Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 57 2do. semestre de 2022
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De los estudios rurales al análisis de espacios sociales
localizados
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Gilles Laferté
Resumen
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La sociedad urbana parece haber invadido todos los espacios, anulando el ob-
jeto de la sociología rural y la etnología en Francia. Estas disciplinas se constituyeron
en una clara ruptura urbano/rural, reservando a lo urbano el vocabulario canónico
de la sociología, como el análisis de clases sociales. Una conceptualización ad-hoc
(sociedad campesina, comunidad, colectividad del pueblo, interconocimiento local,
notables) tomada de la antropología fundó los estudios rurales. La evolución radical
de los mundos rurales contemporáneos borró esta conceptualización. Pero ¿son los
mundos rurales contemporáneos estrictamente equivalentes a los mundos urbanos?
Aquí, sostenemos la idea que la morfología social de los mundos rurales contempo-
ráneos no corresponde ni a una "Francia promedio reducida", ni a "particularidades
locales". De manera recurrente, observamos en los mundos rurales contemporáneos
una sobrerrepresentación de las clases populares, en particular obreras, y una subre-
presentación de las franjas culturales de los mundos superiores. Del mismo modo,
los fenómenos de segundas propiedades o de residencias múltiples hacen parte de
una pertenencia en diversos grados al espacio social observado. Proponemos aquí
reconstruir una sociología de los mundos rurales, entendida como una sociología de
la localización de los grupos sociales a nivel macro-social y una sociología de los
espacios sociales localizados, productos de la localización diferenciada de los grupos
sociales en el territorio.
1
Este artículo es una versión traducida y revisada del texto “Des études rurales à l’analyse des espaces
sociaux localisés originalmente publicado en Sociologie, n°4, vol.5, 2014. Traductores: Diego Arango
Lopèz y Claudia Jordana
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Agradezco a Alexandre Hobeika y a mis colegas del grupo ESMR por sus comentarios sobre este artículo.
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Palabras clave: Francia - Mundos Rurales Espacio Social Localizado Clases So-
ciales Estratificación Social
Summary
From rural studies to the analysis of localized social spaces
Urban society seems to have penetrated every corner of France, reducing the
object of rural sociology and ethnology to nothing. These disciplines are built on a
Sharp rural/urban split, reserving the canonical vocabulary of sociology, such as the
analysis of social class, for urban settings. Rural studies were founded on an ad hoc
conceptualization borrowed from anthropology (peasant society, community, vil-
lage collectivity, village interconnaissance or everyone knowing each other, nota-
bles). The radical development of contemporary rural worlds has swept this concep-
tion away. But are today’s contemporary rural worlds the exact equivalents of urban
worlds? In this paper we defend the idea that the social morphology of contempo-
rary rural worlds corresponds neither to a “reduced average France” nor to “local
specificities.” In contemporary rural worlds, we repeatedly observe an overrepre-
sentation of the working classes, especially laborers, and an underrepresentation of
the cultural fringes of the higher classes. Likewise, the phenomenon of secondary or
multiple residences contributes to differential degrees of belonging to observed so-
cial spaces. We propose constructing a new sociology of rural worlds, understood
as a sociology situating social groups at the macrosocial scale and a sociology of lo-
calized social space, products of the differentiated placement of social groups over
space.
Keywords: France - Rural Worlds - Localized Social Spaces - Social Classes - Social
Stratification
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Mientras que algunos autores se preguntan por “el eterno retorno del retorno
de las clases sociales” (Chauvel, 2001; Lebaron, 2012), y otros se preocupan por el
“ocaso de las categorías socio-profesionales” (Pierru & Spire, 2008), con respecto a
los mundos rurales, deberíamos hablar más bien del amanecer de las clases sociales
tras el declive de los estudios rurales. El vocabulario de las clases sociales es relati-
vamente nuevo en este campo de análisis ya que era inexistente hasta la década de
1960, posteriormente fue secundario y estaba principalmente confinado al grupo
agrícola, sin embargo, durante mucho tiempo fue minoritario en los mundos rurales.
Nuestra intención aquí es proponer una reconstrucción del objeto de los mundos
rurales con los conceptos y problemas estándares de la sociología, es decir, disolver
la sociología rural y la etnología de Francia en una sociología si no de clases, al me-
nos de estratificación social, y que vaya más allá del grupo agrícola. En este sentido,
se trata de operar un cambio en las aproximaciones convencionales a la ruralidad al
dejar de considerarla al margen de la sociedad global, sino como uno de sus produc-
tos.
De hecho, el enfoque clásico de la ruralidad se deconstruyó en la década de
1980. La fin des paysans (Mendras, 1967), L’impossible reproduction sociale de la
paysannerie (Bourdieu, 2002; Champagne, 2002) o Du rural à l’urbain (Lefevre 1970),
condenaron a los estudios rurales centrados en la figura arquetípica del campesino.
La conceptualización ad hoc que la sociología rural y la etnología de Francia habían
producido (sociedades campesinas, interconocimiento local, comunidad rural, co-
lectividad rural, notabilidad...) ya no permitía describir las evoluciones en curso,
como la modernización agrícola, las movilidades y la suburbanización, la difusión
de los estándares y actividades de ocio de la sociedad salarial. Si el campesinado
sigue siendo mayoritario en los países del Sur,
3
prácticamente ha desaparecido de
los países occidentales. Sólo una sociología agrícola, más programática que descrip-
tiva, reinventa la figura campesina en el marco de la sociedad global (Van der Ploeg,
2008). Esta sociología rural se transformó, posteriormente, en una sociología del me-
dio ambiente -cf. coloquio de 1985 “De lo rural a lo ambiental” (Matthieu & Jollivet
1989; Billaud 2012)- que se alejó de la temática de la ruralidad y se volcó hacia la de
la naturaleza, y una sociología del grupo agrícola, tanto en su construcción política
como académica y estadística (Coulomb et al., 1990; Hervieu et al., 2010; Rémy,
1987). El problema de la estructuración social de los mundos rurales se volvió secun-
dario en la literatura.
Actualmente, esta deconstrucción del objeto rural continúa. Ahora podríamos
incluso dudar de su existencia en las ciencias sociales contemporáneas, puesto que
al parecer la ciudad ha copado todos los espacios. Christian Topalov planteó recien-
temente la pregunta: "Si todo es urbano, o casi, ¿en qué difiere la sociología urbana
de la sociología?” (Topalov, 2013). O, desde 2010, la zonificación del INSEE
4
según
áreas urbanas abandonó la noción de “espacio predominantemente rural” ocupando
3
Ver, por ejemplo, el coloquio de Nanterre de 2014: “Les petites paysanneries dans un contexte mundial
incertain”.
4
Institute National de la Statistique et des Études Économiques.
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en su lugar categorías como: “las grandes áreas urbanas, otras áreas y otras comunas
multipolarizadas y comunas aisladas, fuera de la influencia de los polos”. Fuera de
las áreas urbanas y anillos periurbanos, los “otros espacios” se definen por su dis-
tancia de la ciudad.
Sin embargo, y al margen de la sociología del medio ambiente y de la sociolo-
gía agrícola, durante los últimos diez años hemos observado un renovado interés
por estos “otros espacios”, los terrenos rurales. Estas obras ya no pretenden ser so-
ciología rural sino que importan problemáticas de otras subdisciplinas: sociología
de las clases populares (Weber, 1989; Renahy, 2005; Girard, 2009; Mischi, 2011; Ma-
zaud, 2009), sociología política y de la acción colectiva (Bruneau, 2006; Hobeika,
2013), sociología económica (Bernard de Raymond, 2004; Laferté, 2006a; GarciaPar-
pet, 2009), sociología del medio ambiente, sociología de la familia y el género (Bart-
hez, 1982; Lagrave, 1987; Bessiere, 2010; Dufour y Giraud, 2012; Giraud y Remy,
2008). En estas investigaciones, los conceptos canónicos de la sociología (grupos so-
cioprofesionales, clases sociales, género…) reemplazaron la vieja conceptualización
ruralista. Así, estos trabajos sobre los mundos rurales penetran a través de un grupo
social y profesional, o una institución particular, pero no retoman el enfoque mono-
gráfico totalizador de las investigaciones previas. A menudo la pregunta sobre la
ruralidad, como morfología social y como experiencias es secundaria, no se cons-
truye como un objeto. Esta postura también está ligada al método, ya que, en el abor-
daje etnográfico, el enfoque localizado sólo tiene sentido cuando se amplía la escala
de observación. Partiendo de la idea central de que las evoluciones institucionales y
de mercado de larga distancia impulsan los cambios sociales, en términos generales,
lo que se observa localmente se explica desde otros espacios. No habría entonces
mucho de rural (o simétricamente urbano) en los procesos estudiados en las zonas
rurales.
