Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 58 1er. semestre de 2023
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El campo de lo común y lo común en el campo.
Posibilidades, límites y alcances en la gestión colectiva
de las experiencias de acceso a la tierra mediante
el Instituto Nacional de Colonización en Uruguay (2005-2019)
Martina Otero
1
Resumen
El artículo indaga y reflexiona en torno a las formas de producción de lo común en
las experiencias colectivas de acceso a la tierra, mediadas por la intervención del
Estado a través de la política pública del Instituto Nacional de Colonización (INC)
en Uruguay. Se adopta como referencia el período 2005-2019 correspondiente con
las tres administraciones del gobierno del Frente Amplio que, entre otras cuestio-
nes, promovió la expansión de la política de acceso colectivo a la tierra.
Se toman seis experiencias colectivas que desarrollan la actividad ganadera y per-
miten conocer las implicancias de la organización colectiva junto a las subjetivida-
des que emergen, recuperando la voz de los protagonistas y sus experiencias. Se
pretende lograr una mirada dinámica que cuenta de los conflictos y los cambios
que se producen tanto en la organización como en la formación de los sujetos.
La perspectiva del marxismo y los estudios sobre la cultura, nutren la discusión,
poniendo en diálogo el análisis de las experiencias colectivas a la luz de tres con-
ceptos centrales: trabajo, cultura y producción de lo común. Los debates en torno a
estas categorías resultan sustantivos para la comprensión actual de las hegemonías
y las relaciones sociales en el agro uruguayo contemporáneo.
Palabras clave: Cuestión agraria - Trabajo - Cultura - Procesos colectivos - Políticas
públicas.
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Docente Asistente del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de
la República. E-mail: martina.otero@cienciassociales.edu.uy
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Summary
The field of the common and the common in the field. Possibilities, limits and
scope in the collective management of experiences of access to land through the
Colonization Institute in Uruguay
The article investigates and reflects on the forms of production of the common in
collective experiences of land access, mediated by state intervention through the
public policy of the National Colonization Institute (INC) in Uruguay. The period
from 2005 to 2019, corresponding to the three administrations of the Frente Amplio
government, is taken as a reference, during which the promotion of collective land
access policies was one of the key initiatives.
Six collective experiences involved in livestock farming are examined, which reveal
the implications of collective organization along with the emerging subjectivities,
capturing the voices and experiences of the protagonists. The aim is to achieve a
dynamic perspective that accounts for the conflicts and changes occurring both in
the organization and in the formation of the subjects.
The perspective of Marxism and cultural studies enriches the discussion, bringing
into dialogue the analysis of collective experiences in light of three central con-
cepts: labor, culture, and the production of the common. The debates around these
categories are essential for the current understanding of hegemonies and social
relations in contemporary Uruguayan agriculture.
Keywords: Agrarian question - Labor - Culture - Collective processes - Public poli-
cies.
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Introducción
La desigualdad en la forma de reparto de la tierra en Uruguay se remonta a
la época colonial y se ha mantenido sin alteraciones significativas por casi trescien-
tos años. En tanto problema social, los primeros antecedentes pueden ubicarse en
el período artiguista. Tal como queda reflejado en el “Reglamento provisorio de la
Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacenda-
dos”, el debate en esa época ya superaba la idea de la búsqueda del poblamiento
de la campaña, incorporando la cuestión del uso y la propiedad bajo la premisa
general “que los más infelices sean los más privilegiados”. Si bien es posible afir-
mar que el reglamento artiguista nunca logró ser implementado, es notoria su in-
fluencia en los diferentes intentos de regulación de la cuestión agraria, así como
también en la conformación de identidad y luchas de las organizaciones que se han
movilizado por el acceso a tierra a lo largo del siglo XX.
La regulación sobre las formas de propiedad de la tierra y ganado que pau-
taron el proceso de modernización temprana de la campaña sobre finales del siglo
XIX, sentaron las bases para el desarrollo de las relaciones sociales capitalistas en el
agro uruguayo, sustentadas en relación con la posesión de los medios de produc-
ción (tierra y capital). El latifundio extensivo ganadero se afirmó como modelo
sobre el que se estructuró la organización productiva y el tejido social en torno a él.
A mediados del siglo XX, en pleno auge regional de discusiones en torno a
los procesos de reforma agraria, la cuestión de la tierra ya formaba parte de la
agenda parlamentaria en Uruguay. Luego de un profundo debate, y respaldado
con la aprobación de todos los partidos con representación parlamentaria, el 12 de
enero de 1948 se definió la creación del Instituto Nacional de Colonización (en
adelante INC) bajo la figura de Ente Autónomo.
Mediante la promulgación de la Ley 11.029, el INC pasa a ser la institución
específica sobre la cual el Estado basa su intervención en la regulación de las rela-
ciones sociales de producción, objetivadas en las formas de uso y tenencia de la
tierra. Conforme a la visión de la época su cometido ya superaba los fines econó-
mico-productivos, enfatizando la función social de la tierra, tal como queda esta-
blecido en el Artículo N°1 que define por colonización al “conjunto de medidas a
adoptarse de acuerdo con ella para promover una racional subdivisión de la tierra
y su adecuada explotación, procurando el aumento y mejora de la producción
agropecuaria y la radicación y bienestar del trabajador rural” (Ley 11.029).
La ley sancionada en 1948 establece un marco jurídico excepcional que, con
más de setenta años de historia, se ha constituido en referencia a nivel internacio-
nal en materia de política pública para regular el acceso y uso de la tierra.
A pesar de la existencia del marco jurídico, el proceso histórico demuestra
cómo la existencia de la norma no ha resultado suficiente para alterar la desigual-
dad en las formas de distribución. Además del límite puesto por el prematuro cie-
rre de la frontera agrícola en Uruguay, la política colonizadora ha transitado dife-
rentes períodos producto de las definiciones políticas que han asumido los gobier-
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nos, marcando impulsos y frenos en el cumplimiento de sus cometidos.
Su período más crítico se ubica sobre el año 2002 en que, tras la crisis
desatada por el avance privatizador y retraimiento del Estado de la era neoliberal,
se pretendió el cierre del INC luego de varios años de desmantelamiento generali-
zado de la política pública.
La asunción del Frente Amplio en 2005 marca un hito fundamental. Luego
de su casi desaparición, el nuevo gobierno progresista definió fortalecer el INC a
través de la creación de nuevos instrumentos tributarios que permitieron, entre
otros aspectos, modernizar la institución y ampliar la cartera de tierras, priorizan-
do el derecho de uso por sobre la propiedad. Sumado a los cambios que hacen al
fortalecimiento institucional, la nueva política colonizadora (Vassallo y Chávez,
2014) se caracteriza también por el diseño de nuevos formatos, privilegiando el
acceso de forma asociativa a productores familiares y asalariados rurales.
La modalidad asociativa de adjudicación se presenta desde la política públi-
ca como estrategia para ampliar las oportunidades de crecimiento, socialización e
impacto territorial tanto a nivel de las familias colonas como de los colectivos. Bajo
este régimen se pretende atender dificultades de escala, así como el acceso a tecno-
logía e infraestructura que promueva la mejora de la productividad en los predios
y permita el acceso a tierra de sujetos que cuentan con escaso capital para la pro-
ducción.
