances del proyecto de investigación D111 de la Fadecs, Univeridad Nacional del Comahue: Resis-
tencias de las mujeres a la ofensiva neoextractivista.
Reexiones sobre la Agricultura familiar
desde una política de localización
Notas y comentarios
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Smmary
Reections on Family farming from a localization policy
In these notes I propose a problematization of ‘Family Farming’ as a political category and
a socio-productive gure, from a perspective positioned in feminist epistemology. For
this, I consider it necessary to make some analytical distinctions of some aspects structur-
ally interrelated.
First, I consider it necessary to briey characterize the features of heterocapitalism in the
current phase in countries of dependent colonialism, which allows us to gauge the degree
to which the current context attacks the sustainability of life. Secondly, to analyze the set
of ‘identities or sectors that until now have been designated as components of familiar
family farming’, from the otherplace they occupy in relation to structuring the economy
as a social issue. Third, reference the relationships / tensions between FA and the con-
struction of future food sovereignty scenarios from the macro and micro-political levels.
The intention of this exercise is to re-locate the potential of this category, in a context of
fragility of the food production bases, gradual dispossession of the common goods to
the community tissues and increasing social polarization that lead to the crossing of the
agro-eco-territorial boundaries.
Key words: family farming- feminist epistemology- food sovereignty
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En estas notas propongo una problematización de la ‘Agricultura Familiar’ como
categoría política y gura socio-productiva, desde una mirada posicionada en la
epistemología feminista. Para ello, considero necesario hacer algunas distinciones
analíticas de aspectos que en la práctica están estructuralmente interrelacionados.
En primer lugar, considero necesaria una breve caracterización de los rasgos del he-
terocapitalismo en la fase actual, en países de colonialismo dependiente, que permi-
ta dimensionar el grado en que el contexto actual agrede la sostenibilidad de la vida.
En segundo lugar, analizar el conjunto de ‘identidades’ o sectores que hasta ahora
han sido designados como componentes de la ‘agricultura familiar’, desde el lugar
‘otro’ que ocupan en relación a estructuración de la economía como asunto social. El
sentido es pensar a nivel teórico político una caracterización que nos habilita y de-
manda nuevas conceptualizaciones y estrategias políticas. En tercer lugar, referen-
ciar las relaciones/tensiones entre la AF y la construcción de futuros escenarios de
soberanía alimentaria desde los niveles macro y micropolíticos. La intencionalidad
de este ejercicio es la de resituar la potencialidad de esta categoría, en un contexto de
fragilización de las bases de producción alimentaria, despojo paulatino de los bienes
comunes a los tejidos comunitarios y creciente polarización social que conducen al
traspaso del límite agro-eco-territorial.
Introducción: para mirar la Agricultura Familiar desde la sostenibi-
lidad de la vida
Escribo estas notas en el actual contexto argentino, donde se lleva a cabo un fuerte
embate económico y simbólico contra las instituciones públicas en general y contra
las de producción de conocimiento e intervención pública territorial, en particular
(Subsecretaría de Agricultura Familiar, Instituto de Tecnología Agropecuaria, Con-
sejo Nacional de Investigaciones Cientícas y Técnicas), así como contra la sosteni-
bilidad de la vida en las tramas territoriales. El mismo contexto en donde los femi-
nismos, los pueblos originarios y otras agrupaciones resisten desde intervenciones
macro y micropolíticas al embate contra la vida.
Me intereso en una problematización de la Agricultura Familiar
3
-en tanto categoría
política y gura socio-productiva, que potencie las posibilidades de pensar esce-
narios de fortalecimiento de la capacidad de las comunidades de producir bienes
comunes, entre ellos, la soberanía alimentaria, pero también los lazos territoriales, la
potencia creativa, etc.
3 En adelante: AF.
“Sin imágenes en las que concretarse, encarnarse, las palabras tienen
una doble deriva: entran en crisis y, a la vez, se abisman a lo que aún
no pueden nombrar” (Colectivo situaciones, 2009:7)
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Propongo una mirada que rompe con las concepciones positivistas decimonónicas
de la ciencia. Estas perspectivas, que parten de la ‘hybris del punto cero’ (Castro Gó-
mez, 2006), colocan el distanciamiento y la pretensión de neutralidad como elemen-
tos indispensables de la cienticidad, son herederas de las visiones aristotélicas y
dicotomizantes de la ciencia y constituyen los pilares del pensamiento androcéntri-
co. Las mismas, se han convertido en un acervo institucional arraigado, “una especie
de ‘sentido común’ de los saberes sociales cientícos de nuestro tiempo, al interior
de un modelo hegemónico y dominante de cienticidad” (Parisi, 2009, p.17) cuyas
disociaciones hacen posible un desarrollo económico, pero también cientíco actual
que agrede y daña la sostenibilidad de la vida en benecio de la acumulación y las
economías mundiales centrales.
