Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 57 2do. semestre de 2022
1
Hasta que el cuerpo aguante:
precariado y trabajo rural en Uruguay
1
Joaquín Cardeillac Gulla
2
y Lorena Rodríguez Lezica
3
Resumen
En este artículo buscamos contribuir al estudio del precariado vinculado al
trabajo agrario desde una perspectiva interseccional. Discutimos lo que hemos abor-
dado como procesos de precarización asociados a la instalación y expansión de las
cadenas de valor agropecuarias a partir de un estudio de caso del departamento de
Canelones donde el trabajo agrario asalariado es realizado por población con resi-
dencia urbana, situando dicho caso en los procesos de cambio agrario. Para com-
prender y contextualizar la evidencia que generamos a partir de entrevistas, comen-
zamos por describir los principales procesos de cambio agrario que ocurrieron en la
zona entre 2000 y 2011 a partir de la información disponible en los Censos Generales
Agropecuarios de esos años. Esto nos permite tener una idea s general acerca de
las características novedosas que tienen las explotaciones que demandan esa mano
de obra. Por otro lado, sirviéndonos de las bases de datos de los Censos de Población
de 1996 y 2011, focalizamos en la comprensión y el diagnóstico de las condiciones
de vida de la población residente en el territorio delimitado, así como más específi-
camente en las de aquellas personas que se desempeñan como asalariados y asala-
riadas en emprendimientos agropecuarios.
Palabras clave: Trabajo Asalariado Rural Precariado Interseccionalidad -
Acaparamiento Descomposición
1
Este trabajo se enmarca en el Proyecto I+D CSIC “Precarización del trabajo asalariado rural en la avicul-
tura y horti-fruticultura en el departamento de Canelones”. Equipo: Joaquín Cardeillac, Alicia Migliaro,
Matías Carámbula, Julieta Krapovickas, Lorena Rodríguez Lezica y Lucía Sabia.
2
Investigador y docente en Régimen de Dedicación Total, Departamento de Sociología, Facultad de Cien-
cias Sociales, Universidad de la República.
3
Investigadora y docente, Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la
República.
2 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 57 2do. semestre de 2022
ISSN 1853 399X - E-ISSN 2618 2475 - Páginas 1-27
Summary
The precariat and rural labor in Uruguay: Until the body can stand it
In this article we contribute to the study of the precariat involved in agrarian
labor from an intersectional perspective. We discuss the precarization processes as-
sociated with the installation and expansion of agricultural value chains, based on a
case study in the area of the Canelones department where wage agricultural work is
carried out by urban population, as part of processes of agrarian change. To under-
stand and contextualize the evidence generated from interviews, we first describe
the main processes of agrarian change that occurred in the area between 2000 and
2011 based on the information available in the General Agricultural Censuses of
those years. By doing so, we can get a broader understanding of the new character-
istics of the farms that demand such labor. Furthermore, using the databases of the
1996 and 2011 Population Censuses, we focused on the comprehension and assess-
ment of the living conditions of the population that lives in the territory delimited,
as well as specifically the living conditions of the working men and women em-
ployed in agricultural enterprises.
Keywords: Wage Labor Precariat Intersectionality Grabbing - Decomposition
Precariado y trabajo rural en Uruguay 3
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Introducción
“Hasta que digan nones
un día los riñones.
Hasta que diga planto
de golpe el espinazo”
(J. Lazaroff)
Los estudios sobre el trabajo asalariado en el agro han tenido un desarrollo
reciente importante. Entre otros motivos, ha llevado a esto el importante y destacado
peso que históricamente ha tenido el trabajo asalariado en el agro del Uruguay (Ba-
rrán& Nahúm, 1967). También son varios los antecedentes que muestran mo esa
característica histórica, con el avance del capitalismo, el agronegocio y las cadenas
de valor a inicios del SXXI, se ha profundizado (Cardeillac y Nathan, 2015; Cardei-
llac y Juncal, 2017; Carámbula y Oyhantçabal, 2019). En ese sentido, algunos trabajos
se han ocupado con particular énfasis de describir las condiciones de precariedad
que aquejan al sector (Riella y Tubío, 1997; Piñeiro, 2008 y 2011), mientras que otros
han profundizado en la articulación de esas precarias condiciones de trabajo y de
vida con la movilidad espacial y los ciclos temporales que caracterizan a la actividad
(Carámbula, 2009; Carámbula y Piñeiro, 2010).
Un poco más acá en el tiempo, las preocupaciones incorporaron otras dimen-
siones y una perspectiva más amplia. Así por ejemplo, se dedicaron esfuerzos a com-
prender cómo incidió la “excepcionalidad” normativa del mundo del trabajo rural
sobre las exclusiones múltiples que sufre (Carámbula, et al., 2012; Cardeillac, Gallo
y Juncal, 2015; Mascheroni, 2010; Cardeillac, et al., 2015; Mascheroni, 2011; Juncal
Pérez, 2018). Luego, también se generó una serie de trabajos que abordan las de-
sigualdades de género (Rodríguez Lezica, 2014; Rodríguez Lezica y Carámbula,
2015) y más en general, los aportes de una perspectiva y metodología feminista para
el estudio de la precariedad (Rodríguez Lezica, Migliaro González y Krapovickas,
2018; Rodríguez Lezica, et al., 2020; Rodríguez Lezica, 2020), incorporando los me-
canismos que habilita la intersección de múltiples desigualdades para precarizar y
descalificar a la mano de obra asalariada (Cardeillac y Rodríguez Lezica, 2018; Car-
deillac, et al., 2020; Migliaro González, et al., 2021), así como para debilitar y socavar
las posibilidades de organización sindical (Rodríguez Lezica, 2018; Rodríguez Le-
zica, et al., 2018; Migliaro, et al., 2019).
Precariado, interseccionalidad, miradas feministas del trabajo y abordaje
territorial
En el caso de este artículo, la propuesta es contribuir al estudio del precariado
(Standing, 2013) desde una perspectiva interseccional (Collins, 2015), es decir, com-
partiendo la visión de que las desigualdades de género, raza, clase, generacionales,
4 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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de capacidad, no operan de modo unitario o independiente, sino que se retroalimen-
tan recíprocamente para generar los fenómenos que dan forma a las desigualdades
sociales, múltiples y complejas. Partiendo de esa definición, una de las áreas de in-
vestigación más fecundas para los estudios que adoptan la interseccionalidad como
herramienta analítica (la hagan explícita o no), es justamente el ámbito del trabajo.
Nos centramos particularmente en el trabajo agrario y en miradas feministas del tra-
bajo y la precarización en el agro.