A diferencia de la adjudicación tradicional individual/familiar, el acceso co-
lectivo está diseñado como estrategia complementaria a las actividades económicas
familiares y no como actividad exclusiva a realizar por parte de los colonos. Por
tanto, quienes son adjudicados tienen el desafío de lograr la integración entre la
esfera productiva familiar y el emprendimiento colectivo.
Hasta marzo de 2020 en la órbita del INC figuran 218 emprendimientos aso-
ciativos en arrendamiento que nuclean a más de dos mil personas y ocupan 101.381
ha. de superficie. En su mayoría se trata de colectivos conformados por asalariados
rurales y productores familiares que, frente a la necesidad de tierra para trabajar y
mejorar su calidad de vida logran, no sin dificultades, crear formas de organiza-
ción a partir del desarrollo de su propia experiencia. El universo de experiencias es
sumamente amplio y heterogéneo, pero reúnen como trazo común la socialización
de la tierra (el uso compartido de la tierra pública arrendada al INC), la organiza-
ción del trabajo y en algunos casos el capital de propiedad conjunta. Sobre estas
dimensiones se constituyen diversas modalidades de organización que implican
distintos límites y alcances de lo común.
Con la socialización -al menos en parte- de los medios de producción, se
crean también nuevas formas de producción y reproducción social de la vida. Des-
de una perspectiva que busca ser compleja, la resolución de la cuestión agraria no
podría quedar reducida exclusivamente a la cuestión de la distribución de la tierra.
Por el contrario, en tanto problema social, exige ser ubicada en el marco de proce-
sos más amplios de producción y reproducción social.
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En consonancia, como supuesto de partida se entiende que en torno a las ex-
periencias colectivas de acceso a tierra se producen formas novedosas de organiza-
ción del trabajo y de producción que, a la vez, generan también modificaciones en
las formas de individuación y sociabilidad.
Si bien se torna necesario contextualizar en torno a los procesos económicos,
políticos y sociales que moldean estas experiencias, el foco no está puesto en discu-
tir en qué medida y de qué forma tensionan la lógica de reproducción del capital o
si es posible considerarlas contrahegemónicas. La discusión que aquí se plantea
propone una mirada que cuenta de las estrategias que surgen desde el hacer,
desde la producción de lo común frente a la destrucción del capital en el entendido
que, en la acción colectiva se anidan reproducción y resistencia.
Perspectiva teórico-metodológica
El abordaje teórico que orienta el trabajo abreva de la tradición marxista y el
pensamiento crítico. El eje central para el análisis empírico de las experiencias está
puesto en el trabajo. Para ello se retoma la visión de Lukacs quien presenta los
argumentos para entenderlo como actividad fundante del ser social, perspectiva
que se constituye como sostén para una concepción amplia y abarcativa del trabajo
(Antunes, 2005). Asimismo, y en el entendido que las experiencias también se cons-
tituyen como ámbitos de producción de nuevas subjetividades, los estudios cultu-
rales del marxismo arrojan aportes significativos para su comprensión mediante
algunas de sus categorías centrales tales como cultura, hegemonía, clase y expe-
riencia. Un tercer desdoblamiento teórico retoma las discusiones en torno a la pro-
ducción de lo común desde sus fundamentos, formas constitutivas, modos y lógi-
cas de producción.
En cuanto a la estrategia metodológica, como orientación general se toma el
enfoque de la etnografía educativa (Guber, 2014; Rockwell, 2011) de modo tal que
la discusión enriquezca los nexos entre los procesos sociales y las prácticas cultura-
les que moldean y son producidas por las experiencias colectivas. La perspectiva
analítica se posiciona del punto de vista de los sujetos, de sus prácticas y elementos
discursivos que son los que permiten comprender las múltiples formas, usos y
sentidos que se crean en las diversas formas del hacer y pensar junto a otros.
Acumulación por desposesión a nivel local: la expansión del agronegocio
durante la era progresista
En 2005 por primera vez asume el gobierno una coalición de fuerzas de iz-
quierda que marca un punto de inflexión en el país, entre otros aspectos, producto
del retorno a la centralidad del papel del Estado y el lugar a ocupar en materia de
desarrollo económico y social. En paralelo, y bajo la consigna Uruguay, país pro-
ductivo, la asunción del Frente Amplio coincide con la profundización de las rela-
ciones sociales capitalistas en el agro que utiliza el modelo del agronegocio como
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fuente principal para la generación de capitales.
Si bien durante los tres gobiernos del Frente Amplio se adoptaron una serie
de reformas sobre la matriz de bienestar uruguaya que redundaron en la disminu-
ción drástica de la pobreza y el desempleo, recuperación y crecimiento de la eco-
nomía, avances en la agenda de derechos de tercera generación, entre otros, existen
argumentos para afirmar que a nivel del agro es donde menos se intervino. En esta
línea Piñeiro y Cardeillac (2019) plantean que efectivamente existieron cambios
profundos en los últimos quince años, pero éstos fueron a impulso de las normas y
regulaciones del período neoliberal, del crecimiento de la demanda internacional
de alimentos y fibras y de la penetración del capital financiero.
Más allá de las múltiples interpretaciones que puedan hacerse de los límites
y alcances de la política agropecuaria durante los quince años de gobierno del
Frente Amplio, se hace preciso ubicar estos procesos locales en un contexto mun-
dial e histórico del desarrollo capitalista signado por la tendencia a profundizar su
acumulación extensiva (mediante el avance sobre formas pre-capitalistas) e inten-
siva (aumentando la extracción de plusvalor).
A escala global las últimas dos décadas se caracterizan por una presión cre-
ciente de producción de fibras y alimentos que se combina con una demanda inusi-
tada de materias primas para la producción de biocombustibles. En este contexto,
los países periféricos se integran al mercado internacional a partir de la expansión
de su fase agrícola, para aquellos casos en que aún existan tierras que puedan ser
puestas en producción, o aumentando la intensidad en el uso del suelo (Piñeiro,
2013).
El actual modo de acumulación, centrado en la extracción y explotación de
los recursos naturales, jerarquiza la actividad especulativa y el capital financiero
sobre las demás fracciones del capital. La reorganización productiva del siglo XXI
conlleva una transformación acelerada en el sector agropecuario que, a través de
las amplias ventajas normativas, permite el desembarco de empresas extranjeras
con capital acumulado en otras ramas de la economía, comprando acciones de las
principales corporaciones agrícolas y adquiriendo tierras, mediante un flujo conti-
nuo de capitales que operan a través de fondos de inversión (Narbondo y
Oyhantçabal, 2013).
Los inicios de este proceso datan de la década de los 80 con el arribo de la fo-
restación y se fueron expandiendo durante los gobiernos neoliberales de los 90. No
obstante, en las últimas dos décadas se consolida el modelo del agronegocio a im-
pulso de grandes empresas trasnacionales que se ubican en todas las fases de los
complejos productivos del sector agropecuario, penetrando también en nuevos
rubros como la agricultura, pero también en la producción cárnica, arrocera y le-
chera.
Mediante la utilización de paquetes tecnológicos (agrotóxicos, fertilizantes,
maquinaria y mejoramiento genético de semillas) y en ciertas ocasiones también de
mano de obra extranjera especializada, las empresas transnacionales arriban y con-
trolan buena parte de todo el complejo productivo, desde la fase agrícola hasta la
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fase industrial, ampliando así su margen de extracción de valor (Narbondo y
Oyhantçabal, 2011).
