Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 51 - 2do. semestre de 2019
ISSN 1853 399X E-ISSN 2618 2475
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Reseña bibliográca
su confrontación con sendos mitos que se han ido consolidando en el imaginario
popular, los “sentidos comunes” asentados sobre la base de construcciones históri-
cas interesadas por los grupos de poder de la Argentina y que hasta el día de hoy
desbordan las editoriales y los enfoques periodísticos de los principales medios de
comunicación. ¿Es verdad que el agro es un generador de empleo? ¿La tecnicación
hizo posible que los trabajadores que levantan las cosechas ganen más que los pro-
pios gerentes? ¿La principal traba para que el modelo del agronegocio muestre sus
ventajas es que las políticas implementadas no dejaron que el campo “despliegue su
potencial”? ¿En qué medida la agricultura fue más expulsora de mano de obra que la
ganadería? ¿Hay efectivamente un salto tecnológico reciente o la productividad del
trabajo se está ganando a costa de mayor intensicación laboral? Y, en un plano más
general, pone en el centro una discusión clave que trasciende las tranqueras para
instalarse en todas las ramas productivas, y que toma plena actualidad en los mar-
cos de la crisis global actual: ¿la mayor satisfacción de las demandas del capital se
traduce en más puestos de trabajo? O más directamente, ¿en más benecios para las
mayorías? Se trata, entonces, de develar los mecanismos tradicionales de los proyec-
tos hegemónicos, que intentan establecer sus intereses como los intereses generales:
¿lo que es bueno para el capital, es bueno para el conjunto social?
Empleo, salarios y concentración productiva, son los tres ejes escogidos para el aná-
lisis, cambiando el foco de la discusión desde los dólares que ingresan al país por
exportaciones hacia los bolsillos de quienes manejan el tractor o, deberíamos decir,
hacia el plato de comida que obtiene al nal del día el tractorista o el encargado de
la estancia. Así, Juan Manuel Villulla, Diego Fernández y Bruno Capdevielle brin-
dan una respuesta concreta para una pregunta compleja en el campo de las ciencias
económicas y sociales: ¿cómo medir el bienestar? Allí queda de maniesto la riguro-
sidad del trabajo estadístico y los resultados de toda una trayectoria de investigación
en los estudios sociales agrarios, destacándose en particular la búsqueda incesante
de elaborar indicadores adecuados para cuanticar los fenómenos sociales, cuestión
no sólo limitada por la escasez de información sino por la dicultad de la captación
de datos en un sector disperso, fragmentado, con estacionalidad productiva e infor-
malidad laboral.
De manera que la apuesta no es meramente exponer cuánto creció o decreció el em-
pleo, qué sucedió con los invisibilizados salarios (un tema no por casualidad fuera
de toda agenda), o cuáles son los segmentos productivos con mayor capacidad de
supervivencia en la “selección natural” capitalista, sino trabajar en torno a aquello
que Marx denominó “salario relativo”, poniendo en el centro el tema distributivo:
cuántas toneladas se necesitan para abonar un mes de salario, cuantas “vaquitas”
alcanzan para pagar los ingresos mensuales de los peones. A riesgo de spoilear, vale
un botón: los salarios representan entre el 1,5% y el 2% de los costos totales. Por ello,
las tres variables escogidas, empleo, salarios y concentración productiva, adquieren
relevancia para apuntar al debate empírico, pero también a su terreno teórico. Den-
tro de esta disputa entre el capital, el trabajo y la tierra se aborda un cuestionamiento
implícito a las teorías económicas dominantes que proponen que son las caracterís-
ticas técnicas del proceso de producción las que denen la distribución del ingreso