Sin dejar de estar en plena consonancia con esta perspectiva, redesplegando
la caja de herramientas de las ciencias sociales frente a la conceptualización ad hoc
de los estudios rurales de ayer, nos gustaría problematizar los mundos rurales desde
una lectura más general, rearticulando los grupos sociales presentes en su interde-
pendencia. Es importante describir y calificar los espacios sociales de los mundos
rurales contemporáneos, que, hasta ahora suelen ser descritos, en el mejor de los
casos, con un adjetivo rural indefinido, a menudo circunstancial al “contexto local”
particular. Sin embargo, no podemos describir estos espacios rurales, como en la
tradición americana de los community studies (Lynd & Lynd, 1929; West, 1945; Vi-
dich & Bensman, 1945), como modelo reducido de Francia o de una sociedad mo-
derna. De hecho, los mundos rurales contemporáneos han sido, por supuesto, muy
profundamente transformados por políticas y evoluciones sociales de larga distan-
cia, pero conservan una fuerte singularidad porque su composición y, por lo tanto,
las relaciones sociales que están en juego allí, no son ni "medios" ni "locales". Presen-
tan muchas configuraciones que son recurrentes a lo largo del territorio.
Para tener en cuenta estas formas singulares y regulares de estructuración so-
cial en los mundos rurales, es importante, por tanto, revertir el enfoque clásico de la
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ruralidad antes entendida como autónoma o aislada resociologizándola en una pers-
pectiva constructivista e institucional -ya no buscamos comunidades rurales, socie-
dades campesinas, aislamientos o colectividades rurales, una sociología que se in-
teresaba primero por la pertenencia como producción endógena-. En esta perspec-
tiva, proponemos la noción de espacios sociales localizados entendidos como el pro-
ducto de la localización de actividades económicas especializadas (industriales, tu-
rísticas, agrícolas, forestales, etc.) y por tanto de franjas singulares de la población
(marcadas por la infra-representación de los altos ejecutivos y la burguesía cultural,
la sobre-representación de las clases populares y en particular de los trabajadores,
una minoría agraria, y la multiplicación de las dobles residencias…). Esta perspec-
tiva permite enriquecer los enfoques basados en la lejanía de las zonas rurales. Los
espacios sociales localizados de los mundos rurales se encarnan, por tanto, en primer
lugar, en una morfología social específica, muy distinta del promedio nacional, con-
figurada a distancia por múltiples poderes centrales, esencialmente descoordinados:
las políticas nacionales y europeas, los mercados nacionales e internacionales, las
políticas de los grandes grupos económicos... A partir de las funciones sociales de
los territorios rurales, las relaciones de clase se recomponen en torno a las relaciones
de producción y de lucha política, pero también en función del ocio y de las activi-
dades recreativas del campo. Esta morfología y estas relaciones sociales específicas
delimitan, en parte, las experiencias sociales de los grupos residentes. La estructura
social del mundo rural francés, y probablemente europeo, ofrece elementos en co-
mún y difiere de la de los centros urbanos y, a fortiori, de las metrópolis mundiales
como París, Londres o Nueva York.
¿Qué abre este ángulo de observación localizada de la estructuración social?
¿Qué diferenciaciones se pueden observar entre los conocimientos de estratificación
social producidos a escala nacional, o incluso europea (Pénissat, 2012), por las esta-
dísticas, y las representaciones mentales difractadas según grupos y espacios socia-
les localizados? ¿No deberían articularse mejor estos dos enfoques de la estratifica-
ción social, la estadística nacional, macrosocial, y la etnografía localizada? Debido a
que la percepción de la clasificación depende de la posición que se ocupa y de la
práctica social que se realiza (tanto del que clasifica como de los grupos encuesta-
dos), la estructura social debe ser situada y re-espacializada. La estructura social no
es sólo un objeto de clasificación científica abstracta o un equilibrio de poder político
reconstruido a nivel nacional que se aplica en todas partes con los mismos efectos.
Ella se experimenta a misma. Cada variación territorial, cada cambio de lugar,
cada variación de grupo social lleva implícitamente a un recálculo de las posiciones
relativas de cada uno, a un reposicionamiento relacional de mismo y de los grupos
sociales.
Reconstruir el objeto de los mundos rurales en sociología, por lo tanto, presu-
pone captar sus construcciones pasadas, todavía activas en las representaciones so-
ciales, gradualmente deconstruidas tanto por la sociología como por la historia con-
temporánea. En el contexto de este artículo, vamos a retomar a grandes rasgos las
obras de los principales autores, y en particular de los autores canónicos del
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concepto de clase, para comprender mejor la larga ausencia de las clases sociales en
la comprensión de los mundos rurales. Este texto no pretende ser una historia de las
ciencias sociales, pero pretende reposicionar las grandes corrientes de los estudios
rurales en Francia con respecto a nuestra problemática, la escasa consideración de
los grupos sociales diferenciados en los mundos rurales. La conceptualización ad-
hoc que en su momento se impuso debe mucho a una división de las ciencias sociales
de principios del siglo XX, reservando el estudio de los campesinos al folclore, luego
a la antropología y la etnología francesa. La sociología rural es parte de este movi-
miento para acelerar finalmente los estudios rurales al analizar la modernidad en el
campo. Son entonces los historiadores rurales, al explorar la historia contemporánea,
quienes mejor han revelado la poca pertinencia de estas representaciones tradicio-
nalistas de la ruralidad. Reconstruir el objeto de los mundos rurales hoy implica, por
tanto, estudiar, y si es posible colectivamente, las condicionantes remotas que confi-
guran la morfología social de los espacios rurales y de todos los grupos sociales que
en ellos residen, para entenderlos interactuando en un juego de clasificaciones rela-
tivas.
Sociedades campesinas, notables, comunidades rurales e interconocimiento
como fundamentos de la concepción clásica de la ruralidad
Ya para Karl Marx (Marx, 1969) o incluso para Maurice Halbwachs, si los cam-
pesinos franceses comparten una condición y un modo de vida”, tienen pocos o
ningún intercambio económico con otros campesinos o con otros grupos sociales
fuera del vecindario inmediato. Su autarquía impide la construcción del grupo social
a escala extra-local. No forman, pues, una clase social ya que el grupo no está cons-
truido, no es consciente de sí mismo, y tampoco se considera en lucha: "Pintoresco,
diverso, cercano a la naturaleza, poco febril, tal nos parece haber sido la existencia
de estos hombres, tan ajenos a nuestras civilizaciones urbanas dominadas por méto-
dos mecánicos, que introducen por todas partes, en nuestras acciones, nuestros pen-
samientos, nuestras necesidades, una uniformidad creciente, que fácilmente los ve-
ríamos a ellos, ni siquiera como antepasados lejanos, sino como una especie dife-
rente” (Halbwachs, 1938: 62-63). Por lo tanto, durante un largo primer siglo XX, el
campesinado no fue objeto de la sociología. Los sociólogos contribuyen, así, a la se-
paración entre dos órdenes, por un lado, la modernidad encarnada por excelencia
en la urbanidad, la industria y la clase obrera, y por otro, el mundo antiguo, el de los
campesinos y artesanos, los mundos rurales. En este contexto, la sociología también
forma parte de una larga historia de dominación de los mundos rurales, entendidos
como periferia. Fue entonces el folklore el que se apoderó del objeto campesinado
(Maget, 1968; Laferté, 2009a; Laferté, 2009b).