De modo ilustrativo Piñeiro (2013) advierte la emergencia de un paisaje dife-
rente en la ruralidad. De un paisaje dominado por la ganadería extensiva a otro con
vastas extensiones de cultivos de granos y plantaciones forestales, producción de
biocombustibles, incorporación de grandes maquinarias, una gradual expulsión de
la población rural dispersa hacia ciudades y pueblos pequeños, precios disparados
de tierra, extranjerización. Esta dinámica acelerada de transformaciones en el agro
ha logrado llegar a los límites absolutos del capitalismo en términos ambientales,
ejerciendo presión sobre los bienes naturales y haciendo un uso depredatorio que
está forzando una crisis ambiental sin precedentes.
El acceso colectivo a la tierra en el marco del Instituto Nacional de Colonización
El trabajo asociativo en torno a la tierra no es un fenómeno novedoso en el
contexto latinoamericano. Con sentidos y formas variadas, lo colectivo, asociativo
y/o comunitario está presente desde las experiencias de pueblos originarios a las
luchas contemporáneas de los movimientos sociales.
Sin valorar el alcance de sus resultados, el caso uruguayo se distingue en el
contexto latinoamericano por contar desde hace más de setenta años con una nor-
ma jurídica que regula la política de acceso tierras públicas agropecuarias mediante
una institución específica. En su origen la creación del INC se inscribe como parte
del espíritu reformista del neobattilismo en pleno contexto regional de discusión en
torno a los procesos de reforma agraria. A pesar de la fuerte oposición del sector
terrateniente ganadero y otros sectores del espectro político, la ley 11.029 contó con
la aprobación de todos los representantes parlamentarios.
No obstante, a lo largo de su historia la trayectoria de la política pública no
ha sido lineal, sino que ha transitado momentos de impulso y retracción producto
de las definiciones que asumieron los distintos gobiernos de turno en relación con
la incorporación y venta de tierra.
Si bien la ley 11.029 enfatiza la función social de la tierra, además de sus fi-
nes productivos y comerciales, durante varias décadas el INC sufrió un proceso de
deterioro que desdibujó su visión inicial y fundadora (Piñeiro, 2012). Este proceso
de repliegue y vaciamiento comenzó durante la dictadura cívico militar alcanzan-
do su expresión xima entre los años 2000 y 2004, período en que se compraron
tan sólo 45 ha. y se mantuvo la continuidad en la venta de las tierras públicas.
En efecto, en el año 2002 se promovió desde el gobierno el cierre del INC,
hecho que despleacciones en defensa de la política colonizadora encabezadas
por múltiples organizaciones y sindicatos que convergieron en la Mesa Nacional
de Colonización. Desde este espacio se creó una visión crítica en torno a los magros
resultados de la política desarrollada por el INC durante las últimas décadas y se
generaron diferentes propuestas tendientes a su fortalecimiento.
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En el año 2005, con la asunción del gobierno del Frente Amplio, se inaugura
una nueva etapa para la política pública. Retomando sus lineamientos programáti-
cos para el período, el reciente gobierno electo definió la reactivación del INC a
partir de nuevos instrumentos tributarios que permitieron ampliar la cartera de
tierras y fortalecer la institución.
La nueva administración fitres ejes centrales de acción para el período: a)
modernización y mejora de la eficiencia del INC como instrumento idóneo para la
colonización, b) apoyo al desarrollo de las colonias y de los colonos, y c) creación
de nuevas áreas de colonización. En paralelo se definieron también criterios de
priorización en el acceso a la política dirigidos a trabajadores rurales desocupados
o en condición de pobreza, productores endeudados y pequeños productores, y
colonos con dificultades socio-económicas.
Si bien el foco de esta discusión no está puesto en el análisis de los alcances e
impactos que ha tenido la política colonizadora durante los gobiernos progresistas,
interesa colocar algunos datos que permiten caracterizar el período desde la políti-
ca pública en general y las experiencias asociativas en particular.
A finales de 2019 el área afectada por la ley de colonización comprendía
610.304 ha., lo que representaba un 4% (aprox.) de la superficie de uso agropecua-
rio del Uruguay y un 27% de la superficie ocupada por la producción familiar en
particular. En todo el territorio nacional eran 3.647 los emprendimientos vincula-
dos a la política del INC involucrando a más de 3.500 unidades de producción
familiar y más de 2000 personas en la modalidad asociativa.
Desde una perspectiva histórica, durante el período progresista se revirtió la
tendencia que marcaba el repliegue de la política en términos de incorporación de
tierras con fines colonizadores. Tal como se desprende de los datos presentados
por el INC a su cierre de gestión en 2019, durante las tres administraciones del
período 2005-2019 se incorporaron más de 125.000 ha. a la cartera pública de tierras
y simultáneamente se colocó un freno al proceso de ventas.
Figura 1: Incorporación y venta de tierras durante el período 1973-2019.
Fuente: Adaptado del informe “Resultados de gestión 2005-2020”, INC, 2020.
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Otras de las señas que caracterizan esta nueva etapa del INC es el fomento
de las experiencias asociativas en diversos rubros con el objetivo de incorporar
tecnología aplicada a los procesos de producción y beneficiar a un número mayor
de familias con escaso capital. Si bien la política colonizadora mantuvo la tradicio-
nal adjudicación individual/familiar, a partir de la segunda administración se je-
rarquizó el acceso mediante la modalidad asociativa. Tal como se observa en el
siguiente gráfico (figura 2), del total de las 125.592 ha. adjudicadas entre los años
2005 y 2018, 80.001 ha. fueron bajo la modalidad asociativa y 45.591 a unidades
familiares (64% y 36% respectivamente).
Figura 2: Adjudicaciones (en ha.) durante el período 2005-2018.
Fuente: Adaptado del informe “Resultados de gestión 2005-2020”, INC, 2020.
El fomento de la política asociativa tuvo como efecto la expansión del uni-
verso de colectivos que accedieron a tierra mediante la política del INC que pasa-
ron de ser 27 en 2005 a 226 en 2019.
A finales de 2019 las experiencias asociativas ocupan más de 100.000 ha. de
superficie y se distribuyen en todo el territorio nacional a pesar de que existe una
mayor concentración en la zona centro norte del país. La ganadería es el principal
rubro productivo (72% se dedica a esta actividad), seguida por los campos que
ofician como apoyo a la lechería (8%), la caña de azúcar (6%) y los campos para
recría (5%) (INC, 2020).
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Figura 3: Cantidad de emprendimientos asociativos vinculados al INC desde
2004 a 2019.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos extraídos del informe “Resultados de gestión
2005-2020”, INC, 2020.
Los emprendimientos colectivos ganaderos
Tras más de un siglo de expansión capitalista en el agro, desde finales del si-
glo XIX la ganadería se constituye como el rubro productivo central que ha deter-
minado el lugar que ocupa Uruguay en la división internacional del trabajo. A
pesar de que es posible distinguir regiones con aptitudes más favorables, la pro-
ducción bovina y ovina puede tener lugar en prácticamente todo el territorio na-
cional gracias al aprovechamiento de condiciones naturales propias del clima y las
características de los suelos que permiten el pastoreo en base a pradera (Barbato,
1980).
