Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 48 | 1er. Semestre de 2018
Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 48 - 1er semestre de 2018
Documentos
Bicentenario del nacimiento de Carlos Marx
Palabras de Federico Engels en el entierro de Carlos Marx.
Londres, 17 de marzo de 1883.
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El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pen-
sar el más grande pensador viviente. Apenas le habíamos dejado solo
dos minutos, cuando al volver le encontramos serenamente dormido en
su sillón, pero para siempre.
Imposible medir en palabras todo lo que el proletariado militante
de Europa y América, todo lo que la ciencia histórica pierden con este
hombre. Harto pronto se hará sensible el vacío que abre la muerte de
esta imponente figura.
Así como Darwin descubrió la ley de la evolución de la natura-
leza orgánica, Marx descubrió la ley por la que se rige el proceso de la
historia humana, el hecho, muy sencillo -pero que hasta él aparecía
soterrado bajo una maraña ideológica-, de que antes de dedicarse a la
política, a la ciencia, al arte, a la religión, etc., el hombre necesita, por
encima de todo, comer, beber, tener donde habitar y con qué vestirse
y que, por tanto, la producción de los medios materiales e inmediatos
de vida, o lo que es lo mismo, el grado de progreso económico de cada
pueblo o de cada época, es la base sobre la que luego se desarrollan las
instituciones del Estado, las concepciones jurídicas, el arte e incluso las
ideas religiosas de los hombres de ese pueblo o de esa época y de la que,
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por consiguiente, hay que partir para explicarse todo esto y no al revés,
como hasta Marx se venía haciendo.
Pero no es esto todo. Marx descubre también la ley especial que
preside la dinámica del actual régimen capitalista de producción y de la
sociedad burguesa engendrada por él. El descubrimiento de la plusvalía
puso en claro todo este sistema, por entre el cual se habían extraviado
todos los anteriores investigadores, lo mismo los economistas burgueses
que los críticos socialistas.
Dos descubrimientos como estos parecen que debían llenar toda
una vida, y con uno solo de ellos podría considerarse feliz cualquier
hombre. Pero Marx dejó una huella personal en todos los campos que
investigó, incluso en el de las matemáticas, y por ninguno de ellos, con
ser muchos, pasó de ligero.
Así era Marx en el mundo de la ciencia. Pero esto no llenaba ni
media vida de este hombre. Para Marx la ciencia era una fuerza histó-
rica motriz, una fuerza revolucionaria. Y por muy grande que fuese la
alega que le causase cualquier descubrimiento que pudiera hacerse en
una rama puramente teórica de la ciencia -y cuya trascendencia prácti-
ca fuere muy remota y acaso imprevisible-, era mucho mayor la que le
producían aquellos descubrimientos que trascendían inmediatamente a
la industria, revolucionándola, o a la marcha de la historia en general.
Por eso seguía con tan vivo interés el giro de los descubrimientos en el
campo de la electricidad, y últimamente los de Marcel Deprez.
Pues Marx era, ante todo y sobre todo, un revolucionario. La ver-
dadera misión de su vida era cooperar a la emancipación del proleta-
riado moderno, a quien él por vez primera infundió la conciencia de su
propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones
que informaban su liberación. La lucha era su elemento. Y luchó con
una pasión, con una tenacidad y con unos frutos como pocos hombres
lo conocieron. La primera Gaceta del Rin en 1842, el Vorwaerts de Pas
en 1844, la Gaceta alemana de Bruselas en 1847, la Nueva Gaceta del Rin
en 1848 y 1849, la New York Tribune de 1852 a 1861, una muchedumbre
de folletos combativos, el trabajo de organización en las asociaciones de
París, Bruselas y Londres, hasta que por último vio surgir como corona-
ción y remate de toda su obra la gran Asociación Obrera Internacional;
su autor tenía verdaderamente títulos para sentirse orgulloso de estos
frutos, aunque no hubiera dejado ningunos otros detrás de sí.
Así se explica que Marx fuese el hombre más odiado y más ca-
lumniado de su tiempo. Todos los gobiernos, los absolutistas como los
republicanos, le desterraban, y no había burgués, desde el campo con-
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servador al de la extrema democracia, que no le cubriese de calumnias,
en verdadero torneo de insultos. Pero él pisaba por encima de todo
aquello por como sobre una tela de araña, sin hacer caso de ello, y sólo
tomaba la pluma para contestar cuando la extrema necesidad lo exigía.
Este hombre muere venerado, amado, llorado por millones de obreros
revolucionarios como él, sembrados por todo el orbe, desde las minas de
Siberia hasta la punta de California, y bien puedo decir con orgullo que,
si tuvo muchos adversarios, no conoció seguramente un solo enemigo
personal.
Su nombre vivirá a lo largo de los siglos, y con su nombre, su
obra.
Tomado de:
Franz Mehring. Carlos Marx. Grijalbo, Barcelona, 1967.
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