Los mundos rurales, percibidos como una sociedad ajena a las clases, fueron
objeto de una conceptualización que después de la guerra se alimentó de la antro-
pología, con los aportes de Robert Redfield en los Estados Unidos, y de Marcel Ma-
get, o también de Isac Chiva en Francia. En este sentido, los espacios rurales son
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como las “periferias del interior”. La influencia de Robert Redfield en los estudios
rurales franceses, particularmente a través de Henri Mendras, es bien conocida (De-
verre, 2009). Para el antropólogo estadounidense, los campesinos se sitúan en una
posición intermedia entre el hombre salvaje (o primitivo) y el hombre moderno, ur-
bano, integrado en la sociedad capitalista desarrollada, la “sociedad englobante”. El
campesino pertenece a una "comunidad" encarnada física, administrativa y geográ-
ficamente por la aldea, una comunidad no completamente autónoma, como es el
caso de los grupos primitivos, pero parcialmente autónoma de la ciudad, bajo la do-
minación urbana. Es en términos similares que Isac Chiva y la etnología francesa
teorizan las "comunidades rurales" (Chiva 1992), estructuradas por parentescos más
o menos cerrados, dentro de pueblos sin grandes migraciones, formándose en torno
a la economía agrícola y las prácticas culturales y folklóricas, grupos parcialmente
alejados de la construcción de la nación moderna. Henri Mendras amplía esta con-
cepción en su teoría de la “sociedad campesina” al enfatizar el papel de la economía
externa al mercado, la economía doméstica y autárquica. Las sociedades campesinas
se caracterizan por ser comunidades con poca conexión entre sí, cada una con su
“carácter de grupo, […] sus rasgos de personalidad comunes” (Mendras, 1976: 14).
Esta representación del pueblo justifica entonces el abordaje monográfico de los es-
tudios rurales, ya sean etnológicos o sociológicos.
La sociedad campesina se define primero por su arquetipo, el campesino. “La
comunidad reúne a campesinos como tales (agricultores, criadores, propietarios,
operadores o empleados y sus familias) y no campesinos (notables, artesanos y co-
merciantes…); pero el tono dominante de la sociedad lo marcan los campesinos”
(Mendras, 1976: 16). Esta postura ha llevado concretamente a una reducción del lu-
gar de los jornaleros y trabajadores agrícolas. “El poder normalmente pertenece a
los notables que se encuentran en una posición marginal entre la comunidad global
y la sociedad circundante. Las principales divisiones suelen ser jerárquicas según
una escala de prestigio socioeconómico. En caso contrario, pueden ser de carácter
ideológico, ecológico o familiar en sentido amplio: con frecuencia clientela y paren-
tesco se funden en una. Finalmente, las categorías de edad y sexo están generalmente
muy individualizadas” (Mendras, 1976: 14). No se niega la jerarquía socioeconó-
mica, pero es más patrimonial que socio profesional, encarnada por la relación con
la propiedad de la tierra que constituye la base económica de la dominación de los
notables.
En el pueblo, la gente se define ante todo por sus grupos primarios de perte-
nencia, parentesco, vecindario. El concepto de familiaridad presente en el trabajo de
Maurice Halbwachs pero desarrollado especialmente por Marcel Maget y retomado
por Henri Mendras, formaliza las relaciones sociales singulares ligadas a la estruc-
tura de la aldea. "Aquí todos se conocen". Las relaciones sociales son interpersonales
y no funcionales, y no forman parte de la división del trabajo. El cara a cara, la rela-
ción íntima, el conocimiento directo de las familias, los personajes, las personalida-
des, disminuyen de hecho las posiciones institucionales y profesionales de cada uno.
La sociedad de interrelaciones vista por Henri Mendras es, por lo tanto, ante todo,
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una clasificación social entre nativos y no nativos que jerarquiza al pueblo: en el cen-
tro, las familias establecidas desde hace mucho tiempo, luego los vinculados no na-
tivos, luego los no nativos sin vínculo con el pueblo (artesanos, campesinos, etc.), y
extranjeros venidos de más lejos, que duplican su aloctonía al no ser de la región o
de la nación.
Así, a través de este compartir disciplinar y de la recuperación por parte de la
sociología rural del enfoque antropológico, prevaleció la visión tradicionalista, en
búsqueda de una sociedad preindustrial. De Maurice Halbwachs a Henri Mendras
pasando por los folcloristas, desde mediados del siglo XIX hasta la década de 1970,
estos grupos, todos amalgamados bajo el término "campesinos", se distinguían mu-
cho más por aldea, por región y por familia, y poco por su afiliación socio profesio-
nal, un sistema de clasificación que, de hecho, habría requerido una teoría que arti-
culara estos grupos rurales a la construcción nacional y política de grupos y clases
sociales.
Estas representaciones de los mundos rurales siguen presentes en la actuali-
dad. El turismo de espacios rurales retoma la estetización de las figuras campesinas
(Chamboredon, 1980), lo que se manifiesta en el movimiento de patrimonialización
y renovación de hermosas casas de campo (Guedez, 2004; Dubost, 1998). También,
la belleza de la muerte campesina se transmite en diversos productos culturales,
como el cine de Depardon (Bessière & Bruneau, 2011) o los museos etnográficos. Del
mismo modo, la economía agroalimentaria de lujo sigue bebiendo de esta “ideología
del terruño” (Rogers, 2013; Laferté, 2006a). En este sentido, la ruralidad “acampesi-
nada” sigue siendo objeto de investigación, pero como representación (Mormont,
1990), como producción de un pasado para el imaginario estético y el marketing.
Críticas sociológicas e historiográficas a la construcción antropológica de la
ruralidad: ¿hacia una clase agrícola?
En un contexto de grandes transformaciones sociales en el campo, la década
de 1960 y luego la de 1970 son un período de renovación de los enfoques teóricos.
En Francia, podemos distinguir tres corrientes de investigación encarnadas por tres
nombres: nuevamente Henri Mendras, Marcel Jollivet y Pierre Bourdieu. Los tres
hacen una lectura en términos de clases sociales, pero cada uno tiene su especifici-
dad.
El fin de los campesinos, o la construcción de un grupo socio profesional
La célebre obra La fin des paysans (1967) de Henri Mendras encarna el fin de
la sociedad campesina, tanto de los notables como de los campesinos (Halévy, 1930).
Henri Mendras, por lo tanto, era plenamente consciente de que estaba describiendo
una sociedad histórica obsoleta en su teoría de la sociedad campesina.
La integración de los campesinos a la sociedad moderna es principalmente
económica, con políticas de modernización agrícola (Plan Marshall, política de
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tierras, mecanización, fertilización...) y salidas planificadas de los más pequeños
agricultores, los campesinos. Los que quedan adquieren mayor importancia y for-
man los eslabones de una cadena productiva plenamente de mercado, desde los pro-
veedores, los manipuladores (la industria agroalimenticia en plena concentración)
hasta la gran distribución, con la banca, en particular Crédit Agricole, como medio
de financiación, o la cooperativa como estructura comunitaria moderna (Rambaud,
1973). Pero la transformación de los campesinos también es social, con la renovación
de viviendas a estándares urbanos, la masificación escolar y el desarrollo del ocio.
En esta perspectiva, la ciudad ha ocupado simbólicamente todos los espacios. Con-
trariamente a los análisis de los fundadores, ya no existe una especificidad rural ma-
yor, las comunas rurales se reducen "a un simple entorno de vida que no tiene otra
diferencia, en comparación con un distrito urbano, que sus características morfoló-
gicas" (Mendras, 1974, p. 230). Esta idea logó consenso rápidamente en la década de
1970. Así, para Placide Rambaud, el otro gran nombre de la sociología rural en ese
momento, el campesino autárquico debe ser enterrado. El advenimiento de los agri-
cultores, empresarios agrícolas, es deseable para la paridad del grupo agrícola con
otros grupos sociales (Lagrave, 2009).
Ante a estas evoluciones, Henri Mendras está de acuerdo en percibir la cons-
trucción de los agricultores como un grupo socio profesional, incluso una clase: “A
medida que la agricultura se integra a la economía nacional, la estratificación tradi-
cional se borra a favor de un grupo relativamente homogéneo de propietarios-ope-
radores, medianos o grandes, que se oponen tanto a los asalariados agrícolas como
a los pequeños que sobreviven gracias a sus ingresos no agrícolas. Y este grupo
tiende cada vez más a constituirse como una clase social” (Mendras, 1965: 112).