Dentro de las miradas feministas de la economía y del trabajo, podemos en-
contrar una crítica a la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo asalariado
y en la economía global, una mirada que pone en discusión las causas de la femini-
zación de la pobreza, en el marco del avance de las relaciones capitalistas y que co-
loca sobre la mesa el alto precio que las mujeres están pagando por dicha inserción
(Federici, 2013). Una de las explicaciones del incremento del tamaño del mundo pro-
letario es el incremento del empleo femenino fuera del hogar, motivado por la au-
sencia de salario para el trabajo dentro del hogar y la contracción del ingreso social
al salario monetario (Standing, 2013). Es esta ausencia la que muchas veces genera
una vulnerabilidad
4
y desesperación por acceder a cualquier tipo de empleo, sin im-
portar las condiciones, y la que explica por qué las mujeres acceden a los empleos
más precarizados. Otra crítica se centra en el ideal moderno de la familia formada
por un trabajador y una trabajadora, asalariades, en tanto la realidad sobre la que se
asienta este ideal es:
“El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de una
narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar la
crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación,
utiliza el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar
el motor de la acumulación capitalista.” (Fraser, 2013, s/p)
En el análisis de la precariedad del trabajo agrario, en varios antecedentes se
ha identificado una dimensión objetiva y otra subjetiva, haciendo foco sobre la pre-
carización del empleo en el primer caso, y en las representaciones de los sujetos en
relación al trabajo, en el segundo caso (Piñeiro, 2008 y 2011; Carámbula. 2009). Otra
manera de abordar el análisis de la precarización es mediante el agrupamiento de
diversas categorías en una dimensión económica (destacándose aquí salarios que no
satisfacen necesidades básicas, escasas oportunidades laborales que empuja al tra-
bajo zafral o estacional), otra social (que contempla el trabajo de cuidados que suele
recaer sobre las mujeres limitando sus posibilidades laborales, la organización del
trabajo en base a criterios sexistas, la descalificación de tareas feminizadas, falta de
capacitación laboral y formación sindical, estigmatización por las trayectorias y lu-
gares donde residen las y los trabajadores, y discriminación por el tipo de trabajo
4
“Lo que caracteriza al precariado no es su nivel salarial o de ingresos monetarios recibidos en determi-
nado momento, sino la falta de apoyo comunitario en tiempos de necesidad, la carencia de subsidios
empresariales o estatales asegurados, y la carencia de beneficios privados que complementen las ganan-
cias monetarias obtenidas.” (Standing, 2013:32)
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que realizan), una dimensión jurídica (condiciones laborales paupérrimas y am-
biente insalubre, contratos laborales a término, violación de derechos como trabaja-
dores y trabajadoras, entre otras características que podría englobar esta dimensión),
y una dimensión politica (considerando aquí la posibilidad o imposibilidad de ac-
ciones colectivas frente al control, el deterioro de las condiciones de trabajo y de
vida) (Rodríguez Lezica, 2020).
Así pues, los antecedentes a nivel global vinculados al trabajo agrario (Bamber
y Staritz, 2016; Hollweg, 2019), regional (Lara Flores, 1998; Valdés Subercaseaux,
2015) y nacional (Cardeillac y Rodríguez Lezica, 2018; Cardeillac et al, 2020; Rodrí-
guez Lezica, 2020; Rodríguez Lezica et al., 2022) confirman que hay una relación
entre los procesos de precarización y feminización, que se enraban a su vez, con
transformaciones económicas globales desatadas en la era de la globalización y que
se pueden resumir en dos asuntos centrales: la mercantilización en general y la re-
mercantilización del trabajo en particular. En cuanto al primer asunto, se trata del
proceso por el cual nos acostumbramos a que todo puede y debe ser tratado como
mercancía, es decir, a que todo se transforma en un objeto de compra y venta, sin
agencia (capacidad de resistir) y con un precio dictado por la oferta y la demanda
(Standing: 2013). Esta mercantilización ha alcanzado incluso a la empresas, que se
han vuelto en mismas objeto de compra y venta con una frecuencia inusitada, a
impulso del capital financiero y especulativo, asunto que abordaremos en breve al
estudiar el cambio agrario en la zona de interés de este trabajo. Y esta mercantiliza-
ción de las empresas, no es inocua para el trabajo sino que desata una “re-mercanti-
lización” del mismo, en tanto que proceso orientado a hacer las relaciones laborales
más sensibles a la oferta y demanda. Los mecanismos para ello son: la flexibilidad
numérica (subcontratación y aumento del empleo temporal o a tiempo parcial), la
flexibilidad funcional (erosión de la división del trabajo a la interna de las empresas
y descalificación) y la flexibilización salarial (concentración de la retribución en el
salario monetario y retracción o eliminación de las prestaciones no salariales estata-
les o privadas) (Standing: 2013). Todos estos procesos culminan precarizando no
sólo el trabajo sino la propia existencia, dinamitando los lazos de confianza entre las
personas, las empresas y el estado, y finalmente, destruyendo también cualquier po-
sibilidad de construir una identidad a partir del trabajo.
En lo que sigue, procuraremos comprender los cambios en la estructura agra-
ria y en el trabajo de un territorio específico, ya que las desigualdades complejas sólo
se expresan enraizadas en comunidades concretas y sólo allí es posible comprender
el modo en que funcionan y se reproducen (Migliaro et al., 2020). Consideramos ne-
cesario un abordaje territorial que contextualice espacial y temporalmente los pro-
cesos de cambio agrario (Llambí, 2012).
El caso es un territorio al sur del país, en el departamento de Canelones. Te-
rritorio fuertemente articulado con la producción agropecuaria y más concretamente
con algunos rubros: fruticultura, horticultura, vitivinicultura, ganadería, avicultura
y producción de cerdos. El trabajo agrario asalariado allí, es realizado por población
con residencia urbana. Esta zona se corresponde con la Sección Censal 4 e incluye
6 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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las ciudades de Las Piedras y Progreso, así como otros poblados o aglomeraciones
de población más pequeños articulados con las anteriores, como Villa Felicidad y
Fraccionamiento Progreso. El caso ha sido construido en base a evidencia de múlti-
ples fuentes. Por un lado, entrevistas a trabajadores y trabajadoras asalariadas, y a
informantes clave, realizadas en el año 2014. Para comprender y contextualizar la
evidencia que generamos a partir de estas entrevistas, comenzamos por describir los
principales procesos de cambio agrario que ocurrieron previamente en la zona entre
2000 y 2011 mediante los Censos Generales Agropecuarios de esos años. Esto nos
permite tener una idea más general acerca de las características novedosas que tie-
nen las explotaciones que demandan esa mano de obra. Por otro lado, sirviéndonos
de los Censos de Población de 1996 y 2011, focalizamos en la comprensión y el diag-
nóstico de las condiciones de vida de la población residente en el territorio delimi-
tado, así como s específicamente en las de aquellas y aquellos que se desempeñan
como asalariados y asalariadas en emprendimientos agropecuarios.
Cambio agrario: “ganaderización”, descomposición y acaparamiento
En la imagen que sigue presentamos el territorio que hemos delimitado para
nuestro trabajo. Se trata de la Sección Censal 4 del Departamento de Canelones y se
corresponde aproximadamente con el área indicada por las líneas.
Figura 1: Mapa de Canelones e indicación del territorio estudiado
Fuente: tomado de: https://www.ine.gub.uy/canelones2
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Cuadro 1. Número y tamaño de las explotaciones agropecuarias en la SC 4 de Ca-
nelones
2000
2011
Diferencia
Variación
porcentual
Número de
explotaciones
935
763
-172
-18,4
Superficie productiva
total
13.562
12.605
-957
-7,1
Hectáreas promedio
14,5
16,5
2
13,9
Número de
explotaciones
Hasta 5
345
273
-72
-20,9
5 a 10
288
202
-86
-29,9
10 a 25
202
182
-20
-9,9
25 a 50
69
68
-1
-1,4
50 a 100
21
24
3
14,3
100 a 250
6
8
2
33,3
250 y más
4
6
2
50
Superficie de
las
explotaciones
Hasta 5
1.204
893
-311
-25,8
5 a 10
2.254
1.590
-664
-29,5
10 a 25
3.356
2.943
-413
-12,3
25 a 50
2.477
2.449
-28
-1,1
50 a 100
1.446
1.599
153
10,6
100 a 250
1.009
1.248
239
23,7
250 y más
1.816
1.883
67
3,7
Fuente: elaboración propia en base a los CGA de 2000 y 2011.
En la zona bajo estudio, se dio un proceso de concentración de la tierra: si bien
la superficie productiva total del área baja 7%, hay una disminución mayor del nú-
mero de explotaciones (18,4%) y en particular entre aquellas de los tres estratos de
menor tamaño (entre 9,9% y 30%). De modo consistente, la superficie promedio au-
menta (13,9%), y los únicos tres estratos de tamaño en los que aumenta la superficie
total controlada son los más grandes (entre 3,7% y 23,7%) mientras que los tres es-
tratos de superficie de menor tamaño pierden en relación al año 2000, más aún en
términos de superficie de lo que perdieron en términos del número de explotaciones
(entre 12,3% y 29,5%).