Me posiciono desde la epistemología y economía feministas, caracterizando al siste-
ma socioeconómico mundial por ser heteropatriarcal
4
, neocolonialista, androcéntri-
co y racialmente estructurado (Pérez Orozco, 2014). Desde allí es posible cuestionar
la grilla moderna estructurada principalmente sobre las antinomias Estado-merca-
do, público-privado, productivo-reproductivo, para (re)poner a la sostenibilidad de
la vida en el centro del análisis teórico y político, lo que potencia otras lecturas de la
crisis alimentaria, las posibles salidas colectivas, y el lugar que le cabe a la AF en un
esquema tal.
4 Aquí me baso en la denición de heteropatriarcado elaborada por Karina Vergara Sánchez:
En las sociedades capitalistas contemporáneas se concibe como destino la vida heterosexual de las per-
sonas. Pareja de cuerpos sexuados distintos, preferentemente. Más allá de la construcción mediática de
eso que occidentalmente se llama “amor” como realización personal, es pertinente observar cómo la pa-
reja heterosexual resulta tan funcional pues el destino de pareja será producir y reproducir. He ahí la
familia construida por el mundo del capital. Este proceso contemporáneo de adecuación a las necesidades
actuales del capitalismo, perpetúa la idea de la necesidad de una familia nuclear y termina asignando en
tareas productivas y reproductivas una sobrecarga física, material y emblemática sobre los cuerpos con
presunta capacidad paridora. Wittig recuerda cómo en las últimas décadas se ha develado el carácter
cultural de las concepciones de lo que, sin cuestionarlo, se había considerado como proveniente de la
naturaleza. Sin embargo, señala que hay un núcleo que todavía resiste a ser cuestionado, esa relación
obligatoria entre el “hombre” y la “mujer”. Pareciera que ese núcleo es anterior a todo pensar cientíco,
como si fuera una esencia natural, Wittig insiste: “como si fueran leyes generales que valen para todas las
sociedades, todas las épocas, todos los individuos” (Wittig, 1978, p.52). El mandato ideológico de pareja
implica también la crianza de futuras generaciones de trabajadoras y trabajadores. Una construcción sig-
nicativa útil para sostener los cimientos de la macroestructura. Federeci señala: “la familia, tal y como
la conocemos en «Occidente», es una creación del capital para el capital, una institución organizada para
garantizar la cantidad y calidad de la fuerza de trabajo y el control de la misma” (Federeci, 2010, p.15).
Donde hay individuos destinados al trabajo productivo, a otros-otras se les asigna la sobre carga del
trabajo reproductivo y, al mismo tiempo, los hijos e hijas reciben una pedagogía inmediata de la natura-
lidad en esta organización. De esta forma, el sistema de producción determina modos de vida, la vida en
familia que a su vez es el lugar del trabajo reproductivo. Así, resulta acertada la convención social de que
la familia es el núcleo de la sociedad (y del sistema económico y político), y en este punto es posible ob-
servar cómo la heterosexualidad es el núcleo de la familia. La heterosexualidad obligatoria, entonces,
sostiene la división sexual del trabajo y en forma concomitante, la creación de los espacios físicos de lo
privado y de lo público, pues el trabajo reproductivo generalmente se lleva a cabo en espacios geográca
y materialmente determinados. Es por todo lo anterior que este sistema mundo ha sido llamado “patriar-
cado”, porque el resultado del trabajo de las mujeres no las benecia a ellas directamente, sino que sigue
perteneciendo, como en las tribus nómadas, al “padre-varón”, al que duerme a su lado y al patriarca
dueño de todo lo material e inmaterial producido por quien está bajo su “manto”, el manto del capital.
Así mismo, desde el lesbofeminismo[19] usamos la denominación: “Heteropatriarcado” para señalar el
carácter fundante de la heterosexualidad obligatoria como lazo que mantiene a las mujeres atadas a esa
relación de cuerpo-trabajo” (Vergara Sánchez, 2015, p. 1-8).