Henri Mendras destaca con el término clase campesina la culminación de la consti-
tución política del grupo social agrícola en la Francia de los Trente Glorieuses (1955-
1975) con el lugar del sindicalismo mayoritario, el único representante ante el Es-
tado, y el principio de cogestión en el corazón de la política agrícola francesa. Como
tal, convierte a la clase campesina en un grupo socio profesional. Desde este mo-
mento, entonces, abandona la sociología rural por el estudio de los cambios sociales.
Marcel Jollivet o la lucha de clases interna a los mundos agrícolas
Miembro del Grupo de Sociología Rural de Nanterre bajo la dirección de
Henri Mendras, del que fue uno de los más estrechos colaboradores, Marcel Jollivet
se opone a la teorización de la sociedad campesina y desea sustituirla por la "lucha
de clases en la aldea". La sociedad campesina sigue siendo, en el mejor de los casos,
una vieja realidad histórica, anticuada y superada: "Nos damos cuenta de que uno
de los rasgos característicos de la evolución social del campo francés desde media-
dos del siglo XIX es precisamente la ruptura más o menos profunda de esta sociedad
del inter-conocimiento” (Jollivet, 1974: 196).
Frente a la división del trabajo y la integración comercial de la agricultura a
escala nacional e internacional, Marcel Jollivet importó la idea de un antagonismo
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de clase, pero propio del grupo agrícola de posguerra. Para los estudios rurales, el
marxismo finalmente ofrece una teoría para la construcción de grupos sociales rura-
les fuera de la escala local. Existirían dos grandes categorías de agricultores, por un
lado, los modernistas, que responden a las expectativas de las instituciones del Es-
tado, del mercado y las industrias agroalimentarias, convocados a convertirse en
empresarios y patrones; por el otro, los campesinos, proletarios de la agricultura,
independientes y no asalariados, pero explotados y llevados a abandonar los mun-
dos agrícolas. Esta dominación social de los pequeños agricultores los acercaría, de
hecho, al proletariado industrial. El antagonismo de clase en el mundo agrícola no
sería, por tanto, el mismo que el de la sociedad industrial, basado en la división entre
capital y trabajo. En este análisis, más allá de la tierra, la diferenciación socioeconó-
mica se integra en una lógica capitalista, que se preocupa por el conjunto de los me-
dios de producción, capital operativo (máquinas, edificios, animales...), habilidades
técnicas y empresariales (formación, redes profesionales). Marcel Jollivet comparte
los análisis de los economistas marxistas (Gervais, Servolin & Weil, 1965) para quie-
nes los campesinos y las explotaciones familiares dependen cada vez más de la in-
dustria agroalimentaria. El grupo agrícola, el de los operadores agrícolas, no consti-
tuye una clase social, sino dos, que enfrentan a capitalistas y proletarios de la agri-
cultura más allá de los grandes y pequeños agricultores.
Si la idea de clase es fundamental para Marcel Jollivet es porque forma parte
de una dinámica histórica. Sin una revuelta capaz de invertir el sentido de la historia,
prevalecerán los grandes agricultores. La noción de clase social rompe con una vi-
sión normativa de la aceptación del orden social por parte de los campesinos, una
concepción clásica de la sumisión campesina, y la sustituye por la idea de domina-
ción y de luchas políticas. Pero aquí es donde el argumento no convence. La existen-
cia de un sindicalismo de protesta, el MODEF (Mouvement de défense des explo-
itants familiaux), a la izquierda del espectro político, tuvo poca influencia en la po-
lítica agrícola. No se produjo una transformación política de la brecha económica y
social señalada por Marcel Jollivet. Es claro que el éxodo de pequeños agricultores a
las ciudades, a pesar de la escala demográfica del fenómeno, se ha producido sin
mayores conmociones sociales. La FNSEA (Fédération Nationale des Syndicats d’Ex-
ploitants Agricoles) siempre ha logrado mantener una unidad de representación sin-
dical siendo el único interlocutor de las autoridades públicas hasta 1981. Además,
otra dificultad de este trabajo sigue siendo su ceguera agrícola. Marcel Jollivet llega
a hablar de guetos agrícolas para evocar las aldeas. Pero, de hecho, las clases popu-
lares también poblaron estos campos. Finalmente, este marxismo sociológico que
observa los mundos agrícolas permite comprender un conflicto interno en los gru-
pos agrícolas, pero no reubica claramente al grupo agrícola ni en los mundos rurales,
ni en la estructura social nacional.
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La clase objeto: los campesinos, una fracción dominada de las clases populares
Las obras de y en torno a Pierre Bourdieu sitúan a los campesinos directa-
mente en la estructura social nacional, considerando las interacciones entre los cam-
pesinos y los demás grupos sociales: en primer lugar, desde el punto de vista de la
posición en el aparato de producción teniendo en cuenta la imposibilidad de la re-
producción social del campesinado; pero más aún, desde un punto de vista cultural,
y este es el segundo gran aporte de este grupo de investigación, con la noción de
“clase objeto”. Los campesinos son ahora parte de la sociedad global, pero están con-
finados a su parte más baja. Como si su integración se hubiera producido a costa de
su dominación social, aquí presentada como total.
Pierre Bourdieu también se inscribe en una visión antropológica del mundo
campesino históricamente cerrado, trazando el paralelismo entre el contexto colonial
(el desarraigo de los campesinos cabilas) y los mundos rurales franceses (la descam-
pesinización vista desde Béarn). Oponiendo también tradición y modernidad, re-
toma el análisis de la “apertura” de los mundos campesinos, como fenómeno histó-
rico principalmente propio de la posguerra. El mundo cerrado (viajes limitados, ais-
lamiento geográfico, autoconsumo, ascetismo, homogamia social) característico de
los mundos campesinos, les habría permitido desarrollar una cultura y una econo-
mía autónoma para oponerse al mundo dominante. El universo infinito (Bourdieu,
2002: 221) (dependencia de mercados y bienes industriales, consumo, movilidad
geográfica...) de su condición moderna imprime, por lo tanto, una dominación de
valores y estilos de vida urbanos. “De todos los grupos dominados, la clase campe-
sina, sin duda porque nunca se ha dado o nunca se le ha dado el contradiscurso
capaz de constituirla en sujeto de su propia verdad, es el ejemplo por excelencia de
la clase objeto, obligada a formar su propia subjetividad a partir de su objetivación
(y muy cercana en esto a las víctimas del racismo). De estos miembros de una clase
desposeída del poder de definir su propia identidad, no se puede ni siquiera decir
que tienen lo que son ya que la palabra más vulgar para designarlos [campesino]
puede funcionar, a sus propios ojos, como un insulto. […] Dominadas incluso en la
producción de su imagen del mundo social y en consecuencia de su identidad social,
las clases dominadas no hablan, son habladas” (Bourdieu, 1977: 3-4).
Aquí, los campesinos representan un contexto popular dominado económica-
mente, con bajos ingresos y dependiente de las industrias agroalimentaria y banca-
ria. Pero es un mundo igual de dominado culturalmente, con el bajo nivel de escola-
ridad que durante mucho tiempo ha relegado al campesinado al último rango de las
clases sociales, entre tanto el celibato de los hombres atestiguaría su pérdida de valor
en el mercado matrimonial (Bourdieu, 1962). Finalmente, los campesinos son domi-
nados simbólicamente, encarnando una forma de vida estigmatizada por la reivin-
dicación del ocio y el consumo por parte de los asalariados urbanos. Los campesinos
eran el arquetipo de las comunidades rurales y se convierten en el arquetipo de las
clases populares.