Más allá de estos resultados vinculados con la distribución de la tierra, resulta
importante conocer cómo se vinculan estos procesos con los diferentes Tipos Socia-
les Agrarios que es posible distinguir desde una aproximación informada por la no-
ción de estructura agraria (Stavenhagen, 1975; Arroyo, 1990; Azcuy, 2012). Para ello,
aplicaremos un criterio que nos permite distinguir entre dos grandes tipos sociales
agrarios en base a las relaciones de producción dominantes dentro de la explotación
(Chayanov, 1966; Archetti, 1981; Murmis, 1986), cada uno con dos subtipos a su in-
terior en función del tipo de persona (física o jurídica) que aparece como titular de
la propiedad de la tierra (Cardeillac, 2020). La tipología que se propone corresponde
a las definiciones operativas que se presentan en la siguiente figura.
8 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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Figura 2. Tipos Sociales Agrarios
Formas empresariales de producción
Más de la mitad de los trabajadores/as de la
explotación son asalariados/as
Producción familiar
(PF)
Sociedad familiar
(SF)
Productor empresarial
(PE)
Sociedad empresarial
(SE)
Condición jurídica del
productor/a: Persona
Física o Sociedad de
hecho
Condición jurídica
del productor/a: So-
ciedad con Contrato
Legal
Condición jurídica del
productor/a: Persona
Física o Sociedad de he-
cho
Condición jurídica del
productor/a: Socie-
dad con Contrato Le-
gal
Fuente: tomado de (Cardeillac, 2020)
Al aplicar esta tipología sobre las explotaciones del territorio que estamos
analizando se obtienen los siguientes resultados para el período 2000 2011.
Cuadro 3. Transformaciones de la estructura agraria de la Sección Censal 4 de Ca-
nelones
2000
2011
Variación % 2011 - 2000
EAPs
Sup.
Media
Sup.
Total
EAPs
Sup.
Media
Sup.
Total
EAPs
Sup.
Media
Sup.
Total
Productor
Familiar (PF)
744
11,0
8.154
617
12,8
7.906
-17
16,9
-3,0
Sociedad
Familiar (SF)
18
16,1
289
8
16,9
135
-56
5,1
-53,3
Productor
Empresarial
(PE)
166
29,6
4.920
125
33,0
4.124
-25
11,3
-16,2
Sociedad
Empresarial
(SE)
7
28,4
199
13
33,8
440
86
19,1
121,1
Total
935
14,5
13.562
763
16,5
12.605
-18
13,9
-7,1
Fuente: elaboración propia en base a los CGA de 2000 y 2011
En términos de la estructura agraria, concurren los siguientes fenómenos: (i)
hay una desaparición de explotaciones de la producción familiar, con un sesgo hacia
las s pequeñas; (ii) hay también un descenso del número de explotaciones de la
PE, acompañado de una reducción significativa de la superficie total controlada; (iii)
y hay un aumento del número de explotaciones que corresponden a Sociedades Em-
presariales, y especialmente de la superficie total controlada por estas formas de pro-
ducción. Estos cambios son compatibles con el tipo de organización del negocio que
se asocia al modelo de producción en red (Bisang, et al., 2008; Arbeletche y Gutiérrez,
2010), las cadenas globales de valor (Sturgeon, 2008; Riella, et al., 2013) y más en
general a la lógica o modelo del agronegocio (Gras y Hernández, 2013 y 2016), que
proponemos comprender en tanto expresión sectorial (agraria) de la mercantiliza-
ción (Standing, 2013).
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En suma, el período 20002011 se caracterizó por un proceso de descomposi-
ción “hacia fuera” de la producción familiar: expulsión de la actividad comercial de
las explotaciones más pequeñas y menos capitalizadas, que se dio junto con un pro-
ceso de acaparamiento de tierra por centralización de capital, es decir, por un pro-
ceso de desplazamiento (o cooptación) de productores empresariales tradicionales,
por parte de nuevas formas de organizar el negocio, impulsadas por sociedades em-
presariales en el marco de un proceso de mercantilización de las empresas (Cardei-
llac, 2020). Así, la concentración de la tierra que mostramos en el cuadro 1, fue gene-
rada por dos corrientes distintas: por un lado, el avance de sociedades empresariales
que acapararon el recurso desplazando productores empresariales tradicionales y
por otro, la expulsión de la producción agropecuaria de buena parte de la produc-
ción familiar con menos recursos, como indican informantes clave del territorio:
“Principalmente se está modificando todo el sector productivo.
Se está extinguiendo un poco el tema del minifundio, las familias
aquellas que poblaban la cercanía de los centros poblados para
abastecer alimentos, que eran casi autosuficientes esas familias y
que no precisaban de personal. O muy escasa.” (Gastón: produc-
tor frutícola de la zona)
En cuanto a los rubros, se destacan seis actividades que llegaron a concentrar
el 82,4% de las explotaciones y el 86,3% de la superficie total en 2000 y el 79,9% de
las explotaciones y el 85,4% de la superficie en 2011. Estas son: fruticultura, horticul-
tura, vitivinicultura, ganadería, avicultura y producción de cerdos. Las mismas, con-
centran además entre 93,7% del total de trabajo (2000) y 93% (2011).
Ahora bien, aunque las cifras recién presentadas dan una imagen de estabi-
lidad relativa importante, lo cierto es que hubo en esos diez u once años un cambio
muy significativo en términos de la especialización productiva, o al menos en térmi-
nos del rubro que representa los principales ingresos de la explotación. El cuadro
que sigue permite apreciar lo anterior.
Cuadro 4. Especialización productiva 2000 2011
2000
2011
Número 2000 - 2011
Superficie 2000 - 2011
Sup.
Sup.
Dif.
Var. %
Dif.
Var. %
Fruticultura
211
3342
143
2547
-68
-32,2
-795
-23,8
Viticultura
217
3041
152
2395
-65
-30,0
-646
-21,2
Horticultura
183
1541
137
1047
-46
-25,1
-494
-32,1
Ganadería
69
2832
111
4285
42
60,9
1453
51,3
Cerdos
55
621
45
324
-10
-18,2
-297
-47,8
Aves
35
325
22
168
-13
-37,1
-157
-48,3
Total
770
11702
610
10766
-160
-20,8
-936
-8,0
Fuente: elaboración propia en base a los CGA de 2000 y 2011
Claramente, entre 2000 y 2011 hubo un cambio, que implicó la pérdida de peso
relativo de los rubros más intensivos (fruticultura, horticultura, viticultura y avicul-
tura) frente a la ganadería. También se observa que el cambio no se dio de modo
10 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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uniforme entre los distintos tipos sociales agrarios, sino asociado a una estrategia de
reproducción de la producción familiar que hemos descrito en otros trabajos como
un proceso de “ganaderización”. Esto podría explicar cómo, mientras que en 2000
las explotaciones ganaderas de la zona representaban apenas 11,3% de las explota-
ciones correspondientes a la producción familiar, en 2011 representaron 20,5%. En
suma, el proceso de relativa estabilidad de la producción familiar frente al avance
de las Sociedades Empresariales, se asoció con una tendencia al cambio de especia-
lización productiva y la migración hacia la ganadería, rubro que aumentó en térmi-
nos de explotaciones 42% y en términos de superficie 51,3%, expresando así una ten-
dencia opuesta a todos los demás rubros de la zona.
Ahora bien, ¿qué implicaron estos cambios en la estructura agraria en tér-
minos de la demanda de trabajo asalariado? En general y a partir de los Censos, se
observa una relativa estabilidad en la demanda promedio de trabajo asalariado por
explotación en la zona, unida a una caída del número de explotaciones, lo que re-
dunda en una disminución del total de trabajo asalariado demandado de 17%. Sin
embargo, esa tendencia general oculta movimientos distintos entre los tipos sociales.