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Expansión de las commodities o ‘territorios arrasados’:
el contexto actual
Tal como señala Rolnik (2019), nos encontramos habitando un nuevo pliegue del
régimen colonial-heterocapitalista: nanciarizado, neoliberal, neoconservador, que
interviene más intensa y perversamente en la esfera micropolítica. Sabemos que es
allí, al nivel de los cuerpos, donde hoy se libran las más cruentas batallas, pero tam-
bién se reabren las posibilidades de desencarnar sus lógicas. Es la subjetividad lo
que da la consistencia a ese régimen, la base existencial de un sistema epistemológi-
co, histórico, cultural.
Desde una mirada situada en los procesos históricos latinoamericanos, no puede
entenderse al neoextractivismo como un fenómeno económico en sí mismo. Los pro-
cesos de desposesión son constitutivos e intrínsecos a la lógica mundial de acumu-
lación del capital, y representan en la historia larga de América Latina la contracara
necesaria de la reproducción ampliada mundial (Galafassi, 2012). Si bien el extrac-
tivismo es una modalidad de acumulación que comenzó a fraguarse masivamente
hace 500 años, con la conquista y la colonización de América, África y Asia, Seoane
(2017) denomina a su forma actual ofensiva neoextractivista, cuyo desarrollo se basa
en un “instrumentario tecnocráctico, cuantitativista y economicista, que ha permea-
do las políticas públicas en el mundo entero, y a unas prácticas depredadoras de la
naturaleza, que nos han llevado a los límites actuales del planeta” (Lang, 2011, p.14).
Este renovado ciclo de gobernanza neoliberal se sustenta en la expropiación, mer-
cantilización y depredación de los bienes comunes naturales de los países depen-
dientes, por parte del capital trasnacional, y se apoya en reeditadas formas de distri-
bución de la vulnerabilidad, “formas diferenciales de reparto que hacen que algunas
poblaciones estén más expuestas que otras a una violencia arbitraria” (Butler, 2006,
p.14). Su principal instrumento de dominación es la violencia (Acosta, 2011), y sus
agentes son, indistintamente, poderes estatales, paraestatales y privados (Zibechi,
2014).
Es por ello que el neoextractivismo se despliega en estos territorios como “actua-
lización del hecho colonial” (Machado Aráoz, 2014, p.28, Galafassi, 2012), bajo un
modelo social que impone un durísimo ataque a las condiciones de vida de las po-
blaciones locales. Se sobreimprime a dicha trama una lógica polarizante que tiende
a la generación de una dialéctica centro-periferia, en un proceso de periferización
donde el despojo adquiere históricamente su perl más descarnado. Es decir, que
hay una economía política mundial que sostiene el saqueo como modalidad de in-
tercambio para la cual la jerarquización de los territorios, y de las vidas, constituye
una estrategia estructural.
La evidencia, reciente y acumulada, permite armar que en la geopolítica mundial
los países abundantes en recursos naturales y cuya economía se sustenta prioritaria-
mente en su extracción y exportación parecen estar condenados al subdesarrollo, a
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lo que sus propios gobiernos imponen en los últimos años el neoextractivimo como
salida (Acosta, 2013), con altos impactos históricos, culturales, simbólicos, pero tam-
bién sanitarios. En estos contextos, como arma Lang “el acaparamiento de tierras
agrícolas para la especulación nanciera o la producción de agrocombustibles agu-
dizan el encarecimiento de los alimentos y nos llevan hacia una crisis alimentaria”
(2011, p.7).
En la Argentina, el modelo extractivista iniciado por el neodesarrollismo se radi-
caliza a partir de nes de 2015 con la asunción al gobierno de una fuerza política
neoliberal, profundizando la alianza Estado-empresarial, con miras a un proceso de
acumulación de capital liderado por la tríada: exportaciones, inversión transnacio-
nal y endeudamiento externo (Feliz, 2016). A partir de esta estrategia económica, se
produce una re-primarización de la economía en base a la producción/extracción de
commodities (materias primas genéricas cuyo precio es tomado por el valor que le
asigna el mercado internacional).
Pese a las dimensiones de esta actividad económica más del 40% de las exporta-
ciones totales la genera el sector oleaginoso, cerealero, y en menor proporción el
petroquímico (INDEC, 2019)- la misma genera un benecio económico muy con-
centrado, gran parte de los bienes, los insumos y los servicios especializados son
mayormente importados (paquetes tecnológicos), agrava la cuestión alimentaria en
el marco de una crisis eco-socio-ambiental instalada, y conduce al país a situaciones
socio-eco-ambientales límite, ya advertidas en un informe de la ONU
5
.