El Censo General Agropecuario de 2011 confirma la tendencia histórica por
la cual la amplia mayoría de las explotaciones en Uruguay reportan como principal
fuente de ingreso las actividades de producción animal. Tan es así que, de las
44.890 explotaciones relevadas, unas 22.143 (49,3%) se dedican a la ganadería para
producción de carne (ocupando el 65,7% de la superficie total agropecuaria) y esta
cantidad incluso asciende a un total de 22.246 (66,5%) si se contabilizan también las
explotaciones destinadas a la producción ovina y lechera, ocupando más del 75%
de la superficie agropecuaria total (DIEA-MGAP, 2011). La información actualiza-
da en 2016, que proveniente de la Encuesta Ganadera, vuelve a confirmar esta ten-
dencia y refleja una mayor concentración de los establecimientos ganaderos en la
zona norte y noreste del país, contabilizando un total de 25.525 explotaciones que
ocupan 12.244.107 ha. (OPYPA-MGAP, 2016).
La producción extensiva sobre grandes latifundios ha sido sello distintivo de
la ganadería de carne y lana en Uruguay, con lo cual la tierra se constituye en el
factor predominante a partir del cual se define la cantidad de capital y trabajo a
incorporar. Las diferentes etapas que integran el proceso de producción compren-
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den la cría, invernada y ciclo completo. La organización del trabajo es jerárquica
siendo las principales categorías las de puestero, peón, peón especializado y capa-
taz. Si bien todas mantienen relación de dependencia con sus empleadores, la figu-
ra del capataz se destaca en tanto figura de control permanente y ejercicio del po-
der disciplinario.
Tal como fuera mencionado, en la política pública llevada adelante por el
INC la ganadería se constituye como la principal actividad productiva ocupando el
47% de la superficie de tierra. Esta tendencia general se ha intensificado aún más
como resultado de la expansión de la política asociativa implementada desde el
año 2010, con lo cual la ganadería pasó a posicionarse como el rubro mayoritario
alcanzando el 70% de las experiencias colectivas. En efecto, durante la década
comprendida entre 2010 y 2020 ingresaron a tierras del INC el 89,3% del total de
emprendimientos asociativos ganaderos.
Cabe destacar que la política de acceso colectivo se configura como actividad
complementaria y no exclusiva para quienes desarrollan su actividad principal ya
sea como asalariados rurales o productores familiares. Por tanto, el emprendimien-
to es pensado desde la institucionalidad como un complemento con el fin de mejo-
rar los ingresos familiares y/o atender dificultades de escala y seguridad de tenen-
cia.
Usos, formas y prácticas en torno a lo común
Los acuerdos en torno a los límites y alcances que asume la gestión asociati-
va no son arbitrarios ni endógenos a los colectivos. Por el contrario, guardan rela-
ción tanto con aspectos que hacen a factores internos propios de cada trayectoria y
conformación grupal, así como también influye la dinámica social, productiva,
económica y cultural sobre la que se inscriben y que opera en formas de condicio-
namientos o presiones sobre los mismos. En tanto no se trata de experiencias
desancladas, sino, por el contrario, situadas en espacios concretos de la realidad
social en determinado momento histórico, la elección de las alternativas que adop-
tan surge bajo condiciones que exceden a la esfera de la voluntad de los sujetos.
Bajo esta óptica, a continuación se expone el universo de posibles usos, for-
mas y prácticas en torno a la gestión común en las experiencias asociativas que han
accedido a tierras mediante la política colonizadora.
En primer término, y como trazo común, reúnen el compartir el estatus jurí-
dico de horizontalidad e igualdad para la toma de decisiones, así como la partici-
pación mediante el aporte en trabajo y capital hacia el emprendimiento colectivo.
Sin embargo, existen importantes diferencias en sus trayectorias, proyectos, recur-
sos que movilizan y formas de organizarse.
Se comparte con Sarachu (2011) que los emprendimientos autogestionarios
son campo de experimentación abierto en donde se pone en juego el ejercicio del
poder, asumiendo la potencia que emerge en colectivo y que permite evidenciar la
capacidad destructiva del capital y sus condicionamientos, al tiempo que valoriza
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la capacidad constructiva del trabajo asociado, sin desconocer sus contradicciones.
Asumir esta capacidad creativa implica correrse de los bordes de la armonía para
asumir el conflicto como motor, dado que es allí en donde se crea la potencia entre
la crítica a lo existente y la experimentación de lo nuevo. En tal sentido, analizar la
gestión común requiere evitar posicionamientos esencialistas para dar paso a pro-
cesos que son multidimensionales, contradictorios y, por sobre todo, vivos.
En tal sentido, los mites y alcances de lo común no se circunscriben a deci-
siones fijas ni estáticas. La tensión entre la esfera individual y colectiva resulta la
encrucijada principal que atraviesa a las experiencias como un todo y a cada uno
de los sujetos que las integran. Moverse dentro de esta tensión produce conflictos
que emergen a partir de la generación de acuerdos nutridos de diferentes posicio-
nes, expectativas y proyectos que se constituyen en torno a lo grupal. Así, en cada
decisión que se toma se cristalizan diferentes concepciones del trabajo, de la pro-
piedad y el ejercicio del poder.
Cubriendo el mapa de usos, formas y prácticas que han creado los colecti-
vos, es posible advertir prácticas y formas de lo común cristalizadas en:
La participación económica que implica los aportes en capital, la forma que
asume la propiedad y la distribución de los resultados económicos. Los
aportes de capital en estos emprendimientos se hacen en ganado y los resul-
tados económicos suelen fijarse mediante el aporte que haya hecho cada so-
cio.
La organización del trabajo siendo el eje central el cuidado y manejo del rodeo
y mantenimiento de la infraestructura productiva.
Otras prácticas de cooperación que se posibilitan en torno al emprendimiento
productivo y que generan situaciones más beneficiosas para sus integrantes,
tanto a nivel económico (ventas conjuntas, compra de insumos, fondo co-
mún para inversiones) como también por la mejora en las condiciones de
trabajo y de vida (construcción y mantenimiento de viviendas, galpones, in-
fraestructura necesaria para el manejo del ganado).
La toma de decisiones que implica la participación directa y democrática, y se
corresponde con un socio un voto y se plasma a nivel formal en sus formas
jurídicas y reglamentos internos que regulan a los colectivos.
Por último cabe aclarar que, en tanto proceso, la gestión se inicia al momento
de acceder a la tierra, pero sufre modificaciones en su devenir. La presentación que
aquí se expone busca mostrar el universo de posibilidades que se crean, s allá
de las formas y combinaciones que adopte cada colectivo.
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Cuadro 1: Usos, formas y prácticas en torno a lo común
Formas,
usos y
prácticas
en la
gestión
de lo
común
Participación económica:
propiedad del capital del
emprendimiento y
distribución de los
resultados económicos
La totalidad del capital es propiedad del
colectivo.
Una porción del capital pertenece al
colectivo y el resto es propiedad
individual de cada socio. Los resultados
económicos se distribuyen en función del
capital aportado.
La gestión colectiva se realiza sobre el
capital individual de cada socio.
Organización del trabajo
Trabajo directo sobre el emprendimiento
aportado por parte de cada socio (puede
ser directamente del titular o también de
otros integrantes de su familia). No se
contrata mano de obra externa.
Combinación entre trabajo directo de los
socios y contratación de mano de obra
de forma puntual.
Se contrata mano de obra para el trabajo
permanente y se aporta trabajo directo
para tareas que requieren mayor fuerza
de trabajo (la contratación puede ser a un
integrante del colectivo).
Otras prácticas de
cooperación
Estrategias de capitalización entre los
socios para equiparar sus aportes
al emprendimiento.