Así, mientras que la demanda de trabajo asalariado de la producción familiar pasó
de representar el 22,5% de la demanda total de trabajo asalariado en las explotacio-
nes de la zona en 2000, a representar 19,3% en 2011, y la producción empresarial
pasó de concentrar 73,1% en 2000 a 67,6% en 2011, las sociedades empresariales pa-
saron de demandar el 3,4% del trabajo asalariado total en 2000, a demandar 12,6%
en 2011.
Profundizando a partir de las distintas dimensiones abordadas hasta aquí, es
posible mostrar que en el caso de la producción familiar, la relativa estabilidad de la
superficie controlada entre 2000 y 2011 (-3%) unida al proceso de ganaderización,
implicó que la demanda promedio de trabajadore*s por explotación en la PF cayera
14,1%, lo cual sumado a la desaparición de un 17% de las explotaciones, redundó en
una disminución del número de asalariados y asalariadas contratad*s entre 2000 y
2011 de 28,8%. En el caso de la producción empresarial, la disminución del número
de explotaciones y de la superficie total ocupada por el tipo social, se acompañó por
una relativa estabilidad en la demanda promedio de trabajo asalariado (+2%), lo cual
redundó en una reducción de la demanda de trabajo asalariado significativa (expli-
cada únicamente por la caída del número de explotaciones), aunque levemente me-
nor a la protagonizada por la producción familiar (23,2%).
Por último, el tipo social que destaca por haber aumentado de modo muy
marcado su demanda de trabajo son las sociedades empresariales. En ese sentido, el
acaparamiento de tierra por centralización de capital antes descripto implicó conco-
mitantemente, un aumento de la demanda de trabajo asalariado promedio por ex-
plotación de 65,8%. Esto, sumado al aumento del número de explotaciones corres-
pondientes a este tipo social, y de la superficie total controlada por el mismo, implicó
un aumento de 207,8% de la demanda total de trabajo asalariado entre 2000 y 2011.
En ese sentido, el caso de estudio ejemplifica bien no sólo la magnitud de los proce-
sos de concentración en el agro, sino también su multidimensionalidad, y nos
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permite comprender como se entrelazan los procesos de acaparamiento y precariza-
ción. En cuanto a esto último, resulta necesario remarcar que la precarización no es
proporcional al avance de las sociedades empresariales y los procesos de acapara-
miento por centralización de capital, aunque sí sea uno de sus resultados. Esto es así
en razón del “efecto dominante” (Standing, 2013), es decir, de la necesidad de todos
los tipos sociales agrarios de emular lo que hacen las empresas líderes de mercado
en su sector para no perder competitividad, amplificando la precarización entre to-
dos los tipos sociales.
En síntesis, la estructura agraria que genera el trabajo en que se insertan las
personas, es bastante diferente a la que ha sido tradicional en el agro uruguayo y se
corresponde bien a la metamorfosis que ha sido discutida en otros trabajos (Carám-
bula, 2015): una estructura crecientemente anónima y “anonimizante”, consistente
con los procesos de mercantilización en los que se diluyen las responsabilidades por
las exclusiones y se rompen los lazos de confianza, al amparo de una promesa de
“evolución”, “progreso” y “desarrollo” (Standing, 2013).
Distribución de la población y condiciones de vida en la zona, 1996 2011
Habiendo caracterizado la estructura agraria del territorio, avanzaremos en
caracterizar la población. Para ello, comenzaremos por mostrar la distribución de la
misma entre las localidades y poblados que comprende la Sección Censal 4 de Ca-
nelones.
Cuadro 5. Distribución de la Población en la Sección Censal 4 de Canelones
1996
2011
Variación %
1996 - 2011
Población
Asala-
riados
Población
Asala-
riados
Población
Asala-
riados
Las Piedras
66.563
454
71.258
569
7,1
25,3
Progreso
14.464
156
16.244
242
12,3
55,1
Villa Felicidad
788
28
1.344
50
70,6
78,6
Rural
7.487
592
7.251
561
-3,2
-5,2
Total
89.302
1230
96.097
1.422
7,8
15,5
Fuente: elaboración propia en base a los Censos de Población de 1996 y 2011
De acuerdo con el Cuadro 5, hay dos movimientos claros. Uno muestra que la
población en localidades tiende a aumentar. El otro, se evidencia al comparar la evo-
lución de la población con la evolución del trabajo asalariado: el aumento de la po-
blación asalariada (15,5%) duplicó al de la población (7,5%) en términos relativos. La
única excepción es lo que ocurre en el entorno “rural”, allí se observa una disminu-
ción de la población asalariada que supera la disminución de la población en gene-
ral. Así, el cambio agrario que observamos, signado por el avance de las sociedades
empresariales en el control de la tierra y en la demanda de trabajo, se asoció a un
proceso de despoblamiento rural y de aumento del peso del trabajo asalariado agro-
pecuario en las localidades, pueblos y ciudades de la zona, de modo consistente con
12 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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lo que ocurrió en términos generales para todo el sector (Cardeillac y Juncal, 2017;
Carámbula y Oyhantçabal, 2019). Dadas estas tendencias, resulta pertinente analizar
la composición y características de la mano de obra asalariada, considerando algu-
nas dimensiones relevantes a la luz del debate sobre el tipo de trabajo que se genera
en el marco de este cambio agrario.
En ese sentido, los procesos de feminización del trabajo asalariado en el
agro, alentados por el avance del modelo del agronegocio y los cambios en la estruc-
tura agraria que se dieron en los últimos años, representan uno de los mecanismos
que encuentra el capital para aprovecharse y lograr ventajas comparativas (Cardei-
llac, et al., 2020). Siguiendo estos planteos, nos propusimos estudiar la distribución
de los varones y mujeres en el trabajo asalariado, atendiendo a los distintos niveles
de calificación
5
, por una parte y luego, incorporando indicadores relativos a las con-
diciones de vida. Para estudiar esta dimensión, optamos por recurrir a indicadores
muy convencionales como son los de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). Este
enfoque es una de las aproximaciones posibles a la medición de la pobreza y puede
considerarse dentro de las aproximaciones o definiciones de pobreza “no-utilitaris-
tas” (Ravallion, 2000; Duclos y Araar, 2006). Así, el enfoque de las NBI se preocupa
por analizar los resultados en términos de satisfacción de necesidades y no por abs-
tracciones como los ingresos (Streeten, et al., 1981)
6
.
Cuadro 6. Evolución de la población con NBI
1996
2011
Variación
1996 - 2011
Frecuencia
Porcentaje
Frecuencia
Porcentaje
NBS
33.698
39,3
54.681
57,1
62,3
NBI
52.105
60,7
41.144
42,9
-21,0
Total
85.803
100
95.825
100
11,7
Fuente: elaboración propia en base a los Censos de Población de 1996 y 2011.
En términos de la población total hubo una mejora significativa, ya que en un
contexto de aumento de la población (11,7%) la población con NBI se redujo 21%.
Ahora bien, es interesante analizar también qué ocurrentre los asalariados y asa-
lariadas del agro que residen en esa zona.
5
Para dividir entre tareas calificadas y no calificadas, agrupamos en base al Clasificador de Ocupaciones
(CNUO95). Los grupos 4, 5 y 6 corresponden a tareas “calificadas” y los grupos 7, 8 y 9 a tareas “no
calificadas”. El Clasificador está disponible en www.ine.gub.uy
6
En el caso de Uruguay, desde el punto de vista operativo, la metodología de los Censos 2011 propone
seis dimensiones: vivienda decorosa, abastecimiento de agua potable, servicio sanitario, energía eléctrica,
artefactos básicos de confort, y educación (Calvo, 2013). Esta misma metodología la replicamos luego
sobre la base 1996 para poder analizar la evolución de esos indicadores. En este trabajo sólo presentare-
mos la información dividiendo entre personas con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) en al menos
una de esas dimensiones y personas con Necesidades Básicas Satisfechas (NBS).