Sin embargo, se pueden formular varias críticas a estos trabajos. La primera
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tiene que ver con un comentario que ha sido válido para todos los estudios rurales
hasta ahora, el enfoque casi exclusivo en el grupo campesino o agrícola. Los obreros
rurales y la categoría ascendente de empleados permanecen apenas visibles, como
si los mundos agrícolas estuvieran siempre superpuestos a los mundos rurales, aun
cuando los datos resaltan la marcada diversidad social del campo en esa época (La-
ferté & Renahy, 2013). La segunda es la homogeneización demasiado pida del
grupo agrícola. Al centrarse en el pequeño campesinado de pequeños policultivos
(el caso de Béarn, luego las tierras de Patrick Champagne en Mayenne y Bresse),
ignora otros grupos agrícolas, en particular los viticultores y los cultivadores de ce-
reales que, al mismo tiempo, apuestan por la modernización y el enriquecimiento. Y
esto plantea un problema importante, porque si de hecho el análisis de la clase objeto
es válido para las fracciones empobrecidas de la agricultura, se contradice en gran
medida para el resto del grupo agrícola que en el período parece ser cualquier cosa
menos una "clase denominada". El peso político de los agricultores, en particular a
través de la construcción sindical y el sistema de cogestión y luego la PAC, muestra
una politización muy avanzada del grupo que ha logrado hasta hoy mantener un
alto nivel de recursos blicos (Coulomb et al., 1987). Finalmente, los grupos rurales
vuelven a estar mayoritariamente caracterizados por su arcaísmo, aunque para mu-
chos participen plenamente de la modernidad política y económica.
Deconstrucciones historiográficas de las representaciones antropológicas de la ruralidad
De manera aún más evidente, la historia contemporánea ha desnaturalizado
las representaciones estáticas del campo francés, que supuestamente iba a autodes-
truirse durante los Trente Glorieuses. El campo francés, incluso antes de la moder-
nización agrícola, parece no haber sido nunca el sector aislado teorizado por antro-
pólogos y sociólogos. Mientras algunos autores describen la pequeña explotación
rural autárquica del siglo XIX (Mayaud, 1999), el argumento es matizado por la arti-
culación, desde la Edad Media, del autoconsumo y el mercado (Aymard, 1983). De
manera más general, los historiadores (o ciertos etnólogos pioneros como Martine
Segalen, Thiphaine Barthélémy, Georges Augustins) insisten en los cambios mayo-
res que fueron: las migraciones y las micro movilidades, incluso antes del siglo XIX
(Rosental, 1999; Fontaine 1993 Hubscher, 2005); el acceso al mercado de la tierra a
partir del siglo XVIII por parte del campesinado (Béaur, 2000) se prolongó hasta el
siglo XX (Laferté 2013); el control político del campo por parte de las prefecturas,
subprefecturas y ayuntamientos con el establecimiento de las instituciones de la Ter-
cera República, la escuela republicana, el reclutamiento militar (Vigier, 1991; Weber,
1976) o incluso la politización del campo (Mischi, 2010; Lynch, 2002) a principios del
siglo XX; la introducción de los ferrocarriles en el siglo XIX, la nacionalización y
luego la internacionalización de los mercados agrícolas (Chatriot et al., 2012) a través
de la tecnología y el control del frío (Nadau, 2005), la ley (Stanziani, 2005) o el crédito
(Postel-Vinay, 1998), del siglo XVI al XIX. Sin negar el impacto de la modernización
del campo de posguerra, es importante reinscribirlo en un conjunto cronológico
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mucho más amplio.
Además, la caída de la población agrícola permite ver cómo los mundos rura-
les también son históricamente, y hoy mayoritariamente, mundos populares de eje-
cución. Esta presencia obrera se enmarca en las transformaciones industriales y ar-
tesanales del siglo XIX con la pluriactividad, protoindustrialización e incluso la gran
industria (Dewerpe, 1985; Terrier, 1996). Parte de la Segunda Revolución Industrial
y del traslado a las fábricas de la clase obrera se hizo en el campo.
Se trata entonces de una triple dicotomía que la historia rural permite superar
para reconstruir el objeto rural: la oposición tradición/modernidad que ignora el
peso de la agricultura y de la producción rural en la modernización económica y
social francesa; la fuerte oposición entre los mundos rurales y los mundos urbanos;
el enfoque sobre el grupo agrícola para captar todos los grupos sociales rurales.
Sociología de los mundos agrícolas versus sociología de los grupos sociales
La deconstrucción del objeto de los estudios rurales provocó un declive de
trabajos sobre los espacios rurales (Rogers, 1995). La conceptualización de los estu-
dios rurales ha sido abandonada y, en la literatura, ahora son los grupos sociológica
y políticamente construidos a escala nacional e internacional los que animan a las
personas sociales que residen en los espacios rurales. En esta perspectiva, y al mar-
gen de la sociología del medio ambiente que ha sustituido la temática de la natura-
leza por la de la ruralidad, contribuyendo en parte a subestudiar la cuestión social
del campo (ver por ejemplo Mormont 2009), en Francia, dos corrientes se re-desarro-
llaron en el análisis de los grupos sociales que residen en las zonas rurales. La pri-
mera se denomina “sociología de los mundos agrícolas” (Hervieu & Purseigle, 2013)
y la segunda, a la que adherimos, “sociología de los mundos rurales” (Bessière et al.,
2007)
La primera corriente se centró en los agricultores. Esto es lo que Bertrand Her-
vieu y François Purseigle llaman la transición de una “sociología de las colectivida-
des a una sociología de los agricultores” (Hervieu & Purseigle, 2013, p. 104). Podría-
mos precisar una sociología de la agricultura, ya que los agricultores son abordados
principalmente en el escenario de la profesión, el trabajo, las organizaciones y las
ramas de la agricultura. De acuerdo con el último trabajo de Henri Mendras, los
agricultores ahora se entienden como un grupo profesional unido por una red insti-
tucional y organizativa particularmente fina, tanto a nivel nacional como local. En
este sentido, podemos citar los trabajos de Bruno Lémery (Lémery, 2011; Lémery et
al., 2008) y Claude Compagnonne (Compagnonne et al., 2009) sobre los asesores
agrícolas y las diversas profesiones agrícolas, los de François Purseigle (Purseigle ,
2012; Purseigle & Chouquer, 2013) sobre la agricultura empresarial, los de Roger Le
Guen (Le Guen, 2011) sobre la construcción política y sindical del grupo profesional,
los de Jacques Rémy (Rémy, 1987; 1990) sobre la traducción estadística de estos es-
fuerzos políticos. Más recientemente, el trabajo sobre los sectores orgánicos o alter-
nativos está en pleno desarrollo (Leroux, 2011; Lamine 2011). Esta sociología del
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grupo profesional y de los sectores agrícolas se emancipa del método monográfico,
trasladando la problemática de la especificidad de un espacio local a la de la estruc-
turación profesional del grupo agrícola a escala nacional.
De manera complementaria, otra sociología busca reevaluar la posición social
de los agricultores, no en el escenario profesional, pero en relación a su patrimo-
nio, sus ingresos, su capital, sus prácticas políticas y culturales, y en comparación
con los demás grupos sociales. Los primeros resultados de estos trabajos retoman la
observación de la fragmentación del grupo agrícola entre movimientos de empobre-
cimiento prolongado, particularmente en zonas de montaña y en pequeños policul-
tivos (Chandivert, 2012), y todo lo contrario, formas de gentrificación y de aburgue-
samiento, especialmente para viticultores y cerealistas que forman las franjas domi-
nantes de la burguesía económica en las zonas rurales (Laferté, 2013). Pero a dife-
rencia de Marcel Jollivet, esta literatura sobre los campesinos no delimita la relación
de clase a una lucha interna en las aldeas y la inscribe en el conjunto de la estructura
social nacional y del territorio nacional. A diferencia de las otras categorías socio
profesionales relativamente homogéneas en el territorio, el grupo agrícola es muy
diverso a nivel nacional según regiones agrícolas y especialización productiva. A la
burguesía viticultora de la Champaña o de la Borgoña, a los grandes cultivadores de
cereales de Beauce e incluso a la burguesía del Châtillonnais se les oponían los cria-
dores de montaña o los pequeños policultivadores. Además, dentro de una misma
región agrícola, subsiste una importante diferenciación social del grupo agrícola se-
gún el tamaño y posición en el proceso productivo de los terrenos (Bessière, 2010).