Compra de insumos, maquinaria.
Generación de recursos económicos
comunes a partir de medianerías,
pastoreos, etc.
Participación en proyectos para acceder a
recursos.
Construcción y mantenimiento
de infraestructura de uso productivo.
Construcción y mantenimiento
de viviendas.
Democratización y partici-
pación directa de los socios
en la toma de decisiones
Horizontalidad en la toma de decisiones.
Un voto por socio.
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En el artículo “Poder hacer autogestión: desafíos y rupturas necesarias desde
las experiencias asociativas populares” de 2011, Sarachu retoma a Boaventura de
Sousa Santos para sostener que la autogestión implica un juego-tensión entre raíces
y opciones. Raíces entendidas como aquello que es profundo, permanente y otorga
seguridad y consistencia a la construcción identitaria, mientras que las opciones
son aquellas que dan lugar a lo efímero, lo variable e indeterminado. Es la ecuación
entre raíces y opciones la que lleva a abrir el análisis, superando las visiones dua-
listas y restrictivas, para pasar a asumir una nueva perspectiva que abre opciones y
preguntas desde el presente, que posibilita reinventar la política desde abajo, cues-
tionando la tradición y sus opciones prefabricadas. En consecuencia, propone una
serie de rupturas y desafíos en las prácticas asociativas, siendo la variación en su
intensidad, significación y revisión lo que puede ir generando las condiciones de
expresión del sujeto y su potencia.
Esta propuesta planteada por Sarachu resulta adecuada para caracterizar los
trazos comunes que hacen a las experiencias asociativas, desde una mirada que se
detiene especialmente en las principales rupturas/desafíos que las atraviesan:
compartir los medios de operación y los resultados económicos, compartir en tra-
bajo y, por último, superar la separación entre los que hacen y los que deciden.
A- Lo común en la propiedad de los medios de producción y la distribución de los resultados
económicos
En tanto su carácter público, los colectivos de colonos acceden a la tierra en
calidad de arrendatarios, es decir, adquieren el derecho a su uso y goce. A diferen-
cia del acceso individual/familiar, tienen desde el inicio el desafío de construir un
proyecto que sea colectivo y no la sumatoria de proyectos individuales.
La tierra se constituye como el único medio de producción al que acceden
mediante la política pública. Por su parte, el aporte en trabajo y capital son puestos
por parte de los colonos. Si se toma en consideración las condiciones y necesidades
que hacen a los sujetos que integran estas experiencias colectivas (asalariados rura-
les y productores familiares), se advierten las limitaciones que se presentan para el
verdadero ejercicio de la autonomía, en tanto la escasez de capital y tiempo que
disponen para participar en el proyecto colectivo que continúa siendo marginal
frente a sus actividades económicas y laborales principales.
Estos condicionamientos que conforman el punto de partida de las experien-
cias colectivas suelen agudizar diferencias y dificultades respecto a las condiciones
en las que se ejercerá el derecho al uso de la tierra y que, posteriormente, se tradu-
cen en la generación de acuerdos sobre los compromisos económicos de cada
miembro.
La organización de los aportes representa uno de los principales niveles de
complejidad para la forma que adopta el proyecto asociativo. Al inicio los grupos
suelen admitir aportes iniciales diferenciales en capital necesarios para afrontar
gastos e inversiones de gran magnitud como es el pago de arrendamiento al INC.
90 Martina Otero
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No obstante, cuando esta disparidad de origen se mantiene como tendencia a lo
largo del proceso, surge la posibilidad de conflicto en tanto el crecimiento de quie-
nes tienen menor capital opera en detrimento de quienes ingresaron en mejores
condiciones y, por tanto, requiere que éstos últimos disminuyan sus beneficios en
pro del crecimiento de los demás. En tal sentido, asumir como horizonte la partici-
pación igualitaria entre los integrantes conlleva el desafío de traducir dicha pro-
yección en estrategias concretas que se direccionen en ese sentido, jerarquizando
valores como los de solidaridad, confianza y cooperación.
La definición en torno a priorizar el crecimiento desde lo individual y/o ha-
cerlo de forma colectiva (y sus múltiples combinaciones) es una discusión que
atraviesa la trayectoria de los grupos, se presenta en forma de tensión y suele sufrir
modificaciones en su devenir:
-La idea es con el ganado grupal pagar todos los gastos, enton-
ces eso que va quedando de uno, vendes o hacés lo que quieras.
Eso siempre ha estado un poco repartido. Siempre fue una deci-
sión complicada, algunos decimos la mitad, otros dicen de todo
el ganado. Yo creo que es mejor la mitad porque me quedarían
10 o 12 vacas ahí o 15 mías, y si preciso algo, las vendo, y ya si
es de todo el grupo no se puede. Hay compañeros que dicen
que es mejor todo grupal.
-¿Y cómo lo argumentan?
-Porque dicen que es la manera de que tiren todos más parejo.
Pero depende mucho de la gente, nosotros somos un montón.
Con tantos, cuando son grupos más pequeños capaz es más fá-
cil. Pero somos once, entonces tratamos de entender, de llevarla
pero cuando hablamos de plata somos once personas en situa-
ciones bien distintas.
Es una de las decisiones que ha llevado más tiempo y en la que
nunca hemos estado todos de acuerdo, o la mitad, aconsen-
suamos, pero después nunca hemos estado todos conformes.
Después puede haber cincuenta problemas pero llegamos a
acuerdos. Lo hemos solucionado, no nos hemos peleado”. (En-
trevista colectivo N°6)
La colectivización del capital ocupa el centro de las preocupaciones y las al-
ternativas ensayadas recorren un abanico que incluye grupos que hacen una ges-
tión común del emprendimiento sobre la base de la propiedad individual del ga-
nado de cada socio, grupos que combinan capital colectivo e individual y otros que
han resuelto volcar todos los aportes de cada socio a la propiedad colectiva. Las
condicionantes económicas y los patrones culturales que colocan la propiedad pri-
vada como valor supremo, son los principales argumentos que limitan el proceso
de colectivización.
El campo de lo común y lo común en el campo 91
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“Somos todos de escala chica. Lo que te permite esto es un oxí-
geno. Porque esa también es una variable que tenemos que im-
plicó un proceso, una idea de hacerlo todo a beneficio de la
cooperativa pero después se fue viendo de las necesidades fa-
miliares de cada uno. No podés esperar a que termine el ciclo,
de que se haga una venta en conjunto y tener una cuota parte
de ahorro individual. Que el día que quieras, puedas disponer.
Imagina, si tenés un imprevisto”. (Entrevista colectivo N°4)
“Esto es lo que ahorramos en toda una vida. Los bichos es lo
único que tenemos. Yo manejo mis razas desde siempre y otros
manejan otras. Es muy difícil armar otra cosa con la manera de
cada uno”. (Entrevista colectivo N°2)
Por su parte, en aquellas experiencias que han decidido avanzar en el proce-
so de colectivización del capital, las motivaciones suelen estar relacionadas con la
necesidad de resolver conflictos internos vinculados a la responsabilidad y el com-
promiso individual con el proyecto colectivo, lograr mejoras en el rendimiento
productivo y ser más eficientes en la organización del trabajo. Los grupos que
avanzan en esta dirección lo hacen de forma procesual, haciendo aportes incremen-
tales cada año hacia el capital colectivo o accediendo a algún crédito y/o proyecto
que les permita capitalizarse de forma conjunta.