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Cuadro 7. Evolución de las NBI entre la población asalariada agropecuaria
Calificados
No calificados
Total
Variación % 1996 - 2011
1996
2011
1996
2011
1996
2011
Calificados
No calificados
Total
NBS
137
243
192
481
329
724
77
151
120
NBI
302
205
661
634
963
839
-32
-4
-13
Total
439
448
853
1115
1292
1563
2
31
21
Fuente: elaboración propia en base a los Censos de Población de 1996 y 2011
El cuadro 7 nos permite apreciar el aumento del trabajo no calificado. Así, en
el marco de una variación del 21% del total de trabajo asalariado, el trabajo asala-
riado no calificado creció 31% y el calificado 2%. Confirmándose así, la tendencia a
una generación de empleo sesgada hacia trabajos no calificados (Cardeillac y Juncal,
2017; Carámbula y Oyhantçabal, 2019). Además, podemos ver un aumento de asa-
lariados y asalariadas con NBS 120%, mayor entre los y las no calificados/as (151%)
que entre los y las calificados/as (77%). Y por último, hay también una disminución
de 32% de los y las asalariados/as en tareas calificadas con NBI. Sin embargo, tam-
bién es importante notar que la variación del número de asalariados y asalariadas
en tareas no calificadas con NBI apenas disminuye 4%.
Otro cambio importante en el período es la feminización de la mano de obra
(Cardeillac & Rodríguez Lezica, 2018; Cardeillac et al., 2020). En el caso del trabajo
asalariado de la zona, la tendencia se corrobora. Las mujeres eran 12,3% del trabajo
calificado en 1996 y 30,1% en 2011. De modo análogo, eran 17,6% del trabajo no ca-
lificado en 1996 y 29,1% en 2011. De ese modo, la feminización del trabajo agrario
mostrada por los antecedentes, se expresa con particular intensidad en este territo-
rio, seguramente por la prevalencia que tienen en el mismo algunos rubros intensi-
vos demandantes de mano de obra temporal (fruticultura, horticultura, vitivinicul-
tura), en los que la demanda de trabajo femenino ha sido mayor (Cardeillac, et al.,
2020). En atención a esto, el cuadro 8 abre por sexo la información anterior.
Cuadro 8. Distribución de los asalariados y las asalariadas según nivel de
calificación e incidencia de NBI
1996
2011
Calificados
No Calificados
Calificados
No Calificados
Frecuencia
%
Frecuencia
%
Frecuencia
%
Frecuencia
%
Varones
NBS
110
28,6
151
21,5
155
49,5
343
43,4
NBI
275
71,4
552
78,5
158
50,5
448
56,6
Mujeres
NBS
27
50,0
41
27,3
88
65,2
138
42,6
NBI
27
50,0
109
72,7
47
34,8
186
57,4
Total
NBS
137
31,2
192
22,5
243
54,2
481
43,1
NBI
302
68,8
661
77,5
205
45,8
634
56,9
Fuente: elaboración propia en base a los Censos de Población de 1996 y 2011.
De acuerdo a los resultados, se corrobora una disminución de la población
con NBI en todos los casos. Así, cae de 68,8% a 45,8% para el caso del trabajo califi-
cado y de 77,5% a 56,9% para el no calificado. Pero si atendemos a lo que ocurre entre
varones y mujeres aparece algún cambio adicional. Así, mientras en 1996 el grupo
14 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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con mayor incidencia de NBI era el de varones asalariados no calificados, hacia 2011
eso cambia y pasa a ser el grupo de mujeres asalariadas en tareas no calificadas, entre
las que 57,4% tiene NBI. En ese sentido, la información confirma el sesgo en el tipo
de oportunidad laboral que generaron las Cadenas Globales de Valor y el avance del
modelo del agronegocio en el agro para las mujeres: las oportunidades de empleo
aumentan, pero tienen un sesgo hacia tareas no calificadas asociadas a condiciones
de privación. Esto da cuenta de una tendencia en el agro uruguayo y latinoameri-
cano, a una feminización de la precarización (Rodríguez Lezica, 2020).
La feminización de la precarización se explica asimismo por el trabajo de
cuidados que recae sobre las mujeres particularmente. La responsabilidad por los
cuidados de menores y adultos/as en situación de dependencia recae principal-
mente sobre las mujeres, incidiendo de manera que limita el acceso de las mujeres a
educación, formación, capacitación, el acceso al mercado laboral y el acceso a espa-
cios comunitarios, espacios colectivos como sindicatos, entre otros posibles (Cardei-
llac y Rodríguez Lezica, 2020; Mascheroni, 2021)
Por último, hay otro aspecto que surge a partir de las entrevistas y es el nivel
máximo de educación formal alcanzado por la población de asalariados y asalaria-
das agropecuarias de esta zona. Los resultados censales para 2011 son contundentes:
más de la mitad de los/as asalariados/as tenían primaria como máximo nivel, ha-
biendo 0,7% nunca asistido a un establecimiento educativo, 14% no completado pri-
maria y 36,1% alcanzado primaria completa.
El precariado y el trabajo en el agro: dimensiones, valoraciones y percepciones
Buscamos ahora profundizar en la constitución del precariado vinculado al
trabajo asalariado en el agro, a partir del análisis de dimensiones de la precariedad
y de las opiniones, valoraciones y percepciones de los asalariados y asalariadas ru-
rales en relación a los fenómenos de precarización, que emergen de las entrevistas
realizadas entre mayo y noviembre 2014.
Las personas contratadas en las tareas como cosecha, considerada tarea no
calificada, es mano de obra excluida del mundo laboral a nivel urbano. No se trataría
entonces de trabajos a los que acceden por preferencia, sino por necesidad. Las en-
trevistas describen distintos perfiles de trabajadores y trabajadoras que jornalean en
las cosechas en la fruticultura y viticultura. Por un lado, describen un perfil consti-
tuido por personas sin cultura del trabajo, sin interés en sostener el empleo, tampoco
hacer los aportes correspondientes, provenientes de la periferia urbana principal-
mente de barrios de Las Piedras.
“viene gente que ya está excluida del mundo laboral urbano.
Viene por descarte, viene por desesperación, pero es gente que
viene 2 o 3 días y ya no viene más. Tiene una rotación muy alta.
(…) Lo que es más bruto es la cosecha. (…) la cosecha se hace, no
por una especie de cuadrilla especializada, sino con gente que va
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a los barrios directamente y junta en un camión, (…) pasta-base-
ros. Que (…) no tienen otra opción de laburo...” (Ramón, Inge-
niero agrónomo y productor).
Otras características que hacen a la composición de la mano de obra tienen
que ver con el nivel de educación formal alcanzado, la trayectoria laboral de la fami-
lia, y la tendencia a buscar completar el ciclo anual del trabajo. Las trabajadoras y
trabajadores entrevistad*s trabajan en las zafras en quintas (de uva, pera, manzana,
durazno, membrillo) y también en la cebolla, iniciando tan temprano como a los doce
años de edad. José Luis, un joven asalariado de San Isidro, comenzó a cortar uva a
los doce años. Llegaba de la escuela y se iba a trabajar. Al momento de la entrevista
Pablo tenía diecisiete años
7
, y una historia laboral que incluía el trabajo en quintas,
en la uva, la cebolla y changas en la construcción durante el período en que no cur-
saba sus estudios en el liceo. Francisco, de Vista Linda y con quince años, trabajaba
desde los doce años cortando uva y en las zafras de la manzana y el membrillo. Iba
junto con su abuela y su prima, también de doce años y además solía trabajar con su
abuela acompañándola en la recolección (para reciclaje) de botellas.