Como resultado, los agricultores son un grupo que está, simultáneamente, en la
parte inferior de la estructura social francesa, con una forma de vida muy precaria a
pesar de una relativa acumulación de patrimonio que los distingue de otras fraccio-
nes de las clases populares, y en la parte superior con franjas que pertenecen clara-
mente a fracciones estabilizadas de la burguesía, incluso de la alta burguesía, como
por ejemplo en la viticultura de lujo.
Esta diferenciación social se observa, cada vez más, en el escenario político
con marcadas divergencias que resquebrajan la unidad sindical (Bessière et al., 2013).
Además, el cierre” del mundo agrícola, como el conjunto de la llamada sociedad
campesina de ayer, es mucho más débil hoy que ayer. A partir de ahora, las familias
campesinas ya no están “aisladas de la escuela” (Grignon, 1968, p. 218) y los hijos de
los agricultores tienen un nivel educativo comparable al de las profesiones interme-
dias (Laferté, 2013, pp. 485-510) mientras que en la década de 1970 estaban por de-
bajo de los obreros (Jegouzo & Brangeon, 1976). Del mismo modo, las parejas son
cada vez menos homógamas y la regla, especialmente para los más jóvenes, es el
matrimonio socialmente mixto, la mayoría de las veces con un nivel social de las
esposas que corresponde al nivel de ingresos agrícolas (Giraud & Remy, 2008).
Pero más allá del grupo agrícola, desarrollar una visión en términos de clases
sociales hoy es parte de un movimiento intelectual en el corazón de la sociología
contemporánea, particularmente en Francia (Lebaron, 2012, p. 282). Hablar de clases
sociales en el campo supone vincular nuestro trabajo a la redefinición de la clase
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obrera por su disolución en las clases populares (Siblot, 2015), momento importante
en los años 1990-2000, protagonizado por trabajos fundacionales (Weber, 1989; Sch-
wartz, 1990; Retière, 1994a; Beaud & Pialoux,1999; Schwartz, 2011). En esta veta, y
con la idea de diferenciar las clases populares, el trabajo sobre las clases populares
rurales se centró en monografías de aldeas y villas industriales históricas que reve-
laban un mundo social fundamental en el campo pero hasta ahora poco estudiado
(Renahy, 2005; Mischi, 2011). Más recientemente, se han desarrollado investigacio-
nes sobre áreas periurbanas (Girard, 2009). Nuevos estudios comienzan a emanci-
parse de este primer grupo de obreros de las industrias del campo, en particular con
trabajos recientes: sobre obreros agrícolas migrantes, franjas invisibles del proleta-
riado agrícola (Crenn & Tersigni, 2011; Décosse, 2011); sobre los márgenes más in-
dependientes de las clases populares, como la tala (Gros, 2012; Hanus, 2013); sobre
el artesanado (Perrenoud, 2008; Mazaud, 2010); sobre asociaciones y voluntarios (Re-
tière, 1994b). Sin embargo, salvo raras excepciones (Fradkine, 2013), es difícil por el
momento vislumbrar obras que retomen reflexiones contemporáneas sobre las clases
superiores (Pinçon & Pinçon- Charlot, 2007; Cousin & Chauvin, 2013; Cousin, 2013
Denord et al., 2011; Tissot, 2011; Naudet, 2012; Bouffartigue et al., 2011) para posi-
cionar mejor a las fracciones rurales de la burguesía contemporánea, tanto en sus
relaciones con las clases trabajadoras como en su posicionamiento en la estructura
social nacional. Aquí, evidentemente, perdemos la idea central de una construcción
relacional de clases sociales.
¿De qué clases sociales estamos hablando?
En este punto de la discusión, parece importante aclarar qué entendemos por
clase social. La noción está perdiendo vigor en el debate público y rara vez es un
término autóctono. En las ciencias sociales, la expresión se refiere a un concepto cam-
biante. En trabajos contemporáneos se podría hablar de una relativa dilución teórica
y política de las clases sociales, como en ciertos usos anglosajones, que refieren el
término a la idea de grupo social (por ejemplo, Goldthorpe, 2004; Devine, 1997).
Además, el abandono del vocabulario de clase por parte de muchos representantes,
o más bien la decadencia de los representantes históricos de la clase obrera, presu-
pone la exclusión del concepto sociológico de la idea de conciencia de clase. En el
mejor de los casos, hoy podríamos identificar una conciencia de pertenencia a gru-
pos socio profesionales. En el sentido político y marxista del término, sin conciencia
de clase ya no habría clase, excepto, indudablemente, para la alta burguesía (Pinçon
& Pinçon-Charlot, 2007).
Pero entonces, ¿qué debemos conservar hoy, en ciencias sociales, de la noción
de clase social? La noción de clase refleja un tiempo histórico particular, el de las
sociedades industriales, en el cual la definición social de las personas se articula,
primero, a su posición profesional. Desde un punto de vista analítico, la clase social
permite articular la posición en las relaciones de producción y la desigualdad social
entre grupos sociales. Hablar de clases se justifica para evocar el prolongado
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aumento de las desigualdades en las sociedades occidentales bajo el efecto reciente
de la financierización, las sucesivas crisis económicas y la ausencia de shock político
(Piketty, 2013). Entre otros, Louis Chauvel señala que sucesivas encuestas han po-
dido demostrar que, si la identificación con una clase había disminuido a finales del
siglo XX, por el contrario, las desigualdades entre grupos socio profesionales habían
aumentado a favor de una redistribución de valor añadido más favorable al capital.
La revelación de las desigualdades a través de la expresión de clases sociales, de-
sigualdades ligadas a la estructura misma de las sociedades capitalistas basadas en
la ganancia y en la lucha por la distribución de la riqueza entre los poseedores del
capital y los trabajadores, son sin duda lo más consensuado de la noción, una noción
que se puede encontrar en los escritos de autores que, a pesar de ello, se alejan de la
tradición marxista, como Louis Chauvel (2001) o François Dubet (2012).
Pero claro, no todos los sociólogos hablan de clase. Muchos prefieren la noción
más neutra de estratificación social, una descripción técnica o incluso normal o na-
tural de la jerarquía social. Además, una parte de la sociología adopta paradigmas
que revalorizan el lugar del individuo, gracias al desarrollo de las encuestas etno-
gráficas, interaccionistas, la confiscación de las encuestas estadísticas por la estadís-
tica administrativa y el abandono de los principales paradigmas holísticos (mar-
xismo, estructuralismo, funcionalismo). En esto, el propio concepto de clase sigue
siendo un marcador científico, pero también político, ya no de una sociología mar-
xista sino más bien, en Francia, de una sociología crítica que sigue la estela de Pierre
Bourdieu. A partir de la obra La distinción, las clases sociales son la burguesía, la
pequeña burguesía -más que las clases medias- y las clases populares.
Asemejar los grupos sociales a una clase requiere pensar de una manera que
no sea estática ni realista, sino relacional con las posiciones y la distribución de la
riqueza en una sociedad determinada. En este contexto, las relaciones culturales y
simbólicas son tan importantes como las relaciones políticas y económicas. Pierre
Bourdieu, con la noción de espacio social, estructurado principalmente por sus dos
dimensiones económica y cultural, permite comprender la relación de clases en una
jerarquía de múltiples posiciones. Más aún, la noción de espacio social permite in-
cluir una descripción subjetiva o más bien relativista de la estructuración social, con
la idea de incorporación de la estructura social, según la posición y las posibilidades
sociales de las personas. De ahí nuestro apego a la expresión de espacio social que
en definitiva preferimos a la de estructura social que puede tener un inconveniente
doble, es una jerarquía lineal, reconstruida estadísticamente, y una referencia estruc-
turalista demasiado densa. En esta vena sociológica, la lógica de la dominación cons-
tituye el corazón de la palabra clase con todos los esfuerzos de la burguesía, esfuer-
zos diferenciados según fracciones económicas o culturales, para legitimar su domi-
nación gracias a una distinción social y cultural. Desigualdad social, dimensión eco-
nómica y cultural, principio de la dominación social reforzado por una labor de le-
gitimación cultural de las clases superiores que justifica el enfoque relacional y no
realista, o peor, sustancialista de las clases sociales, estos parecen ser los elementos
que definen la palabra clase en nuestra filiación académica, noción de clase
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articulada a la de espacio social. Así pues, se trata de extender este enfoque, traba-
jando la dimensión territorial y residencial de este espacio social.