-Empezamos ahora con sesenta vacas. De ahí vamos a ir su-
mando. La idea es que llegue un momento en que lleguemos a
que todos los animales sean de todos.
-¿Y por qué tomaron esa decisión?
-Yo creo que es mejor para todos, lo hemos hablado. Si se le
muere una vaca a él, se nos muere una vaca a los tres. No .
Pierde un ternero y perdemos todos.
Como cuidamos bien los animales de todos, va a ser más fácil y
más justo. Mejor para trabajar.
Es una decisión importante porque implica mucha confianza.
Pero esa es la idea y vamos rumbo a eso.
Yo creo que todo apunta a pasar a la totalidad colectiva, hay
muchas discusiones que ya no se van a tratar más. Aquellas co-
sas de antes como a me gusta sólo Aberdeen Angus o a
no me importa, hay que tratar de congeniarlo. Son diferencias
menores, pero van a facilitar.
Nos va a facilitar la recorrida, no voy a estar mirando con más
cariño mis vacas que las del otro porque van a ser todas nues-
tras. Equipara y ayuda a hacer mejor el trabajo y más ordenado.
Porque si voy a salvar un ternero que se me empantanó o una
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vaca, estoy salvando que la tercera parte de la vaca es mía”.
(Entrevista colectivo N°3)
Las relaciones sociales capitalistas se crean, sostienen y reproducen en torno
a la propiedad privada. La creación de otras formas posibles, en las que se priorice
la propiedad colectiva, supone uno de los desafíos más novedosos para romper
con los patrones culturales históricamente aprehendidos, a la vez que se constituye
como una discusión central que permite dinamizar y enlazar las decisiones más
simples y cotidianas con la perspectiva de proyecto-horizonte.
En línea con lo anterior y retomando la conceptualización de Castoriadis
(1997), Ana Inés Heras plantea que en este tipo de experiencias autogestivas, que
tienden hacia la autonomía como proyecto, se presentan oportunidades para el
aprendizaje y la experimentación desde la democracia como sentido. En su enfoque,
coloca centralidad en el análisis acerca del modo cómo se organiza la generación y
colectivización de los recursos y aportes, planteando que el abordaje de esta ten-
sión es lo que permite que los colectivos inventen sus propias formas, moviéndose
hacia lo desconocido o lo que aún no está lo suficientemente elucidado (Heras,
2015).
La generación de acuerdos en torno a los aportes económicos y la propiedad
colectiva permea la vida de las experiencias desde el inicio. Es un proceso que no
concluye e incluso va adquiriendo mayor centralidad durante su trayectoria, afec-
tando todos los ámbitos de discusión y toma de decisiones.
Es en estos espacios en donde surge la posibilidad del aprendizaje; la problemati-
zación de lo que sucede, las miradas singulares y colectivas sobre el tema, su pues-
ta en consideración con el contexto más amplio, el análisis de las diferentes alterna-
tivas, la puesta en práctica de las opciones, van conformando las significaciones en
torno a lo común. Retomando a Ana Inés Heras, en el tránsito por estos procesos
de aprendizaje es donde se cristaliza la articulación de cada uno con la propuesta
colectiva y de la propuesta colectiva con el deseo de cada uno. Estos “espacios y
tiempos son los que permiten ponderar en qué medida cada socio está en la posi-
ción máxima de articulación para los objetivos generales y los propios, si puede
sostener el lugar asignado por mismo y por otros, si alguna otra forma de confi-
guración podría ser superadora o bien si no puede participar de este tipo de pro-
yecto” (Heras, 2015: 141).
B. Lo común y la organización del trabajo
Tal como se objetiva en la sociedad capitalista el trabajo es degradado y re-
ducido a la única posibilidad de subsistencia de los desposeídos. En lugar de ser
fuente de realización humana, se convierte en su fuente de desrealizacion; el objeto
de trabajo es apartado y se presenta de forma extraña a quien lo creó.
El campo de lo común y lo común en el campo 93
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Para la tradición marxista la enajenación se presenta como consecuencia de
la propiedad privada de los medios de producción y se expande a todas las dimen-
siones del ser humano. En los Manuscritos Económicos Filosóficos de 1844, Marx co-
mentaba:
“¿En qué consiste la enajenación del trabajo? En primer lugar,
en que el trabajo es externo al trabajador, es decir: no pertenece
a su esencia; consiste, por ende, en que el trabajador no se afir-
ma en su trabajo, sino que se niega; en que no se siente bien,
sino desdichado; no desarrolla ninguna energía física y espiri-
tual libre, sino que maltrata su ser físico y arruina su espíritu. El
trabajador solo siente, por ello, que está junto a mismo fuera
del trabajo, y que en el trabajo está fuera de sí”. (109)
Pero además de presentarse el objeto de trabajo como algo ajeno, lo mismo
ocurre con el acto de producción que también pasa a convertirse en su propio pa-
decimiento. Como resultado de estas dos premisas (separación del objeto y del acto
de producción) resulta también una tercera, que significa el menoscabo de la vida
genérica, o sea, “la proposición según la cual el ser humano se ve alienado de su
ser genérico significa, simplemente, que un hombre se ve alienado del otro, así
como cada uno de ellos se ve alienado de la esencia humana” (Ídem: 114). En sínte-
sis y, siguiendo el legado marxista, la enajenación se expresa en la relación sujeto-
objeto, en la relación sujeto-acto de producción y también en la relación sujeto-
sujeto.
Las experiencias de trabajo asociativo no se ubican al margen de los modos
como se expresa el trabajo en las relaciones sociales capitalistas. Por el contrario, la
reproducción y resistencia contra las formas de enajenación atraviesan y condicio-
nan el cotidiano de los emprendimientos gestionados de forma colectiva. Romper
con las formas de dependencia, y que son llevadas a sus variantes más agudas en
la ganadería, para pasar a desarrollar una concepción de trabajo asociado en rela-
ciones de interdependencia, cooperación y complementariedad, constituye uno de
los principales desafíos.
“Eso quedó totalmente marcado. Porque lo que pasa es que al
no tener experiencias antes, si uno tenía un problema, el prob-
lema era tuyo. Y como que hasta ahí veníamos todos muy indi-
vidual. Venía cada uno a las recorridas, cuando querías venías,
si venías o no era lo mismo. Cuando recorrías hacías solo tus bi-
chos. Había un individualismo muy marcado y una desconfian-
za. Porque pasaron cosas aquí adentro que no las podíamos
clarificar, hasta que un día reventó la pelota”. (Entrevista colec-
tivo N° 4)
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Recrear otras formas de concebir el trabajo no resulta tarea sencilla, menos
aun cuando el control que se tiene sobre los medios de producción es parcial y el
emprendimiento colectivo no se constituye como alternativa efectiva para sustituir
sus actividades principales. En efecto, cotidianamente se hacen presentes múltiples
formas de enajenación y tensión entre la continuidad de las formas aprehendidas y
la necesidad de crear y vincularse de otro modo entre los sujetos y con la actividad
que desarrollan.
Alcanzar compromisos equitativos que logren fundirse sobre lógicas de la
colaboración y compromiso colectivo, es parte de la búsqueda sobre la que se in-
tenta vertebrar otro modo de vivir y organizar el trabajo. Además de las condicio-
nantes culturales propias del trabajo asalariado y de la producción individual-
familiar, también son múltiples y variadas las limitantes estructurales para poder
alcanzarlo.