La mayoría continúa con el trabajo rural como sus padres, madres, herman*s,
abuel*s, ingresando en el mundo del trabajo asalariado en el agro muchas veces si-
guiendo los pasos de su propia familia, y desde edades tempranas. Es el caso de
Laura y Martin, una pareja de veintisiete y treinta años que viven en Vista Linda.
Ambos comenzaron su trabajo en las quintas siendo menores de edad. Laura em-
pezó a trabajar siendo menor en las quintas con su padre, quien había trabajado en
quintas toda la vida. Comenzó con el raleo de durazno, siguió con pera y manzana,
aprendió a podar membrillo y a atar viña. Las quintas fueron siempre la opción
cuando no podía acceder o mantenerse en otros trabajos, hasta que cumplió dieci-
ocho años. Trabajó tres meses en una distribuidora de carnes. Antes de cumplir los
tres meses, y habiendo firmado contrato, le dieron de baja. Trabajó también dos me-
ses en un frigorífico pesquero, y tuvo que renunciar pues los ingresos que percibía
cada quincena eran insuficientes para cubrir el traslado a Montevideo y niñera.
“Mamá trabajaba en un tambo con papá. Después nos mudamos
para Punta Espinillo. Yo tenía 5 años y papá era capataz de una
quinta de manzanas. Mamá trabajaba en la quinta también con
él, en la zafra, la poda, todo. Y ta, y después que nos vinimos para
acá, yo estudié hasta primero de liceo y después me dediqué a
trabajar en las quintas. (...) Quedé embarazada a los 14 que estaba
con Sebastián, a los 15 tuve a Axel y a los 16 ya” (Laura, asala-
riada, Vista Linda).
7
Todos los nombres en este artículo son ficticios para cuidar el anonimato. Además, las edades mencio-
nadas corresponden a la edad que tenían las personas entrevistadas al momento de realizar la entrevista
en 2014, como se indica aquí.
16 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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Cuando no pueden trasladarse en bicicleta a las quintas, pues están a una dis-
tancia lejana, se trasladan en una camioneta del encargado de la quinta, costo que
muchas veces corre por cuenta de las propias trabajadoras y trabajadores.
“Eso lo pagamos nosotros. Te cobran 50 pesos la nafta, para lle-
varte y traerte, todos los días. Me quedan 250, que para mi pen-
sar, no me da. Entro a las siete. Según la quinta, si queda más
lejos salgo más temprano, hasta las cinco más o menos. Llegás a
las seis a tu casa.” (Laura).
Las primeras experiencias de trabajo fueron en la quinta para Martín a los
trece años en viñedos de un reconocido establecimiento. Trabatambién en molinos
de raciones para pollerías, en gomerías, de albañil, jardinería, y en chapa y pintura,
y hacía un par de años estaba trabajando en el puerto de Montevideo. Simoney cada
tanto además hace limpiezas en la casa de personas cercanas a la familia.
En cuanto a la educación formal, la mayoría de los trabajadores y trabajadoras
entrevistadas no tienen la primaria completa, en su mayoría no terminaron la secun-
daria, y abandonaron en el primer o segundo año. Si bien en algunos casos desean
poder continuar sus estudios, en el caso de las mujeres particularmente manifiestan
no poder hacerlo debido a que la responsabilidad de cuidados de hij*s recae en ellas.
Es el caso de Camila, de veintiseis años de edad. Comenzó a trabajar en las zafras en
quintas desde los quince años, para colaborar económicamente con el hogar, pues
su madre les criaba a ella y a sus hermanos y hermanas (un total de doce) sin un
padre presente y co-responsable. “Ella no quería y yo no quería pero ta, fuimos tra-
bajando, nos empezó a gustar.” A los 14 años repitió sexto año en primaria y aban-
donó la escuela. Retomó luego en horario nocturno, pero cuando comenzó a trabajar
abandonó nuevamente los estudios. Había terminado la escuela primaria el año an-
terior, en la nocturna de Villa Alegría. Camila manifiesta que le gustaría estudiar
pero no puede, principalmente por el cuidado de sus hijes:
“¡Si no tengo tiempo! Cuando ellos crezcan sí, ahora no. Porque
lamentablemente si vas a estudiar tenés que pagarle a alguien
para que los cuide. Porque nadie te los cuida acá, gratis. (…) Mi
madre falleció hace 2 años y es la que me daba una mano con
ellos ¿viste? Pero ahora no. Mis hermanas tienen todas bebés. No
puedo decirles ‘cuidame a mi hijo’ (…)” (Camila, asalariada, Vi-
lla Alegría).
Otro caso es el de Macarena, de treinta y nueve años, quien cursó hasta quinto
año de primaria, y comenzó a trabajar a los dieciocho años en una fábrica de cham-
piones. Se mudó a Vista Linda cuando se separó, y estando embarazada comenzó a
trabajar en las quintas de uva, pera y membrillo. Le gustaría estudiar, pero comenta
que no puede hacerlo hasta que sus hijes estén más grandes, y también su nieta a
punto de nacer y que tendrá que cuidar para que su hija de diecisiete os pueda
Precariado y trabajo rural en Uruguay 17
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trabajar.
Nos centramos ahora en las dimensiones de la precariedad tomando en con-
sideración distintas categorías como la ausencia de contratos de trabajo, salarios y
condiciones de trabajo paupérrimos, entre otras, así como en la percepción y valora-
ciones sobre la precariedad, como podemos ver en el menosprecio al trabajo agrario.
Las condiciones y medio ambiente en que desempeñan su trabajo incluyen la
realización de las tareas bajo lluvia, en el barro, pasar horas agachad*s para la reco-
lección de racimos de uva, el uso de escaleras en mal estado, la ausencia de asistencia
médica, no poder acceder a un baño y tampoco a un lugar para almorzar durante el
descanso.
“[…] trabajando en la quinta, tas en el barro. Los días de lluvia,
si llovió hoy y mañana tenés que ir a trabajar va a ser un chiquero
en el campo. En la fábrica no, tas bajo techo. Llueve y estás bajo
techo. Hay baños. Tenés capaz un comedor pa comer. En la
quinta no […] Capaz que tenés una heladera pa guardar el agua
fría, que en una quinta no tenés.” (Ignacio, asalariado, Villa Ale-
gría).
La informalidad del trabajo, sin contratos, sin realizar aportes a la seguridad
social, y el empleo de menores parece depender del tamaño de los establecimientos.
De las entrevistas se desprende que en los establecimientos más grandes, donde tra-
bajan cientos de personas, les ponen en caja y no aceptan menores. En quintas más
pequeñas, suelen no ponerles en caja y aceptan a menores de edad. Esto sucedería,
según explican en las entrevistas, porque en las quintas chicas no hay inspección o
muy pocas veces llegan a inspeccionar.
La problemática de la informalidad que aún existe en el mundo del trabajo
asalariado rural, estaría asociada a las dificultades que enfrenta la producción fami-
liar para subsistir, especialmente los establecimientos familiares más pequeños, para
quienes formalizar el empleo rural significa en muchos casos dejar de existir como
productor*s. Por otro lado, las entrevistas a informantes clave aluden a una prefe-
rencia por parte de los propios asalariados y asalariadas rurales por no formalizar el
empleo, para no dejar de recibir algunas prestaciones sociales como beneficios mo-
netarios por desempleo.