Espacios sociales localizados de mundos rurales por etnografiar
El análisis de los mundos rurales preocupados por la interdependencia de los
grupos sociales debe, por lo tanto, evitar dos escollos: el del presentismo de los tra-
bajos sociológicos previos, de ahí la necesidad de incorporar el análisis histórico; y
el del estudio de un campo circunscrito de actividades sociales, para poder estudiar
el conjunto de los grupos de los mundos rurales. Para ello, hemos propuesto una
metodología, la etnografía colectiva: colectiva en un doble sentido, a través de la
reutilización de datos recogidos por investígadores en el pasado y a través de la
puesta en común contemporánea de los datos (Laferté, 2006b).
La revisión etnográfica consiste en volver al terreno de investigaciones pasa-
das. Frente a la literatura mayoritariamente anglosajona (Burawoy, 2003; Sigaud,
2008; Rigg & Vandergeest, 2012), la revisión colectiva que hemos realizado en Châ-
tillonnais (fondo RCP Châtillonnais, fondo Minot, fondo Fl. Weber) se destaca por-
que se trata de una escala sin precedentes, una revisión colectiva de encuestas colec-
tivas, modalidades de encuesta en parte específicas de este campo de estudio en
Francia (Burguière, 2005; Paillard et al., 2010). Los archivos de encuestas etnográficas
ofrecen datos históricos sobre la gente común (y no sólo sobre las instituciones pú-
blicas o la burguesía), adaptados a los ojos de los etnógrafos contemporáneos y va-
liosos para la historia social rural contemporánea. Estos archivos de encuestas repre-
sentan herramientas privilegiadas para captar tanto la historicidad de las sociedades
estudiadas como la historicidad de la mirada científica. Los trabajos realizados pre-
viamente incluían un componente histórico significativo (Wolikow, 1967), y me-
diante esta revisión, nos equipamos para incluir desarrollos históricos de largo
plazo.
Ahora bien, la etnografía colectiva también incluye una co-presencia en te-
rreno. Esto ofrece ventajas, en particular ofrece la posibilidad de investigar grupos
en conflicto, en interconocimiento, distribuyendo a los etnógrafos en varios puntos
del espacio social. Este dispositivo es raro y permite sortear el escollo de la etnografía
individual necesariamente centrada en un grupo social. La etnografía colectiva abre
la posibilidad de describir, de manera inductiva, grupos sociales en tensión, en de-
finitiva, de comprender relacionalmente la estructura social.
Como parte de la etnografía colectiva realizada en Châtillonnais, un área agrí-
cola e industrial escasamente poblada, pudimos especificar las formas del espacio
social localizado que se investigó (Laferté, 2013).
5
Para las categorías sociales más
altas, encontramos una gran burguesía reducida al veraneo (ex-familias de notables
y burgueses con gustos aristocráticos); una infrarrepresentación de altos directivos
marcada por una alta rotación con movilidad geográfica impuesta por su carrera
5
Para mayores detalles sobre este colectivo de investigadores ver: http://www2.dijon.inra.fr/ce-
saer/axes/groupessociauxetmondesruraux/encadrementetsociabilitedansles mondesruraux/
De los estudios rurales al análisis de espacios sociales localizados 45
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profesional, el tiempo de gestión de un sitio operativo del grupo grande o de la gran
administración a la que pertenecen; residentes secundarios con diplomas, profesio-
nes culturales y artísticas con doble residencia. Una parte de estos grupos actúan
poco en los espacios políticos y sociales locales, espacios que perciben como perifé-
ricos a la centralidad que ellos mismos encarnan. Estos dominantes de la estructura
social nacional son tan notables en las zonas rurales que su escasez los distingue.
Pero, aunque estén presentes intermitentemente o sin capital de autoctonía, muchos
pertenecen en menor grado al espacio social localizado.
La élite local, en el plano económico, está formada por agricultores, indepen-
dientes y una élite cualificada reducida a las profesiones liberales, a la que se suma
una pequeña burguesía cultural residente limitada (maestros, mandos intermedios
de administraciones, bancos, pymes... involucrados en una movilidad que es más
local o incluso regional que nacional). Es principalmente dentro de esta élite local
donde se desarrolla la lucha política por el acceso al poder local. Pero, contraria-
mente al primer grupo, ¿está garantizado que un burgués de una subprefectura rural
lo sea igualmente en París? Estos pequeños burgueses dominantes en el espacio so-
cial relacional localizado muy a menudo ocupan posiciones dominadas a nivel na-
cional, aunque su posición como dominantes localmente los distingue de la pequeña
burguesía urbana por el posible acceso a posiciones políticas, representativas, cultu-
rales, centrales en su espacio de vida.
Las clases populares son, lejos, las más numerosas. Se encuentran fragmenta-
das, poco cualificadas, viven en núcleos industriales o se centran en tareas artesana-
les. La población masculina realiza, mayoritariamente, actividades de economía pre-
sencial y turística (construcciones, ocio), o específicamente rural (explotación fores-
tal, extracción de piedra) y las mujeres se desempeñan en actividades de servicios.
El problema del subempleo y, en general, del aislamiento femenino sigue sin resol-
verse en las zonas más remotas del territorio. Estas primeras fracciones artesanales
rurales se reúnen poco con otra fracción de estas clases populares rurales, empleadas
en polos industriales. Estos grupos generalmente están excluidos de la representa-
ción política.
Este primer análisis debería sistematizarse, contrastarse mediante encuestas
comparativas y trabajos estadísticos articulados con la zonificación de áreas urba-
nas/periurbanas/otras áreas. Hoy en día, los agricultores son una minoría en las
zonas rurales (9,5% en la antigua zona predominantemente rural, cifras de población
activa del INSEE 2009) en las cuales dominan las clases populares, principalmente
obreras (33,1% obreros, 6% de ejecutivos y 17,3% de profesiones intermedias frente
a, respectivamente, 23,8%, 15,3% y 24,3% para el conjunto de Francia). Los jubilados
forman un grupo cada vez mayor, comparable con la función recreativa y residencial
y las funciones productivas del campo. ¿Podemos encontrar repetidamente la mor-
fología social de este primer campo colectivo de investigación, o debemos distinguir
varios tipos de espacios sociales localizados en los mundos rurales? A priori, habrá
que caracterizar la composición social de los “otros espacios”, según su historia eco-
nómica y social y su especialización contemporánea, turística, agrícola o industrial,
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incluso montañera. Del mismo modo, los pequeños polos rurales, en nuestra inves-
tigación en Châtillonnais, concentran a las clases populares cuando las aldeas son
sociológicamente más diversificadas, y acogen s ampliamente a profesiones in-
termedias y superiores sin que podamos decir que pasa lo mismo en otros lugares.
Así, con respecto a la estructuración social de las grandes ciudades, los límites
relativos de los grupos sociales en los mundos rurales parecen estar desplazados
hacia abajo (menos capital) y hacia la derecha (capital cultural más bajo). Estas clases
populares sufren un distanciamiento acentuado de los bienes escasos, en particular
los servicios al centro de la reproducción/movilidad social, como la escolarización,
la educación, el ocio cultural o la salud. Al mismo tiempo, esta estructura objetiva
reforzada de dominación también se suaviza subjetivamente por la relativa distancia
a las clases superiores concentradas en los centros urbanos, favoreciendo recursos
populares como el capital de la autoctonía estructurado en torno al parentesco y la
sociabilidad (Renahy, 2010). Para las clases populares, los espacios rurales parecen
duplicar su desclasamiento, pero simultáneamente ofrecen una revalorización rela-
tiva de su posición y de sus recursos localizados.