“Trabajamos en diferentes cosas. Yo hoy no trabajo, en realidad
trabajo en casa. Pero el resto que tiene responsabilidad es bravo.
Ellos hay fines de semana que no pueden salir, dependen de los
patrones. Ahora nomás que van a empezar a parir las vaquillo-
nas, tenemos que poder venir a recorrer a mitad de semana pe-
ro tenemos el patrón en casa. Y el hijo del patrón vive ahora, an-
tes podíamos salir más a las escondidas o algo”. (Entrevista co-
lectivo N°3)
La posibilidad de construir un proyecto colectivo que jerarquice una lógica
de la inclusión por sobre la exclusión con mecanismos que no refuercen las de-
sigualdades preexistentes, es lo que permite articular el compromiso individual
hacia el colectivo y del colectivo hacia cada uno. Cuando esta articulación logra
ensayarse es que se vivencia el sentido de lo colectivo y la potencia del ser más.
C. Lo común y la toma de decisiones
En el metabolismo social del capital la separación y alienación de los traba-
jadores respecto a los medios de producción reduce el trabajo a las formas del ha-
cer, perdiendo así sus fines esenciales. Mediante la división social y jerárquica del
trabajo, las funciones productivas y el control sobre el proceso son separados entre
quienes producen y quienes controlan. Esta misma separación entre trabajo intelec-
tual y trabajo manual es fundante de la desigualdad de las relaciones sociales capi-
talistas.
Las experiencias de trabajo asociativo contienen un doble desafío: apropiarse
de la toma de decisiones sobre el emprendimiento productivo y, además, hacerlo
de forma colectiva. En definitiva, recuperar el carácter teleológico propio de la
actividad humana, superar la ruptura entre decisión y acción e integrar ambos
momentos como parte de una misma totalidad. Este movimiento implica los mo-
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mentos del hacer y del pensar, ambos como instancias necesarias que se afectan
mutuamente. Por ello, supone también superar lecturas mecánicas y fragmentarias
que las reducen exclusivamente a su función ejecutiva pues, tal como fundamenta
Gramsci, no existe actividad humana en la que se pueda excluir toda intervención
intelectual “no se puede superar el homo faber del homo sapiens” (Gramsci, 2000:
13). Al problematizar la dicotomía entre trabajo intelectual y trabajo manual,
Gramsci advierte del error en el que se incurre cuando se procura encontrar un
criterio unitario que permita caracterizar las más diversas y variadas actividades y,
además, pretender que dicho criterio sea intrínseco a las actividades (intelectuales
y las que no lo serían) en lugar de poner atención sobre el conjunto de relaciones
que dichas actividades se hallan en el complejo general de las relaciones sociales:
“Y en verdad el obrero o proletario, por ejemplo, no se caracter-
iza específicamente por el trabajo manual o instrumental, sino
por la situación de ese trabajo en determinadas condiciones y
en determinadas relaciones sociales (además de la consider-
ación de que no existe trabajo puramente físico y de que la ex-
presión de Taylor de „gorila amaestrado‟ es una metáfora para
indicar un límite en cierta dirección: en cualquier trabajo físico,
aunque se trate del más mecánico y degradado, siempre existe
un mínimo de calidad técnica, o sea un mínimo de actividad
creativa) (…) Todos los hombres son intelectuales, podríamos
decir, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la
función de intelectuales”. (Gramsci, 2000: 12-13)
Estos señalamientos invitan a dimensionar a los sujetos en su capacidad ac-
tiva, en su potencia creativa, por sobre su función ejecutora. En efecto, en las entre-
vistas realizadas a los trabajadores ganaderos resaltan su saber-hacer en la actividad
productiva, tanto en los establecimientos en los que trabajan como empleados co-
mo en el emprendimiento colectivo. En muchas ocasiones los empleadores suelen
ser profesionales o empresarios que residen en la capital y no están vinculados a la
actividad agropecuaria, ante lo cual es el saber de quienes trabajan en el estableci-
miento lo que permite tomar las decisiones cotidianas.
En este sentido, señalan que al momento de acceder a la tierra los principales
desafíos no radican en cómo armar el sistema de producción, sino en asumir el
poder de decisión y dar direccionamiento al emprendimiento productivo:
“La forma de trabajar es la misma. El sistema de producción es
diferente. Acá nosotros tomamos las decisiones y en la casa de
tu patrón, vienen te dan una orden y aunque no estés nada de
acuerdo tenés que acatar. Yo el año pasado mi patrón, yo le
vendía los terneros y le hacía un buen negocio. El año pasado
tuvimos que sangrar el ganado aporque un vecino tenía bru-
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celosis y teníamos que vender los terneros y yo sabía que mi pa-
trón estaba con los campos re pelados. Entonces como estába-
mos con el tema de sanidad los vendimos. Y un día va y me di-
ce „Gerardo ya están para comprar‟ y le dije „no, los terneros los
tuve que vender‟. Entonces capaz es una cosa horrorosa lo que
yo pienso, pero salió como loca despechada y compró unos ter-
neros y me dijo „Gerardo tal día llegan los terneros‟. Y ta, yo soy
empleado. Había una seca terrible, no había pasto, y metió 40
terneros y había comprado otros novillitos Hereford que son
más complicados. El trabajo que yo pasé en invierno, parando
bichos en la cola. Se le murió ganado, todo lo que perdió por no
darme bola de que no era para comprar ganado. Pasado mucho
tiempo me dijo „Gerardo yo me sobrepasé‟. Por eso te digo, uno
como empleado, aunque sepas que está mal haces. Acá no, acá
uno toma las decisiones”. (Entrevista colectivo N°1)
Asumir la toma de decisiones sobre el emprendimiento se convierte en uno
de los principales obstáculos-desafíos al momento de acceder a tierra. Superar la
dicotomía entre trabajo intelectual y manual implica recuperar la diversidad de las
capacidades individuales para convertirlas en potencia colectiva en un proceso
mediante el cual las verdades y discursos forjados en cada experiencia singular
entran en escena y se tensionan con el fin de responder a nuevas preguntas, pro-
blemas y desafíos junto a otros.
Asumir este camino requiere del esfuerzo por generar normas claras, cono-
cidas y apropiadas por parte de todos, ámbitos específicos y tiempos necesarios
para el intercambio (Sarachu, 2011). La ausencia de espacios y momentos destina-
dos a socializar la información, compartir saberes y puntos de vista, planificar,
resolver, generar acuerdos y tramitar las diferencias, puede ser motivo de conflic-
tos agudos en tanto la naturaleza eminentemente colectiva de estas experiencias.
Pero además de dotar de existencia y sentido a los ámbitos de construcción
colectiva, también se requiere de la disposición individual de cada uno para impli-
carse en los asuntos del todo. Sin embargo, la enajenación del trabajo no tiene igua-
les efectos en los sujetos y los grupos van buscando sus formas de resolver cuando
algunos de sus integrantes asumen una postura de sumisión y obediencia frente a
las decisiones tomadas por otros. Expresiones tales como “yo vengo a trabajar”,
“ellos son los que deciden”, “eso lo resolvió el grupo”, reflejan posturas en las que
el colectivo se muestra como algo ajeno y por fuera de las individualidades. Por
ello, el reconocimiento de la pertinencia de los espacios-momentos para el inter-
cambio y toma de decisiones constituye en mismo un aprendizaje necesario para
la gestión colectiva.