“[…] otra familia por ejemplo, no querían figurar… el gurisito de
19 años decía “no, no, entonces me voy”. (…) quieren trabajar 1
día o 2. Lo que el cuerpo les banque. Porque no les banca más el
cuerpo. Porque vos ves esos gurises y decís ¡pa!” (Sandra, pro-
ductora familiar)
Ahora bien, aun cuando en las entrevistas a informantes clave se ha planteado
que son l*s propi*s trabajador*s quienes optan por la informalidad para no perder
subsidios por desempleo, de las entrevistas surgen otros planteos que más bien nos
18 Cardeillac Gulla y Rodríguez Lezica
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permiten interpretar que la mirada de l*s informantes está sesgada hacia casos anec-
dóticos para justificar una situación no deseada por la mayoría:
“[…] una se va para una empresa, claro, más comodidad de tra-
bajo. Y ya no , la plata que pagan no da. Y no tenés ningún
beneficio, un aguinaldo, una licencia, nada. O sea, que estás en
negro continuamente, no aportás a la caja en nada [...] a mi me
encantaría aportar. Me encantaría. (…) voy a cumplir 27 años y
no sé lo que es.” (Camila, asalariada, Vista Linda)
Son pocas las opciones en el mercado de trabajo que visualizan las personas
entrevistadas. En muchos casos se reduce al trabajo asalariado en el agro. Para la
mayoría no es una elección realmente, sino lo único posible. Las estrategias para
cubrir necesidades básicas se complementan: completar el ciclo anual de trabajo
combinando la cosecha de uva, cosecha y raleo en la producción de manzana y otras
frutas, jornaleando en la horticultura, changas en otros rubros no agropecuarios, y
prestaciones sociales.
La zafra de la uva comienza en marzo, y antes de finalizar comienza la zafra
para la cosecha de manzana. Ignacio, del barrio Villa Alegría en Progreso, trabaja
dos meses en la uva y enseguida comienza la cosecha de manzana, hasta llegar el
invierno y por lo tanto los meses más duros.
“Llega julio y ahí es la época que ya 3 meses no hay nada, y es la
peor época para la gente que se dedica a eso, porque estás 3 me-
ses del año y justo esos meses de invierno no hay nada. Y aes
cuando más sufre la gente.” (Ignacio, asalariado, barrio Villa Ale-
gría)
En los meses de invierno son los meses más duros, cuando escasea el trabajo
rural. L*s entrevistad*s mencionan otras fuentes de ingreso como ‘changas’ de alba-
ñil, jardinero, trabajos en el puerto, molinos de raciones para pollerías, gomerías. En
el caso de las mujeres, algunas mencionan plantas de empaque o limpiezas en casas
particulares. En invierno, Fernanda trabaja haciendo limpiezas; y al comenzar la pri-
mavera, en setiembre, comienza con el raleo. Entre abril y setiembre a veces pueden
llegar a jornalear en una deshojada de viña, algo de poda en el mes de agosto, pero
muy poco, y en embolsar y pesar la fruta en las plantas de empaque. Según Ana
Laura, casi no hay oportunidades de otros empleos, y cuando las hay, aparecen otras
dificultades como las distancias, el tiempo de traslado, y el cuidado de sus hijes.
“Si no hay en las zafras y eso, no es fácil no. Yo me he anotado
en una cantidad de empresas y eso, y no me llaman. (...) me anoté
en una pollería que ahí me llamaron pero no fui porque tenía
que tomar el micro acá a las 4 de la mañana y llegaba a las 5.30pm
acá. Y no era mucho lo que pagaban. 2.100 pesos. Igual a mi me
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sirve esa plata. Vamos a lo que es. Pero me tengo que levantar a
las 3 de la mañana para tomarme el micro de las 4 de la mañana
para trabajar hasta las 3 mas o menos, y demora el ómnibus así
que hasta las 5 no llegás acá, 5 y pico. Yo el tema es los gurises.
Que está bien que necesite y todo, pero ya cuando tenés los guri-
ses” (Camila, asalariada, Vista Linda)
El compañero de Camila trabaja en una empresa. El salario de él no es sufi-
ciente y los trabajos que ella realiza fuera de la casa, y en la propia casa, son percibi-
dos como complemento para las compras básicas cotidianas. El otro complemento,
son las prestaciones sociales. Trabajan todos los días de la semana, en algunos casos
también el sábado. Para Ignacio, la cosecha en la uva es la que mejor se paga: 10
pesos el cajón, y la productividad dependerá de cuánto el cuerpo aguante. Pero si
metés, rendís, podés sacar 100 cajones por día. Y al otro día malena (se ríe). Des-
truido.” A Camila, con dos hijes entre 2 y 8 años, no le conviene pagar a una niñera
por lo que cobra por trabajar 10 horas fuera de la casa:
“[…] el día te lo pagan 10 horas más o menos, te lo pagan 500
pesos. Pero si vos vas a pagar por el día a una niñera te cobra 200
pesos. Menos no. Te quedan 300 pesos pero tenés que pagar
vehículo para ir. El que no tiene vehículo tiene que pagar la nafta,
50 pesos por día. Ya te vienen a quedar 200 y pico de pesos, para
estar todo el día, salir a las seis de la mañana y llegar a las seis de
la tarde a tu casa.”
Las valoraciones al respecto del trabajo rural varían según las personas entre-
vistadas. Sentirse a gusto con el trabajo surge en una de las personas entrevistadas.
Con 22 años de edad, escuela primaria completa y primer año de secundaria sin ter-
minar, experiencia en limpiezas y cuidado de niñes desde los trece años, y raleo en
los limones y manzanas, Silvana valora positivamente su trabajo, si bien lo relaciona
asimismo con la imposibilidad de acceder a otro empleo.
“Ahora iba a conseguir yo, arrancan en noviembre las manzanas,
y voy a ir a trabajar ahí. Si, porque es algo que me gusta. [...]
Claro, a lo que no tengo mucha experiencia en otros trabajos, me
gusta eso. [...] Acá como haber, hay muchos trabajos. Tenés el
Covadonga [supermercado]. Te piden muchas cosas, porque
para llenar un formulario, tercer año de liceo completo. Muchas
cosas te piden. Yo no tengo ni primero, ni segundo ni tercero de
liceo” (Silvana, asalariada, Progreso).
Silvana tiene un hijo de un año, y desea que en un futuro su hijo pueda termi-
nar la escuela, el liceo y siga estudiando lo que le guste, lamentándose al mismo
tiempo por no haber continuado con su educación formal.
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“Pero algo tiene que hacer. No tiene que ser como la madre. (...)
tiene que terminar el liceo, sí o sí. Estudios hoy por hoy son todo.
Sin estudio no sos nada. [...] hasta para limpiar un piso te piden
tercer año de liceo. Y yo se lo digo a mi mamá por mis hermanos,
que mi hermano no todavía no terminó sexto año. Tiene dieciseis
años. Y yo les digo ‘no van a ser nada en la vida, porque sin es-
tudios no sos nada’.”
La percepción de una vida precaria se evidencia en expresiones de deseo de
trabajadoras y trabajadores asalariados que se emplean en las cadenas agropecuarias
en el territorio, como: “quiero trabajar”, “quiero estudiar”, “comer”, “comprar las
cosas que necesito”, “una licencia”. También se expresan en el deseo de poder acce-
der a otro tipo de empleo, y en el rechazo a que sus hijes sigan el mismo camino,
rechazo que se manfiesta en expresiones duras como “ser alguien”, “que no sea
como yo”, “que salga bien”.
En tres años Camila se imagina con un trabajo, y la expectativa de derechos se
amplía:
“Claro, en algo fijo, que tenga una licencia, un aguinaldo, los de-
rechos que tenés que tener, que te puedas tomar un mes para es-
tar con tus hijos, 20 días, 10 días así sea, pero para poder hacer
mismo los controles rutinarios míos, con los gurises, para estar
presente en una reunión de la escuela.”