Echando luz a la relación territorial entre los extractivismos y las prácticas y sujetes
que realizan la producción alimentaria, autores como Manzanal y Zibechi advierten
la relación entre AF y soberanía alimentaria está condicionada en nuestro país por la
expansión de los commodities, que “conlleva al desplazamiento, expulsión y mar-
ginación de numerosas familias de agricultores y trabajadores rurales” (Manzanal,
2014, p. 2), donde se evidencia una tendencia hacia la desterritorialización y las co-
munidades pierden acceso a ciertas zonas de producción (Zibechi, 2014)
A nivel micropolítico, las formas que adopta el extractivismo en los territorios con-
ducen a la complejización de los procesos de pauperización estructural forjados
durante el neoliberalismo, modican prácticas alimentarias, de sociabilidad y sa-
nitarias históricas en los territorios, y alteran la experiencia social de los mismos
(Alvaro et al, 2018), infundiendo sentimientos como el miedo, la desprotección, la
discriminación, la invisibilización.
5 En el mismo, el organismo solicita al gobierno argentino que “reconsidere el uso de la técnica
de fracking, y advierte que las consecuencias ambientales de las explotaciones hidrocarburíferas a gran
escala en Vaca Muerta serán irreversibles”. Asimismo, se maniesta “preocupado por la reiterada vulne-
ración del derecho de los pueblos indígenas a la consulta y al consentimiento previo, libre e informado,
en particular en las actividades extractivas que tienen lugar en las provincias de Jujuy, Salta, Neuquén y
Chubut, así como por la ausencia de información sobre las reparaciones otorgadas a comunidades cuyos
derechos han sido vulnerados”. También “lamenta la ausencia de un reconocimiento y protección cons-
titucional explícito del derecho a la alimentación, la falta de implementación de la Ley 27118, los recortes
presupuestarios y de personal en el sector de la agricultura familiar y el aumento de las personas que
dependen de los comedores escolares y comunitarios”. Disponible en:
https://tbinternet.ohchr.org/_layouts/15/treatybodyexternal/Download.aspx?symbolno=E/C.12/
ARG/CO/4&Lang=en
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Pensar la producción estratégica de alimentos en un contexto de progresivo cons-
treñimiento económico y ambiental, requiere romper con las dicotomías modernas
que organizan la política económica y sitúan a la producción alimentaria en el lugar
estratégico para poder (re)colocar a la sostenibilidad de la vida en el centro aquello.
Esto nos conduce al segundo punto de la cuestión, la cuestión acerca de la construc-
ción de territorialidad y la producción de alimentos en estos contextos, y el lugar
simbólico y de política pública de la AF en esa construcción.
La ‘agricultura familiar’ en la economía nacional: el sitio de lo
feminizado
La AF constituye una forma de producción alimentaria de gran importancia histó-
rica para Argentina. Según datos del 2002, el sector representa al 66% de las fami-
lias que viven en el campo y a 250.000 establecimientos productivos, involucra a
2.000.000 de personas (CNA en Senasa, 2019); esto es, aproximadamente el 5% de la
población total nacional. No obstante, en el programa del Primer Foro Nacional por
un Programa Agrario Soberano y Popular, se indica que en los últimos años se han
perdido más de 100.000 explotaciones de este sector (Foro Agrario, 2019).
Su encuadre jurídico vigente es la ley 27.118/15, que declara de interés público la
Agricultura Familiar, Campesina e Indígena y crea el Régimen de Reparación Histó-
rica para la misma. En dicho documento, aún no reglamentado, se dene como agri-
cultor/a familiar a quien lleva adelante actividades productivas agrícolas, pecua-
rias, forestal, pesquera y acuícola en el medio rural y ejerce directamente la gestión
del emprendimiento productivo, es propietario/a de la totalidad o de parte de los
medios de producción, los requerimientos del trabajo son cubiertos principalmente
por la mano de obra familiar y/o con aportes complementarios de asalariados, la
familia reside en el campo o en la localidad más próxima, la actividad agropecuaria
constituye el ingreso económico principal, incluye a los tipos sociales: pequeños/as
productores/as, minifundistas, campesinos/as, chacareros/as, colonos/as, medie-
ros/as, pescadores/as artesanales, productor/a familiar y, también productores/
as rurales sin tierra, periurbanos/as y las comunidades de pueblos originarios. Se
destaca en la letra de la ley la capacidad de este tipo productivo de contribuir a la
seguridad y soberanía alimentaria del pueblo, por practicar y promover sistemas
de vida y de producción que preservan la biodiversidad, la soberanía alimentaria y
procesos sostenibles de transformación productiva.