Estas relaciones de dominación social son, por supuesto, parte del escenario
económico, con formas acentuadas de paternalismo, tanto en las pequeñas empresas
como en las unidades industriales marcadas por historias familiares. Sin embargo,
como en todas partes, la concentración industrial refuerza las formas burocráticas
de dominación. Pero una de las singularidades de los espacios rurales concierne cier-
tamente a las relaciones de distinción social en el escenario del ocio o de la vivienda,
estructurando la lucha por el legítimo gusto por el campo y la naturaleza respecto
de lo que ciertos autores denominan como “gentrificación rural” (Phillips, 1993). Las
competencias sociales específicas en torno al uso del espacio, la definición de edifi-
caciones (patrimoniales versus residenciales), la conservación de paisajes (agrícolas,
eólicos, paisajes forestales... versus paisajes recreativos con competencia para usos
recreativos, golf, montañismo, motocross, caza) caracterizan las zonas rurales
(Chamboredon, 1980). Es en un modo prolongado de dominación personalizada, en
la escena privada y de ocio, que se organizan muchas de las relaciones de domina-
ción social en el campo.
Desnacionalizar y desestatizar el análisis de las clases sociales
Para concluir, nos gustaría ampliar una última idea. Efectivamente, después
de la deconstrucción del objeto rural a causa de la nacionalización de los mercados
y la estructura social, con la noción de espacio social localizado, se trata, por su-
puesto, de reexaminar el prisma estatal y nacional de la estructuración social: “La
edad de oro de las clases sociales y de la sociología de las clases concebida como una
sociología general fue la de las sociedades industriales nacionales que construyeron
su integración y su estado de bienestar en torno a los conflictos de clase. Esta época
estableció una fuerte correspondencia entre el análisis económico y el funciona-
miento de la sociedad ya que el sistema económico se desplegaba en la nación, al
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abrigo de su moneda y de sus tipos de cambio. […] Mientras vivimos en sociedades
industriales nacionales, es decir, en sociedades dominadas por una burguesía nacio-
nal, protegidas por fronteras y monedas nacionales, esta representación socioeconó-
mica de las desigualdades en términos de clase fue relativamente hegemónica. (Du-
bet, 2012, p. 263). Así, la herramienta práctica de medición empírica de clases socia-
les, el PCS, se construyó a escala nacional, según una lógica de convención por ramas
profesionales y al servicio del aparato estatal. Asimismo, estas afirmaciones se ade-
cuan fácilmente a la sociología de Pierre Bourdieu, quien dejaba en suspenso la arti-
culación entre los espacios sociales y geográficos, situando implícitamente su teori-
zación de lo social en el marco del Estado-Nación. Aunque era consciente de la dife-
renciación localizada de la estructura social (Bourdieu, 1966: 202-203), Pierre Bour-
dieu imaginó la constitución local de la estructura social como un efecto de pantalla
que caída con la primera nacionalización de los campos (Ripoll, 2013). Esta miopía
social de la escala local debió integrarse por nuestra parte en la preocupación por
captar la subjetividad de la estructuración social, en la cual cada agente construye
su habitus a partir de su punto de vista social y geográfico, visión de la clasificación
que, necesariamente, depende de la posición ocupada en la clasificación, un enfoque
que se ocupa de una aprehensión relacional de los grupos sociales.
Hoy es fácil admitir que se han diversificado las escalas de fuerzas que actúan
a distancia en los procesos de localización de los grupos sociales. Es cierto que el
Estado conserva un papel preponderante a través de la presencia, a pesar de su re-
lativa retirada, de instituciones públicas (escuelas, hospitales, juzgados, equipa-
mientos, autoridades locales, la ONF). Las interacciones con la diversidad de insti-
tuciones públicas obviamente siguen siendo estructurantes en la construcción de
grupos sociales. Asimismo, la política industrial del Estado, en particular para acti-
vidades peligrosas, nucleares o militares, o a través de empresas públicas o parapú-
blicas (SNCF, EDF, La Poste), tiene consecuencias directas en los espacios rurales.
Pero los espacios sociales localizados de los mundos rurales se reconfiguran igual-
mente por la evolución de los mercados y el capitalismo (concentración industrial y
control a distancia, actividades industriales que resisten mejor en las zonas rurales...)
y particularmente por la reconfiguración del sistema agroalimentario (globalización
de los mercados y al mismo tiempo agricultura de circuitos cortos, Mardsen et al.,
1990, p. 12).
El Estado acompaña o se resiste a estos desarrollos producidos por las políti-
cas de los grandes grupos globales y de las sociedades civiles internacionales, pero
claramente ya no es el marco que era ayer en la construcción y ubicación de los gru-
pos sociales. La acción pública se está redesplegando a escala europea, como suele
ser el caso de la agricultura con la PAC. Del mismo modo, los desarrollos en el mer-
cado inmobiliario, en particular el aburguesamiento de los centros de las ciudades a
medida que las actividades de toma de decisiones se concentran en las metrópolis y
que las clases populares se repliegan en áreas rurales distantes, también están dando
forma a los grupos sociales de los mundos rurales. Además, el gusto por el paisaje y
la construcción del campo como espacio de ocio generaron un aumento constante
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del índice de segundas residencias desde la década de 1970. Este flujo de franceses
y extranjeros, principalmente del norte de Europa, hace referencia a percepciones
del paisaje rural encarnadas por una Francia rural para la cual el Estado juega un
papel, pero secundario. Así, el lugar de los espacios rurales en la división social de
los territorios es el resultado de juegos de competencias y cooperaciones complejas
e inequívocas en diferentes campos más o menos internacionalizados (económico,
político, cultural, etc.) en los que el marco del Estado-Nación ya no es el único o
principal horizonte estructurante. Si la diferenciación de las actividades sociales es
cada vez menos coordinada a nivel del Estado-Nación (Sapiro, 2013), se hace nece-
sario, por tanto, desnacionalizar y desestatizar el análisis de los sistemas de restric-
ciones que configuran la morfología de los espacios sociales. Si el Estado sigue
siendo un actor central que nos impone constantemente una sociología política de
los territorios, otros actores macro-sociales igualmente multiformes y, por cierto, no
limitados a las fronteras nacionales, deben ser incorporados para comprender espa-
cialmente la estructuración social.
Al hablar de espacio social localizado, pretendemos contribuir a desnaciona-
lizar el espacio social articulando la morfología social local a procesos más globales
(Estado, Europa, mercados...) cuyo espacio monográficamente estudiado es sólo una
realización localizada, en declive, según su historia (pasado agrícola, industrial…) y
su geografía (distancia a la ciudad, potencial desarrollo turístico…), las funciones a
las que la predestinan las evoluciones macrosociales.
En este sentido, nuestro enfoque no es en modo alguno específico de los mun-
dos rurales y la sociología urbana contemporánea apuesta por un programa simé-
trico. Podemos pensar en trabajos sobre segregación urbana y escolar, donde a un
mismo nivel social en la estructura nacional, los niños tendrán diferentes oportuni-
dades en el territorio, según el capital de los grupos sociales presentes (sobrevalo-
rando o desvalorizando el capital social de la familia del niño) y según la oferta es-
colar disponible en el entorno (Poupeau & François, 2008). Así, en el territorio nacio-
nal, el valor relativo del capital económico, social y cultural varía en el acceso a bie-
nes escasos.
El análisis de la espacialización de los grupos sociales, bien estudiados a escala
de la ciudad (Préteceille, 2006) o de los barrios, ya sea para barrios gentrificados (Co-
llet, 2012; Tissot, 2011), centros políticos y de toma de decisiones (Laurens et al. 2012),
los suburbios residenciales (Cartier et al. 2008), o incluso los barrios de la burguesía
económica (Cousin, 2013), barrios que funcionan como tantos espacios sociales loca-
lizados, cuya variedad no es en definitiva infinita como la sugeriría la idea de “lo-
cal”, debe extenderse a los mundos rurales. Las dimensiones espacializadas y loca-
lizadas del espacio social no se presentan en formas variadas e infinitas, sino que son
tipificables, según la historia y la geografía del territorio estudiado, según su distan-
cia de los bienes y equipamientos escasos, y según las experiencias sociales prácticas
que configura.
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De los estudios rurales al análisis de espacios sociales localizados.
Fecha de recepción: 22/05/2022
Fecha de aceptación: 12/07/2022