Los deseos para el futuro de sus hij*s muestran rechazo por lo que han transi-
tado en su propia vida:
“que estudien, que sean alguien en la vida, que no sean alguien
como yo, que tengo que estar matándome en una quinta para po-
der hacer un peso, (…) Yo me quedé con ellos 2 no más, no pude
tener más. O sea, quiero lo mejor pa ellos. […] porque si hacen lo
que hago yo la familia de ellos se va a morir de hambre, porque
no da. [...] a veces le tengo que comprar a uno y a la otra semana
al otro. (…) no quiero que dejen la escuela y hagan lo que hice
yo. (Camila, asalariada, Vista Linda)
Pablo desea llegar a cumplir dieciocho años para no trabajar más en las quin-
tas. “Porque te explotan. Ellos ganan un platal y a vos chirolas. Hago como 20 horas.
No, quinta no, voy a cumplir 18 y ahora quinta no quiero nada.” Ignacio tiene 18
años y está cursando mecánica. No se ha presentado aún a ningún otro trabajo, busca
trabajo formal, no quiere continuar en el trabajo rural, no es un trabajo elegido.
“[…] no creo que a alguien le gustara así de decir ‘me dedico a
las quintas’. Siempre el que se dedica a las quintas y consigue
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cualquier otro trabajito mejor, va a dejar la quinta. […] Por ejem-
plo, (…) te llaman de un supermercado. Tas en caja, tenés baño,
ta. Salud, todo. Te vas de la quinta pero corriendo!”
En cuanto a una dimensión política de la precarización, surge la interrogante
sobre la representación como trabajador*s, sobre la exigencia del cumplimiento de
las leyes que les protegen como trabajador*s agrari*s y de hacer valer sus derechos.
Al preguntar sobre acciones colectivas o incluso individuales, reclamos realizados
ante las situaciones de precariedad a las que hacen referencia, las respuestas dan
cuenta del desconocimiento de derechos, desconocimiento de la existencia de sindi-
catos rurales, y de la proyección de que nada cambiará para mejorar su situación.
Afirman conocer que si hay reclamos, hay muchas personas esperando para trabajar
en esas condiciones, y son trabajos, aunque precarios, que no se pueden dar el lujo
de perder.
“Sí, a veces cobro chirolas, pero ta, me tengo que aguantar. No
tengo s remedio. Y traer la plata esa para los chiquilines.(...)
es bravo acá buscar trabajo en la zona” (Macarena, asalariada,
Vista Linda).
Cuando hay intentos de organización para exigir un aumento en el pago por
cajón, comenta Iván, el patrón amenaza con echarlos, pues hay mucha gente dispo-
nible y esperando para trabajar.
“No reclamo porque viste que uno por la necesidad tiene que ca-
llarse lamentablemente. Porque si vos decís, te dicen ‘andá pa tu
casa’, si total, gente tienen. Hay veces que hay que agachar la ca-
beza y hacerlo por necesidad.” (Camila)
Fernanda desea terminar su casa y para eso acceder a un trabajo decente:
“Quiero conseguir un trabajo, un trabajo bueno, que esté en caja, para arreglar mi
casa y sacar a mis hijos adelante, porque estoy sola yo con ellos” Al igual que tantas
otras entrevistadas, Macarena desea que sus hij*s estudien. Tampoco quiere que si-
gan el mismo camino que ella.
“No. Porque la grande, la de 12, le gusta, ella quiere ser como yo,
trabajar, tener sus cositas de ella, comprarse las cosas de ella. Ella
me va a terminar la escuela y me va a terminar el liceo. No quiero
que salga como yo. Al contrario. Quiero que salga bien” (Maca-
rena, asalariada, Vista Linda)
La ausencia de reclamos y de organización sindical ante la percepción de la
precarización a partir de su trabajo podría explicarse por la percepción de que nada
cambiará (producto de intentos previos), percepción potenciada por las
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generaciones de trabajo asalariado de las que provienen por otros miembros de sus
familias.
Conclusiones
El proceso de investigación que realizamos muestra una cadena de exclusio-
nes: un proceso de concentración de la tierra, de desplazamiento de la producción
familiar de menor escala y de avance de las sociedades empresariales en el marco de
un acaparamiento por centralización de capital. Como corolario, la producción fa-
miliar que persiste, de mayor escala, tiende a reconfigurar su producción para dedi-
carse en mayor medida a rubros extensivos y en particular a la ganadería. En ese
marco, las sociedades empresariales del agro adquieren cada vez más peso en tanto
que demandantes de mano de obra asalariada, imponiendo condiciones de trabajo
y contrato novedosas, que redundan en una tercerización, “jornalerización” y femi-
nización. Sobre ese contexto, “Hasta que el cuerpo aguante” nos habla de cuerpos-
objeto, vidas consideradas mercancías, commodities que pueden insertarse hoy en
un proceso productivo y mañana en otro, siempre que se acepte un precio menos-
preciado por el capital. La mercantilización se pone de manifiesto del modo s
crudo, en la naturalización de la compra y venta de fuerza de trabajo, deshumani-
zada y deshumanizante, vidas menospreciadas. Y luego, el menosprecio es apro-
piado por quienes lo sufren, que sólo desean que sus hij*s “sean alguien en la vida”.
Y así se rompe el lazo con el pasado y futuro, con una posible “identidad”.
La precarización se manifiesta en las condiciones y medio ambiente de trabajo,
en la informalidad que caracteriza a este tipo de empleo, en el empleo de menores
de edad. En su dimensión económica, engloba las escasas oportunidades de empleo,
la contracción del “ingreso social” en un salario insuficiente para garantizar la re-
producción de la vida. El precariado se hace carne en la obligación de exigir al
cuerpo para llegar a completar un jornal que justifique el día de trabajo, un jornal
que, en el caso de las mujeres, debe cubrir además los gastos de niñera, e incluso en
algunos casos el costo del transporte al lugar de trabajo, gestionado por el contra-
tista. Así, emerge de las entrevistas una naturalización de la feminización del trabajo
de cuidados: se repite en la historia de cada una: las hermanas, madres, abuelas que
cuidan, sobrecargando generaciones de mujeres y limitando sus posibilidades de
continuar con su educación o incluso acceder a un mercado laboral que sólo tiene
para ofrecerles empleos precarios. Feminización de la precarización que se perpetúa.
El precariado se hace carne también en la ausencia de la generación de iden-
tidad como trabajador/a rural. Lo que se reproduce intergeneracionalmente es el
confinamiento al presente y la desesperanza, sin sedimentar en lazos con el pasado
o contribuir a una proyección a futuro. De las entrevistas emerge que el trabajo rural
no era el futuro que sus padres querían para ellas/os, no es el presente que elegirían
si pudieran elegir, y de ninguna manera es el futuro que quieren para sus hij*s. El
sentirse en la precariedad se manifiesta asimismo cuando las personas reconocen
que el empleo rural no es una opción ni preferencia, sino producto de una necesidad
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ante la escasez de alternativas. O también, en el menosprecio del tipo de trabajo que
realizan, ya sea por las condiciones en que lo hacen o por la estigmatización asociada
al mismo. En su dimensión política, la precarización se muestra en la ausencia de
organización sindical y en el desconocimiento de las que existen. La incapacidad de
agencia para reivindicar los derechos vigentes, imbricada en la percepción de que
“no corresponde”.
Al adoptar la interseccionalidad como herramienta analítica, la imbricación
de opresiones pone en relieve cómo estas dimensiones de análisis se solapan. Son las
mujeres más jóvenes, con un nivel educativo bajo, madres a cargo del cuidado de
hijes sin corresponsables compartiendo manutención y cuidados, las que acceden a
los empleos más precarios, las que más lejos estarán de poder denunciar los abusos,
los destratos, las condiciones de trabajo poco dignas. Dimensiones todas que dan
cuenta de la precariedad laboral, de la precarización de la vida, de la existencia, de
la constitución de un precariado vinculado al empleo agropecuario en un sistema
agroalimentario dominado por cadenas de valor agroindustriales y una estructura
agraria cada vez más desigual.
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