A partir de lo anterior podemos señalar que, desde el punto de vista económico,
se designa bajo ‘agricultura familiar’ a una diversidad de sectores cuyas lógicas de
reproducción social son distintas entre sí, pero opuestas a las de la empresa típica-
mente capitalista, y se enmarcan en una variedad de guras teóricas como campesi-
nado criollo, comunidades originarias, formas familiares más capitalizadas (farmer)
y hasta agricultura urbana.
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Resulta llamativo que las mencionadas guras que componen la AF se ubican den-
tro de aquello que, desde la economía feminista, conocemos como ‘el otro oculto’ a
los mercados androcentrados. En palabras de Pérez Orozco:
“Los mercados capitalistas son instituciones socioeconómicas en las que se
articulan relaciones de poder que privilegian a sujetos concretos, son un
conjunto de estructuras que permiten que unas pocas vidas se impongan
como las dignas de ser sostenidas entre todos, son una serie de mecanismos
que jerarquizan las vidas concretas y establecen como referente y máxima
prioridad la vida del sujeto privilegiado de la modernidad: el sujeto blanco,
burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual. En
torno a él se concentran el poder y los recursos, se dene la vida misma.”
(2014, p 25).
El heteropatriarcado como estructura de dominación construye una alteridad (mu-
jeres, disidencias y corporalidades feminizadas: niñxs, ancianxs) a la que vulnera de
múltiples maneras. En la escena heterocapitalista con centralidad en los mercados,
lo público y el trabajo productivo, la relación de lo humano con el medio que le
rodea está atravesada por el objetivo de maximización de ganancias. La tarea de
reproducción de la vida se encuentra connada a la esfera de los hogares, a cargo
de estas guras subalternizadas. A decir de Pérez Orozco, hay trabajos, esferas y
sujetos donde se subsume el conicto capital-vida, que hace que éste quede invisi-
bilizado, privatizado y feminizado (2014) y, por tanto, despolitizado desde el punto
de vista androcéntrico.
Cuando se observa la composición de la agricultura ‘familiar’, vemos cómo lo re-
productivo desmercantilizado, o con descentramiento en el mercado (producción
de autosubsistencia, autoconsumo, inserción mercantil en ferias, producción para
el mercado a escalas micro), protagoniza este tipo social, distinguiéndolo de una
agricultura de mercado cuyo destinatario por excelencia es el mercado internacio-
nal, como ha sido históricamente el caso de gran parte de las economías regionales
durante el siglo XX y de los commodities en el XXI. Es decir, son el otro al uno plena-
mente mercantilizado, androcentrado y típicamente capitalista que caracteriza a la
economía formal nacional.
El sitio de lo otro es el sitio de lo colonizado por antonomasia, como experiencia
capturada de diferente manera (Gutiérrez Aguilar, 2016). Por su parte, las políticas
públicas de fortalecimiento de ‘mujeres rurales’, ‘jóvenes rurales’, fomentadas desde
organismos de nanciamiento internacional, esconden una serie de sobreentendidos
que no designan colectivos políticos y que orientan las prácticas, pero a la vez las
divorcian de la palabra pública y de los lazos políticos que potencian -o no- la autoa-
signación de colectivos y grupalidades organizadas.
Es en este punto donde necesitamos reponer socialmente la importancia estratégica
de las prácticas de producción de alimentos, por sobre la designación de los carac-
teres externos que denen a quienes integran este sector de la AF. Es aquí que cabe
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distinguir entre el uso de la identidad como herramienta de asignación externa, de
homogeneización, de su construcción como herramienta de autopercepción, es de-
cir, de la autodesignación, como política de reivindicación.
Rivera Cusicanqui (2010) señala que hay en el colonialismo una función muy pe-
culiar para las palabras: las palabras no designan, sino encubren. Velan la realidad
en lugar de designarla. No puede, mejor no debe, haber designación sin autodesig-
nación, Spivak (2003) llama a esto “estrategias identidarias”, Galindo (2013) señala
la importancia del uso estratégico de las palabras: ¿Qué signica en un momento
reivindicarse agricultora urbana, feriante, indígena o migrante? Y desde aquí pen-
samos: ¿Cómo recuperar la politicidad macro y micropolítica de la producción de
alimentos?