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Conclusiones
La producción de lo común, en tanto proceso complejo y contradictorio, se constituye como
espacio de existencia y resistencia frente a la profundización del modelo del capital.
En pleno contexto mundial e histórico de profundización y expansión de la
acumulación extensiva e intensiva del capital, el despojo no solo afecta los recursos
naturales, el territorio, la renta del suelo o el mundo del trabajo, sino que también
arrasa sobre las formas, tradiciones y valores de la cultura en la campaña.
En este marco, las experiencias colectivas de acceso a la tierra se constituyen
como expresiones de existencia y resistencia frente al modelo del capital, no por-
que se auto perciban o definan en oposición al modelo hegemónico, sino por la
posibilidad que anidan de ser potencia, de interpelar algunos de sus principios
fundamentales tales como la propiedad privada, el culto al individualismo, las
relaciones de verticalidad o la competencia.
Entre las experiencias estudiadas se pudo constatar las múltiples y variadas
formas de producción de lo común que inventan y ensayan los colectivos en las
que los modos de organizar el trabajo, la propiedad y las distintas prácticas vincu-
ladas a la producción, no se crean de forma espontánea, sino que surgen como
fruto de discusión, reflexión y acción colectiva.
Por ello, no es posible concebir lo común como algo fijo y acabado. Por el
contrario, lo común se va tejiendo en el hacer y emerge como constelación de prác-
ticas en las que los valores y principios heredados entran en tensión con la posibi-
lidad de forjar nuevos vínculos y existencias colectivas. Tal como señalan Gutiérrez
y Salazar el prefijo “trans” etimológicamente hace referencia a un más allá o al
otro lado. Entonces transformar no se refiere a una capacidad de producir forma
“más allá” o en contra y más allá de lo dado, sino que la transformación social
deviene en el despliegue de la capacidad humana de producir y reproducir formas
colectivas de habitar el mundo desde otro lugar que no es el de la dominación, la
explotación o el despojo (Gutiérrez y Salazar, 2019: 22).
Lejos de pretender idealizar el alcance de estas experiencias, no exentas de
tensión y conflicto, su análisis permite valorarlas al ponerlas en relación con el
contexto socio histórico en el que se inscriben.
Por este motivo no es posible descuidar algunos de los elementos centrales
que caracterizan a la política pública de colonización y que pautan límites y condi-
ciones de posibilidad para las experiencias colectivas. Asimismo, también se hace
necesario contextualizar la reflexión incorporando algunos de los trazos que carac-
terizan el mundo del trabajo en la ganadería, marcado por relaciones de subordi-
nación y dependencia que afectan tanto el espacio de producción como de repro-
ducción social. Formas socio-históricas en las que el ejercicio del poder se ha ocul-
tado bajo el manto de la “familiariedad”, vínculos basados en la dependencia de
“favores” para el acceso a “beneficios”, un mercado laboral con tardía y escasa
regulación en donde el ejercicio de los derechos varía en cada situación particular,
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son propios de las formas de vida y trabajo en este rubro productivo desde hace
más de un siglo.
En este marco, y a pesar de las condicionantes socio-históricas, el acceso co-
lectivo a la tierra aún se configura como espacio de afirmación de la existencia y
posibilidad para el ejercicio de la autonomía. Sin desconocer la absoluta relevancia
de la esfera material, se destacan también otros efectos que se producen de forma
subterránea y que también afectan al ejercicio de la autonomía en tanto posibilidad
de ejercicio del poder-hacer. La dependencia deja alugar a la emergencia de po-
sibles relaciones de interdependencia, creando nuevas sensibilidades y prácticas
culturales que articulan intereses y vivencias comunes, permite compartir expe-
riencias y, a la vez, reconocerlas en sus diferencias con las de otros.
En el devenir de la experiencia se modifican sentidos y significaciones atribuidos a lo co-
mún como efecto de la tensión entre viejas y nuevas concepciones en torno al trabajo y lo
colectivo.
Los cambios en las subjetividades individuales y colectivas constituyen uno
de los principales efectos que se producen en torno al acceso a la tierra y, tal como
se ha argumentado, este conjunto de transformaciones suelen perderse de vista
entre aquellas perspectivas que se enfocan de forma unívoca sobre los procesos
estructurales. Por el contrario, la perspectiva teórica asumida sostiene que el par
dialéctico objetividad/subjetividad conforma dos momentos de una unidad indiso-
luble.
En efecto, el acceso a la tierra mediante el INC es concebido desde la política
pública como actividad complementaria y no exclusiva para la supervivencia de
las personas. Por tanto, se requiere que las nuevas formas de organización social
creadas convivan junto con relaciones de subordinación y dependencia propias de
las relaciones salariales, así como con los distintos modos de subsunción a las que
está sometida la producción familiar.
Esta tensión se manifiesta en tanto el acceso colectivo a la tierra está regula-
do por la política del INC, condicionando las formas de concebir y dar significado
a “lo común”. Otra producción cultural sería posible si la experiencia colectiva
pudiera colocarse en el centro de las trayectorias vitales de las personas y no sobre
sus márgenes.
No obstante, y a pesar de estas condicionantes, también es posible advertir
cómo a nivel discursivo los sentidos y significaciones que se van produciendo en
torno a lo común asumen especial jerarquía entre los sujetos, logrando ser identifi-
cados como parte de los aspectos más valiosos y novedosos que logran rescatar en
el devenir del proceso colectivo.
La modificación de la experiencia se produce en la acción cotidiana y está es-
trechamente enlazada a los procesos productivos y de trabajo. En efecto, es la ten-
sión no resuelta entre lo que se quiere hacer y lo posible, lo que promueve el ejerci-
cio crítico reflexivo para la producción de aprendizajes. En esta tensión se ponen en
El campo de lo común y lo común en el campo 99
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juego viejas concepciones anidados en cada una de las subjetividades que van
dando lugar a nuevas significaciones en torno a lo colectivo y el trabajo.
Lo colectivo, al inicio, suele ser invisibilizado y concebido desde una finali-
dad plenamente instrumental. Sin embargo, a medida que se logra enfrentar y
superar nuevos obstáculos y dificultades, los imaginarios previos van dando lugar
a una mirada más compleja en la que el grupo”, tal como lo llaman, es destacado
como producto de la construcción humana que logran hacer. Por su parte, las sig-
nificaciones en torno al trabajo, marcadas por trayectorias de alienación y expe-
riencias de auto explotación, también van entrando en conflicto en la medida que
el emprendimiento colectivo requiere desaprender y aprender nuevas formas. La
construcción de relaciones de horizontalidad tensiona los vínculos verticales, la
cooperación interpela el individualismo y el involucramiento efectivo cuestiona las
formas de participación estrictamente formales.
Bajo estas consideraciones, es posible afirmar que es la producción cultural
de estas experiencias lo que permite valorarlas y comprenderlas en tanto potencia
y posibilidad de interpelar, cuestionar y debatir algunos de los principios y valores
hegemónicos.
La discusión aquí presentada, buscó echar luz y reflejar la otra historia del
campo uruguayo. La historia que no figura en el relato oficial, la de aquellos que
González Sierra (1994) denominó los olvidados de la tierra. Historia que, sin des-
conocer los mites que se interponen en este modelo societal, también pretende
echar luz sobre las múltiples formas de reinvención que nacen como su antagonis-
mo.
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