Cada uno de los grupos sociales que históricamente han sido nombrados en la com-
posición de la AF está atravesado históricamente por una composición de intersec-
cionalidades desde las cuales produce prácticas, saberes y resistencias, y construye
territorialidad. En este sentido, necesitamos lograr una comprensión más compleja
de las opresiones y de la forma como están conectadas, de manera que podamos
comprender en qué medida la producción de alimentos constituye el núcleo de un
debate que progresivamente convoca al tratamiento de la cuestión alimentaria des-
de la urgencia de las prácticas y la participación, con voz propia, de los sectores que
la llevan a cabo.
Por otro lado, la idea de agricultura familiar nos ha creado modos retóricos de comu-
nicarnos, designando a un conjunto de sujetos sociales que componen grupos fuer-
temente asimétricos en su composición interna. Toda vez que la imagen de familia
se corresponde con la idea hegemónica de familia nuclear heteronormada, encabe-
zada por un varón, queda opacado en la fuerza simbólica que tiene la idea de fami-
lia nuclear hegemónica, el crecimiento estadístico registrado de los últimos años en
Argentina de familias monoparentales con incremento en la jefatura femenina, sin
responder ésta a una denición especíca. Es decir, el incremento de familias soste-
nidas económica y/o afectivamente por mujeres (Piovani y Salvia, 2018), fenómeno
al que la producción alimentaria no es ajena. Por último, el término “familiar” niega
la contundencia histórica de la politización de algunos colectivos (mujeres, femi-
nismos comunitarios, pueblos originarios de matriz comunitaria) en la producción
alimentaria.
Las cuestiones enunciadas hasta aquí pueden ser entendidas a la vez como un
problema y una potencialidad. Un problema porque seguir designando a quienes
producen alimento dentro de una categoría que mantiene la disección de lo uno
hegemónico y lo otro complementario, minorizado, deja la producción alimentaria
soberana en el lugar de lo reproductivo, doméstico no mercantilizado o mediana-
mente integrado a los mercados, jerarquiza las relaciones al interior del mismo y
deja de nombrar identidades políticas cuya existencia social es insoslayable. Una
potencialidad porque ubicando las características generales del otro oculto, queda
claramente expresada y caracterizada la potencia de lo reproductivo como ámbito
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desde donde se produce históricamente de la sostenibilidad de la vida y se re-sitúa
el conicto del capital.
La categoría de AF ha permitido albergar una diversidad de formas que vienen ha-
ciendo posible la producción de la vida en los territorios. En esa construcción del
sujeto político se ha recorrido un camino muy interesante. El desafío que encon-
tramos es cómo hacer habitable la categoría para quienes no están siendo parte, y
desde dónde convocarles, pensar desde la práctica de producción de alimentos para
el consumo en los territorios, teniendo en cuenta también que la distinción rural-ur-
bano ha dejado de operar como dicotomía explicativa para transformarse en una
mediación incómoda. La irrupción de las ferias, la pequeña agricultura urbana, la
producción casera de hortalizas y aromáticas, requieren ser albergadas en un debate
colectivo que reconozca su diversidad histórica y su transversalidad territorial.
Queda de maniesto la necesidad de poner en tensión, desde lo que Moraga designa
como “el estatuto fronterizo de todo lenguaje” (1988, p.19), las prácticas alimentarias
con las categorías políticas que en cada coyuntura histórica nombran esas prácticas
y les dan visibilidad. En otras palabras, es necesario batallar en las tensiones de lo
que constituye la esfera pública (Butler, 2006) versus esfera privada, para hacer es-
tallar esas distinciones desde lo alimentario y las prácticas y subjetividades que lo
producen. Expandir los límites del campo de visibilidad reconocido socialmente,
para que esta parte de la vida -invisibilizada, privatizada y feminizada- adquiera la
centralidad que el momento histórico y la ética interrelacional demandan.
Porque nombrar produce efectos sobre aquello que es nombrado, frente a la vulne-
rabilidad alimentaria creciente, el desafío es enraizar territorialmente. Aquello que
se nombra comienza a tener una existencia social, y la producción de alimentos es
una alianza política estratégica desde la cual distintos sectores se sienten convoca-
dos. Necesitamos desechar la idea de que existe una forma “correcta” de hacer teoría
(Gloria Anzaldúa, 1990), una forma correcta de nombrar, y ponernos a construir esas
formas con quienes hoy están produciendo alimentos, en una tarea que nunca puede
ser una prerrogativa académica.
(Re)poner lo alimentario como centro de un debate urgente y
colectivo
Queda de maniesto que la vida, como posibilidad de existencia social, no se re-
produce linealmente de forma aislada (individual, fragmentada, autosuciente) ni
a partir del éxito que desarrollan las explotaciones en su inserción en los mercados.
Y que, en un país de matriz colonial, dependiente y extractiva, es justamente en los
mercados donde se reproducen lógicas de producción agraria que atentan contra la
vida.
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Todo lo anterior nos pone en un dilema:
¿Vamos a construir una soberanía alimentaria desde las sombras del otro oculto? ¿O
vamos a construir veto social al avance de la frontera extractiva poniendo la sosteni-
bilidad de la vida en el centro?
Las categorías que hasta ahora nos acompañaron para describir, caracterizar y ana-
lizar lo agrario (estructura social, sujetos sociales), hoy constituyen obstáculos con-
ceptuales para lecturas más amplias sobre la construcción de lo alimentario como
problema crucial de este ‘antropoceno’ (Svampa, 2018) o Chthuluceno (Haraway,
2016). Lo que está en juego hoy son las prácticas para hacer posible y sostenible la
vida. El cómo y el para qué de determinadas prácticas hoy englobadas en la noción
de agricultura familiar, se vuelven centrales y devuelven al hecho alimentario una
centralidad de la política. Son prácticas de producción de ‘lo común’
6
que no necesi-
tan ser tuteladas, sino fortalecidas por el acceso a la tierra, y a la semilla libre.
La tarea urgente de recuperar una historia política con minúsculas (no una Historia
ocial) de las prácticas de lo alimentario en comunidades locales nos permitirá rese-
mantizar en este contexto las posibilidades de existencia de sujetos/as/es produc-
tores. Ilumina prácticas que trascienden las dicotomías de la modernidad estado/
mercado, trabajo productivo/reproductivo, público/privado. Permiten ver el conti-
numm de trabajos que se requieren para la elaboración del alimento y la sostenibi-
lidad de la vida.
Necesitamos repensar qué cuerpos, qué prácticas, habitan la agroecología, politizar
los principios que la rigen para generar saberes contrahegemónicos, capilares, un
nuevo sentido común del hecho alimentario. Sacar la alimentación de lo privado,
fetichizado en el consumo. Reponer un lenguaje político para visibilizar aquello que
no es nombrado por la AF: lo indígena, lo comunitario, los saberes ancestrales, los
nuevos saberes, las prácticas urbanas micro-productivas.
Potencias del vivir bien
En el mes de mayo de 2019 se produce el “Primer Foro Nacional por un Programa
Agrario Soberano y Popular”, cuyos lemas han sido “ni un campesino menos”, “ali-
mentos sanos y accesibles para el pueblo” y “tierra para producir” (Foro Agrario,
2019). Este foro canaliza un debate amplio en relación al trabajo colectivo de prácti-
cas alimentarias, su relación con la autonomía soberana de los pueblos, y el uso de
los territorios para la vida o para la explotación extractiva.
En la convocatoria se pone de maniesto “que no hay un solo campo y que el es-
6 Lo común como categoría crítica abona en una perspectiva interesada en alumbrar dos aspec-
tos; la fragilidad e incapacidad totalizante del capital, expresada en el antagonismo histórico e inmanente
entre lo común y las formas variadas del despojo capitalista. Y, por otro lado, en la insistencia y perse-
verancia de las relaciones sociales orientadas a cultivar y regenerar lo común o aquello que se comparte,
como estrategia cooperativa de reproducción de la vida bajo regulaciones no enteramente sometidas a la
lógica mercantil y/o estatal (Trujillo Navarro, 2015, p.83).
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quema agroexportador salvaje no es lo mejor para los intereses del pueblo en su
conjunto”. Sitúan en el debate inmediato
“la soberanía alimentaria, la ley de semillas, la situación de los pueblos ori-
ginarios, la comercialización de nuestros productos, la producción y elabo-
ración de alimentos más sanos para la población, el respeto y el cuidado de
la madre tierra y del agua”,
ponderando la necesidad de una transición a la agroecología, como un tema de toda
la sociedad (Foro Argentino, 2019).
A partir de esta organización social dinamizada por el contexto de crisis, aparecen
las nociones de comunidad e interdependencia en la producción de alimentos, que
desplazan la centralidad que hasta ahora ha tenido lo ‘familiar’ como núcleo que
produce. Estas nociones -u otras- que van apareciendo en el debate, abren espacios
de decibilidad (Butler, 2006) desde donde se recupera la responsabilidad colectiva
en el sostenimiento de la vida; permiten:
-Recomponer el lazo productor-producto que el capitalismo ha fetichizado al ex-
tremo. Esto es, romper con el fetichismo del consumo de alimentos en cantidad y
calidad, responsabilizando por la producción a quienes consumen.
-Restar individualidad y fragmentación a la práctica productiva y aportar luz sobre
las redes que hacen posible esas prácticas.
-Resituar la producción alimentaria en contextos productivos eco-territoriales.
-Desanclar el componente identitario ‘por adjudicación de rasgos externos’ que se
construye desde la política pública y ja clasicaciones que impiden visibilizar una
variedad multiforme de prácticas productivas que están siendo como resistencia a
un modelo que expropia la soberanía alimentaria.
Con las aproximadamente cien organizaciones de base rmantes, queda de mani-
esto que la designación de ‘agricultura familiar’ encuentra límites concretos frente
a una heterogeneidad de agrupaciones, comunidades y personas que se convocan a
pensar lo alimentario desde las prácticas cotidianas y en su multiplicidad política.
La tensión identidad-política pública es dialéctica y pone en juego la capacidad de-
limitatoria pero también excluyente de ambas categorías. Desaar los marcos de la
conceptualización para ampliar aquello que nombra las prácticas productivas y las
hace existir socialmente, implica incorporar esos modos de nombrar(se) que abren,
expanden las posibilidades de participación política de todas/os/es aquellas/os/
es que hoy producen alimento de maneras diversas, discontinuas en el territorio,
y que potencian alianzas políticas para la construcción de escenarios de soberanía
alimentaria.
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Puntadas para el debate en ciernes
En estas notas consideramos necesario denir la fase del capitalismo actual, sus ca-
racterísticas de jerarquización mediante la objetivación y subjetivación frágil, preca-
ria, no sólo a nivel de las corporalidades, sino también sobre el entorno que habita.
Una división geopolítica trazada a partir de las nuevas formas que asume la acumu-
lación originaria bajo la modalidad neoextractiva, sus resistencias, y su imbricación
con jerarquías coloniales previas: de clase, de raza, de género, cuya capacidad de da-
ñabilidad ha cruzado límites del equilibrio eco-socio-ambiental desconocidos hasta
ahora. En tal sentido, la moratoria a actividades extractivas es hoy un privilegio de
algunos países (europeos) y no un derecho de los pueblos a decidir sus actividades
soberanas.
Esto nos coloca en la necesidad de poner en tensión las categorías que hasta ahora
han sido utilizadas desde la política pública para designar a los sectores productores
de alimentos que no funcionan de manera típicamente capitalista. Entendemos que
la producción de alimentos constituye una práctica de resistencia que en el contexto
actual se vuelve estratégica para la sostenibilidad de la vida, y que la noción de AF,
connota una esfera de la producción de alimentos subalternizada a la de producción
de divisas, y capturada en un núcleo simbólico privatizado.
La idea de ‘familiar’ nos ha creado modos retóricos de comunicarnos y sus límites
conceptuales y políticos se agotan frente a la (re)existencia de un movimiento con
base en entramados comunitarios, que se está generando a partir de la producción
de alimentos, que empieza a (auto)nombrarse con voz propia (Foro Agrario, 2019) y
que demanda un acompañamiento del Estado. Acompañar desde todos los lugares
posibles, una política de localización que contribuya a “conectar lo que ha estado
peligrosamente desconectado […] desmontar una y otra vez el falso universal mas-
culino. Apilar un fragmento tras otro de experiencias concretas, […] empezar a des-
cubrir unos patrones” (Rich, [1984] 2019, p.539-541).
Dada la importancia estratégica de estos sectores sociales para la producción soste-
nida y colectiva de alimentos, entiendo que desde los espacios institucionales invo-
lucrados la tarea es ejercitar el acompañamiento a la ampliación de los horizontes
de habitabilidad y decibilidad política. Es preciso quitarles la connotación periférica
y subalternizada que la propia categoría de AF les asignó, y contribuir al esfuerzo
social actual que puja por reponer el debate acerca de las condiciones de posibilidad
de la producción alimentaria, en tanto producción de bienes comunes, desde la ca-
pilaridad de las prácticas productivas cotidianas, rurales y urbanas, por reconectar
políticamente personas- territorios-estacionalidad de los ciclos productivos y hacer
posible una agenda pública de prioridades alimentarias.
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Reexiones sobre la Agricultura familiar desde una política de localización
Fecha de recepción: 20/08/2019
Fecha de aceptación: 14/10/2019
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